Apóyanos

Los retos de la enseñanza del «Quijote»

Discurso de Orden pronunciado el día 23 de abril de 2018 en la Academia de Lengua, con ocasión del Día del Idioma

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Y así, picando en todo, hablando cosas de meollo y de sustancia, acuñados como cara y cruz de una medalla de oro, don Quijote y Sancho siguen haciendo este milagro secular de reunirnos a mujeres y a hombres a escuchar o a leer o a interpretar su propia y libre palabra nuestra.

Fernando Lázaro Carreter (1)

Sumario

(I) La opinión de Miguel de Unamuno sobre Cervantes. (II) La visión de Pedro Salinas sobre la liberad en el Quijote. (III) La noción de verdad relativa. (IV) El valor de la palabra empeñada. (V) El sentido de justicia. (VI) El pícaro Ginés de Pasamonte y el autor del Quijote apócrifo. (VII) El razonamiento deductivo y el razonamiento inductivo en el Quijote. (VIII) La quijotización de Sancho y la sanchificación de don Quijote. (IX) Diferencias entre la primera y la segunda parte del Quijote. (X) Conclusión

Introducción

Según Miguel de Unamuno el Quijote no es de Cervantes sino de quien lo lea y lo sienta porque “Cervantes sacó a Don Quijote del alma de su pueblo y del alma de la humanidad toda” (2). La lectura del Quijote es una conexión con las raíces de nuestra cultura y de nuestro idioma. Una primera aproximación puede ser difícil, pero a partir del segundo encuentro, la experiencia resulta entrañable.

Cuando comencé a estudiar en la Escuela de Letras de la Universidad Central de Venezuela a finales del año 2010 llegué con la lectura juvenil de la obra magna. Ya en la Escuela cursé el seminario con María del Pilar Puig que me permitió hacer una lectura académica de la obra, con las referencias bibliográficas obligatorias como, entre otras, las del mencionado Unamuno, Américo Castro, Pedro Salinas, Salvador de Madariaga, Martín de Riquer, Luis Rosales, José Ortega y Gasset, Francisco Rico, Erich Auerbach y Roberto González Echevarría.

A las lecturas de los autores mencionados, debo añadir mis clases y tertulias con Guillermo Sucre, José Balza y Juan Pablo Gómez, cada uno con su lectura y su reflexión original y enriquecedora.

Por mi experiencia, comparto la tesis según la cual la lectura del Quijote es una experiencia individual y siempre distinta porque su entendimiento depende tanto del momento de nuestra vida como de las circunstancias que nos rodean.

En vista de que el discurso de hoy se refiere a los retos de la enseñanza del Quijote, pretendo extraer, a partir de mi experiencia, un compendio de reflexiones sobre la riqueza humana e intelectual que significa la serena lectura de la obra de Cervantes. Creo que fomentar su lectura resulta una contribución para resaltar la importancia del origen de la novela moderna (3), en cuanto a lo literario se refiere, pero también, y a mi entender, porque leer en general, y el Quijote en particular, es una experiencia interior que divierte, entristece y, sobre todo, enseña.

(I) La opinión de Miguel de Unamuno sobre Cervantes

Miguel de Unamuno afirmó que el Quijote es una obra que rebasa a su autor, cuando asegura: “Y no me cabe duda de que Cervantes es un caso típico de un escritor enormemente inferior a su obra, a su Quijote” (4). Según Unamuno Don Quijote no es un “buen modelo y estilo literario castellanos” (5) al “echar el verbo al fin de la oración” (6). No creo que poner el verbo al final sea necesariamente un error. Cervantes escribía con párrafos largos y muchos incisos, pero se trata tanto de su estilo personal como del barroco.

La crítica de Unamuno al estilo de Cervantes no se para aquí y va más lejos aún, al insistir que: “Si Cervantes no hubiese escrito el Quijote, cuya luz resplandeciente baña a sus demás obras, apenas figuraría en nuestra historia literaria sino como ingenio de quinta, sexta o décimatercia fila” (7). Pero lo cierto es que Cervantes sí escribió el Quijote y lo demás es especular sobre una hipótesis.

Como exponente de una visión distinta tenemos a Américo Castro, quien hace un guiño a Unamuno cuando titula su obra El pensamiento de Cervantes, con el propósito de afirmar que el autor del Quijote sí tenía pensamiento y formación intelectual. Incluso indica que Cervantes “se nos muestra plenamente como una de las más espléndidas floraciones del humanismo renacentista” (8). Y añade que: “Sus obras han sido más saboreadas que meditadas; el trabajo de la sensibilidad ha sido tal vez mayor que el de la serena reflexión” (9), como parece que le ocurrió a Unamuno, quien probablemente leyó más con la sensibilidad que con la reflexión consciente.

Además, se puede añadir que no es posible defender que un mediocre pueda escribir una obra maestra, como lo es, sin duda, Don Quijote. Una obra de este calado no puede ser un golpe de suerte ni producto del azar. Y esto no quiere decir que no haya escritores que solo han escrito una obra genial, como ocurrió con Fernando de Rojas, autor de La Celestina, y de quien no se conoce otra obra.

Por esa razón, Américo Castro defiende la formación intelectual de Cervantes, lo que queda demostrado en el pensamiento plasmado en su obra. Además, como señal de la cultura de Cervantes tenemos su conocimiento ejemplar sobre el uso de la retórica y de la ironía.

En el sentido anterior, Miguel de Cervantes maneja temas complejos, como la moral. En este sentido, señala Castro que Cervantes proyectaba la moral sobre sus personajes y encontraba “máximas y apotegmas, profusamente desparramados por todas las obras” (10). Y todo esto lo hacía con ironía, lo que acompañaba con el manejo de refranes y máximas de la época, como parte del estilo lingüístico de cada personaje. Bueno es advertir que Cervantes ironiza en el prólogo del abusivo uso de las máximas y latinajos y demás florituras retóricas.

Añade Castro que quienes solo ven en el Quijote la única obra relevante de Cervantes, deberían sostener lo mismo en relación con Montaigne, lo que no ocurre porque hay “abundante literatura científica que se ha encargado de fijar las fuentes y el alcance del pensamiento de Montaigne” (11).

En adición a lo anterior, Castro indica que Cervantes “alardeó constantemente de sencillez” y manifestó su desprecio por la prosa pedante y magistral de los escritores de su época. Como ejemplo de ello tenemos en el prólogo de la primera parte cuando afirma que su libro carecerá “de sentencias de Aristóteles, de Platón y de toda caterva de filósofos”; y ello “porque soy por naturaleza poltrón y perezoso para andarme buscando autores que digan lo que yo sé decir sin ellos” (12).

Todo el prólogo de la primera parte es una crítica a la costumbre de los escritores de su tiempo de llenar los textos de erudición, no siempre cierta sino conseguida en los florilegios.

También Harold Bloom, que no es un cervantista sino un shakesperiano, entiende que lo afirmado por Unamuno de que prefería al Quijote sobre su autor es una boutade, una afirmación perversa, “pues ningún escritor ha establecido una relación más íntima con sus personajes que Cervantes” (13). Entonces, Miguel de Cervantes no estaba por debajo ni de su obra, ni de su personaje.

De manera que la afirmación de Unamuno, por lo antes señalado, es una opinión aislada que carece de respaldo.

(II) La visión de Pedro Salinas y la libertad en el Quijote

Siendo así el asunto, me interesa resaltar otra afirmación de Pedro Salinas respecto a que el Quijote es una invitación “al ejercicio de una facultad humana sin par, al ejercicio de la libertad” (14). En efecto, el Caballero de la Triste Figura y Sancho Panza son personajes que representan el espíritu libre: uno busca aventuras basadas en sus códigos morales caballerescos y el otro busca un beneficio económico con su trabajo, la esperanza de ser gobernador de una ínsula. Pero en ambos se siente un cansancio de su vida monótona y ordinaria, sujeta a las necesidades sociales y biológicas, que parece impulsarlos a una entrega imaginativa a vivir, a su modo, en libertad. Don Quijote y Sancho son hombres libres, y cada uno se lanza a las aventuras impulsado en su libertad de elegir.

Lo anterior nos permite admitir que Cervantes fue un pensador de varias facetas: el escritor, el crítico y el teórico que impulsó la teoría de la novela de su tiempo.

En ese sentido se puede afirmar que el Quijote es novela summa como es generalmente admitido, aunque es una parodia de los libros de caballería, pero a través de la parodia exalta los valores recogidos en el código moral caballeresco, en los cuales no solo cree el personaje, igualmente los valora el autor, aunque sea consciente de su caducidad, de su irremediable pérdida, la cual lamenta. Y es summa –en opinión generalizada entre los cervantistas– porque es (i) novela épica, (ii) novela pastoril, (iii) novela morisca, (iv) novela picaresca. Estos son los tipos narrativos de la época. Tópicos y lugares comunes del Siglo de Oro que eran del gusto de las gentes, y de los cuales se nutre e ironiza toda la obra cervantina, y compila todo esto en una sola novela; y, además, incluye pasajes sobre la libertad de elección, como ocurre con la pastora Marcela (I, Capítulo 12); o pasajes amorosos como el de Dorotea y Fernando (I, Capítulos 36-37).

Estamos en presencia de una amalgama que contiene todos los tipos de novelas, es la suma de todas las novelas anteriores.

(III) La relatividad de la verdad

Para Cervantes la verdad es relativa. Así, en el Capítulo 25 (I) don Quijote le dice a Sancho: “Eso que a ti te parece bacía de barbero, me parece a mí yelmo de Mambrino, y a otro le parecerá otra cosa” (15).

Este pasaje es para Américo Castro (16) el más significativo de toda la obra de Cervantes, porque plantea el tema de la relatividad de los juicios de valor en la interpretación de los hechos. De este modo, Castro señala que el Quijote es una contribución al tema de la interpretación de la realidad oscilante, es decir, la realidad es como cada cual la percibe, para lo cual es relevante el aporte de la experiencia (17); e igualmente queda en entredicho el valor de la Verdad.

Castro advierte en Cervantes a “uno de los pensadores antiescolásticos del Renacimiento, para quienes la mente humana no refleja la realidad, sino que se vuelve ‘su modelador ideal’” (18). Y esta opinión es acertada porque don Quijote y Sancho ven cosas distintas: uno ve la ficción y el otro la realidad; pero el mensaje de que cada uno observa cosas distintas, es un homenaje a la tolerancia, tal como asevera Juan Pablo Gómez en su artículo titulado “El desorden de Cervantes” (19).

La verdad es relativa y cada uno tiene la suya, pero nada me autoriza a descalificar a quien no piense como yo. El principio de la tolerancia en las relaciones humanas es avalado en este certero pasaje quijotesco, y es concepto que también aparece en las Novelas ejemplares.

(IV) El valor de la palabra empeñada

La idea de la justicia y del compromiso de la palabra empeñada se encuentra en dos capítulos que dialogan el uno con el otro (I, Capítulos 4 y 31).

Se trata del caso del niño Andrés, azotado por Juan Haldudo, un labrador que lo explotaba y no le pagaba su salario. Este maltrato fue presenciado por el Caballero de la Triste Figura, quien se presenta a demandar el cese del maltrato exclamando:

“Y si queréis saber quién os manda esto, para quedar con más veras obligado a cumplirlo, sabed que yo soy el valeroso don Quijote de la Mancha, el desfacedor de agravios y sinrazones, y a Dios quedad, y no se os parta de las mientes lo prometido y jurado, so pena de la pena pronunciada”.

Con esta sentencia se dirige don Quijote a Haldudo para advertirle que recibiría una sanción de continuar con los maltratos al joven Andrés. De acuerdo con el código moral caballeresco, don Quijote debía intervenir para evitar el abuso de poder de unos sobre otros. Ese es su sentido de justicia, y don Quijote se sentía obligado a imponerla, por la fuerza si era necesario.

Más adelante, Andrés aparece nuevamente (I, Cap. 31) y esta vez le pide a don Quijote que no lo ayude más, porque cuando don Quijote se fue, Haldudo le siguió pegando:

“Por amor de Dios, señor caballero andante, que si otra vez me encontrare, aunque vea que me hacen pedazos, no me socorra ni ayude, sino déjeme con mi desgracia, que no será tanta, que sea mayor la que vendrá de su ayuda de vuestra merced, a quien Dios maldiga, y a todos cuantos caballeros andantes han nacido en el mundo”.

Esta reacción de Andrés se debe a que el labrador Haldudo había faltado a la palabra empeñada a don Quijote, y una vez que este se despidió, el labrador continuó con los maltratos. Ante esto, don Quijote reconoce que cumplir la palabra empeñada es virtud de las personas de honor, y afirmó que volvería a vengar semejante falta.

Esto tiene relevancia como reflexión general en un país en crisis, como el nuestro, en el cual la palabra empeñada no tiene ningún valor. Estamos viviendo la caída libre de Venezuela debido a esta situación de caos económico, político, ético e institucional en el que nos encontramos. Aquí los líderes populistas llegan al poder después de hacer una cadena de promesas que luego incumplen: prometen una cosa y hacen la contraria. Los gobernantes juran cumplir con la constitución y, de inmediato, comienzan a violarla. Entonces ese juramento no tiene ningún valor. Pero el asunto no solo se limita a las promesas de los gobernantes, sino a un estado de descomposición general donde no se respeta lo prometido y acordado. Estamos en un ambiente de desconfianza, el cual se evitaría si hubiese una cultura de compromiso y del valor de la palabra, como lo enseña el Quijote.

(V) El sentido de justicia

Hay, además, un episodio fundamental que no puede pasar inadvertido. El capítulo 22 de la primera parte en el que don Quijote se topa con los galeotes. Aquí se presenta el enfrentamiento de don Quijote contra el código jurídico vigente y sus contradicciones. Don Quijote no acepta que nadie vaya forzado contra su voluntad; pero en este caso se trata de delincuentes y el Caballero de la Triste Figura, por loco, termina liberándolos y ocasionando un perjuicio a la sociedad.

No obstante, para don Quijote, lo importante es que los galeotes son llevados sin consentir. La afirmación de don Quijote respecto a que los delincuentes son forzados y obligados a ir encadenados, pues no dan su consentimiento, puede ser un tanto ridícula y muestra de su desequilibrio mental, porque ningún delincuente se presta dócilmente a su prendimiento. Lo importante aquí, tanto para el autor como para el Caballero de la Triste Figura, y esto no es en absoluto ridículo, es que los delitos y las penas no se corresponden, no hay un justo ajuste entre delito y expiación. Y este es un concepto jurídico relevante: la proporcionalidad entre la falta y la pena.

Por otra parte, el asunto es que muchos de estos delincuentes van presos porque no tenían dinero para sobornar al juez. A través de estos delincuentes, Cervantes critica el sistema jurídico y a los empleados judiciales. Así, don Quijote tiene un criterio de lo que es justo y para él, los galeotes son llevados a cumplir penas injustas y exorbitantes para la clase de delitos que les imputan, por carecer de dinero para los sobornos. Hay que tener en cuenta que Cervantes no propicia el delito, sino que busca que la justicia se imponga también en el justo castigo. Y aquí don Quijote y Cervantes observan que es desproporcionado que por robar una mula se impongan penas superiores a 5 años en galeras.

(VI) El pícaro Ginés de Pasamonte y el autor del Quijote apócrifo

Uno de los galeotes liberados es Ginés de Pasamonte, cuyo nombre aparentemente lo toma Cervantes de uno de sus compañeros de Lepanto, llamado Gerónimo de Pasamonte, quien según Martín de Riquer habría sido el autor del Quijote de Alonso Fernández de Avellaneda. Hay indicios que pueden justificar esta opinión del cervantista español. Uno de ellos, como quedó señalado, es que Gerónimo de Pasamonte fue compañero de luchas de Cervantes en Lepanto y ambos fueron cautivos, según lo apunta Riquer, por los turcos, Pasamonte de 1575 a 1592 y Cervantes de 1575 a 1580.

Martín de Riquer encuentra una coincidencia que no puede pasar inadvertida (20). Gerónimo de Pasamonte escribía La vida de Gerónimo de Pasamonte y en el Capítulo XXII (Quijote I) el vagabundo Ginés de Pasamonte anuncia que escribiría su autobiografía, en tono picaresco. A esto se suma la circunstancia de que ambos, tanto Gerónimo como Ginés eran aragoneses. ¿Es que acaso Gerónimo de Pasamonte y Ginés de Pasamonte no son nombres que muestran analogía?

Este peligroso galeote liberado por don Quijote aparece nuevamente como gitano para robar el asno de Sancho Panza (I, Capítulo 23) porque “como siempre los malos son desagradecidos”. Y más adelante, vuelve a aparecer, pero como un titiritero dueño de un mono adivino (II, Capítulo 25), y ahora con el nombre de Maese Pedro. Este Ginés de Pasamonte marca una historia de pícaros dentro de la novela (21).

(VII) Los razonamientos deductivo e inductivo de don Quijote y Sancho Panza

Para los abogados es importante aprender del Quijote que el Caballero de la Triste Figura razona deductivamente, a partir de las reglas abstractas que tiene en sus códigos caballerescos; mientras que Sancho, al contrario, iletrado y sin prejuicios, razona inductivamente, a partir de lo que observa, y es quien llama la atención a su amo sobre sus errores a partir de su sentido común.

Cada vez que don Quijote quiere aplicar su sentido de justicia, lo hace a partir de los valores y reglas del código caballeresco. Así ocurrió en el caso del niño Andrés y del pícaro Ginés de Pasamonte.

Y esto es una reflexión para los abogados porque enseña que el razonamiento inductivo es más útil para razonar jurídicamente, porque es el que permite la interpretación a partir de los hechos.

(VIII) La quijotización de Sancho y la sanchificación de don Quijote

Según Salvador de Madariaga a lo largo de la novela se produce una mutación entre don Quijote y Sancho (22). Hay un proceso de contaminación de los dos personajes en el cual Sancho va adquiriendo rasgos de pensamiento ficcional y don Quijote comienza a ver la realidad tal como ella es. Es el proceso que permite explicar que el Caballero de la Triste Figura vivió loco, pero murió cuerdo.

(IX) Diferencias entre la primera y la segunda parte de Don Quijote

Las dos partes del Quijote tienen una diferencia de tono. La primera parte es anticlerical, con influencia renacentista, es mucho más abierta. La segunda parte muestra un tono más amargo, más doloroso y más barroco. Ahora don Quijote no es el mismo, pierde vigor y tiene una perspectiva más amarga de las cosas, y percibe la frustración en él mismo.

En la segunda parte, don Quijote se topa con unos personajes que habían leído la primera parte y como ya lo conocen, y saben de su desequilibrio mental, van a utilizar esa locura y construyen una ficción para entretenerse, a veces, de manera cruel. Por ejemplo, el bachiller Sansón Carrasco se disfraza de Caballero de los Espejos, de Caballero del Bosque, o al final, por revancha, de Caballero de la Blanca Luna. El otro ejemplo lo tenemos en el palacio de los duques, quienes convierten toda su corte en un gran teatro para divertirse a costa de don Quijote y Sancho (II, Capítulo XXX).

Esto se debe al ineludible desenlace de un personaje como Alonso Quijano en su proceso de evolución. También puede obedecer a la distancia de diez años que media entre la primera y segunda parte; y tal vez, también, a la burla que sufrió Cervantes con el Quijote de Avellaneda (23). Ahora bien, esta burla parece que la sufren tanto Cervantes como don Quijote, lo cual es efectivamente así, porque en el prólogo y en otros espacios, tanto los personajes como el autor se quejan dolidos por esta burla de Avellaneda.

(X) Conclusión

Si tuviéramos que señalar una cualidad capital para insistir en la necesaria lectura de esta obra, ella sería, como advierte Pedro Salinas, su homenaje a la libertad, pues el Quijote nos educa para vivir libres:

“La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad, así como por la honra se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres” (II, Capítulo 58).

Y es que la lectura del Quijote nos enseña que bajo el manto de la libertad “nos entendemos todos” (24).

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Notas

(1) “Estudio Preliminar a Miguel de Cervantes”. En: Don Quijote de la Mancha. Barcelona: Edición del Instituto Cervantes, dirigida por Francisco Rico, 1998, Vol I, p. XXXVII.

(2) Unamuno, Miguel de. “Sobre la lectura e interpretación del Quijote”. En: Obras completas. Madrid: Escelicer, 1966, T. I., p. 1230.

(3) Si bien de Cervantes se dice que es creador de la novela moderna, no podemos olvidar que se trata de la novela moderna, porque el género novela viene desde la antigüedad. En tiempos de Cervantes y muy anteriores, había novelas caballerescas, cortesanas, de aventuras, amorosas, pastoriles, etc. De las cuales era buen lector Cervantes. Por no hablar del gran género de las novelas picarescas cuyo Guzmán de Alfarache ya había sido publicado.

(4) Unamuno, Miguel de. “Sobre la lectura e interpretación del Quijote”. En: Obras Completas. Paisajes y ensayos. Madrid: Edit. Escelicer, 1966, T. I., p. 1233.

(5) Ibíd., p. 1232. Hay otras afirmaciones de Don Miguel que no pueden pasar inadvertidas. Así, por ejemplo, cuando dice que el Quijote gana más cuando es traducido a otros idiomas (Ibíd., p. 1233).

(6) Ídem.

(7) Ibíd., p. 1233.

(8) Castro, Américo. “El pensamiento de Cervantes”. En: obra reunida cit., p. 2, p. 340.

(9) Ibíd., p. 44.

(10) Ibíd., p. 291.

(11) Ídem.

(12) Cervantes, Miguel de. Don Quijote de la Mancha. Madrid: Edición del IV Centenario. Asociación de Academias de la Lengua Española, 2004, p. 9. Igualmente, en edición de Andrés Trapiello. Madrid: Ediciones Destino, 2015, p. 23. De ahora en adelanta citaré la edición de Andrés Trapiello.

(13) Bloom, Harold. El canon occidental. Barcelona: Anagrama, tr. Damián Alou, 1995, p. 142.

(14) Ibíd., p. 63.

(15) Cervantes, Miguel de. Quijote, I, Capítulo XXV, p. 224.

(16) Castro, Américo. “El pensamiento de Cervantes”. En: Obra reunida. Madrid, Editorial Trotta, 2002, Vol. I, p. 96. En esta obra, Castro, tal vez en respuesta a Unamuno, ve en Cervantes un pensador que trató en su obra todos los temas de su tiempo.

(17) Ibíd., p. 103.

(18) Parker, Alexander. “El concepto de verdad en el Quijote”. En: http://cvc.cervantes.es/literatura/quijote_antologia/parker.htm

(19) En: Prodavinci: https://prodavinci.com/el-desorden-de-cervantes/  [Disponible, 14.4.2018].

(20) De Riquer, Martín. “Cervantes, Pasamonte y Avellaneda”. Disponible en: https://cvc.cervantes.es/literatura/quijote_antologia/riquer.htm [Consulta: 15.4.2018]

(21) De Riquer, Martín. “Cervantes, Pasamonte y Avellaneda”. Disponible en: https://cvc.cervantes.es/literatura/quijote_antologia/riquer.htm [Consulta: 15.4.2018]

(22) Madariaga, Salvador. Guía del lector del Quijote. Madrid, Espasa-Calpe, 1978, Capítulos VII y VIII, p. 121-159.

(23) Cuando aparece el Quijote de Avellanda, Cervantes va por el capítulo 46 de la segunda parte; la aparición del apócrifo aumentó el tono triste de la segunda parte.

(24) Salinas, Pedro. Ob. cit., p. 64.

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