Papel Literario

Las vidas minúsculas

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Por MAGDALENA LÓPEZ

Carolina Lozada es una de las pocas narradoras venezolanas de su generación que aún vive y escribe en su país. Es mayormente conocida por sus cuentos. Entre sus libros de relatos destacan La culpa es del porno (2013), El cuarto del loco (2014) y El perro estar (2019). En los últimos años también ha incursionado en el género de la novela. Fisiología de las cosas pequeñas viene a ser la segunda tras la publicación de Todo es lo que parece (2023). En ella, como en su anterior libro, detectamos la destreza de una escritura lúdica que no duda en cuestionarse a sí misma al tiempo que plantea ineludibles preguntas alrededor de temas como la soledad, la memoria, el amor y la muerte. Lejos de una escritura de tipo representacional sobre la crisis venezolana tan en boga en la narrativa nacional de los últimos años, Lozada se muestra más interesada en una búsqueda expresiva que dé cuenta de las dimensiones existenciales de pequeños personajes atrapados en tramas cotidianas que puedan ser extrapoladas a distintas experiencias y contextos de nuestra contemporaneidad.  En este sentido, sus narraciones comparten aires de familia con ciertas obras de Kafka, Pirandello, Lispector y Di Benedetto, autores que han dejado una fuerte impronta es su propia escritura.

En 2014 Lozada ganó el concurso de cuentos de El Nacional con su relato “Los pobladores”. Tratándose del premio de cuentos más importante y antiguo en Venezuela, el reconocimiento que obtuvo visibilizó un tipo de narrativa poco frecuente en lo que va del doloroso siglo XXI venezolano. Con una escritura distanciada de propósitos testimoniales o periodísticos, y de cualquier sensibilidad épica, nostálgica o grandilocuente, su escritura constituye un ejercicio especulativo acerca de la precariedad de lo humano y, a menudo, de las implicaciones de la experiencia del totalitarismo. En “Los pobladores” asistimos al abandono paulatino de una aldea amenazada por una ocupación que nunca se nos muestra. En esta historia, los últimos sobrevivientes intentarán reconfigurar su utopía por medio del repoblamiento con figuras talladas en madera. Y es que buena parte de la narrativa de Carolina resulta mucho más cercana a ciertas escrituras centroeuropeas como las de Kundera, Gospodínov, Tokarczuc y Blandiana que a una escritura militante o “comprometida” latinoamericana.  Sin embargo, a diferencia de esos autores hay, en muchos de sus relatos, una dimensión corporal y un tono irreverente y juguetón que se vacila los dramas de sus personajes, volviéndolos no sólo tragicómicos, sino también piezas del “mundo alucinante” caribeño.

Apartando el inicial lirismo de los primeros libros de Lozada, habría que distinguir, quizás, dos grandes faces que a menudo se entremezclan, para entender ciertas características de su narrativa. En los relatos de La culpa es del porno y en otros publicados aisladamente en antologías y suplementos literarios, encontramos personajes disparatados cuyas peripecias hilarantes van ganando intensidad a medida que se avanza en la lectura. Las tramas se sostienen sobre cierta hiperbolización de lo corporal; sus excrecencias e incompletitudes, sus defectos y excesos. Así, por ejemplo, asistimos a las divertidas historias de una vegana fundamentalista con un olfato implacable, y a otra sobre un patán Santa Claus con labio leporino. No se trata, ciertamente, de un humor inocente. Lo escatológico y lo risible a menudo se expresan en un humor negro que alude a cierta oscuridad de lo humano sólo revelado mediante la negación de cualquier altisonancia retórica o ideológica.

Por su parte, los libros El cuarto del loco y El perro estar suponen un giro en la escritura de Lozada. Tal como la misma autora ha declarado, ambos libros corresponden al período más extremo de la crisis socio-política venezolana cuando, a partir del 2014, la escasez de alimentos y las interrupciones de servicios básicos como la electricidad, el agua y el transporte público redujeron la vida de las personas a la mera sobrevivencia diaria. Los personajes, entonces, aparecen como sujetos aislados en una realidad que los reduce a lo animal, a la disolución de sus propios cuerpos, a la expropiación incluso de la capacidad del habla. La soledad que impide concebir cualquier sentido de comunidad expresa un ahogo colectivo frente al cual la muerte a veces resulta la única salida. Tal es el desenlace, por ejemplo, en “Balance de una mala idea”, donde una sombra controla el cuerpo de una mujer y no queda otro remedio que morir de inanición para liberarse de la sombra tirana. El hambre invasiva y aniquiladora se expresa igualmente en cuentos como “El desconcierto”, “La vaca” y “Las aves”. La atmósfera opresiva en todos estos relatos hace que el humor que encontrábamos en La culpa es del porno se repliegue, para revelar lo humano despojado de toda singularidad inclusive aquella que podría ser tragicómica. Lo animal (las aves, el gato, el ratón, la vaca, el mosquito) enuncia la vida despojada de ciudadanía; aquella que ha sido capturada por un vacío que resulta ser la “forma política del hambre”.

Las novelas de Lozada suponen otro giro en su obra. Un giro que expresa una ruptura, pero también una continuidad. La primera y segunda faces antes descritas parecen reconciliarse para retomar lo lúdico y reforzar la noción de la escritura como divertimento. Esto ocurre, sin embargo, sin abandonar cierta melancolía para ahondar en temas como el de la soledad y la muerte, el totalitarismo y el amor. En ambas novelas emerge con mucha fuerza la presencia de una narradora que se entromete en la vida de sus personajes para hacer evidentes varias problemáticas sobre la representación ficcional y la (in)dependencia entre el narrador y sus personajes. Los elementos metaficcionales se expresan como un diálogo constante con otros autores (Oz, Varela, Kafka, Grantz, Chejfec, Calvino, Gramcko, De Stefano, entre muchos otros), pero también como una mirada interior sobre el propio proceso al escribir. Aquí reaparece el sentido del absurdo para poner en cuestión la finalidad de toda vida y de toda ficción. Los personajes, antiguos habitantes del cuento “Los pobladores” se reconfiguran ahora viviendo en las ciudades de estas novelas, ya no como personas aisladas en procura de una fantasía restauradora de la utopía, sino como “los pequeños seres” que van dando vida a un tejido de relaciones en los que poder salvar su propia y mínima singularidad.

Fisiología de las cosas pequeñas es y no es una historia de amor. Puede ser leída incluso como una divertida disquisición sobre el vínculo entre el escritor y su obra a través del uso de referentes de la cultura popular y de la alta cultura. La novela se nos presenta como una secuencia de pequeñas historias proliferantes en torno a la relación de una mujer solitaria de “rostro olvidable” con un locutor de piernas cortas. El uso de memoria, la preocupación por el sentido del tiempo, el desmontaje de los estereotipos y la risa acompañan a estos personajes dentro una secuencia de minirelatos que bordean lo ridículo porque, como expresa bien la narradora, “Yo no malgastaré mi ratico de ficción con tanto miserable realismo”. Si en los cuentos de El cuarto del loco y El perro estar hay un vaciamiento de la vida cotidiana bajo el peso de un poder opresivo, en esta novela se recobra el valor de lo cotidiano sin que, no obstante, se prescinda de un reconocimiento de la omnipresencia de ese poder. Fisiología de las cosas pequeñas nos trae una intimidad recobrada; una intimidad en la que nuevamente el cuerpo y sus pulsiones componen un universo tragicómico que parece decirnos que incluso en contextos totalitarios o meramente autoritarios hay siempre un resto vivo que no puede ser aniquilado. Percibimos que, al desenfocar el centro de nuestros universos referenciales, las vidas minúsculas importan sin que haya una causalidad afectiva, una finalidad histórica o moral que las legitime. La propuesta es la de una comunidad de “solos” en la que la propia voz narradora se integra para decirnos que “a veces la vida no es más que un ridículo e incontinente acontecimiento”.