Papel Literario

Las cuentas de Margo Glantz

por El Nacional El Nacional

Por EDUARDO CERDÁN 

«Ajuste de cuentas». Así se intitula el discurso de Margo Glantz en el que, a un tiempo desenfadada y rigurosa, explora su propia obra y lo que se ha dicho de ella. Me acuerdo de aquel título ahora, mientras me propongo hablar sobre los inicios de esta escritora mexicana −que autopublicó su primer libro a los 47 años− y me encuentro con que, cuando le mostró sus manuscritos tempranos a su profesor de preparatoria Agustín Yáñez, el gran novelista de la Revolución mexicana opinó que sus textos eran perlas sin collar, cuentas sueltas a las que les faltaba engarce para valer la pena. Insegura entonces, Margo Glantz no se imaginaba que años después, en su «Ajuste de cuentas» pronunciado al recibir uno de sus varios doctorados honoris causa, se hallaría cómoda con lo suyo: el fragmento, lo aparentemente inconexo que cobra sentido en conjunto. Las cuentas sueltas, sin ajustarse a las convenciones, como método de escritura.

Ya había publicado algunas obras académicas, pero su primer libro de ficción fue Las mil y una calorías, novela dietética (1978), motivado por una estancia en Estados Unidos. Acerca de esta «novela», en la década de los ochenta le contó al crítico Julio Ortega: «Regresé a México y en dos meses escribí el texto, pero como era un texto de dieta tenía que hacerlo gigantesco: entonces lo hice con un sobrino mío que lo empezó a dibujar, lo hicimos en letraset y luego en un montaje que le llevé a Joaquín Mortiz; al principio le gustó, luego me dijo que no». La editorial Premiá habría publicado su libro, pero no contaba con una imprenta que pudiera encargarse del formato que requería. Glantz lo editó, pues, por su cuenta, con un tiraje costoso que se empeñó en vender a sus conocidos. Confiesa en la misma entrevista: «Antes [de Las mil y una calorías] me decían la profesora, la crítica, y ahora todo mundo me dice “la escritora”».

Aunque hoy no rescataría entero ese primer volumen, todavía lo considera importante por haber sido el espaldarazo necesario para impulsar su carrera literaria. En aquella obra ya se imponía el interés medular de Glantz por el cuerpo, tema tan esencial como silenciado. Lo aborda con desparpajo, lo fragmenta, lo analiza y parte de él para identificar −por ejemplo− la «delicada relación entre lo vestido y lo desnudo; [porque] la desnudez absoluta animaliza, despoja, priva, [y] el vestido permite el tránsito a lo humano» (así define el erotismo en Saña).

Sí, se encarga del cuerpo gozoso (ahí está su novela Apariciones de 2006, erótica y mística), pero no exclusivamente. También del cuerpo enfermo, muerto (El rastro, 2002); del cuerpo vestido, calzado, intervenido (Historia de una mujer que caminó por la vida con zapatos de diseñador, 2005; Por breve herida, 2016); del cuerpo mutilado, lacerado (Saña, 2007); del cuerpo que excreta (Coronada de moscas, 2012; La cabellera andante, 2015)…

¿De dónde viene mi cuerpo?, debió de preguntarse Margo Glantz antes de escribir Las genealogías (1981), acaso su libro más atendido por la crítica. En este, a decir de ella misma en el prólogo a su narrativa reunida, «se expresa un duelo triple, el destierro de mis padres [judíos ucranianos], el trauma de mi nacimiento −como cualquier nacimiento de quien proviene de un exilio− y, por último, el duelo por la inminente y luego definitiva desaparición de mis seres más cercanos».

En los años de formación, como Glantz leía que el cuerpo se construía desde la mirada de los hombres, quiso que su impronta fuera un discurso desde la de las mujeres. Doble reto: acercarse a un tema que la conversación cotidiana suele escamotear y, además, cifrarlo desde una mirada heterodoxa. Los tiempos −claro está− eran otros, aún más restrictivos, y en cuanto escritora, Margo Glantz se alejaba del perfil de los creadores de su generación (si aún cabe el término). Desde luego que compartía con, y conocía y leía a quienes convencionalmente se agrupan en la llamada Generación de Medio Siglo −como su amigo Sergio Pitol−, pero publicar después que ellos la ubicó en un contexto muy distinto, más solitario, tanto de producción como de recepción. Glantz ha dicho, por ejemplo, que participantes del medio cultural expresaron comentarios negativos cuando publicó Las mil y una calorías; no la tomaban en serio.

Sugería yo que hablar de generaciones literarias a estas alturas es algo obsoleto. Lo creo, pero resulta práctico emplear el término para intentar «asir», digamos, la producción literaria de unas décadas tan pródigas en México, donde surgieron autores como Elena Poniatowska, José Emilio Pacheco o Amparo Dávila. En realidad, quienes se consideran miembros del Medio Siglo −frescos, cosmopolitas, críticos− coinciden porque divergen. De ahí que la escritura de Margo Glantz se avenga a ese temple. Ya no impera el relato telúrico, la «novela de la Revolución» ha quedado superada; ahora son los zapatos de diseñador, las obsesiones de las modelos y las actrices, los trastornos alimenticios, los dientes, los fluidos corporales, los pelos, Barthes y Kafka y Sebald y Quignard y Perec.

Prototuitera, Margo Glantz −lo dice todo el tiempo− siempre se ha interesado en atomizar el discurso, en valerse del fragmento como forma literaria. Se mueve bien en los terrenos de la hibridez, y en su literatura se tensan dos facetas: la narradora parece estar cómoda en la indefinición textual, mientras que la académica se empecina en categorizar su propia escritura. Constantemente −en textos sobre su poética, en prólogos, en entrevistas e incluso en cuartas de forros− se pregunta: «¿relato?, ¿ensayo?, ¿varia invención?». No hay una respuesta, por supuesto, y no interesa. Ficción, concluimos, y pasamos de página. ¿El estilo? Según ella, «enloquecido». Tendríamos que estar de acuerdo: es cierto que −aunque jamás cae en el automatismo psíquico− su prosa exhibe mucho de asociación libre, de «caos» en las partes que se transparentan al volverse un todo.

Como ha dicho la escritora Rosa Beltrán, es imposible abarcar a todas las Margo que hay en Margo. ¿Cómo se presenta a una autora sui generis como ella, que hace mientras deshace mientras rehace? Contempla una pieza de Bacon o de Lucien Freud en tanto escucha una de Schubert, y analiza el brasier en una foto de Naomi Campbell al tiempo que se acuerda del diario de Kafka o de cuando firmó textos de cocina bajo el seudónimo Margarita Zafiro. Ha traducido a Georges Bataille, y como académica ha abordado tanto a La Malinche como a Sor Juana Inés de la Cruz, tanto al conquistador español Álvar Núñez Cabeza de Vaca como al grupo de jóvenes que en los sesenta cambiaron el rumbo de la literatura mexicana y que Margo Glantz bautizó como escritores «de la Onda», mote que perdura hasta hoy… En fin, podría demorarme en atender ciertos elementos de su obra: el viaje, a lo mejor, o la «autoficción» o el humor o el relato de viajes o el análisis de la dinámica de las redes sociales… Pero no digo más, que los libros están ahí, abiertos a las múltiples lecturas que ofrece la mirada aguda, inteligente, transgresora de Margo Glantz. Una escritora avant la lettre, de veras inclasificable, a la que nada le es ajeno.

Ahora, mientras pienso en un cierre para este texto, me acuerdo de que nunca he visto a Margo de frente aunque tengamos puntos en común: vivimos muy cerca, mi casera fue su estilista y trabajo en la revista universitaria que fundó hace 53 años. Aun así, digo, no la conozco. Solo vi un fragmento de ella, creo, una vez, a lo lejos y de espaldas, mientras yo paseaba con mi perra por alguna calle de Coyoacán. La vi doblar a la izquierda, con paso lento, en una calle arrugada. Avancé, más rápido, y cuando me asomé, unos segundos después, ella ya no estaba.

*Eduardo Cerdán (Xalapa, 1995), narrador y ensayista, edita e imparte clases en la UNAM. Ha publicado en los diarios mexicanos El Universal y La Jornada, en revistas como Letras Libres y Literal, y en antologías de relatos y de ensayos. Es autor del libro de cuentos Pasos en la casa vacía (2019) y jefe de redacción de la revista Punto de partida.