Franqueado por sendos textos aperitivos de Rodolfo Izaguirre y José Balza, inscrito en un sólido volumen diseñado para armonizar la sobriedad y el lucimiento, cundido de vívidas imágenes escogidas en la pinacoteca universal por Maribel Espinoza, y ratificado en su veracidad práctica por las recetas ad hoc de cinco reconocidos profesionales de la cocina de autor, así se presenta Los alimentos del deseo: el libro de Maruja Dagnino impreso en China que la plausible alianza entre las casas editoras ArtesanoGroup de Venezuela y Turner de España acaban de poner al alcance del apetito lector en unos cuantos países.
Es muy probable que a quien tenga semejante pieza entre las manos, todavía con los ojos fijos en la portada, las ganas de leer lo muevan a preguntar qué tienen que ver unos con otro los alimentos y el deseo, como también puede ocurrir que las ganas de saber lo hagan caer en cuenta de esta otra cuestión: ¿cuánto se puede conocer o imaginar acerca de lo que hay de deseable, y de consentidor o enemigo del deseo en las infinitudes del mundo? Y con el mismo derecho hasta le pudiera parecer que esta última no es más que una de esas ocurrencias ante las cuales cada quien se detiene antes de seguir de largo.
Mas esta vez, les aseguro, es preferible no hacerlo. Más gratificante será convertirla en alguna interrogación no tan díscola, como podría ser la siguiente: ¿cuánto, entre todo lo que forma parte del mundo que vivimos y nos vive ha sido o es en realidad objeto de nuestro íntimo deseo? En todo caso, estoy convencido de que semejante ajuste de proporciones, o gesto reverencial ante el hechizo de la tentación, o acto transformador del desafío tentador de inaceptable en sensible, es decir: en móvil del deseo, es en todo coincidente con la decisión que Maruja Dagnino en algún momento hizo suya, como punto de partida, sustento vivencial y contextura intelectual del impulso escritor que la condujo a realizar este libro.
En efecto, su tema y su sentido convergen en la clamorosa asociación entre el deseo y determinados alimentos tal como ella ha sido consagrada desde hace mucha historia entre los más diversos pueblos, entre las más heterogéneas culturas. Dicho en las cabales palabras que tomo prestadas de la propia autora, se trata de que:
“En Los alimentos del deseo el lector encontrará, entonces, no una lista de alimentos afrodisíacos, sino más bien de alimentos vinculados caprichosamente al tema amoroso y erótico, a través de una mirada totalmente personal e íntima, sea porque se les atribuyen tradicionalmente propiedades afrodisíacas, porque su sabor es particularmente seductor, porque forman parte de una farmacopea erótica popular o porque culturalmente se encuentran en un grado de refinamiento tal que suscitan las más intrincadas fantasías”.
De manera que estos son los términos del compromiso entusiasta y certero asumido por Maruja Dagnino con su libro y con nosotros, sus comensales lectores.
Página a página, la lectura de esta obra está llamada a transcurrir no solamente en virtud de la consabida recompensa que cualquier libro digno de su título ofrece en términos de datos valiosos o sugestiones fecundas. El recorrido lector por estos Alimentos del deseo puede acarrearnos también la más limpia y sentida exaltación. ¿En virtud de cuáles recursos? Pues, en principio, valiéndose del trato que prodiga a cada uno de los alimentos invocados en el título. Con solo citar algunas de las designaciones que acompañan a la simple mención de cada nombre, nos damos cuenta: “La liebre. Eros en la caza y celos en la casa”, “La pimienta. El picante de la vida”, “El vino. Para corazones sufridos”, “El cacao. Adictivo como el amor”, “La sapoara (La cabecita sí)” o “El curry. Para amantes olvidadizos”.
Pero esto es solamente en principio. Lo más característico del libro, tal como se trasluce en su trato con cada uno de los alimentos desplegados sobre la mesa de leer en la cual nos sentimos siempre gustosamente convidados y acogidos, es la concepción del tejido vital, sensual e imaginario que la autora asume como universo de referencia a la hora de tratar esa especie de supertema, aún no suficientemente reconocido en todo su valor por la llamada cultura general, que viene a ser el clamoroso vínculo humano entre erotismo y alimentación. Y este mismo atributo es, además, el que oportunamente se sabe concentrar tanto en el “Preámbulo” como en el epílogo no declarado que viene a ser su última instancia de escritura (“Los héroes de la comida. Sexo, comida y mentira”), al tiempo que se proyecta, haciéndose aún más verosímil, en el recetario final firmado por Sumito Estévez, Montse Estruch, Tamara Rodríguez, Wendoly López y Betina Montagne. Como les venía diciendo, he allí lo más característico y lo más valioso del libro hacia el cual he querido llamar la atención de sus merecidos lectores potenciales.