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Las posibilidades de la imagen. Prólogo a la obra reunida de Rafael López-Pedraza

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Por ÁXEL CAPRILES M.

Obra reunida es el nombre preciso para la reedición de los escritos de Rafael López-Pedraza. Hablar de obra completa hubiera sido un desacierto. Las palabras completo, totalidad, completitud producían un desacomodo en el rostro de López-Pedraza, una incomodidad corporal. Como los artesanos tejedores de las alfombras persas milenarias, quienes, para no competir con el Señor, dejaban siempre algún hilo suelto en sus intricados dibujos, Rafael López-Pedraza prefería lo incompleto, lo inacabado, lo imperfecto. En cada oportunidad en que sus discípulos sugirieron la conveniencia de publicar sus obras completas, López, sin nombre ni apellido compuesto, así de sencillo, como familiarmente lo llamábamos, se escabullía, esquivaba el bulto. Y es que Rafael López-Pedraza fue, ante todo, un hombre de expresión oral, intuitivo, espontáneo, en el que la escritura llegaba a posteriori, como reflejo lento. Para los que lo conocimos, López, el psicoterapeuta, permanece en la memoria como una presencia corpórea que con una frase inesperada podía desarmar todo el acomodo colectivo y tocar honduras personales. Lo suyo era lo individual. Su obra escrita, no obstante, fue significativa. En la América Latina de los años setenta del siglo XX, los profesores de las escuelas de literatura o derecho tenían obra publicada, pero los estudiantes de psicología estudiábamos, fundamentalmente, con textos extranjeros. Era raro encontrar publicaciones de psicoterapeutas locales. Y en 1977, Rafael López-Pedraza nos sorprendió con un libro escrito en inglés que no sólo era muy original, sino que nos abrió a otra forma de comprender la psicología.

Es común introducir las obras completas de un escritor con una breve biografía del autor, algunas señales que puedan facilitarle al nuevo lector ubicar al personaje, conocer su desarrollo y contexto cultural. También eso es difícil con Rafael López-Pedraza. Para el psicoterapeuta cubano-venezolano cuya obra aquí reunimos, identificarse con la propia historia, con su biografía, era un despropósito. Era signo de locura. Nada más alejado de los arquetipos del

inconsciente colectivo que la biografía personal. Por eso siempre prefería hablar de imágenes, conversar de mitología, de psicología profunda, y no de banalidades biográficas. Por eso, gran parte de su vida anterior a la vuelta a Venezuela en 1974 permanece relativamente desconocida, velada. «En general no tengo muchos recuerdos. Lo que tengo es memoria emocional, que es muy distinta y tremendamente importante en el mundo psíquico. Por eso no puedo contarte nada muy concreto» (1). A pesar de ello, como referencia para el nuevo lector que toma este libro en sus manos, haremos un pequeño bosquejo del recorrido vital del autor de esta obra que la Sociedad Venezolana de Analistas Junguianos (SVAJ), y en especial su convocadora, Margarita Méndez, Luis Galdona y yo, hemos tenido la ventura de editar y publicar.

Rafael López-Pedraza nació el 21 de diciembre de 1920 en Santa Clara, la capital de la provincia de Villa Clara, una región comercial en el centro de Cuba. Vivió en la cálida isla caribeña hasta 1949, cuando emigró a Venezuela. De su juventud sabemos, por escasos comentarios y menciones indirectas, que conoció el mundo de la noche y de la fiesta, que vivió intensamente. A los veintinueve años se mudó a Caracas como representante del laboratorio médico Labrapia (2). Trabajó durante varios años como visitador médico. No hay mayor información sobre sus actividades comerciales hasta que decidió dedicarse de lleno a la psicología. Sin mayor escolaridad ni estudios, López fue un autodidacta con un espontáneo y genuino interés por el arte, la literatura, la psicología y la cultura en general. Estableció amistad con creadores en los círculos culturales de la Caracas de los años cincuenta, el artista plástico Oswaldo Vigas, los poetas Juan Sánchez Peláez y Rafael Cadenas, el escritor Oswaldo Trejo. Debe haber tenido una vida laboral y social intensa porque López se refirió a ese período de su vida como una etapa de aceleración y de excesos. En cierto momento, en un juego de fútbol, se fracturó un tobillo, hecho que lo obligó a guardar cama durante un tiempo prolongado. El accidente fue sincrónico con una época de turbulencia emocional que lo llevó a buscar psicoterapia con Fernando Rísquez, un médico especializado en psiquiatría en la Universidad de McGill, Montreal, pionero de la psicología junguiana en Venezuela. López interpretó la fractura como un frenazo, un llamado a la desaceleración, un mensaje que lo impelía a revisar el flujo inercial de su vida.

Decidido a profundizar en los estudios de psicología analítica y aupado por Fernando Rísquez, viajó a Londres a analizarse con Irene Claremont de Castillejo, una psicoterapeuta que en los años cuarenta había trabajado con Carl Jung, Emma Jung y Toni Wolff. La Dra. Claremont centraba su psicoterapia en las emociones y recomendó a López que entrara en contacto directo con el ambiente de Zúrich y los analistas del Instituto C. G. Jung. Viajó, entonces, a la hermosa ciudad de la Suiza alemana en 1963. Por carecer de estudios formales, López no pudo registrarse como analista en formación. Entró en análisis con James Hillman, un inteligente y agudo psicólogo que seguía la línea de C. A. Meier, con la incubación como la base arquetipal del proceso terapéutico. Realizó pasantías en el Sanatorium Bellevue en Kreuzlingen y trabajó a cargo del taller de pinturas acompañante de pacientes en la Klinik am Zürichberg. La psicoterapia fue el corazón de la formación psicológica de López-Pedraza. Según él mismo lo expresó: «En esos tiempos la psicoterapia era más fuerte que ahora… Creo que la terapia junguiana, en esa forma que te digo —permitir que las emociones rompan sin interrupción analítica las funciones psicológicas primera y segunda, para que aparezca el material psíquico de la tercera y cuarta— es muy difícil y también supone un riesgo. Es siempre una aventura» (3). El enfoque de Meier vivido en su propio análisis con James Hillman tuvo clara repercusión en la práctica psicoterapéutica de López, quien propiciaba la incubación, la introversión y la lentitud, para acompasarse al tempo psíquico particular del paciente.

En el Instituto Jung de Zúrich, López tomó todo tipo de cursos como oyente y conoció a Jolande Jacobi, Barbara Hannah, Marie-Louise von Franz, Heinrich Fierz, analistas de la primera generación que habían trabajado directamente con C. G. Jung. Pronto, la relación médico-paciente con James Hillman se transformó en la de amigo, colaborador y colega, y junto con Adolf Guggenbühl-Craig, un importante psiquiatra suizo, formaron un trío de compañeros inseparables. Esta fue una de las épocas intelectualmente más fructíferas para la psicología junguiana. Los tres amigos, lectores y estudiosos entusiasmados, realizaban largos almuerzos y cenas en los cuales sostenían apasionadas discusiones sobre psicología, mitología, antropología, religión. Sus propuestas eran controvertidas, críticas. Hablaban incesantemente y se enganchaban en discusiones que podían durar toda la noche. Palpaban algo nuevo en el aire. Sentían que estaban destapando un modo inexplorado de ver la psique. López hablaba con ardor y contagiaba a todos con su vehemencia y fogosidad, con sus salidas y ocurrencias, con su originalidad. Sus observaciones inesperadas, inarticuladas, pero profundamente significativas, sorprendían: «¿De dónde sacas eso?», le preguntaban, a lo que López respondía «Me lo dice el estómago».

Una anécdota relatada por Adolf Gugenbühl-Craig descubre de manera elocuente la personalidad de López-Pedraza. Un día, decididos a renovar la psicología junguiana, Hillman, Guggenbühl y López conversaron sobre las actividades que debían llevar a cabo para hacerse más presentes en los círculos de la psicología analítica. Hillman se ofreció a ocuparse de los estudios y de las actividades editoriales, a fundar la editorial Spring, a publicar una revista especializada en psicología de los arquetipos, a promover cursos y encuentros. Guggenbühl se comprometió a ocuparse de lo político, a entrar en la directiva del C. G. Jung Institut, en la Asociación Internacional de Psicología Analítica. Cuando le llegó el turno a Rafael López, este se quedó callado, no dijo nada. Le preguntaron, entonces: «¿Y tú qué vas a hacer?». Balanceándose y reclinándose levemente hacia atrás, masajeándose la barriga, López respondió: «Nada. Yo me voy a encargar de la inercia». Era obvio. Si varios de los presentes tomaban el camino de la acción y se mantenían activos, en movimiento, realizando tareas concretas, alguien tenía que ocuparse de mantener el cuerpo en reposo.

El año 1969 fue especial. Hillman y López viajaron a Londres, visitaron el Warburg Institute y se sumergieron en la Wellcome Library, una biblioteca con un amplísimo reservorio documental para el estudio de las conexiones entre la medicina, la ciencia, el arte y la vida. En el Warburg Institute leyeron la obra de Frances Yates, Giordano Bruno y la tradición hermética, en la que se mencionaba un libro de magia talismánica, el Picatrix, descubierto en el Renacimiento por un clérigo griego dentro de lo que se conoce como literatura hermética. También leyeron una obra desconcertante que les dejó una fuerte impronta imaginativa, la Hieroglyphica, de Horapolo, la explicación de 189 jeroglíficos realizada por uno de los últimos sacerdotes paganos del Antiguo Egipto. Luego en Zúrich, con James Hillman, Audrey Haas, Patricia Berry, Tom Kapacinskas y otros estudiosos de psicología analítica, comenzaron a leer una traducción al alemán del Picatrix. La traducción al inglés la hacían en grupo en las oficinas de la revista Spring, en la calle Untere Zäune, calle en donde también tenía su consultorio Guggenbühl-Craig. En palabras de López: «La lectura del Picatrix fue para nosotros una revelación y una experiencia psicológica formidable, porque abrió las emociones del grupo que participaba en la lectura» (4). Las sesiones que se sucedieron descubrieron una realidad de imágenes arquetípicas que funcionaban de manera autónoma en la psique y favorecían la movilización de emociones intensas y originales de todos los asistentes. «Fue una experiencia muy misteriosa que constelizó emociones insospechadas y propició experiencias que no habíamos tenido antes, experiencias que indudablemente nos movieron psíquicamente» (5). Fue el origen de la psicología arquetipal. En el caso particular de López, el fruto maduro de esa experiencia fue el primer libro de estas obras reunidas, publicado originalmente por Spring Publications en 1977: Hermes y sus hijos, una obra que, siguiendo la tradición renacentista y su interés por las imágenes, permite una entrada audaz a los arquetipos del inconsciente colectivo.

Los junguianos de la primera generación trabajaban las imágenes oníricas como símbolos, las remitían a ideas o conceptos abstractos. James Hillman y Rafael López-Pedraza acuñaron una frase que tuvo consecuencias importantes en la práctica psicoterapéutica: Stick to the image («Cíñete, quédate en la imagen»). El paso determinante era evitar la interpretación para permanecer en el paisaje emocional que consteliza y dibuja la imagen. Con Hermes y sus hijos, Rafael López-Pedraza nos lleva de la mano como psicopompo ancestral, en un atrayente relato psico-mitológico a través del cual las múltiples apariciones de la deidad griega, Hermes, Señor de los Caminos, mensajero de los dioses, sirven de guía en las rutas que conducen al inconsciente, representaciones que permiten una psicología de la paradoja, en los límites o borderlines de nuestra vida. López se interesará en el lado indigno de la psique, en el robo hermético como instrumento psicoterapéutico, en el análisis como el arte de hacer posible la imaginación grotesca, repulsiva e imposible, el lado freak que todos llevamos dentro. La psicoterapia se da en la imagen que captura lo invisible por medio de las representaciones arquetipales.

López-Pedraza había regresado a Caracas en 1974, junto con su esposa Valerie Heron, compañera inseparable y colaboradora principal en la elaboración de su obra. En 1976 comenzó a dictar seminarios de mitología clásica en la Escuela de Letras de la Universidad Central de Venezuela, seminarios que pronto se convirtieron ellos mismos en eventos míticos dentro del estudiantado de Letras y Psicología y dieron pie a un enriquecedor intercambio de reflexiones hasta su conclusión en 1989. Los seminarios, como tantos otros sucesos en la vida de López, terminaban, habitualmente, en almuerzos o cenas con buena comida española y vino, en los que las palabras e imágenes tomaban cuerpo en la discusión de los comensales y se experimentaban de manera viva. Como

colofón de ese fructífero período, en 1987 aparece el segundo libro de los que agrupa este volumen de las obras reunidas: Ansiedad cultural, publicado en su primera edición como recopilación de cuatro ensayos que posteriormente se ampliaron a cinco. Esta es la obra más leída y conocida de López-Pedraza. Los años subsiguientes conforman una etapa de gran productividad. Casi de seguido, en 1989, publica Anselm Kiefer: La psicología de «Después de la catástrofe», una obra que desarrolla uno de los temas que más interesaron a López: psicología y arte, la lectura psicológica de la expresión plástica.

En Ansiedad cultural, López trabajó las ideas centrales de su psicología. Sus términos y estilo han influenciado decididamente en la manera de ver, pensar y expresarse de los psicólogos junguianos venezolanos. Para López, hay tres elementos que reproducen la ansiedad y trabajan en contra de la lentitud necesaria para la reflexión psíquica: la aceleración del puer æternus, el histrionismo y la superficialidad de la histeria, y el mimetismo psicopático y la falta de moderación del desalmado. «Sobre titanismo», el primero de los ensayos que forman el libro, da cuenta de un área del psiquismo en el que las formas arquetipales no trabajan, no funcionan, donde la falta de formas, el exceso y la ausencia de límites cierran la posibilidad de conexiones anímicas. En el segundo ensayo, que da nombre al libro, «Ansiedad cultural», López reflexiona sobre el conflicto histórico entre la diferenciación psíquica facultada por el politeísmo, los distintos paganismos, y el monoteísmo totalitario que busca la unidad. Uno de los más bellos y poéticos escritos de López es «Reflexiones sobre el Duende» (a propósito de «Juego y teoría del duende», de Federico García Lorca), a través del cual, de manera sutil y elegante, nos traspasa el sentido profundo de lo dionisíaco. Con la vida de Ignacio Sánchez Mejías, los poetas andaluces, el toreo, la tragedia griega, el flamenco, López nos mueve hacia los espacios y momentos en que las emociones individualmente sentidas nos conectan con nuestras más desconocidas y enriquecedoras honduras.

Ansiedad cultural incluye dos ensayos sobre temas cuyo debate cobra cada día mayor vigencia. La meta de la psicoterapia no es la adaptación a una vida en la que predomina el titanismo y en la que el éxito y el triunfalismo son mandatos extenuantes incapaces de llenar el vacío. El acontecer psíquico se nutre en la intimidad de una consciencia de fracaso, en la que aprendemos a hacer alma a partir de nuestras debilidades y descarríos, mucho más que desde nuestros logros y triunfos. La experiencia de fracaso remite a lo que los clásicos llamaron anima media natura, un estadio intermedio del alma donde el individuo camina de manera acompasada con su vivencia interior, lejos de la aceleración de la búsqueda de triunfos. Por otra parte, «La psicología del sectarismo en tiempos de ansiedad», hoy tan penetrante en la política de la identidad, nos alerta sobre una psicología simplista y esquemática que esconde una asombrosa fuerza destructiva, la psicología virginal, que impide el entendimiento con la sombra y las oscuridades de cada cual.

El tercer libro de este primer volumen de las obras reunidas de López-Pedraza es la expresión escrita de la faceta más apreciada y estimulante de la personalidad de López, su fisonomía dionisíaca, su llamado a la epifanía de Dionisos, el dios de la tragedia y el vino, la deidad que tiene como su atributo la locura. La manera en que la propia locura difiere en cada etapa de la vida

y la psicología dionisíaca de la vejez, vehículo para dar hondura emocional a las limitaciones y aflicciones del avance de la edad, son dos de los originales aportes de este libro. La obra recupera la sensualidad y sensibilidad somática como experiencia señera del cuerpo psíquico o cuerpo emocional.

El fin de la etapa docente en la Universidad Central de Venezuela marcó un nuevo paso en la vida de López, más acoplado a su momento personal, pero pleno de actividad creativa: seminarios en la Sociedad Venezolana de Analistas Junguianos, seminarios de Pánaga en San Cristóbal, conferencias en la Fundación C. G. Jung de Venezuela y sobre todo una amplia e intensa actividad editorial con la que recogió los seminarios y cursos dictados a lo largo de su vida. Publica así Sobre héroes y poetas, en 2002; De Eros y Psique, en 2003; Artemisa e Hipólito: mito y tragedia, en 2005; Cuatro ensayos desde la psicoterapia, en 2006 y Emociones: una lista, en 2008. Estos títulos formarán parte del segundo volumen de la obra reunida. El tercer volumen estará dedicado a los trabajos sobre psicología y arte, Anselm Kiefer: La psicología de «Después de la catástrofe», ya mencionado, y «Picasso: Belle Époque et période bleue», publicado originalmente en Cahiers Jungiens de Psychanalyse, en 1990. López tenía la habilidad de volar a media altura desde las imágenes de un pintor a la psicología colectiva de su tiempo y el nuestro, de yuxtaponer arte, historia, mitología y psicología como construcción capaz de mover nuestra imaginación. En el Kiefer, López descubrirá el arte como medio para estudiar la sombra del poder, la más peligrosa de las sombras, y la infinita potencia de la estupidez humana. Verá, asimismo, los estados histéricos en que determinados segmentos de una sociedad se fusionan con la inflación loca del héroe. El arte como posibilidad para reconstruir los movimientos subterráneos que, a través de las fantasías de un individuo, despliegan las complejidades de su tiempo.

López siguió trabajando como psicoterapeuta, dictando seminarios, cursos y conferencias con gran intensidad durante toda su vejez. En 2009 la Universidad Central de Venezuela le concedió el título de doctor honoris causa. Hasta el día de su muerte, ocurrida en Caracas el 9 de enero de 2011, con noventa años, López insistió con vigor en su principal enseñanza: el problema central de nuestro tiempo es la incapacidad para formar imágenes, la resistencia a las lentitudes que nos permiten el contacto con las emociones, producto de la falta de simetría entre cuerpo y alma. El trabajo psicológico se da en lentitud y por indirección, a través de repercusiones e impactos emocionales que hacen posible la imagen. Rafael López-Pedraza dejó un legado de especial importancia para estos tiempos de colectivismo: su apasionada defensa de la individualidad. Para López, la consciencia colectiva no era una forma de consciencia, era más bien el camino hacia el monoteísmo ideológico, el sectarismo, el totalitarismo, el obscurantismo. El campo emocional es el terreno natural de lo psíquico, y la única manera de aproximarnos al entendimiento de las emociones es por medio de la función del sentir, una función psicológica que inevitablemente nos obliga a las valoraciones individuales.


*Obra reunida. Volumen I. Rafael López Pedraza. Editorial Pre-Textos. España, 2021.


Referencias

1 Áxel Capriles M., «Movimientos posjunguianos: Conversaciones con Rafael López-Pedraza», Revista Venezolana de Psicología de los Arquetipos 1 (2005): 50.

2 Eduardo Carvallo, «Rafael López-Pedraza: terapeuta, psicopompo», Revista Venezolana de Psicología de los Arquetipos 5 (2013): 36.

3 Capriles, «Movimientos posjunguianos», 45.

4 Ibíd., 47.

5 Ibíd., 49.