En Eran de madera no existen latitudes, períodos ni referencias directas a instituciones o Estados. María Pérez-Talavera busca con su narración que el lector vaya construyendo por su cuenta la historia a partir de las pistas que ella deja en cada capítulo.
«Llego al salón y me doy cuenta de que está muy lleno de mí. Siento mi propia presencia. Mi energía cuelga como cuelgan las cortinas, se asienta como un ente en el sofá. Me embarga una sensación de calidez y, a medida que recorro la estancia, más y más, me voy sintiendo en casa». (pag 161).
El personaje principal, L, vive en un eterno loop, paralizado en su propio tiempo, mientras talla juguetes de madera basados en la gente que ve a diario, además de ser un obsesionado a la lectura, que es lo que le mantiene los pies sobre la tierra. La imaginación es lo que le ayuda a estar en la realidad.
¿Hablamos de una persona con alguna condición mental? ¿Un psicópata? ¿Un asesino? Eso tampoco queda claro, pero L a ratos es tierno y víctima y en otros momentos expresa un odio hacia la humanidad, culpable de su encierro en un ¿sanatorio?
Vemos a L disfrutando o inventándose un mundo donde un «lago carga la neblina a cuestas. Su azul grisáceo brilla en la base y se va difuminando en ascenso hasta llegar al blanco cenizo de las nubes, todo en una misma paleta de colores».
Y también inmerso en la violencia: «Justo en el momento en que el primer pedazo de carne tibia entró en contacto con mi cuerpo, le enterré la punta de la pluma que llevaba en el bolsillo. Sentí la convulsión indómita de sus miembros, como cuando se hiere a una cucaracha, sobre mí».
L me recuerda a Quentin Compson de El sonido y la furia de William Faulkner. En el capítulo dos de la novela nos encontramos con un personaje sumido en tal depresión que sus ideas, muy ordenadas en principio, terminan explayadas en el texto sin signos de puntuación hasta que llega su inminente suicidio. O también al K de Kafka, perdido en una atmósfera de preguntas y caminos desdibujados.
A L puede que no le llegue la muerte, pero su inmersión en sí mismo, sus pensamientos, su aislamiento, son una manera de ya no estar, de perderse en la nada en un mundo que él no entiende y que este tampoco lo entiende a él. La pregunta queda para el lector: quién es L, por qué está confinado, adónde va a parar.
Quien lea Eran de madera debe hacerlo sin prejuicios, dispuesto a entrar en el universo de un personaje que se contradice, que inventa historias, que no sabe quién es, que puede confundir y desesperar, pero también divertir. ¿Es una novela experimental? Dudo que en este momento se pueda hablar de experimental. Ahora, sí me parece una manera distinta, en este momento, de jugar con la narración, de replantear el lenguaje en medio de tantas publicaciones testimoniales.