Por VIOLETA ROJO
Vamos a imaginarnos la contratapa del libro de Ricardo Azolar. Seguro que trataría de mostrar una vida de película, más novelesca que la novela que no escribió. Una de esas contratapas donde se cuenta que el autor tiene un doctorado en Psicología, pero ha trabajado como buscador de oro o torero; es profesor de matemáticas, pero pasó años recorriendo el mundo trabajando como recogedor de uvas, detective o cocinero de cárcel; y que escribió sus novelas siendo mercenario en la guerra del golfo o sherpa en el Himalaya.
Eduardo Liendo, por el contrario, es un Daniel Valencia. Es el hombre discreto que escribe y habla poco de su muy interesante vida. Liendo, caraqueño, caraqueñista, supongo que caraquista y caraqueñófilo, a partir de enamorarse de una bella chica que resultó ser ñángara terminó inscrito en el Partido Comunista y guerrillero. Ese enamoramiento lo llevó a la cárcel durante cinco años, en sitios muy terribles, pero seguramente no tan terribles como los que han sufrido los presos políticos de las dos últimas décadas: el Cuartel de Barquisimeto, el San Carlos, la isla de Tacarigua y el Fortín El Vigía.
En 1967 recibe «Conmutación de pena por extrañamiento del país» y sale de Venezuela rumbo a la Unión Soviética, donde permanece dos años estudiando en Moscú y luego en Checoslovaquia.
Y esa estadía en los países de la cortina de hierro y lo que allí vio y vivió lo convierte, por supuesto, en un gran defensor de la democracia. A partir de su vuelta a Venezuela en 1970, su vida pasa de la política activa a la intelectualidad activa mas no apolítica, y en los años siguientes forma parte del taller Calicanto, trabaja en la Biblioteca Nacional, va a USA como profesor invitado de la Universidad de Colorado, escribe magníficas novelas y libros de cuentos y, en los últimos años, no ha dejado de expresar de forma alta y clara su defensa de la democracia y su oposición férrea a lo que no lo es.
Algunas de sus novelas podrían ser catalogadas como autorreferenciales, mientras otras, con su humor y sátira, juegos de espejos y dobles, ingeniosas tramas y personajes no lo parecen. Creo que, si se escarban cuidadosamente sus narraciones, sin embargo, se encontrará, de forma más o menos evidente o más o menos escondida, la vida de Eduardo Liendo. Por supuesto, es muy fácil leer en clave de autoficción el recuento de guerrilla y cárcel de Los topos; el recorrido por la memoria en el autobús Circunvalación N° 13 de Contigo en la distancia o la crítica abierta a los que en Venezuela «pretenden establecer el rumbo hacia el porvenir con la mirada fija en el espejo retrovisor» del leninismo en El último fantasma . Pero en realidad, Liendo y la vida que conoce están siempre escondidos tras los juegos de espejos, dobles, máscaras, niebla y fantasmas que pueblan su obra. Ya sea en el «Manual de tramposas ideas políticas» de El mago de la cara de vidrio; las inquinas entre escritores de Los platos del diablo; el amor por la ranchera en Si yo fuera Pedro Infante; la mezcla de política, conspiración, boxeo, intelectualidad, guerrilla y demás ganchos al hígado de El round del olvido, el horror premonitorio de Diario del enano -en el que el espantoso dictador José Niebla cuenta y canta a través del teleneblisor- o en la angustia kafkiana de Las kuitas del hombre mosca.
Y ese es otro de los grandes disfrutes en las novelas y cuentos de Eduardo Liendo, que el autor se esconda, aparezca, se oculte tras nieblas, espectros, rancheras, películas mexicanas, peleas de boxeo y amores, pero el lector también pueda esconderse, vivir vicariamente, transformarse y desaparecer en la bruma y los espejos, los espíritus y recuerdos, las realidades y ficciones, pasiones y contención, hechos y metáforas.