Por MARINA AYALA
El hombre moderno se llenó de miedos. No es que anteriormente no se tuviera esta emoción, podríamos decir que el miedo es instintivo y lo sentimos desde que nacemos. El miedo nos alerta ante un posible peligro y nos conmina a buscar medios que nos protejan. Con tal fin fuimos desarrollando una infraestructura en el hábitat acorde a la seguridad requerida y diseñada por el miedo. Estamos vigilados por organismos dedicados a la seguridad ciudadana que se sirven de una tecnología sofisticada para el control del delito. Sin embargo aumenta el delito y las fechorías atraviesan todo el espectro social. El ser humano no se calma, por el contrario sus miedos aumentan a la par que aumentan las amenazas. A pesar del esfuerzo invertido a través de siglos de historia por mejorar las condiciones de la vida humana estamos lejos de un estar distendido.
No ha sido posible hacer del mundo un sitio acogedor para la vida y desarrollo del ser humano y los horrores los estamos padeciendo cada vez con mayor crudeza. El desempleo, la carestía de los bienes deseados, las migraciones, las hambrunas, la destrucción del medio ambiente y un largo etcétera de calamidades cubren y ensombrecen un bienestar cada vez más lejano. En esta oscuridad de las cavernas, a la que parece regresamos (Corina Yoris) se pierden las democracias y con ellas todas las conquistas que por largos años de luchas se alcanzaron. Con las democracias se pierden las libertades, los derechos y los deberes que nos permitieron una convivencia armoniosa y un desarrollo individual. En este estado de volatilidad en el que nada permanece el ser humano se perdió en emociones alteradas a las que no se les prestó especial atención. Kemper considera esta falta de atención consecuencia del positivismo e introduce a partir de los años ochenta a las emociones como un aspecto esencial para entender qué tipo de sociedad se está conformando.
Zygmunt Bauman describió nuestro malestar como una etapa de “mediocridad moral” junto con un orgullo por una “racionalidad moderna” ya no hay pasión por mantener los principios ni hacer valer la palabra. No se quiere asumir responsabilidades ni tomar decisiones, el destino individual se ha dejado en manos del Estado. “El divorcio entre la política centrada en el Estado y existencia moral de los ciudadanos, o de manera más general, entre socialización institucional manejada por el Estado y sociabilidad comunitaria, parece muy lejano y quizás irreversible”. A este conjunto de características de unas sociedades extraviadas Bauman las denominó “Sociedad líquida”. “La sociedad moderna líquida es aquella en que las condiciones de actuación de sus miembros cambian antes de que las formas de actuar se consoliden en unos hábitos y en una rutinas determinadas”.
El mundo está cambiando, lo que conocimos está desapareciendo y lo que vendrá está todavía muy difuso. Aparecieron los autoritarismos nuevamente, los atropellos, las manos fuertes, los gritos de mando y las botas militares. Las poblaciones aterradas voltearon a coquetear con un ser fuerte (un Padre de la Horda) a quien dirigieron sus demandas de protección. Pero no podríamos afirmar que este es el mundo que terminará por fortalecerse y afianzarse, pareciera ser solo un momento —largo porque así es la historia— cuyo destino es el fracaso. Para ello las representaciones y simbologías circulantes tendrán que cambiar del lugar excluyente donde se las ha ubicado. El ser moderno se llenó de miedos y también despreció el lenguaje. Con usar eufemismo creyó vencer lo real que quedó impertérrito.
Desde que el padre de la Modernidad, René Descartes, nos cuestionó el acceso a la realidad estamos solos con la certeza de nuestra existencia para construir y entender el entorno. Muchos de los miedos que padecemos son inducidos y las representaciones que de ellos nos hacemos alimentados por intereses ajenos y ocultos. La libertad da miedo ya lo decía Erik Fromm en su muy comentado libro El miedo a la libertad y también nos advertía del peligro de las tendencias políticas irracionales que niegan la libertad. Se inculcan las falsas conciencias, la inadecuación entre realidad y su interpretación y se facilita la penetración de las ideologías. Sándor Márai en su extraordinario libro Tierra, tierra describe como el totalitarismo se apropia de nuestra alma y cuando temió estar perdiendo su esencia decidió emigrar. Apenas había dado unos pasos hacia la libertad sintió miedo “Comprendí que era libre y empecé a sentir miedo”.
Despedida de una cultura
El sistema que habíamos construido y que por un tiempo se concibió como un modelo ideal de sociedad, comenzó a hacer agua. Requerían las democracias la participación activa y comprometida de cada uno de los individuos integrantes de estas comunidades. Había que acoger con responsabilidad las normas de convivencia y asumir la tarea del desarrollo personal. Los ciudadanos se fastidiaron de los deberes y solo querían los derechos sin ellos mismos observar lo que les correspondían para con los otros. Se creyeron con el derecho de protestar destruyendo, y por último se sirvieron de los medios democráticos para hacerse de un poder y ejercerlo de forma despótica y fuera de la ley. No son políticos o por lo menos no son los políticos llamados a evitar la guerra a través de la negociación. Quieren poder y dinero, para obtenerlo seducen y luego utilizan las fuerza bruta, someten y maltratan. Son psicópatas y por lo tanto sin límites ni contemplaciones. Expresiones de un mundo perdido sin rumbo ni ataduras simbólicas (ética), sin un discurso común.
No fuimos capaces de aceptar nuestro malestar, no entendimos que el ser humano se hace no se nace. Quedamos instalados en tiempos infantiles creyéndonos merecedores de ser satisfechos inmediatamente en nuestros deseos o más bien antojos. Pensando que la felicidad se compra en las tiendas y creyendo que siempre debe haber un otro que nos proteja. De forma fácil y como se botan los corotos viejos fuimos rompiendo vínculos esenciales y quedamos solos en un mundo muy incierto. Lo que se manifiesta es un goce desbordado y un deseo que se vuelve impenetrable, en realidad ¿qué es lo que ese Otro quiere de mí? Sándor Márai se contestó “quieren mi alma” despojar al ser humano de toda particularidad, abolir su carácter, sus deseos, su lugar de desempeño.
La arrogancia que despertó el desarrollo científico y tecnológico, la economía pujante y la satisfacción de los deseos sin mucho esfuerzo por gran parte de la población mundial no permitió observar la pobreza y calamidades que sufrían otros. Se fue gestando rabia, envidia y resentimiento dentro de nuestras propias comunidades, pero estábamos muy divertidos como para prestarle atención. Una fiesta constante que terminó en tragedia, huyendo del malestar lo encontramos repotenciado. Pero de nada nos sirve mantenernos en la queja hay que sentarse, aislarse nuevamente a pensar y presentar un nuevo relato para nuestro mundo por venir. Un relato global para volver a enderezar la economía, el control de enfermedades, el combate al terrorismo, la destrucción del medio ambiente. No hay que desestimar la estupidez humana, en realidad no tenemos motivos razonables para hacerlo.
Yuval Noah Harari advierte de un peligro en cierne, los seres humanos podemos ser arrojados a un nivel irrelevante, tragados por maquinarias de poder y por economías regidas por las leyes propias de los algoritmos que decidirán gustos y tendencias. “Los algoritmos de macrodatos pueden crear dictaduras digitales en la que todo el poder esté concentrado en las manos de una élite minúscula al tiempo que la mayor parte de la gente padezca no ya la explotación, sino algo muchísimo peor: irrelevancia”
Estamos en un claro retroceso después de haber pasado largo tiempo de estancamiento. El talante predominante de las autoridades actuales es autoritario. Las medidas extraordinarias que los diferentes países tuvieron que asumir por la pandemia pusieron de relieve la tendencia déspota que se viene asumiendo. Se aprovechó para alterar el orden constitucional y suprimir la división de poderes que toda democracia debe observar y respetar. Fue la constante preocupación y advertencia que venía haciendo el destacado politólogo argentino Guillermo O’Donnell:
“El nacimiento de un rico tejido social de instituciones y de patrones de autoridad democrática (o por lo menos no despóticos ni arcaicos) es ayudado por la vigencia de las libertades y garantías típicas de la democracia política; por otro lado, la consolidación de esta última recibe enorme ayuda de la expansión progresiva (aunque no necesariamente lineal) de aquel tejido. Ésta es una de las razones por las cuales el camino que tenemos ante nosotros es largo y complicado y está sujeto a peligrosos estancamientos y eventuales retrocesos. Pero también nos demuestra que la única manera de avanzar en el proceso de construcción democrática es practicando la democracia en el terreno político y —por lo menos— combatiendo en todos los lugares de la sociedad los patrones despóticos de autoridad”.
Un talante, un discurso
Todo sistema social que adoptemos está estructurado como un lenguaje. Un mismo idioma que por voluntad propia consentimos en hablar y respetar. Respetar sus normas gramaticales, los tiempos de los verbos y la organización de sus frases. Escribimos de esta forma un discurso que entendemos y en el que se supone creemos. Discurso por el que circulan los valores y por el cual cobran sentido, se les dota de referentes. Esos referentes cobran vida en una realidad, se ven realizados en la forma específica de cómo vivimos, no pueden perderse en palabras vacías si queremos que rijan nuestra vida en común. Hannah Arendt llamó a esta operatividad coherencia entre lo que pensamos y como actuamos y por lo cual sentimos pertenecer con su alta carga de emotividad.
¿De qué sirve, por ejemplo, enarbolar banderas y vociferar por la libertad y la justicia sino las defendemos o a la ignoramos en los hechos cotidianos? Esto fue lo que sucedió y por lo cual se están perdiendo las democracias. Muy lindo discurso que quedó escondido en un cajón porque los ciudadanos no se comportaron como tales. En nombre de la libertad y la igualdad salieron a tirar piedras y a quemar autobuses, a irrespetar la propiedad de todos, para luego encerrarse aterrados.
Para Ricoeur no puede haber historia sin el pathos humano, una forma de narrar que debería reflejarse de forma singular en el lector. Es la historia y su narración la que otorga sentido a nuestras organizaciones y valores, es el lugar para la intersubjetividad, por la que podemos hablar con propiedad de humanidad. Desde la objetividad que revelan los hechos es que podemos hablar de existencia y opinar, de resto es pura y absoluta emotividad. Acordamos desde Kant que los constructos como libertad, justicia no tienen referentes objetivos, su referencia se basa únicamente en un discurso que se sostiene y en los actos humanos que le confieren existencia. Según Gramsci el objetivo de la política es lograr que un discurso particular se convierta en discurso general en una sociedad. Se pretendió en la Modernidad que el discurso coherente acordado se lograra con proyectos racionales, y propuestas posibles a seguir. Al abandonarse la racionalidad se vació el discurso de todo contenido.
Ese discurso hegemónico es el que debe nuevamente acordarse para poder rechazar todo otro discurso que se le oponga. En palabras de Alfredo Vallota “en otras palabras, establecer el discurso de nosotros contra el discurso de ellos, pero ni nosotros ni ellos tienen contenido preexistente sino que se apoya en la palabra hegemónica”. Tal como lo vemos en la práctica psicoanalítica la realidad puede ser modificada desde el despliegue de significantes pero debe reflejarse en una realidad ontológica para poder hablar de un verdadero cambio. Una realidad por lo demás que deje atrás la mortificación pulsional. Encontrar una nueva manera de vivir y nuevos referentes a los que estemos sujetos. Quizás sea la tarea que esta Torre de Babel nos está demandando.
No hay Metalenguaje afirmaba Lacan. No hay relato último que sea inalterable, nunca se llega a un fin, lo logramos y a descansar. No hay finales en los cuentos que nos contamos siempre se puede regresar a lo que creíamos se había quedado atrás para siempre. Una vez que acordemos nuestro nuevo relato debemos estar atentos y defenderlo, el enemigo siempre está al acecho y no descansa, allí tenemos al comunismo y el fascismo resurgiendo de sus cenizas.
Se equivocó Fukuyama cuando así lo creyó y predijo el fin de la historia en 1989 con el desmoronamiento de los regímenes de Europa Oriental.
En la historia humana nunca se escribe el último párrafo.