Por ROSA GARCÍA
Como fiel seguidora de cada una de las entregas del Premio de Cuento Santiago Anzola Omaña, uno de los más importantes dentro del panorama de la joven narrativa venezolana, confieso que sentí una grata alegría al enterarme de que, en su VII edición, la de 2022, resultó ganador mi viejo compañero de facultad en la Universidad Central de Venezuela y en ese entonces estudiante de maestría –hoy, ya magíster en Literatura Latinoamericana de la Universidad Simón Bolívar– Leonardo Mendoza Rivero.
“Escindidos” es el título del relato con el cual se alzó con ese galardón –presentado al concurso con el pseudónimo de Agnes; inspirado, quizás, en el personaje de Agnes Nielsen de la serie Dark–, cuyo jurado estuvo conformado por los escritores Héctor Torres, Krina Ber y Julieta Omaña, y que se transformó en la oportunidad de editar, como parte del premio, su primer volumen de cuentos, Amores rotos, publicado por Palíndromus, una también joven editorial venezolana.
Puede que Mendoza Rivero sea para muchos un desconocido, pero doy fe de que año tras año ha trabajado para hacerse con un nombre en el campo cultural venezolano. Desde su actividad en el mundo escénico, donde fue nominado al Premio Isaac Chocrón en el renglón Autoría Escénica, en el año 2019, hasta su desempeño en la Universidad Católica Andrés Bello, donde no solo dio clases, sino que participó en coloquios, conversatorios y congresos, además de haber sido uno de los correctores de estilo de la editorial abediciones, que es dirigida por el profesor Marcelino Bisbal –quien incluso le dio la oportunidad de participar en la recordada “Mesa sobre Eduardo Liendo” en la Feria del Libro del Oeste del año pasado, organizada para conmemorar la edición cincuentenaria de El mago de la cara de vidrio–. Esto sin contar las menciones de honor que ha logrado en el Concurso de Cuentos Julio Garmendia; los artículos que bien ha publicado aquí, en el Papel Literario, en medios como Prodavinci o sus escritos en revistas arbitradas.
Si nos adentramos en las páginas de Amores rotos, encontramos ocho relatos signados por las despedidas, los reencuentros, las pérdidas y el autoconocimiento en cada uno de los personajes principales. Por ejemplo, en “Escindidos”, vemos cómo el autor narra de una manera áspera la doble pérdida de Luis, la voz protagónica, quien sufre el duelo por la muerte de su tía Mercedes, y la pérdida de su novia, lo cual hunde a ese personaje en un profundo estado de insuficiencia. “Como un Fénix” se nos narra en principio como una historia birlada por el humo de los cigarrillos y el tufo de la cerveza, en una noche caraqueña donde la crudeza de estos elementos se convierte en el escenario propicio para un relato donde el deseo y la culpa se entrecruzan en una desbordante espiral. El cuento que da título a este compilado, “Amores rotos”, es un relato de la pérdida, la emigración y la venganza. Mientras que “Lago en el cielo” –a mi parecer, el mejor del volumen– nos recuerda la intensidad de los primeros amores, donde se hace palpable lo volátil del sentir, la capacidad que tenemos para crecer y hundirnos en la memoria, en este caso tejida en la letra de una de las canciones más enigmáticas del cantautor argentino Gustavo Cerati.
Otros relatos como “Babel” o “Aquinos”, títulos que merecieron sendas menciones especiales en la XV y XVII edición del concurso de cuentos Julio Garmendia, respectivamente, atestiguan el trabajo casi cartográfico que hace el autor por medio del “habla venezolana”, que se corresponde de manera nítida con las acciones de los personajes y sus emociones en la construcción narrativa. En efecto, nada de esto podría ser logrado sin una exhaustiva disección de nuestras cotidianidades, que arrastra una serie de profundas reflexiones y que, en cierto sentido, parecieran romper con la distancia entre el escritor y el lector.
Debo confesar que cuando le comenté a Leonardo –me disculpan la confianza– sobre mis intenciones de escribir esta pequeña reseña, él me respondió que por qué no dedicaba estas líneas a “escritores consolidados” como Rodrigo Blanco Calderón, Miguel Gomes o Juan Carlos Méndez Guédez. “¿Por qué, no te sientes escritor?”, le pregunté. A lo que me dijo: “Escritor como tal, así como yo miro a esos escritores que me gusta llamar referentes –Bolaño, Vargas Llosa, Massiani–, no. Ni de cerca”. “Pero escribiste Amores rotos, y me comentaste que estás terminando una novela”, le respondí. A lo que él explicó: “Puede que me sienta más cómodo si se piensa en mí como alguien que escribió un libro de cuentos, que está escribiendo una novela, que anda cursando una maestría en escritura creativa. Es decir, prefiero conjugarme con el verbo escribir y no asumirme con el sustantivo. Al menos, no todavía”.
Pese a su negativa, quien escribe estas líneas cree que el autor se equivoca. Los cuentos de Amores rotos, en los cuales pude sentirme reflejada –con la pasión de cada amor y el temor de su pérdida–, me resultan bastante sólidos y bien construidos, logrando incluso conmoverme en más de una ocasión, dando cuenta de un oficio escritural que comienza a destacarse como uno de los nóveles escritores que estamos llamados a seguirle la pista dentro del panorama de la joven narrativa venezolana.
Por último, considero importante compartir con los lectores de este histórico suplemento el link donde pueden acceder al libro Amores rotos, en la pestaña “Librería Palíndromus”: https://linktr.ee/palindromus.