Por ADOLFO CASTAÑÓN
I
Esta casa autobiográfica tiene tres pisos y un sótano. Están conectados entre sí por pasadizos que los comunican; puertas, pasillos, escaleras y ventanas dan a la calle, a los otros mundos, lugares y países en que vivió el autor (Florencia, Caracas, Buenos Aires, México).
El sótano corresponde a los espacios del prólogo (“La escritura de un Diario”), edición, transcripción, anotación, investigación bibliográfica y hemerográfica hechas por Malva Flores, Milenka Flores y David Medina Portillo en tres volúmenes para la editorial Ariel en México, con fotografías de Paulina Lavista de Alejandro Rossi y de Ana Medina para Malva Flores. Los tres volúmenes incluyen seis cuadernos y suman 301 pp. para el Diario uno, 294 para el dos, y 243 para el Diario tres, lo cual da un total de 838 pp. e incluyen índices de nombres.
Lo primero que llama la atención es el hecho mismo de que el autor haya elegido esa forma —el Diario— y, dentro de ella, la construcción de una identidad lo más fiel posible a su pensamiento, su oralidad y sus experiencias privadas y públicas, académicas, políticas, familiares, íntimas, y desde luego a su literatura, tanto la escrita como la leída y absorbida en las conversaciones.
Jorge Luis Borges, José Bianco, Adolfo Bioy Casares, Octavio Paz, José Gaos, José Ortega y Gasset, Jaime García Terrés, Juan García Ponce, Julieta Campos, Salvador Elizondo, Álvaro Mutis, Gabriel Zaid, Enrique Krauze, Rafael Segovia, Luis y Juan Villoro son algunos de los nombres que pasan por este libro. A esos deben añadirse los de otros protagonistas de la ciudad civil y universitaria como Fernando Pérez Correa, Manuel Bartlett, Jorge Carpizo, Guillermo Soberón y muchos otros más. La UNAM, el Instituto de Investigaciones Filosóficas, el Fondo de Cultura Económica, El Colegio de México, Notimex, la Secretaría de Gobernación, las embajadas de España, Venezuela, ciertos restaurantes son algunos de los lugares en que se desarrolla la acción observada; la acción y las formas en que estas entidades funcionan.
El ejercicio de recreación o de salvación a que se entrega el autor tiene que ver con la vida cotidiana que rodea a sus letras, las dificultades para escribir y concentrarse. La idea fija que mueve al autor del Diario es la escritura, la literatura, la vida literaria, la república de las letras, para emplear una fórmula arrogante.
El Diario debe ser leído a la luz y a la sombra de la obra excepcional del autor. Su publicación ha de ser considerada como un acontecimiento no sólo en el ámbito de las letras mexicanas sino hispanoamericanas e hispánicas. Está dedicado “A mis hijos Luisa, Lorenzo, Ingrid y Esteban. Estas palabras solitarias que se encienden si ustedes las oyen”. Desde luego, no podría concebirse la existencia del texto sin la tutela de su esposa Olbeth Hansberg, a quien se debe la iniciativa final de esta edición. Su presencia es ubicua en el curso de los tres tomos.
Hay tres lecciones que se desprenden de sus páginas: las del amor y sus variedades filiales, familiares y sentimentales, la de la amistad y la voluntad de pensar en términos formales y lingüísticos el hecho literario tanto como los hechos políticos y civiles.
De ahí que el Diario deba ser visto como un laboratorio donde se exponen los procedimientos de la operación literaria, y como una mesa de operaciones, casi un quirófano donde se tocan las experiencias de la enfermedad y de la muerte, propia y ajena, por ejemplo, las de la madre o el padre del autor, para no hablar de la conciencia aguda del ser que se sabe condenado a morir. De ahí que no sólo deba ser leído en términos literarios. Tiene el Diario una carga ética que hace de cada letra y de cada entrada de su calendario vivido una lección. Ha de ser leído como un testamento.
Ser dignos de su herencia es la exigencia que impone su lectura. No puedo dejar de señalar que al leerlos me han estremecido.
El ejercicio de escribir un diario no ha sido ajeno a los escritores mexicanos desde Federico Gamboa hasta Salvador Elizondo.
II
No ha pasado mucho tiempo hasta ahora y ya se han publicado algunas reseñas y artículos sobre el Diario, para no mencionar la entrevista a Malva Flores sobre “Alejandro Rossi: Seis diarios que exploran su universo intelectual y personal” de Yanet Aguilar Sosa (El Universal, Cultura, sábado 6 de abril de 2024, p. A24). “La espuma de la vida” de Pablo Sol Mora (Letras Libres, No. 304, Año XXVI, México, 1 de abril de 2024), “Los Diarios de Alejandro Rossi” de Carlos Ávila Villamar (Erial, abril 5, 2024), “Diarios de Rossi” de Jesús Silva-Herzog Márquez (“Andar y Ver”, Reforma, 17 de abril de 2024) y “Los Diarios de Alejandro Rossi” de Ángel Gilberto Adame (El Universal, A24, Cultura, 27 de abril de 2024). A continuación entresaco algunos subrayados de los autores citados, para dar idea de la variedad de posibilidades de lectura que han suscitado estos diarios:
Malva Flores:
“Él no piensa que van a ser públicos sino hasta mediados de 1986, más o menos, tiempo en el que empieza a pensar en la posibilidad de que sus diarios se publiquen, de modo que de 1973 al 86, él escribe sin ninguna autocensura, y creo que después tampoco, pero de pronto dice “sí, sí quiero que estos diarios se publiquen”, particularmente cuando le avisan que tiene cáncer, él considera que sus diarios deben ser publicados y deja más o menos un testamento intelectual de qué hacer con sus obras y también escribe que él piensa que quien debía hacer la edición de sus diarios era Adolfo Castañón. Adolfo Castañón estuvo cerca de esta edición con nosotros todo el tiempo, de modo que se cumplió un poco, quizá, el deseo de Rossi”.
Pablo Sol Mora:
Rossi era un agudo observador de personas y un gran retratista. Una de las cosas más memorables de esta obra son precisamente los retratos que hace, la manera en que en unas cuantas frases delinea una personalidad […].
Rossi tenía una capacidad diabólica para hacer retratos inmisericordes, utilizando con precisión quirúrgica el recurso de la animalización: “una perrita pequinesa a quien hicieron creer que era escritora”, “mezcla de buey y foca”, “la viborita acostumbrada”, “la trucha sensual”, etc.
Carlos Ávila Villamar:
Los diarios están repletos de imágenes inolvidables, estampas en las que el significado se insinúa, pero no se anuda. La anciana que observa el mar. La ballena en la playa que iguala a los habitantes en una fascinación común. Y de escenas poderosas y solitarias. […] Curiosidad por los objetos y los entornos, minerales del tiempo. […] El ser humano está perdido en esa tierra de nadie en la que hablan el mundo y el inconsciente, sin que nadie le traduzca. […]
La intuición de la muerte recorre los Diarios (en particular el tercer volumen: se registran, consecutivas, las muertes de ídolos insustituibles, las de varios amigos, las de ambos padres, y Rossi especula sobre su propio fin, que por un instante llega a parecer médicamente inminente).
Jesús Silva-Herzog Márquez:
El filósofo dibuja a los amigos a los que lee, con quienes conversa y con quienes discute rehaciendo en cada encuentro su perfil. La imagen de los colegas con los que comparte la vida no queda fija de una vez y para siempre en una estampa. Se va coloreando, modificando, corrigiendo a través de los años. Unas veces la comida con alguien encuentra una chispa maravillosa en la conversación, el vino, los calamares. Otras veces divaga opacamente sin llegar a encender nada. […]
La relación con Paz que aparece en las páginas es fascinante. El poeta alienta a Rossi, saluda cada uno de sus textos, lo llama a seguir escribiendo, le da noticias sobre los comentarios que su obra recibe en otros países. Al mismo tiempo, le irrita su trato que muchas veces percibe abusivo y distante. Sus diferencias políticas se traslucen. No hay nadie en estos diarios que aparezca con tanta frecuencia como ese Paz que es muchos personajes: el poeta, el ensayista, el ideólogo, el editor, el mandarín.
Ángel Gilberto Adame:
Alejandro Rossi, acaso uno de nuestros mejores prosistas del siglo pasado, destacó por su capacidad para abordar temas como la identidad, la memoria y la búsqueda de sentido en un mundo en constante cambio. Un hijo rebelde de la academia que se convirtió, lejos de la torre de marfil, en una figura paradigmática, conocido por una personalidad difícil entremezclada con un claro genio. […]
Estos diarios no deben pensarse sólo para el público más conocedor, aunque tiene muchos elementos de interés para los estudiosos de la vida y del contexto de esta época en la cultura mexicana. Cualquier lector curioso encontrará más de una anécdota sobre otros grandes sucesos como “El halconazo”, o la huelga del STUNAM de 1977, acontecimientos aderezados por la rica y conflictiva voz de Alejandro Rossi.
III
Hago este primer recuento para ordenar una futura relectura de este fascinante documento literario, crítico y político.
El apunte inicial del “Cuaderno uno (1973-1977)” del Diario de Alejandro Rossi abre con estas consideraciones:
Voy a tratar de escribir este diario con la máxima frecuencia posible. Sin un plan prefijado. Esto es, no dedicándolo a recoger algún tema en particular. Lo que venga y como venga. Con reticencias o con sinceridad; no puedo condicionarlo a un estado de ánimo privilegiado. Igualmente mías son mis mentiras y ocultamientos que mis deseos de ver los errores cara a cara. Comienzo a redactarlo casi al mes de mi llegada a México desde Roma. En un momento en que me siento muy solo y también muy desconcertado. Estoy tratando de iniciar otras actividades intelectuales, literatura, por un lado, y por el otro todavía no lo sé… No tengo ganas de dar clases de filosofía, y menos aún redactar artículos solitarios. Quiero convencerme de que se ha cerrado un periodo de mi vida, que la labor mía en el Instituto* ha concluido (p. 31).
El 15 de diciembre de 1967 se aprobó la modificación que llevaría a la transformación del Centro de Estudios Filosóficos de la Facultad de Filosofía y Letras, fundado en 1940 por Eduardo García Maynez, en el actual Instituto de Investigaciones Filosóficas, del que sería director Fernando Salmerón, entre 1966 y 1978. El Secretario Académico del Instituto entre 1966 y 1971 sería Alejandro Rossi. Él junto con Salmerón y Luis Villoro fundarían en 1967 Crítica. Revista Hispanoamericana de Filosofía, de cuyo Comité de Dirección formarían parte.
El inicio del Diario deja claro que con su escritura se cierra un ciclo, el de la filosofía, y que se abre otro… el de la literatura. En esa primera entrada se ofrece una descripción de México y en particular de la asistencia de él y su amigo Luis Villoro a un partido de fútbol México contra Argentina. Destacan en los apuntes los claroscuros y contrastes de la visión de un túnel en que se mueven “figuras groseras” y “vendedores de pepitas harapientos”, lo hace pensar en la “técnica de Paolo Uccello”.El contraste entre la miseria de los asistentes al estadio y el lujo de los palcos privados le da una sensación de “irrealidad”. “Una dentadura fosforescente alrededor de una carne cruda, vieja, oscura, medio podrida” (p. 32). La mención del pintor florentino Paolo Uccello (1397-1475) es un guiño a las raíces de sus antepasados en Italia y, para decirlo con un giro suyo, una muestra de sus “cartas credenciales”.
IV
El mundo del mando fascinaba a Alejandro Rossi Guerrero, descendiente del general José Antonio Páez, uno de los prohombres de la Independencia de Venezuela, condecorado por Simón Bolívar y tres veces presidente de Venezuela. Alejandro se nacionalizó muy tarde como mexicano y llevaba en su cartera un billete venezolano con la efigie de ese prócer venezolano. No es casual que, al hablar en el Diario de su amigo el filósofo del derecho Ernesto Garzón Valdés (1927-2023), diga que este “Representa un tipo de hispanoamericano que me agrada muchísimo y con el que me entiendo a las mil maravillas: burguesía patricia, intelectual, hábitos y costumbres lujosas sin amor al dinero, generosidad, internacionalismo y lo que indiqué antes una cierta desesperanza, autoinmolación. Borges cuando se describía como un poeta en un pobre arrabal sudamericano”, Diario I, p. 37. Esa atracción por la esfera política y por el mundo del mando encontrará en Fernando Pérez Correa (1942), filósofo y politólogo en la UNAM y egresado de la Universidad de Lovaina donde se doctoró, un interlocutor privilegiado, pues con él podía conversar tanto de la universidad y de su organización como de la vida política misma, pues fue subsecretario con Manuel Bartlett. Ambos aparecen con frecuencia en el Diario.
A Alejandro Rosssi le interesaba la política como teoría pero también como práctica y confabulación. No extraño que una de las distracciones que apartan a Rossi momentáneamente de la obsesión por la literatura sea la organización y dirección de la DGPA de la UNAM —especie de mini Conacyt universitario—, que es una de sus creaciones, y que habla de su talento como político o, si se quiere, como organizador. Rossi no estaba en la luna ni andaba por las nubes, como muestran no pocas páginas de su Diario, donde se le ve nadar cómodamente en lo que llamo “el mundo del mando”. Alejandro no sólo era un lector y admirador de Maquiavelo, sino que podría decirse, y acaso él mismo lo admitiría, que era un “consejero de príncipes y un príncipe de los consejeros”, para retomar la fórmula del renacentista español Fadrique Furio Ceriol. No extraña, por lo mismo, que haya sido tan amigo de Rafael Segovia.
V
Una de las cosas que no he subrayado lo suficiente tiene que ver con el valor, con la valentía de la escritura de esos apuntes en los que el escritor se pesa y sopesa poniendo al desnudo sus debilidades y fragilidades. La honradez de Alejandro para enunciar su fragilidad es acaso una de las notas más conmovedoras de esa escritura tensa, atenta a no perder el hilo de la lucidez. La otra nota que tal vez quisiera resaltar tiene que ver no tanto con los contrastes de sus relaciones externas sino con la forma en que va esbozando sus proyectos de escritura. Está, desde luego, el tema de la amistad y de la fidelidad a un ethos de las constelaciones sociales y amistosas que se refleja en la continuidad con que procura a tres o cuatro o cinco grupos de personas en quienes reconoce las diversas facetas de su personalidad plural… De ahí que piense que el sol de la amistad sea a mis ojos uno de los valores de este documento incomparable y nada habitual en nuestro medio.
VI
Alejandro Rossi emplea de vez en cuando la voz “patricio”. No es accidental. Alejandro Rossi Guerrero sabía que era descendiente del General José Antonio Páez, uno de los padres fundadores de Venezuela. Recuerdo con cuánta emoción recibió la noticia de que el diario del general Paéz se encontraba en la Biblioteca de Benito Juárez, según le dije luego de una visita al recinto de Homenaje a Juárez en el Palacio Nacional de la ciudad de México. Esa misma emoción histórica, en el sentido más radical y entrañable de la palabra, lo hacía leer con otros ojos a Jorge Luis Borges y al mismo Alfonso Reyes.
Alejandro conoció a Manuel Barttlett, entonces Secretario de Gobernación. Conociendo a Alejandro, no es nada improbable que le haya preguntado si era hijo del gobernador del mismo nombre. Alguna vez, creo recordar que tocamos en nuestras conversaciones el tema inqueitante de la teoria de las generaciones, la endogamia y la teoría nietzscheana del Eterno Retorno.
VII
Una de las cosas que debe tener presente el lector del Diario es su intermitencia. El autor interrumpe, pausa, suspende, sus apuntes durante días y aun meses. Eso no merma la unidad ni la intensidad de su escritura. El autorretrato que se va perfilando del autor no es menos solvente. Una de las cosas que llaman la atención del lector es el papel que juegan las viejas y nuevas amistades. La amistad cobra, a su sentir, una dimensión ética y aun política. “La verdad es que soy un entusiasta de mis viejos amigos”, p. 99.
Ese entusiasmo cobra mayor vigencia en el horizonte de esa experiencia de la persona que cierra un periodo de su vida como profesor de filosofía y decide iniciar un nuevo ciclo y recomenzar como escritor, reformar hábitos y usos intelectuales e iniciar una nueva etapa entregada a la escritura y a la creación de una obra literaria. Esa obra, empezando por Manual del distraído y cada uno de los textos que la componen, será la materia prima del Diario.
Los textos de este libro en particular se presentarán como borradores, como si los “cuadernos” del Diario fueran una cantera. También ahí se analizan y detallan antes y después de escritos y publicados. Algún día convendría hacer una edición anotada de, por ejemplo, Manual del distraído cotejando lo expresado en cada una de esas fuentes.
La biografía literaria del propio Alejandro Rossi tendrá que tener en cuenta, a la larga, los proyectos y esbozos que el autor deja asentados en este taller que es, a la vez, bitácora, agenda, minuta y crónica mundana.
Para Rossi, el orden mundano es, como en Marcel Proust, un cosmos nunca ajeno a la literatura. De la asistencia a reuniones, convivios, estrenos, comidas, cenas, brindis, el espectador comprometido con su calidad de testigo de lo indecible e invisible sacará la materia prima de su trabajo. La diversión cobra a través del Diario un segundo grado y pasa a ser materia de un ejercicio superior, cercano a la historia. Rossi es un historiador de los usos y costumbres de unas constelaciones sociales particulares, y deja constancia de sus ceremonias y rituales. Siempre, sin olvidar que el verdadero centro de todo es la creación literaria, la escritura cuyos procesos y movimientos registra y documenta.
VIII
Rossi concebía el Diario como un espacio de absoluta libertad que se daba al filo de la enfermedad y de la muerte. En la entrada del 22 de octubre de 1976 se lee:
En estos días otra vez los presentimientos de muerte o, mejor dicho, en presencia de la muerte, la sensación de comprender qué es morir. Quiero decir: la ley que derrama sobre las acciones cotidianas. La vida diaria vista desde su horizonte. Digan lo que digan, son los momentos en que la realidad se hace más verdadera, más proporcionada, en que se desnudan las idioteces, en que las cosas (todo) aparece en su justa medida. Siento el proceso de la vejez como una continua disminución. Cada día un poco menos. (p. 124)
Esa conciencia campeará a lo largo del Diario y pondrá en perspectiva mucho de lo escrito. Se agudizará, desde luego, cuando le anuncien a Rossi que tiene cáncer.
IX
La publicación de los Diarios de Alejandro Rossi en tres tomos aviva en el lector la conciencia de que desde hace algunos años el Manual del distraído no se encuentra disponible. Habría que pensar en una reedición para que sus cuerdas se beneficiaran de la plataforma de lanzamiento que es esta caja de resonancia.
X
Recapitulo: Alejandro Rossi estuvo trabajando entre 1966 y 1971 como Secretario del Instituto de Investigaciones Filosóficas (IIF) y como animador principal de la revista Crítica. Poco a poco ese trabajo lo fue desgastando. En términos externos su salida del IIF se resuelve con el trabajo que le encarga Fernando Pérez Correa para la organización de la Dirección General de Asuntos de Personal Académico. En 1968 publica Lenguaje y filosofía, en 1972 regresa de Italia y da inicio al primer Cuaderno, cuyo apunte inicial corresponde al 7 de febrero de 1973. La escritura del Diario se da como una ruptura con la vida del investigador y profesor de filosofía y, según él, como el inicio de una nueva aventura vital que será para él la experiencia literaria. La experiencia en el Instituto fue para él desgastante:
Cada vez es más obvio que mi contribución en ese campo ya terminó. Por el momento, es menos. Creo que hice bastante e influí en forma definitiva para cambiar muchas cosas, en el Instituto y en la Facultad. Cambié malos juegos hechos y establecí nuevas reglas y nuevos tonos. Formé gente, rehice hasta la biblioteca, lancé Crítica y propuse un nuevo estilo de escritos filosóficos. Todo esto, claro está, en el ámbito mexicano. Esa etapa, que también incluía una manera distinta de enseñar filosofía, concluyó. –Recordar lo que decía Orwell: la sociedad obliga a continuar ejerciendo profesiones que ya no nos interesan: un hombre quizá pueda escribir tres buenos libros, entre los 30 y los 45 años. Luego puede volverse una actividad mecánica para ganarse la vida. Había que pasar a otra cosa. Es lo que estoy tratando de hacer con tantos esfuerzos. (p. 81)
La ruptura se da como un intento de evadir la rutina ciega. La aventura es también de índole política y vital. La experiencia literaria es un experimento en el sentido más arriesgado de la palabra: un ensayo.