Por MIGUEL ALBUJAS DORTA
En tiempos de penuria filosófica, volver a Platón es como volver no sólo al principio de todo, sino a la clara fuente de la filosofía, la que encierra la belleza de la forma con el vértigo de los problemas. Y lo mejor: no atender tanto a las posibles respuestas, sino a la atracción de las interrogantes. Contra lo que puedan pensar progresistas y sistemáticos, los auténticos problemas filosóficos ni siquiera se disuelven: reaparecen, vuelven a plantearse. La de Platón, hasta ahora, ha sido la mejor forma de hacerlo.
Juan Nuño (1).
Notas previas
Los tiempos que vivimos son tiempos de penurias, no solo en el ámbito de la filosofía. Por eso, siguiendo la recomendación de Juan Nuño, debemos regresar en este momento a Platón, a sus enseñanzas, a su verbo erudito, a su sabiduría infinita que ilumina el camino correcto de Occidente y, por tanto, del mundo. Señalaba de forma insistente el gran matemático Alfred North Whitehead que: Toda la filosofía occidental es una serie de notas a pie de página de la filosofía platónica. Esta afirmación de Whitehead no es un aforismo exagerado, volver a Platón es siempre regresar al origen, es volver a la génesis de Occidente, al inicio de una forma de pensamiento que ya tiene 24 siglos de una historia exitosa que terminó proyectándose sobre el mundo de forma hegemónica.
La insistencia de Nuño sobre regresar a Platón en época de crisis cobra sentido en la actualidad en tanto nos resulta útil desde una doble perspectiva, por un lado la necesidad de revisar la obra filosófica de Nuño en atención al pensamiento clásico y, por el otro, nos ayuda a comprender la terrible circunstancia venezolana más allá de la pandemia. Nuño escribe su tesis doctoral sobre Platón, rindiendo un merecido homenaje al filósofo griego, asunto necesario para cualquier lector que quiera comprender el pensamiento de Occidente, de su cultura y de su propia vida.
Juan Nuño siempre supo lo importante que es trabajar al gran maestro, al padre del pensamiento occidental, al filósofo de los filósofos. Cuántos trabajos se han escrito, cuántas obras importantes sobre Platón hemos tenido en estos veinticuatro siglos de historia. Aun así, Nuño se arriesgó a producir una tesis y otros escritos sobre Platón. El resultado fue extraordinario, muchas ideas originales saltaron a la vista y sobre eso haremos algunos comentarios. Sin embargo, antes queremos precisar algunos elementos históricos de nuestra experiencia con la filosofía y con el querido profesor Juan Nuño.
Nuestro acercamiento a la filosofía ocurrió en la famosa Década perdida, la cual trajo grandes cambios en términos económicos y políticos para toda la América Latina y, especialmente, para nuestro país. En general, el balance de ese proceso fue negativo, aun a pesar del cambio radical de la política exterior norteamericana que combatió a las terribles dictaduras latinoamericanas para encaminar esos países hacia procesos democráticos con cierta permanencia y estabilidad. El Nuevo Orden Económico realizado por Margareth Thatcher y Ronald Reagan, con el apoyo incondicional de Juan Pablo II, aunque logró encausar al planeta hacia grandes cambios positivos en las estructuras de poder, en el caso venezolano el resultado no fue feliz, ya que ese proceso debilitó mucho más a nuestras ya débiles instituciones que no lograron consolidar el funcionamiento óptimo del Estado. Ese debilitamiento institucional abarcó diversas estructuras que iniciaron un progresivo deterioro, a veces lento y en otras, acelerado, pero siempre constante.
La educación superior fue una de las áreas que sufrió significativamente. Nuestras universidades comenzaron a sentir en carne propia la magnitud del deterioro económico y político, con lo cual se inició un proceso de desmoronamiento de la institucionalidad universitaria, tanto en el país como dentro de la Universidad Central de Venezuela, universidad que llegó al colapso definitivo con la actual gestión rectoral. Aunque el declive ocurrió en todas las áreas vitales de la república, en las universidades fue mucho más lento y menos radical que en otras instituciones, por lo menos al inicio de este proceso.
Como en todo decurso histórico, son diversas las causas por las cuales el declive de la calidad de nuestras universidades públicas aminoró su proceso degenerativo. En el presente escrito, solo nos vamos a referir a una, localizada en la Universidad Central de Venezuela, específicamente en la Escuela y en el Instituto de Filosofía, aunque este argumento pueda extenderse con toda seguridad al resto de la Universidad Central de Venezuela, así como también a las otras universidades autónomas.
Si el lector lo permite, este análisis inicial se enfoca en la metodología arendtiana de la “visita”, que en este caso se acompaña de la experiencia histórica y subjetiva de quien escribe. No pretendemos realizar un proceso epistemológico complejo apegado a una investigación rigurosa, simplemente queremos mostrar el escenario en el cual conocimos al Prof. Juan Nuño con la finalidad de ilustrar cómo era percibido por sus pares. Esta parte preliminar del escrito consiste en reconstruir una narrativa informativa, anecdótica, sobre asuntos de la historia académica en nuestra Escuela e Instituto de Filosofía, en atención a una pequeña parte de la vida académica de Juan Nuño.
En los inicios de la década de los años ochenta la Escuela y el Instituto de Filosofía todavía vivían una época de esplendor intelectual, muchos de sus grandes profesores, aunque jubilados en número importante, seguían activos dando clases, solos o con sus respectivos epígonos formados para tal fin. En ese período destacan grandes nombres: Juan Nuño, Francisco Bravo, Federico Riu, Hugo Calello, José Rafael Núñez Tenorio, Otto Maduro, León Rozitchner, José “Pepe” Jara García, Eduardo Vázquez, Giulio Pagallo, Eduardo Piacenza, Juan Negrete, Ludovico Silva, Carlos Kohn, Ernesto Battistella, Benjamín Sánchez, Jorge Nicolick, Piero Lo Monaco, Judith Kristoffi y Fernando Rodríguez, entre una larga lista. Algunos eran venezolanos, otros pertenecían a la llamada Legión Extranjera, pero todos profundamente comprometidos con la Universidad, con la filosofía y con Venezuela.
La riqueza del conflicto entre estos destacados profesores se desarrollaba en medio de actitudes cuasi religiosas, en el sentido de Benedetto Croce, acerca de las diversas exégesis de los pensadores clásicos. Fueron famosas las rupturas teóricas y personales entre Vázquez y Pagallo, entre el marxismo althusseriano de Nuñez Tenorio, el marxismo gramsciano de Hugo Calello, el marxismo psicoanalítico de Rozitchner o el marxismo “sociologizado” de Otto Maduro. Igualmente destacaba la pugna entre la crítica demoledora a la concepción religiosa del marxismo, publicada por Juan Nuño, contra un seguidor de Marx de cierta ortodoxia como Ludovico Silva, quien aguantó los atinados comentarios de Nuño y, al mismo tiempo, la rigurosa crítica de Riu por una interpretación muy cercana a un texto de G. Bedeschi. A la par, existían discípulos y etiquetas, reproduciendo al calco las disputas de sus maestros, pero sin tanta profundidad aunque mostrando mucho talento para el futuro. Estas diferencias teóricas alimentaron la separación entre la Escuela y el Instituto.
En esa época, la “taxonomía” filosófica hacía estragos. Los “filósofos de la ciencia” no discutían las “barbaridades metafísicas” de los hegelianos, los marxistas no toleraban las rigideces del positivismo lógico, poco flexible e improductivo para el análisis social, el Kant de Riu no permitía ligerezas, los anarquistas se replegaban a sus espacios protegidos por Pedro Duno, los nietzscheanos en lo suyo y los sartreanos igual. Empiristas, racionalistas, aristotélicos, lógicos, platonistas, medievalistas y psicoanalistas, todo en el mismo saco del conflicto. Se reproducían localmente las pugnas entre grandes filósofos: K. Marx, K. Popper, L. Wittgenstein, R. Carnap, A. Kojève, A. Gramsci, G.W.F. Hegel, N. Hartmann, M. Foucault, Kant, M. Weber, F. Nietzsche, D. McLellan, L. Strauss, D. Ross, G. Ryle y hasta el denominado “Triángulo de las Bermudas”, como se le identificaba, compuesto por la trilogía italiana: Croce, Labriola, Gentile, entre muchos otros.
En ese escenario de discusión y conflicto en nuestras aulas, aunque también fuera de ellas, se desarrolló un espacio de confrontaciones teóricas entre grandes intelectuales y docentes extraordinarios, hay que destacar particularmente la figura de Juan Nuño, quien era y es considerado un filósofo universal, ecuménico, no simplemente un filósofo de la ciencia, etiqueta que minimizaría su obra, su trayectoria y su espíritu. Considerado gran Maestro por casi todos los profesores mencionados, entre otras razones porque lo fue. Apreciado por muchos, respetado por todos. En medio de tantos conflictos intelectuales surgía la riqueza y la genialidad de este personaje que aplacaba la mayoría de las disputas.
Nuño fue un escritor prolífico en diversas áreas tales como cine, arte, literatura, historia y mucha filosofía, de todo eso y más. Dentro de esa diversidad temática queremos destacar brevemente en las próximas líneas su trabajo sobre Platón, tal como mencionamos al principio de este escrito, el cual desafortunadamente ha sido dejado de lado en los últimos años. A continuación, haremos algunos comentarios sobre el Platón de Nuño, pero antes una aclaratoria final, no nos corresponde hacer una biografía sobre Juan Nuño, para tener una semblanza adecuada recomendamos el excelente trabajo del profesor Benjamín Sánchez sobre el autor, denominado Juan Antonio Nuño Montes: Semblanza (2).
Juan Nuño y el pensamiento de Platón
El padre del racionalismo moderno, René Descartes, nos enseña que las lecturas que hacemos de los autores clásicos son en realidad conversaciones privadas que tenemos con esas grandes almas del pasado, no le falta razón. Leer a Platón a través de la exégesis de Juan Nuño es disfrutar de una doble conversación en privado, con Platón y con Nuño. La grandeza de Platón encontró en la interpretación de Nuño la claridad, sencillez y precisión que caracterizó al filósofo ucevista durante toda su vida académica. Comentaba de forma insistente que la filosofía no tenía por qué expresarse en lenguajes abstrusos o enrevesados, simplemente para aparentar conocimiento, sino que, por el contrario, las ideas complejas debían presentarse en un lenguaje directo y simple, sin subterfugios lingüísticos.
Cuando se examina el trabajo de Juan Nuño sobre Platón, se encuentran diversas interpretaciones que facilitan la comprensión del filósofo griego. Pero sobre todo, Nuño destaca un aspecto esencial del autor que ha sido relativamente poco trabajado si se compara con su concepción idealista, con su teoría de las ideas o su teoría de la reminiscencia con base gnoseológica, nos referimos a su concepción antropológica y a su interés por la ciudad y por el individuo.
El primer señalamiento que hace Nuño consiste en exigirle a los estudiosos de Platón, como un prerrequisito, no reducir la obra del autor a la Teoría de la Ideas, pues, aunque él reconoce que es una propuesta genial, la obra del pensador ateniense va mucho más allá, tiene diversas aristas que resultan imprescindibles para comprender su filosofía. Nuño se enfoca, con razón, en la marcada tendencia de los doxógrafos platonistas que insisten en quedarse encerrados dentro de las esferas de la teoría de las ideas, aunque reconoce, al mismo tiempo, que ésta es “es el nervio central del pensamiento platónico”, pero aclara que a este tema no se “redujo ese pensamiento”. Nuño critica esa “deformación interpretativa” que coloca a Platón como un “poeta metafísico”, en el sentido peyorativo del término.
El filósofo ucevista destaca la necesidad de asumir la obra y el pensamiento de Platón desde una concepción orgánica que, aunque puede dividirse en diversas áreas temática, a saber; ética, política, teoría del conocimiento, estética, entre otras, su interpretación global debe asumirse como un pensamiento orgánico para evitar “límites expositivos… que reduzca a los consabidos y etiquetados compartimientos inconexos”.
Para explicar el pensamiento del filósofo ateniense, Nuño comienza investigando la identidad del pensamiento griego desde los llamados filósofos presocráticos o physikoi, tal como los identifica Aristóteles. El pensamiento presocrático intentó comprender el universo, la creación, desde una concepción monista basada en un primer principio (Arkhé o Arjé), pero con categorías de origen social, tal como señala Nuño. Ese primer principio se buscó en elementos físicos, de ahí la designación aristotélica citada previamente, pero el mundo social es quien interpreta las respuestas de la physis puesto que el conocimiento es un producto social. Por eso Nuño nos va a decir: “El mundo natural se le presenta, entonces, al investigador presocrático como fuente de problemas cuya resolución emprende armado de instrumentos propios, tomados del mundo social”. A final de cuentas, el pensamiento jónico se ve influenciado por el mundo social y termina dando el salto de las concepciones míticas, mágicas y religiosas al logos.
Luego de mostrar estas líneas de investigación acerca de las raíces del pensamiento de Platón, Nuño se enfoca en la relación entre el filósofo ateniense y su maestro. Como es harto conocido, Sócrates siempre fue el protagonista en la obra de su discípulo, especialmente en la llamada etapa de juventud, en donde encontramos un Sócrates protagonista con carácter biográfico. Nuño, siguiendo y citando a Aristóteles en la Metafísica, señala que: “Sócrates se preocupa, exclusivamente, por la causa razonada o finalidad (télos) de las acciones del hombre: <<enseñaba sobre las cosas morales, no sobre las cosas físicas>>”. Por esta razón, para Sócrates lo fundamental fue que el conocimiento de la virtud (areté) sirviera como garantía para el auto-desarrollo. Así, la enseñanza o el ejercicio de la areté es necesaria para mejorar al hombre, para hacerlo bueno. Ese mecanismo para mejorar al hombre se fundamenta en la paideia (educación), en el conocimiento. El famoso concepto del “intelectualismo ético” socrático, consiste en aplicar las enseñanzas morales encaminadas a la preservación de la polis. La organización de la polis, implica un orden social. La expresión aristotélica del Zoón politikón explica perfectamente este sentido, el hombre es un animal de polis, es un animal social. El éxito de la polis pasa por hacer mejor a los demás, el conocimiento y la educación forman al politai, (miembro de la polis, equivalente a la categoría ciudadano), quien ejerce su derecho de ciudadanía en el marco del respeto a la ley. Al respecto Nuño señala: “Hay que captar, por el contrario, ese intelectualismo como la expresión de un optimismo ético-social a través de lo pedagógico. Se puede enseñar la areté solamente una vez que se ha adquirido”.
Éste es el punto central del análisis de Nuño, el intelectualismo ético socrático y el método de la mayéutica sentaron las bases para el desarrollo de una concepción antropológica particular. Con este señalamiento se muestra parte de la influencia de Sócrates en su discípulo, solo que en Platón el discurso madura y se enfoca hacia la virtud, así como también hacia la búsqueda de la verdad teórica (filosofía), en atención a un modelo social-racional justo. La relación de equivalencia entre la razón, la moral y el conocimiento son el fundamento de la concepción del hombre que tiene en mientes el filósofo ateniense. En este sentido, en este escrito se muestra parte del camino que siguió Platón y que Nuño recorrió para explicar el pensamiento del filósofo griego.
Para concluir la presente historia recomendamos, con pronunciamiento elogioso, los tres Apéndices finales que están en la obra de Nuño sobre Platón (3), destacando su contenido pedagógico ya que constituyen una elaborada sección analítica. Apéndice A, La guía de lectura de Platón; Apéndice B, la Ordenación de los escritos de Platón, y Apéndice C, la Bibliografía complementaria. Estos apéndices constituyen un valioso material de investigación que resulta extremadamente útil para discernir los postulados de Platón. De alguna forma la figura de Juan Nuño para la filosofía venezolana, mutatis mutandis, evoca el rol de Platón para la filosofía griega, a saber: un didaktón. Para el Instituto de Filosofía de la Universidad Central de Venezuela, es un honor, un orgullo y un placer haber tenido como Director y profesor al Dr. Juan Nuño, quien todavía sigue enseñando a las viejas y nuevas generaciones. Así será por siempre.
Notas
- Nuño, Juan, El pensamiento de Platón, Ediciones de la Biblioteca de la Universidad Central de Venezuela, Caracas, 1963.
- Benjamín Sánchez M. Revista Episteme NS, vol.32 N° 1 – 2, Instituto de Filosofía, Universidad Central de Venezuela, Caracas, 2012.
- Nuño, Juan, Op. cit.
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