Papel Literario

Las encrucijadas de la historia. Francisco Bravo, lector de Teilhard de Chardin

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Por MARÍA GUADALUPE LLANES

El profesor Francisco Bravo era un genuino erudito en filosofía platónica. Lo conocí durante el último semestre que pasó en la Escuela de Filosofía de la Universidad Central de Venezuela, antes de jubilarse en 1993. Fue un enorme privilegio el tenerlo como profesor ese año. Era fascinante la manera en que se paseaba por la obra de Platón, haciendo interesantísimas conexiones entre textos, desde su formidable memoria y capacidad de razonamiento. Lo recuerdo como imponente filósofo, pero también como gran ser humano. No en vano fue miembro de la Sociedad Platónica Internacional y también director del Centro de Estudios Clásicos, Cecla. Su línea de investigación durante su carrera académica en la UCV fue la Filosofía Antigua, especialmente Platón y Aristóteles. Estando jubilado siguió muy activo y no dejó de apoyar a la Escuela. Fue tutor de estudiantes y profesores, así como jurado de trabajos de ascenso. No resumiré aquí su amplio y fecundo currículum, sólo diré que antes de estos intereses investigativos tuvo otros:

El primero,  teológico-filosófico, ha girado en torno a Lutero y ha culminado en su libro El sacerdocio común de los creyentes en la teología de Lutero (Vitoria, España, Editorial Eset, 1963). El segundo, predominantemente filosófico, se ha ocupado del pensamiento de Teilhard de Chardin y ha producido una de sus obras principales, La vision de l’histoire chez Teilhard de Chardin, publicado en francés por las bien conocidas Les Éditions du Cerf (París, 1970) y en español por la Editorial Nova Terra (Barcelona, 1970) (1).

En efecto, al profesor Bravo le apasionó la noción evolutiva de la ‘historia’ que desarrolló Teilhard, una visión que aspiraba a ser una síntesis de tendencias del pensamiento evolutivo de principios del siglo XX como las teorías de Darwin, Lamarck, los neodarwinianos y el mutacionismo. Para Teilhard, la especie es la unidad evolutiva, y ese movimiento teleológico que arrastra todas las cosas opera tanto sobre la materia, como sobre la psique. Nada se escapa del torbellino universal de todo lo que existe en su marcha continua hacia el mejoramiento en Cristo. La historia cósmica transcurre en una determinada dirección, el cosmos evoluciona sin perder la unidad. No encontramos antes de Teilhard un autor que considere tan importante a la historia, exceptuando a Hegel y a Marx, claro. Pero él considera que su concepción de la edad histórica en que se encuentra supera las antiguas concepciones, la transformación que se está produciendo en la encrucijada histórica de su época va más allá de la mutación económica que proponía Marx y el cambio ético-espiritual que defendía Hegel. La evolución arrasadora y creativa del cosmos completo lleva consigo todos los otros devenires de las esferas de existencia de los seres. Todo el espacio-tiempo está contenido en la vorágine evolutiva y el método para pensar sistémicamente esto, es la fenomenología. La humanidad es central en todo el proceso que transcurre en etapas: cosmogénesis, biogénesis, antropogénesis, noogénesis y cristogénesis. Ciencia, filosofía y teología se armonizan en una mirada total del cosmos, que incluye la experiencia humana, los devenires sociales y políticos, los fenómenos naturales y también la revelación sobrenatural, o sea, a Cristo con todos sus misterios.

Es verdad que en todas las épocas hay ocasiones en que las sociedades sienten que se encuentran en una encrucijada histórica y que ante tal sentimiento se hace necesario reencontrar el sentido en un fin trascendente que justifique la maraña existencial del complejo presente, ese era también el caso para Teilhard, quien tuvo apasionados defensores y demoledores críticos. Entre las críticas que recibió se decía que nunca logró, o ni siquiera intentó, explicar el fenómeno mismo de la historia, sino que su esfuerzo estaba dirigido principalmente a una descripción de un salvífico evento místico-teológico que se cumplía en la propia estructura física del universo, con la consiguiente moralización del proceso. En este punto, el profesor Bravo no estaba de acuerdo. Él pensaba que Teilhard interpretaba el discurrir histórico armonizando equilibradamente tres aproximaciones al fenómeno: la científica, la místico-religiosa y la fenomenológica. La evolución histórica hunde sus raíces en la evolución cósmica, en este movimiento cabe la libertad humana y en el corazón de las tensiones históricas se produce una atracción hacia Dios.

No tengo idea de cuál fue el evento, académico o personal (tal vez ambos), que llevó al profesor Bravo a abandonar la ruta escolástica para mudarse a ese lugar más allá del cielo: el Hyperuránion tópon (ὑπερουράνιον τόπον) platónico. Desconozco cuál fue la circunstancia que lo dirigió hacia los caminos de la Grecia antigua, el de las Ideas de Platón y las esencias de Aristóteles. Pero lo que sí sé es que siempre atesoró aquellos paisajes cósmicos de Teilhard que expuso en su libro, aquella optimista visión de la historia. Quizás precisó de las alas teilhardianas para conversar con el Demiurgo.

Ante la encrucijada histórica de nuestros días, similar a la teilhardiana según la cual: Todo está “encaminado, con el Comunismo y el Nacionalsocialismo, hacia la más espantosa de las agrupaciones encadenadas. El cristal, en lugar de la célula. El hormiguero, en lugar de la Fraternidad. En lugar del esperado remontar de la conciencia, la mecanización, que emerge de una manera inevitable, según parece, de la totalización…” (2), ¿quién se atreverá a soñar modalidades evolutivas que hagan frente a las totalidades masificadoras? ¡Cuánta falta nos hace nuestro querido profesor Francisco Bravo!


Notas

1 http://www.filosofiaecuador.org/francisco-bravo/

2 Teilhard de Chardin, El Fenómeno Humano, Ed. Taurus, Madrid, 1963, pp. 310, 311.