Por ANTONIO GARCÍA PONCE
Hubo alguien −no recuerdo su nombre− que dijo haber oído de los propios labios de León Levy su filiación directa y bien circunstanciada con el bíblico Jacob, hijo de Isaac y Rebeca, y padre del patriarca Leví, cabeza visible de una de las tribus de Israel.
Durante los años que lo conocí, nunca mencionó tan remoto como prestigioso parentesco. Por el contrario, mostraba orgullo al decir que había nacido en la barloventeña población de San José de Río Chico, en 1920.
—Allí tuve una infancia de ríos y canoas, de trapiches y de partidas de béisbol en las calles. Mi padre, viendo que yo no servía para nada, me zampó en una herrería para que aprendiera el oficio. Sin la ayuda de un libro (¿para qué?, yo no lo necesitaba?), aprendí a medio hacer ollas de cobre, frenos para caballos y a empavonar revólveres. Un poco grandecito, me enviaron a Barquisimeto. Allí estudié primaria, y bachillerato en el liceo Lisandro Alvarado. Después de la muerte del tirano Juan Vicente Gómez, el liceo se había convertido en un hervidero político que hacía temblar aquella ciudad de unos cuantos miles de habitantes. Hice mil diabluras, organicé periódicos y revistas, fundé un periódico humorístico con el nombre de El Pirata de los Siete Mares (The Pirate of the Seven Seas) y colaboré mucho con el semanario Momento. Con César Lizardo, Pablo Arráez, Rafael José Cortez, Chuma Méndez, César Arias, Carlos Gauna y otros dirigimos FEV, mensuario estudiantil, pero que apenas circuló hasta el tercer número. Yo editorializaba, hacía crítica literaria, escribía poemas y componía ilustraciones con planchas de linóleo. Tuve tiempo para hacer una pasantía muy corta, apenas un año, en la Escuela de Artes Plásticas, dirigida por Rafael Monasterios, y teniendo como profesores a Luis Ordaz y Eliécer Ugel.
Queriendo ampliar horizontes, León Levy viaja a Bogotá a estudiar Derecho en la Universidad Nacional. Inevitablemente, queda trunca su débil vocación, absorbida por la política cuando se reúne en Bogotá la IX Conferencia Panamericana (1948). Él, y un grupo numeroso de universitarios, entre los cuales recuerda al médico dominicano Lorenzo Carrasco, calificado por Levy como inteligente y valeroso; a Felipe Abisambra, colombiano costeño, muy conectado con los estudiantes de la Universidad y con los invitados extranjeros que venían a un congreso estudiantil latinoamericano a varios de los cuales llevó al Hotel Claridge (entre ellos a Fidel Castro), y finalmente, recuerda Levy, a Carlos Del Cid, político, nacido en Bijagual, provincia de Chiriquí, Panamá, el 2 de febrero de 1925, graduado de Maestro Rural en el Colegio Félix Olivares, y más tarde graduado de abogado en la Universidad Nacional de Colombia, agitan a la opinión pública contra los fines de la IX Conferencia, por estar dominada por los Estados Unidos, y su representante el general George Marshall, y por Laureano Gómez, y la godarria colombiana. Sucede el Bogotazo el 9 de abril al morir de un balazo el líder Jorge Eliécer Gaitán, y recuerda Levy que se sube a un tranvía para ir hacia el centro de la ciudad, llega al Parque Santander a las 1:30 pm. Pasan centenares de personas con pañuelos ensangrentados, el parlamentario Plinio Mendoza Neira confirma la muerte de Gaitán y Levy se dirige al hotel donde se hospeda Fidel, lo encuentra reposando después del almuerzo y lo despierta. Fidel sale de inmediato a la calle, llega a El Tiempo, y desde lo alto de una ventana que da a la Carrera Séptima arenga a la multitud. Enrique Santos, del periódico, interrumpe a Fidel y ordena el desalojo. Desde se momento, Levy pierde la pista de Fidel.
De vuelta a Caracas, se dedicó a perfeccionar sus cuadros. Son temperas sobre madera, empezando por una tabla de un viejo aguamanil que se encontró en Coro y en el cual pintó a San Duodeno de Flavia. Luego, se pegó detrás de un tractor que estaba demoliendo viejas casas de las parroquias de La Pastora, San José, Santa Rosalía y otras, recogía las ventanas desportilladas, las trabajaba con dorados, plateados, rojos, verdes, sienas y luego las lijaba para darles una pátina de antigüedad.
Levy sigue echando broma. Cuando le piden opinión sobre Miguel Otero Silva dice que nadie sabe si está fumando el mismo cigarrillo Bandera Roja con que lo retrató el gordo Pérez en 1943. Sobre Alí Lameda, preso en Pyongyang por hablar mal de los comunistas de la URSS y Corea del Norte, dice que hubo una equivocación porque debieron hacer presa su lengua y dejar quieto a Alí. Sobre Eduardo Machado dice que cómo es posible que un hombre tan rojo tenga el cabello tan blanco. Sobre la noticia de que el Papa iba a eliminar varios santos del santoral, dijo que la gente irá a seguirle prendiendo su velita a sus santos tradicionales, menos a unos que parece que van a desaparecer definitivamente, como San Cocho.
De todas maneras, yo espero que acepten mis nuevos santos: San Falacio de Pacairigua, San Rubiano de Gochilandia, Santa Caligüeba de Angostura, San Honesto Honestívoro, San Pelufo de Palambria, Santa Cachumba de Cachemira, San Perdiz de Petare.