Por FRANCESCO VITOLA
La intervención de la tecnología nos conduce a encrucijadas imprevistas, en ocasiones afortunadas, como la del algoritmo de YouTube que me sugirió escuchar a Prayers, un dúo de músicos chicanos. En la primera canción que escuché, “La vida es un sueño”, resuena aquel adagio francés “La vida es difícil y luego mueres”. La segunda tonada sugerida por YouTube, “Choloani”, es un micro-documental que explica el origen de la palabra “Cholo”. El tercer video, “Mexica”, habla de los orígenes ancestrales del dúo de músicos chicanos.
A esas alturas no sólo había mordido el anzuelo, lo tenía atragantado en las agallas. Durante las semanas sucesivas me sumergí en su música, en un mundo de tatuajes, pandillas, música electrónica y la tribu urbana, hasta entonces desconocida para mí: los cholos góticos. Así llegué a las plegarias choloanis, o Prayers, los cholos góticos de L.A. Un dúo de pandilleros de Los Ángeles que combinan la simbología del catolicismo arraigado en sus padres con la historia y mitología de sus ancestros mexicas. Traer ese material histórico a la cultura popular de las tribus urbanas de L.A. es un mérito en sí mismo, su prosa cargada de referencias precolombinas hace de su música electrónica gótica un género con connotaciones rituales.
Pocos días antes había visto el filme de Fernando Frías titulado No estoy aquí, un drama que aborda el desplazamiento forzado, la subcultura de los “Kolombianos”, jóvenes que mezclan el misógino vallenato colombiano y lo convierten en un ritmo similar al Dub, y al dance. El baile “Kolombia” evoca, no sé si de manera consciente, las danzas rituales precolombinas, similares a las que podemos ver en el video “Mexica” de Prayers. Y no debe ser coincidencia que a los “kumbieros” también se les conozca como Cholombianos.
A modo de contexto podríamos definir a los mexicas como un pueblo guerrero que vivía en la edad de piedra y tenía una sólida organización social de tipo piramidal. Los mexicas fueron quienes expulsaron a Hernán Cortés de Tenochtitlán, e hicieron llover piedras sobre el emperador Moctezuma II, quien arrobado por el miedo que le imponía Cortés —al que creía el dios Quetzalcoatl, la serpiente emplumada— quiso extender aún más el periodo de sumisión a las huestes españolas. Hugh Thomas, en La conquista de México, describe así la vocación belicista de los mexicas: “Había tantos conflictos que la guerra, y no la agricultura, parecían ser la principal ocupación de los antiguos mexicas: si no había guerra, los mexicas consideraban que estaban ociosos, había dado a entender el emperador Moctezuma I, pues, como insistían los poetas, “la guerra es como una flor” (p. 37). Y remata: “Los monarcas mexicanos se las arreglaban a menudo para convencer a su pueblo que se le había impuesto la guerra” (p. 38). Respecto a las armas propias del neolítico, nos dice Thomas: “Las armas de guerra también figuraban en el bautismo: el arco y la flecha, la honda, la lanza de madera con cabeza de piedra. Dichas armas, aunadas al garrote y al macuauhuitl, una espada de doble filo de obsidiana negra y mango de roble (que cortaba como “navaja de Tolosa”, diría un conquistador), eran los que habían dado victorias a los ejércitos (p. 37). Los mexicas eran un pueblo creyente, ritualista —que practicaba sacrificios humanos— y los sacerdotes eran parte de la élite. Las setas mágicas eran su planta sagrada de elección, y los bebedores del embriagador pulque eran marginados de la sociedad. Era una civilización de alto refinamiento estético, dada a las vestimentas coloridas, los ornamentos con plumas de Quetzal, un pueblo guerrero que cuida su aspecto, higiene, alimentación y salud. Que hablaba Náhuatl y utilizaba pictogramas para registrar su historia. En los mexicanos actuales, en ambas orillas del Río Grande, perdura esa información genética, y por ello las canciones de Prayers deben ser entendidas, ante todo, como declaraciones de principios, homenaje al legado, a veces olvidado, a veces borrado, por la cultura occidental.