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Las memorias de José Rafael Pocaterra: una radiografía de la sociedad venezolana

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Por MARÍA JOSEFINA TEJERA

No conocí personalmente a Pocaterra. Pero hubiera podido asistir al discurso que pronunció en el Concejo Municipal de Valencia en 1954, con motivo del Cuatricentenario de esa ciudad y entonces hubiera oído aquella pieza en versos que él tituló «Valencia, la de Venezuela». Sus palabras conmovieron profundamente al auditorio porque Pocaterra representaba el rechazo a las dictaduras y, para entonces, en Venezuela gobernaba por la fuerza el general Pérez Jiménez. En esa oportunidad, Pocaterra había venido sólo por cuatro meses, con un permiso especial del gobierno que lo vigilaba constantemente. Pero ya el viejo luchador carecía de fuerzas para entablar nuevas contiendas políticas: sufría una enfermedad que lo llevaría a la muerte en abril del año siguiente, es decir, de 1955.

Durante su vida Pocaterra desarrolló dos aspectos que se enlazan y se tocan mil veces. Fue un político y fue un escritor. Aunque ejerció el poder como ministro, como gobernador y embajador, su figura resalta como la del luchador que de mil formas se opuso al dictador Juan Vicente Gómez: escribió artículos en los que invitaba a los lectores a meditar sobre las realidades de nuestro país y de nuestro continente, tanto en la prensa local como después en los periódicos internacionales. Concibió novelas y cuentos en los que los personajes son lo más parecido a los diferentes tipos que poblaban nuestras ciudades para así, en el curso de estas obras de ficción, ofrecer posibles explicaciones a nuestra manera de ser y, desde luego, proponer posibles causas a nuestras realidades. Y escribió un libro singular, que no es ni ensayo ni ficción: Memorias de un venezolano de la decadencia, que le deparó un lugar destacado entre los hombres más importantes del siglo XX. Pero también tomó parte en conspiraciones contra la dictadura que le costaron la cárcel y luego el exilio.

Me dicen que Pocaterra era hosco, serio, pero apasionado en la conversación que salpicaba de anécdotas con las que caracterizaba a diferentes personajes que él había conocido a lo largo de los múltiples episodios de su vida. La rapidez de su pensamiento y lo brillante de su lenguaje hacían que el interlocutor no avisado perdiera el hilo ante aquel borbotón de palabras que brotaban de un hombre fuerte, intenso y profundamente agudo.

La visión venezolanista

A Pocaterra hay que juzgarlo por sus obras y hay que rebuscar en ellas, una y otra vez, la intención que tuvo al escribir y, luego, lo que nos transmiten esas obras, ya a cierta distancia en el tiempo. Sin embargo, ese transcurrir del tiempo permite al lector de hoy una perspectiva beneficiosa, porque mientras más cerca se está del ser vivo, del autor, más se deforma la percepción que se tiene de la obra. En cambio, se percibe mejor la obra cuando se le mira aislada y entonces se le analiza más libremente, de modo de juzgar su permanencia. Pues bien, la obra de Pocaterra resiste esta prueba, de modo tal que bien pueden trasladarse varios rasgos que él presenta en su obra como claves en el comportamiento de nuestra sociedad actual. Aunque varios aspectos de nuestra realidad han cambiado, como es la desaparición de la sociedad rural, las características sociales persisten.

Según el realismo literario que Pocaterra defendía, en las sociedades se destacan ciertos prototipos, los cuales él supo encarnar en personajes ficticios. Curiosamente, a esos prototipos se le adjudican en el lenguaje popular nombres que aglutinan las características que los identifican, como son, por ejemplo, el pájaro bravo, el camaleón, el mamador de gallo, el jalador de mecate o el pisa pasito. Pues hoy en día estos términos y los personajes que designan siguen vigentes. Las sociedades cambian, pero a largo plazo y las bases de nuestra sociedad de hoy se encuentran en la sociedad de Pocaterra.

Aparte del propósito de Pocaterra de intervenir en el país a través de la escritura, su obra permanecerá por mucho tiempo por la crudeza de sus palabras. Huía del artificio literario por consignar una estética de «lo real», de «lo vital» que le permitió interpretar sus temas con un estilo virulento, basado en lo terrible o lo ridículo, que todavía sacude al lector. Quizás una de sus facetas más originales se encuentra en el contraste entre este estilo crudo y desgarrado y ciertos episodios, personajes o actitudes de gran ternura y delicadeza. Aun en los momentos más dramáticos y más duros, Pocaterra resalta un rasgo de hermosura humana que resulta conmovedor. Por ejemplo, el sacrificio de la madre de «La casa de la bruja» o las escenas de ternura en la narración de la muerte de Aranguren en las Memorias.

El tono grotesco

A Pocaterra se le tilda de «pesimista» y no era para menos, puesto que su misión política se vio frustrada varias veces en las intentonas por derrocar primero a Castro y, luego, a Gómez. Su época fue de penuria: el país estaba empobrecido y destruido por las guerras a que se había visto sometido durante el siglo pasado. Las enfermedades endémicas como el paludismo, la tuberculosis y otras mataban sin remedio o debilitaban a los trabajadores hasta impedirles rendir y ser productivos. Había zonas del país que no se podían pisar sin ser atacado por uno de estos males. Y había otras que estaban totalmente aisladas y que vivían en el más total atraso.

Si a todos estos males se le agrega el cinismo de la clase llamada dirigente que colaboraba con el dictador sometiéndose a sus caprichos y adulándolo hasta llegar a la humillación se comprende que hombres como Pocaterra se exasperaran y utilizaran todos sus medios para delatar esta situación. Parecía que el país no iba a poder superar ese momento porque eran pocos los que se atrevían a expresarse o a rebelarse, sabiendo que les iba a costar la vida, la miseria o la amenaza con mil formas que se ejercían desde el gobierno.

Esta situación es la que se plasma en forma literaria en su prosa y que él mismo adjetivó de grotesca. Hay, pues, en su obra una correspondencia entre su más profundo convencimiento y su actitud de oposición política y de rebeldía, y esa visión deformada, de tintes oscuros y penetrantes que se encuentran en su estilo, descuidado, agresivo hasta llegar a la violencia. Con este estilo pretendía sacudir a sus lectores de modo de incorporarlos a una nueva forma de mirar su entorno que se obedeciera a sueños idealistas con los que los escritores modernistas se evadían de la realidad.

Lo grotesco diabólico consiste en destacar las atmósferas oscuras de la maldad. Aunque no se hagan presentes demonios propiamente dichos, en la obra de Pocaterra, en cambio, aparecen hombres que hostigan a los demás hasta revelar las cualidades malvadas de los humanos, como es el caso del verdugo Nereo Pacheco. En las comparaciones entre los hombres y los animales también brota lo grotesco, como cuando aplica este recurso a los personeros de Gómez: «Los ministros, los políticos de Caracas y del interior, los cortesanos, los adherentes, los trepadores, los crustáceos: ¡la fauna de estos últimos tiempos!, y hasta la flora, porque notábase allá y acá algún infeliz chayota».

Lo grotesco va más allá de lo feo o de lo desagradable, pues en lo grotesco se une lo bufonesco a lo horrible o a lo deformado. Lo grotesco destruye el orden natural y rompe el hilo normal de las cosas; por eso la ironía y la sátira pueden ser igualmente aniquiladoras. Pocaterra va más allá de la burla al constituirse en denunciante y convertir a quienes sufren miseria y dolores en víctimas inocentes de un estado de cosas.

La deformación de las cosas y la corrupción están expresadas a través de un lenguaje a su vez deformado, en utilización exagerada o en la alusión a los despectivos que expresan de por sí la desvalorización. Se encuentran así: abogadetes, pobretes, idoletes, y malhechorcetes, mujerucas, frailucos, muchachejas, Jovenzuelos y sacristantuchos. También el lenguaje metafórico produce el efecto grotesco: «Atravesaron la plaza, asoleada, con un busto de Miranda, plateado como salchichón, en el centro».

Pocaterra hoy

En situaciones de crisis, como la que estamos viviendo hoy, es necesario volver a obras como la de Pocaterra porque su propósito fue, desde un comienzo, penetrar en el ser del venezolano, en la esencia de su expresión y de sus actitudes para proponer explicaciones a las causas históricas y sociales que llevan al país a las dictaduras de Castro y de Gómez.

Para Pocaterra, la decadencia a la que se refiere el título de sus Memorias es el estado de inercia y de pasividad del pueblo que aceptaba la dictadura de un hombre cruel e ignorante. Por eso, invirtiendo una frase célebre de Romero García, dice: «Venezuela es un país de reputaciones anuladas y de nulidades descreídas».

Tanto en sus obras de ficción, como en sus Memorias, Pocaterra pinta con los colores más oscuros, valiéndose de la ironía y de la deformación grotesca, la sociedad de su época en la que resaltan los que se pliegan ante los caprichos de los gobernantes. Y luego, en la más descarnada de las prosas describe lo que era la miseria de la cárcel gomecista en la que los hombres eran tratados como animales sólo porque se oponían al dictador. Quien lea estas Memorias no olvidará nunca a Nereo Pacheco, el carcelero arpista que torturaba a los presos políticos de mil formas a cuál más degradante. Ni a los diferentes personajes que consumieron su vida hasta morir en una prisión mugre, donde se les sometía a torturas y a humillaciones porque se habían atrevido a expresar opiniones contrarias al gobierno de Gómez.

Actualmente he escuchado a personas que piensan que necesitamos de nuevo un régimen fuerte. A esas personas les recomiendo que lean las Memorias de un venezolano de la decadencia para que conozcan lo mucho que pueden sufrir pueblos bajo regímenes de fuerza que se imponen por el miedo. Una situación de intriga, de espionaje como la que se vivió en Venezuela durante más de treinta años bajo Gómez lo deforma todo y no permite que los pueblos busquen sus propias soluciones en ese mirarse y repensarse que es fundamental para el desarrollo, tanto de las personas como de las sociedades. En cambio, las dictaduras que aparentemente solucionan los problemas porque imponen las medidas sin discutirlas, constituyen un atraso para los pueblos. Por eso Pocaterra habla de decadencia: a los venezolanos de esa época no se les permitía pensar.

No es ocioso de ninguna manera releer también sus novelas y sus cuentos y remontarse en el tiempo y en la memoria de lo que ha sucedido en nuestro país. Ir de la mamo de uno de nuestros más inteligentes escritores constituye una enseñanza, no sólo para los estudiantes que lo leen quizás siendo demasiado jóvenes, sino también para las personas más maduras, y para los que pretendan ser dirigentes, quienes encontrarán en su obra los principios que hay que defender como soportes de nuestra nación y que siempre nos pertenecieron aunque parezca que ahora se han olvidado.

Más allá de su escritura

En el balance de este siglo, Pocaterra destaca como el escritor que con más énfasis y penetración delató una realidad social y política degradante. En cada una de sus obras y de diferentes maneras presenta a un personaje o a una situación que puede tomarse como prototípica de su momento y que él resalta para rechazarlas. Su estilo agresivo, profundamente venezolano, se corresponde con esta actitud de rebeldía hacia la situación que él denuncia.

Desde el punto de vista de la historia de la literatura, puede considerársele como precursor de los escritores que integraron el llamado boom de los novelistas hispanoamericanos.

Todos los elementos de penetración social, de crudeza estilística y de riqueza de situaciones se encuentran ya en sus obras de ficción. Sin embargo, la literatura para Pocaterra no fue un mero oficio sino una forma de actividad política y, por eso, su obra más resaltante continúa siendo las Memorias de un venezolano de la decadencia, obra situada en los límites de libelo político donde el principal protagonista es el mismo autor. Pero que también podría llamarse Memorias venezolanas de la permanencia por la vigencia que en muchos aspectos todavía tiene.