Por TULIO HERNÁNDEZ
Ahora que ya no está entre nosotros, el trabajo intelectual de Antonio Pasquali quizás comience a ser comprendido en su auténtica complejidad. Bajo el riesgo de simplificar su actividad como intelectual público −aquel que ejerce el pensamiento y la escritura− con el ánimo de incidir en el acontecer político y la opinión pública, podríamos decir que, desde que inició su vida profesional hasta el último suspiro, batalló en tres frentes.
Uno, el del pensamiento académico propiamente dicho. Dos, el de la intervención en la gestión pública nacional e internacional en los campos de la cultura y las comunicaciones. Y, tres, el de la crítica y la denuncia política.
La ética de la comunicación.
Como lo han señalado muchos autores, el objeto central de su pensamiento fue la «dimensión moral del comunicar»: la ética de las comunicaciones. Pasquali insistía en la necesidad de diferencia entre comunicación, un acto dialógico entre seres humanos, y la mera información, un acto unidireccional que puede existir incluso ente las máquinas.
Lo que implicaba también distinguir ente comunicación y medios de comunicación y valorar, más que las redes y los medios por donde circulan los mensajes, sus contenidos.
Lo que él denominaba la esencia del fenómeno.
Y la «esencia del fenómeno» es que la comunicación no es un subproducto sino un componente fundamental en la constitución de toda estructura social. Por lo tanto, toda modificación o control de las comunicaciones revierte en una modificación o control de la sociedad. Si no hay comunicaciones democráticas, la democracia es incompleta. Era una aproximación política al campo de las comunicaciones.
Fiel a ese principio, cuando desarrolló Comunicación y cultura de masas, su libro más influyente, se dedicó a integrar las sofisticadas y por entonces prestigiosas tesis de la Escuela de Frankfurt, de la que Theodor Adorno y Max Horkheimer eran las cabezas visibles, con los persuasivos recursos empíricos –estadísticas precisas y análisis cuantitativos– de las tradiciones académicas norteamericanas, para diseccionar los medios de comunicación y la cultura de masas dominantes en América Latina.
Como lo he escrito en otras páginas, hoy se puede decir con propiedad que aquel libro, publicado hace un poco más medio siglo, en 1963, significó el inicio de un movimiento intelectual –la crítica ideológica de los medios–, una disciplina académica prolija –la investigación de la comunicación– y una exitosa producción editorial, cuyos tirajes competían con las obras de narradores exitosos del boom de la literatura latinoamericana entonces en su apogeo.
Las políticas públicas de comunicación y cultura
El segundo frente de trabajo de Antonio Pasquali fue el de tratar de incidir ya no desde la teoría sino de acciones prácticas y proyectos concretos sobre la manera como se oficiaban las comunicaciones y la actividad cultural, tanto públicas como privadas en América Latina.
Era un convencido de que la cultura y la comunicación –los medios de masas, el periodismo, las industrias culturales, la actividad cultural, tanto del Estado como privada, el show business– podrían ser más democráticas, participativas, equitativas y que la hegemonía de los Estados Unidos en ese campo podría ser revertida. En consecuencia, actuaba desde el seno de una comunidad académica internacional muy activa, tratando de que los Estados y gobiernos asumieran responsabilidades reguladoras para lograrlo.
Desde el Instituto de Investigaciones de la Comunicación (ININCO), que fundó en 1974, fue por muchos años la cabeza de un movimiento intelectual y político que incidiría en el escenario mundial con las propuestas de crear un nuevo orden informativo internacional que equilibrara los flujos de información entre los países desarrollados y las periferias del tercer mundo.
Las industrias culturales, era innegable, habían sido estructuradas bajo las leyes del mercado, pero podían ser transformadas políticamente para promover un proceso de democratización cultural. Que era su otro gran tema.
Eran tiempos de cambio. Y a principios de la década 1970, en el extinto Congreso Nacional se comenzó a debatir la Ley de Creación del Consejo Nacional de la Cultura (Conac). Para esa fecha, la formulación de políticas públicas para el sector cultural y comunicacional alcanzó uno de los puntos más altos en términos de diagnóstico, sistematización y elaboración de propuestas políticas que se reunieron en el trabajo colectivo del Comité́ de Radio y Televisión dirigido por Pasquali.
Elaborado entre 1974 y mayo de 1975, el Informe fue editado en 1977 con el título Proyecto RATELVE. Diseño para una nueva política de radiodifusión del Estado venezolano. Una idea revolucionaria (aunque la palabra revolución, luego de la degradación moral chavista, los venezolanos podríamos desterrarla para siempre) que proponía la creación de un sistema de radiodifusión de servicio público que hiciera contrapeso al sistema privado, pero que tampoco fuera estatista, sino que permitiera la expresión libre de la sociedad civil, la Iglesia, las academias y las asociaciones artísticas.
La devastación chavista
Pasquali fue un activo militante, en el cuestionamiento y la denuncia de los horrores del «Socialismo del siglo XXI». Lo hizo en sus artículos de prensa semanales, conferencias, entrevistas y todo tipo de intervenciones públicas. Y, aunque anteriormente había sido un crítico severo del uso de los de los medios de comunicación privada en Venezuela, como el gran demócrata que era, no dudó en salir en su defensa en el momento, año 2007, cuando por orden directa del «comandante eterno» se suspendió la concesión que condujo al cierre de RCTV, el canal pionero de la televisión privada en Venezuela.
Pero es en La devastación chavista, libro escrito y publicado con celeridad, donde Pasquali retoma el que fuese su objeto de reflexión de toda la vida –las comunicaciones en cualquiera de sus expresiones– y desde ese campo realiza un disección precisa, demoledora y bien fundamentada en cifras y hechos, del desastre rojo.
Esta vez no se dedicó a estudiar solo los medios de masas y sus contenidos, sino el transporte terrestre, el ferroviario, el marítimo, el postal, las comunicaciones telefónicas y las digitales, y por supuesto los medios impresos y radioeléctricos en tanto redes y soportes técnicos. Y sus hallazgos son dramáticos, vergonzosos para el país, y una condena sin posibilidades de defensa por parte de los destructores de nación.
Siempre con cifras precisas y comparaciones históricas e internacionales demoledoras, demuestra como el transporte aéreo nacional, para 2017 entró en zona de alerta amarilla: «63 aeronaves activas de 22 o más años de uso y sobreexplotadas (5 vuelos diarios cada una), 55 aeronaves en tierra y canibalizadas por falta de repuestos (Avianca vuela con 140 aviones casi todos nuevos)».
Datos duros: la democracia abrió en cuarenta años 71.200 km de carreteras, el chavismo en diecisiete, 4.500 km. El parque vehicular es, en 2017, el tercero más envejecido y peligroso de América Latina, después de Cuba y Haití. Para 2008, el ya reducido parque de 5,3 millones de vehículos en 2008, bajó a 4,1 millones en 2014 (-21%, un caso probablemente único en el mundo). Su vetustez y el pésimo estado de las vías hacen que Venezuela ocupe el 4° lugar mundial por muertos en carretera por 1000 habitantes y el 2° en la región detrás de Santo Domingo (con 6.200 o 9.000 muertos al año, según si los datos son gubernamentales o de aseguradoras). Un Yo acuso contundente.
Quizás no exista mejor síntesis sobre el apocalipsis chavista, como la que Pasquali escribió en las últimas páginas de su libro final. Fue su despedida contundente:
«el chavismo es culpable de más dramáticas y crueles devastaciones: mató a muchos por desabastecer el país de medicamentos e impedir delictivamente el ingreso de ayudas humanitarias; lo hambreó y lo humilló hasta ponerlo a hurgar en la basura, elevó al 52% la pobreza extrema, dejó perecer cientos de miles de toneladas de alimentos y reprodujo el genocidio estaliniano de asegurar lo poco que hay a quienes le son fieles».
La devastación es uno de los más contundentes alegatos sobre la debacle, incompetencia, crueldad, corrupción, ineptitud, autoritarismo, cinismo y capacidad de destrucción y manipulación que han caracterizado las dos décadas de regímenes rojos. Fue su gesto de despedida.