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La belleza de lo trágico y lo tétrico

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Por AGLAIA BERLUTTI

Hace unos años, el escritor Stephen King comentaba en el prólogo de su recopilación de cuentos Todo oscuro y sin estrellas (2011) que el miedo quizás es el sentimiento más sincero que puede expresar el ser humano. Y está relacionado —emparentado y vinculado— a la oscuridad. O al menos, a la forma en que lo tenebroso —en toda su belleza tétrica— puede manifestarse. Después de todo, lo temible —a lo que tememos o lo que, en todo caso, puede producir temor— proviene de una parte muy antigua y primitiva de nuestra mente. Pero las sombras no son necesariamente desagradables o carecen de poder melancólico. Algo que el fotolibro Black (2024) de Ernesto Costante demuestra.

De hecho, la obra, creada a mayor gloria de la delicadeza tenebrosa de Ansel Adams, el venezolano Paolo Gasparini e, incluso, el legendario Luis Brito, medita sobre la profundidad y densidad de lo tétrico. Pero no lo hace de forma simple o solo utilizando el contraste para crear la sensación del abismo consciente. Black es una radical confluencia de sensaciones y recuerdos a medio construir, tanto de la vida del fotógrafo —que se insinúa con delicadeza— como de todos sus referentes, visibles y conjugados en una síntesis equilibrada.

De modo que cada imagen podría ser un monstruo del armario. Una criatura inquietante que aguarda ser emblemática de una emoción más profunda. Para Costante, la fotografía es tanto luz como tinieblas. En el medio de ambas cosas, convive un tipo de sofisticada mirada al tiempo, al transcurrir de las emociones. La sombra espectral que sonríe entre las sombras mientras intentamos convencernos de que se trata de algo que solamente podemos imaginar. No hay belleza sin un lado siniestro. Sin una búsqueda especulativa de su otro yo misterioso. Algo que Black demuestra en cada una de sus páginas.

De la belleza al tiempo, Black como artefacto de la memoria

En el fotolibro de Costante no faltan alusiones a la forma de contar historias. En especial narrarlas a través de una sucesión de fotografías cuidadosamente ordenadas, a través de una travesía de la memoria. El autor, que siente una especial predilección por el fallecido Paul Auster, recupera en su ejemplar fotográfico esa intención del escritor por brindar sentido a lo irrecuperable. La percepción del miedo como una dimensión de la belleza y lo profundamente significativo. De manos agrietadas, calles destruidas, pájaros que aguardan. Black reconstruye la memoria haciendo un viaje contemplativo a través de lo tétrico. Pero siendo, como es la fotografía, un vehículo luminoso, también hay espacio al contexto para el poder de una sutileza lóbrega.

Black no es un libro sencillo ni espera serlo. En especial en una época de optimismo forzado y la insistente necesidad de entender el bien a través de un solo cúmulo de experiencia. Pero Costante lo evita y crea, en imágenes, sus propias historias sobre monstruos, fantasmas y terrores que se insinúan a través de sus pequeños detalles. La oscuridad se despliega en las páginas e investiga con cuidado la naturaleza humana. No es una búsqueda nueva. La noción sobre lo hermoso en lo siniestro —la incapacidad del hombre para explicar lo desconocido y, sobre todo, la incertidumbre sobre la existencia es un latido que da vida al arte desde tiempos inmemoriales.

Y la fotografía, como nueva disciplina, lo incorpora a sus búsquedas, a la necesidad de explorar en todo lo que queda al borde del objetivo, lo que usualmente no se considera atractivo para ser fotografiado. Pero Costante rechaza esa idea y administra sus conceptos como una búsqueda de perspectivas con aires solemnes. A ninguna de sus imágenes le falta personalidad o la necesaria cualidad de capturar un instante. A la vez, también hay en cada una de ellas una búsqueda inquieta, precisa de lo que se esconde en las fraguas del claroscuro. Nacidas a fuego del laboratorio y a pinzas de la eternidad, la mirada del fotógrafo es un trayecto solemne a la eternidad.

Black celebra la oscuridad en todas partes

En el célebre ensayo Un tratado sobre cuentos de horror del crítico estadounidense Edmund Wilson, se analiza también de la oscuridad —narrativa, el terror— como un consuelo espiritual. De la aspiración ideal a la perfección de las religiones, el terror y la oscuridad yacen juntas para admirar el poder de la evocación tenebrosa. Black es una odisea de reconstrucción, de ciudades que ya no existen, de manos muertas y vivas, de fragmentos, de historias que ya nadie contará, sino que contemplará.

«Los autores no estaban interesados en apariciones por sí mismas; sabían que sus demonios eran símbolos, y sabían lo que estaban haciendo con esos símbolos», explica Wilson en su texto. Y Black, ese extraño mecanismo de recuerdos y fragmentos de tiempos rotos, parece rendir homenaje a esa evasión alegórica. En manos del creador las sombras no son sombras. Tampoco búsquedas erráticas. Son emblemas que enlaza con vivencias. Nada se queda corto en ese tránsito de Black para narrar el vacío, los miedos y la sutil perseverancia del recuerdo.

El libro parece preguntarse, una y otra vez, quiénes somos en el olvido. Quién nos recordará después de desaparecer. De modo que Black ejerce como lápida visual de todas las memorias del no ser y el no estar. Costante, con todo el arte del fotógrafo, convierte su fotolibro en un mensajero. En un cuervo que evade fronteras, espacios y territorios para llevar un mensaje.

Abrir las alas para volar en un cuervo negro

En Black nada es sencillo. El libro, con sus páginas firmes es, en sí mismo, un objetivo. Uno que se transmuta en piezas olvidadas del gran reloj de la memoria, construido para analizarse y sustraerse. Como las fotografías de cementerios que tanto agradan al autor, su primer libro es un homenaje a los que ya no están. Y, también, a las sombras que yacen en la idea de la fotografía como recurso colectivo y trabajo. El punto más alto de este depurado trabajo.

Tal vez por ese motivo Black es más que un libro. Es una puerta llena de pasadizos que se alinean con el borde de la percepción de todas las imágenes como un todo cotidiano. La primera obra de Ernesto Costante recuerda el bien en todo su paradigma y, por último, el intento del mal por brindar sentido a esa sutileza de los pesares enaltecidos en lo que se recuerda. Un mérito que convierte al fotolibro en una ventana hacia el tiempo que transcurre y se detiene a partir de la belleza.


Black. Ernesto Constante. Curador: Ricardo Jiménez. Textos de Keila Vall De La Ville, Rafael Arráiz Lucca e Indira Rojas. España, 2024.

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