Papel Literario

Las taras del alma

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Por JASON MALDONADO

Cuando llegué a Chile, al aeropuerto para ser preciso, me llamó la atención que había varias taquillas habilitadas exclusivamente para los haitianos, que al momento de mi llegada se contaban por cientos. No sabía el porqué de la abrumadora presencia y a nosotros los venezolanos no nos odiaban tanto. Al poco tiempo entendí de los convenios trazados entre Chile y Haití, de los cuales se vieron beneficiados en buena medida los isleños, razón por la cual (no sé ahora) parecieran mayoría con respecto a los inmigrantes venezolanos. Aquí en el sur donde escogí vivir ese sentimiento de desprecio se siente menos, pero incluye inevitables e incómodos momentos, al punto que en tres años de vida por estos lados solo he vivido un episodio de xenofobia.

Este prolegómeno me lleva a recordar el libro Sables y utopías de Mario Vargas Llosa, especialmente dos artículos. El primero es “Haití, la muerte” y abre con estas palabras: “No hay en el hemisferio occidental, y acaso en el mundo, caso más trágico que el de Haití. Es el más pobre y atrasado de los países del continente y en su historia se suceden dictaduras sanguinarias, tiranos corrompidos y crueles…”. Dicho artículo lo escribió en abril de 1994 y habría que ver si conserva su vigencia, o si por el contrario, pudiera sustituirse el país protagónico por Venezuela, que a más de 25 años de la hechura del texto, nuestro país (des)luce en sus propias ruinas. Nuestra tragedia pasa, y esto sonará contradictorio, por el exceso de recursos naturales (recuerden la célebre frase de Úslar Pietri) y, obviamente, por las pésimas políticas de Estado, la falta de gerencia y la inefable corrupción; pero también está la abominable semejanza cuando Vargas Llosa se refiere a las “dictaduras sangrientas” que a la vista de tantos hechos deleznables no hace falta que redunde en ejemplos.

El segundo artículo al que quiero referirme es a “Bostezos chilenos”, escrito en Lima, 2006. Aquí Vargas Llosa utiliza el somnífero verbo en tanto aburrimiento que no sueño, es decir, al tedio que le causaba Chile desde el punto de vista de una normalidad total en donde no sucede nada extraordinario porque todo marcha bien.  Desde 2006 que fue escrito el texto hasta los disturbios y manifestaciones de 2019 apenas pasaron 13 años. Resulta más que obvio y necesario que el país, sus gobernantes, revisen sus políticas para evitar el colapso de una nación que, en apariencia, viene en subida (¿o venía?). Me aventuro a decir de modo temerario que incluso la pandemia del Covid-19 le vino bien a Chile para apaciguar los ánimos de la gente y con ello evitar momentáneamente que siguieran ardiendo las calderas. En el caso de Venezuela resultó más que evidente lo oportuno de esta debacle mundial: mayor control del que tienen sobre todo y todos. El referido artículo termina con estas palabras: “¡Quién como los chilenos que ahora buscan experiencias fuertes en la literatura, el cine o los deportes en vez de la política!”, pero basta con echar una mirada a las noticias para dejar en claro que alguien (o algo) pisó el freno a un país que todavía parece ir en ascenso con respecto a otros países de Latinoamérica. Pero cuidado, hay quienes levantaron estas pancartas en el referido estallido social: una que decía “Constituyente ya” y otra más que elocuente: “Sigamos el ejemplo de Venezuela”. No hay nada más atrevido que la ignorancia.

Todo pasa por el delicado tamiz de la libertad. Emil Cioran dijo que “la libertad es como la salud: solo tiene valor y se toma conciencia de ella cuando se pierde”, y vaya que en el caso venezolano hemos tomado conciencia de ello, pues estamos claros que en nuestro país no existe una sociedad abierta, ni hay libre prensa y las leyes son una suerte de nebulosa que los más astutos se saltan con la garrocha del poder. No se puede pretender ser liberal en lo económico cuando en el campo político se es dictatorial. Es un contrasentido que evidencia su desastre en el día a día del ciudadano de a pie y hasta de los más aventajados. Los temas de la diáspora, la xenofobia y el racismo me hicieron protagonista de algo que nunca imaginé vivir, así como a muchísimos venezolanos, y quizás esto se viera minimizado si las leyes se cumplieran, si la separación de poderes se hubiera implementado, si el nepotismo fuera inexistente en nuestro patio, con lo cual posiblemente el éxodo venezolano no hubiera sido tan dramático y masivo. Vargas Llosa dice en el referido libro: “El progreso, desde la doctrina liberal, es simultáneamente económico, político y cultural, o, simplemente, no es”, y en este orden de ideas, el progreso del cual fue partícipe Venezuela quedó de lado quién sabe hasta cuándo.

Quisiera terminar estas líneas sugiriendo la lectura de La montaña mágica (Thomas Mann), libro que está a tres años de cumplir un siglo de haber sido publicado por primera vez. Allí verán a dos personajes maravillosos, tutores intelectuales de Hans Castorp, su protagonista, para hacerlo pensar y reflexionar sobre las cosas más importantes de la vida: el masón Lodovico Settembrini y el judío converso al cristianismo Leo Naphta, su antagonista radical y totalitario, cuyos ideales pasan por la anarquía y el comunismo. No faltarán los diálogos profundos y reflexivos que harán dudar al joven aprendiz entre lo que sabiamente refiere Settembrini y el implacable sofista Leo Naphta. De La montaña mágica cito apenas dos frases más que repetidas hasta el cansancio: “Procure recordar que la tolerancia se convierte en un crimen cuando se tiene tolerancia con el mal”, dice Settembrini, y “Todo es política”. Es un libro que coloca en la nariz del lector algunos fundamentos del liberalismo, aunque este  no sea el tema principal. Vaya entonces esta sugerencia para ustedes y en cuanto a las taras del alma habrá que seguir luchando contra ellas.