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Lafcadio Hearn, de Irlanda al Japón

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Por IBSEN MARTÍNEZ

Lafcadio Hearn dedicó la mitad de su vida a indagar en los relatos de fantasmas de la tradición japonesa.  

Esto no lo diría todo sobre uno de los escritores más sugestivos e influyentes del siglo XX, un autor que en el XXI cobra cada día más lectores: nacido de madre griega y padre irlandés en 1850, en la isla de Leúcade (o Lefcadia, de allí su extraño y sonoro nombre de pila), un poco al norte de la Ítaca de Odiseo, en el mar jónico, Hearn tendría legítimo lugar en la galería de autores egregios que Rubén Darío llamó sin más los raros. 

Padecí en la niñez, por largo tiempo,  atenazantes terrores nocturnos y aún hoy permanezco en grado sumo sensible a su recuerdo: no sé de ningún otro escritor que haya extraído más significados de un trastorno tan inexplicable y traumático.  

«Contaba yo cerca de cinco años cuando fui condenado a dormir solo en cierta habitación aislada que desde entonces recibió el nombre de “Cuarto del Niño”», relata Hearn en el inquietante ensayo Un toque de pesadilla, publicado en 1900 y que hoy presenta Papel Literario

«Y  hasta donde podía recordar, había tenido a menudo malos sueños. Al despertar de ellos veía aún las formas soñadas acechándome en las sombras de la habitación. Pronto se desvanecían, pero por algunos instantes seguían pareciendo realidades tangibles. Y siempre eran las mismas figuras. 

«A veces, durante el crepúsculo y sin el prefacio de los sueños, podía verlas seguirme de habitación en habitación,  o tendiendo sus largas, tenues manos hacia mí, peldaño a peldaño, desde los intersticios del profundo foso de escaleras».  

Son las escaleras de la casa de su abuela irlandesa, en Leeson Street, Dublín, donde fue a vivir desde los cuatro hasta los catorce años, luego de que sus padres se separasen para siempre. Hearn no volvería a verlos jamás. 

Fueron años cruciales para la formación del joven que, educado en casa, tuvo acceso irrestricto a una sustantiva biblioteca en la que adquirió el vocabulario fantasmagórico de John Milton. Hearns se aficionó también, precozmente, a los relatos de Matthew Lewis, autor de El Monje (1796), prodigiosa novela de horror. A partir de esa época, Lafcadio recibió educación en colegios jesuítas de Inglaterra y Francia, antes de  emigrar a los Estados Unidos en 1869. 

Lo singular en Hearn radica no solo en una mente dominada desde niño por el temor a los sobrenatural sino por haber sabido rastrear las raíces del fenómeno y examinar sus mecanismos, aportando razones que anticipan las ideas de Carl Gustav Jung sobre el inconsciente colectivo. En sus relatos, Hearn prefigura, además, la técnica de autores muy posteriores a él, como H.P.Lovecraft. Al cabo, Hearn era irlandés, y desde niño fue sensitivo a la mitología celta y el folklore fantasmático de Irlanda

Los cuentos de fantasmas que Hearn publicó a fines del siglo XIX y principios del XX, nos llegan infusos de folklore tradicional japonés, dotados de una turbadora calidad de terror que no hallamos en la tradición anglosajona. Pero ¿por qué Japón? 

El interés por los siglos de la literatura japonesa no surgió repentinamente en la vida de este autor de libros de viajes, amante de lo exótico. Su educación se completó en colegios jesuitas  de Inglaterra y Francia.

Al establecerse en los Estados Unidos,  Hearn cuenta solo diecinueve años y primero se hace vendedor ambulante antes de incursionar en el periodismo. 

Cincinnati, y, más tarde, Nueva Orleans vieron sus duros comienzos  como escritor pues debió luchar  con la discapacidad que supuso la pérdida accidental de un ojo. Más tarde vivió dos años en la Martinica.  

“Autor de libros de viajes y amante de lo éxotico”, lo llama el Diccionario Penguin de Literatura Británica y, en efecto, sus andanzas americanas rindieron innumerables crónicas y libros que recogerán, por  ejemplo, recetas de culinaria de Luisiana y proverbios de las Antillas francesas. Solía recorrer las calles de los asentamientos negros a orillas del río Ohio.  Comenzó a colaborar para el Cinncinati Enquire con  crónicas de violencia y horror como la historia de un obrero que fue introducido vivo en un horno,

En 1874 se casó con Mattie Foley, cocinera mulata que había sido esclava. Las leyes del estado de Ohio prohibían  entonces los enlaces entre razas e hicieron fracasar  el matrimonio. 

En 1877 se trasladó a Nueva Orleans donde comenzó un período muy fructífero: escribe  entonces para la prensa estadounidense crónicas políticas, ensayos sobre budismo y el Islam,  temas científicos, literatura rusa y francesa, traduce con brillo a Gauthier, Flaubert, Zola. Diez años más tarde, viajó por encargo del Harper’s Magazine, a las Antillas francesas y, finalmente, en 1890, Harper’s lo envía al Japón para escribir una serie de artículos. 

Pero el hechizo del país lo llevó a romper pronto con la publicación y agenciarse un trabajo como profesor de inglés en la universidad de Matsue. En aquella ciudad se enamoró de Setsuko Koizumi, dama de antiguo linaje samurai: al casarse con ella en 1891, adoptó el nombre de familia de su esposa. 

Entonces comenzó el período más prolífico y brillante de su singular carrera. Duraría poco más de una década. 

Comenzó a publicar regularmente en los Estados Unidos numinosos artículos y ensayos sobre la cultura, la religión y los relatos sobrenaturales que son raigales en la literatura del Japón desde los siglos VII y  VIII de nuestra era. Eventualmente, Hearn abrazaría  el budismo zen.

Kwaidan (1904) es su más célebre antología de historias de fantasmas —traducida del japonés, con la ferviente  colaboración de Setsuko—. Un toque de pesadilla,  que aquí damos al lector de Papel Literario, pertenece a esta época.  

Japón, un intento de interpretación,  profundo, insoslayable ensayo totalizador, fue publicado póstumamente en 1904, el mismo año de su muerte.  

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