Por SUSANA BENKO
La obra del artista venezolano Samuel Sarmiento pudiera crear equívocos a primera vista. Aquí es cuando decimos que la sola apreciación formal no es suficiente. Más aún: lo visual tampoco es suficiente. ¿Ello pudiera poner en duda nuestro criterio y capacidad de discernimiento? Tal vez. La primera impresión sería catalogar sus obras de “naif”, cayendo en el engaño que supone que su soltura espontánea es “ingenua”. Sí, ciertamente el artista se define autodidacta y su figuración parece así indicarlo. Y lo es si pensamos que no ha realizado estudios académicos de arte. Sin embargo, quedar en esta primera impresión es no ver que en estas obras no sólo hay realidades que acontecen más allá del tratamiento formal, sino que señalan, contrariamente, que estamos ante un artista sumamente reflexivo y culto, incluyendo en ello el tema formal.
Su manera de trabajar el color, el espacio, las relaciones figura-fondo son, en buena parte, resultados conclusivos de su observación de las artes del pasado. Pintar o dibujar obviando la perspectiva, por ejemplo, tiene en este caso mucho de lo aprendido de las civilizaciones más antiguas. Había en aquellos una lógica y un interés muy particular en comunicar y testimoniar. Yuxtaponer figuras y objetos unos al lado de otros, sin pretender destacar sus volúmenes o dar ilusión de profundidad, es también una manera de contar, de crear una sintaxis muy particular. Samuel construye espacios y su profundidad la sugiere mediante las variaciones tonales y la ubicación yuxtapuesta de sus personajes y elementos de la naturaleza. Si esto lo asociamos a la densidad de los relatos que narra, es evidente el sustrato reflexivo que distingue a este artista. Todo esto sucede en dibujos, pinturas y piezas de cerámica sin que las imágenes pierdan la emotividad y sensibilidad que expresan.
Entonces, todo lo anteriormente dicho cobra mayor sentido si sabemos que Samuel Sarmiento es Comunicador Social de formación, con maestría en Producción Artística en Valencia, España. Pero, además, sus viajes, residencias creativas en varios países, y sobre todo sus lecturas razonadamente apasionadas de autores tales como Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares, Evelio Rosero, Chinua Achebe y otros más son, puede decirse, modelos “formativos” del artista. Hay en la literatura un proceso creativo y temático interesante de asimilar y, por otro lado, es un complemento fundamental para un artista comunicador que ha hecho esencialmente del dibujo —y más recientemente de sus pinturas en gran formato y piezas de cerámica- los medios ideales para contar historias.
Sin embargo, no sólo la fuente originaria de estos relatos proviene de la literatura. También de la vida misma, de las personas y de los contextos que el artista ha ido conociendo en sus viajes. Asimismo, de las tradiciones afrocaribeñas pues Samuel vive en Aruba desde hace varios años. Esta isla, colonia del reino holandés, ha ido perdiendo sus raíces debido a los intereses comerciales que genera el turismo. De allí sus crónicas visuales cuya riqueza de contenidos, provenientes de la imaginería popular, él trata de preservar. No es de extrañar que los mitos, las fábulas, así como los cuentos de animales y de elementos diversos de la naturaleza que caracterizan a nuestras regiones, estén de alguna manera narradas en sus obras.
Pero no todo es encantamiento en este imaginario. Hay realidades que ocurren con toda su crudeza que conforman nuestra historia contemporánea. La belleza no es nada sino el principio de lo terrible escribió Rainer María Rilke en su primera Elegía. Las obras de Samuel fascinan por su capacidad de fabular y de traducir en imágenes plenas de luz y de color cuentos que son también de horror: el desarraigo, el desplazamiento, las extracciones de las riquezas de la tierra, la destrucción de la fauna y de la flora, en definitiva, del medio ambiente. Igualmente, la discriminación contra los migrantes o bien la extracción de la inteligencia por medio de la fuga de profesionales formados en Venezuela. En resumen, un proceso de pérdida de valores, de identidad y del sentido de pertenencia. En estas obras, de paisajes casi idílicos, está latente ese otro lado de la historia. Como decía el poeta en la misma Elegía: Todo ángel es terrible…