Por CATHERINE MEDINA MARYS
En 1984, una entrevista de Nelson Hippolyte Ortega la describía como polémica, agresiva, una geisha en el amor. Ella misma se sabía (o se sabe) vanidosa y adeca. En la historia política de Venezuela, a Marianella Salazar se le conoce sencillamente como periodista, locutora y escritora.
Esa es, por supuesto, la historia oficial. Porque el anecdotario de Marianella Salazar pareciera sacado de alguna redacción amarillista, de un ejercicio de imaginación estrafalario. La exconcejal de Petare es una fierecilla domada que ahora cuenta sus memorias —o, al menos, las más jugosas— en un monólogo llamado La eterna irreverente, con un texto escrito por ella misma y bajo la dirección de Julie Restifo, que también asume la producción de la pieza.
Es imposible que el espectador se fije en otra cosa que no sea Marianella, alias Malula, con su vestido negro ceñido, su mirada de colores, su voz ronca y las historias que cuenta con ella. El diseño de escenografía, el apoyo de material audiovisual con fotografías de archivo y la iluminación funcionan como un soporte de todo lo que narra la otrora compañera de José Bardina en Balumba.
Aquí, Marianella Salazar cuenta con desparpajo e irreverencia una historia tan personal como turbulenta. Es la biografía de una mujer que fue capaz de perseguir a un amante en helicóptero, la concejal de Petare, la que despeinó a Rafael Caldera para comprobar que no usaba gomina, la que llamó “pupú” a Jaime Lusinchi por haber ocasionado su despido a raíz del programa en el que diseccionaba las partes del orgasmo femenino.
También es la historia de una mujer que por machismo, envidia, venganza o un cóctel de todas las opciones anteriores vincularon sentimentalmente a Octavio Lepage, Rafael Poleo, Omar Torrijos y Carlos Andrés Pérez, cosa que ha desmentido en varias oportunidades y que desmiente nuevamente ante el público y bajo los reflectores.
El encanto de La eterna irreverente reside en dos pilares. El primero, por supuesto, es la personalidad magnética y la credibilidad que Salazar se ha forjado a pulso en un país profundamente machista. Porque, al final del día, un hombre de carácter fuerte siempre será considerado un líder, pero una mujer con las mismas características será rara, grosera, o sencillamente irreverente.
El segundo es la historia de un país que parece haberse desdibujado y perdido con el paso del tiempo; que pertenece solo a la memoria de quienes lo vivieron, gozaron y padecieron. El recuerdo de la “Venezuela saudita”, los carnavales multitudinarios y el fulgor del Poliedro quedaron en un rincón nostálgico y distante, al que solo acceden los padres y abuelos con la sonrisa rota.
Este monólogo es, también, la advertencia de un país que ya no está para irreverencias. “Insultar a un presidente como yo lo hice con Lusinchi en su momento es algo que no le recomendaría a nadie en este momento, con ningún presidente de esta dictadura”, expresó en su momento en una entrevista concedida a El Pitazo en 2018, con motivo del estreno de esta obra.
En el Instagram de Marianella ya no hay irreverencias. Hay fotografías de buena comida y exquisitos vinos. Eventos donde es la invitada de honor y que giran siempre en torno a un lifestyle de élite. El agradecimiento a sus patrocinantes y una gira exitosa por el interior del país con el monólogo de experiencias agridulces.
En aquella sonada entrevista con Hippolyte Ortega en el año de Orwell para el extinto magazine Feriado de El Nacional, la diva venezolana reconoció estar “llena de tristezas”. Para 2018, había descrito el ejercicio de escribir sus memorias como algo “positivo e interesante”. Agregó, en su momento, que había sido “un ejercicio a veces desgarrador, pero también de aceptación: te aceptas a ti misma, aceptas al país. ¿Cómo sobrevivir estos últimos 20 años, que han sido tan traumáticos? ¿Cómo vives con el miedo, con juicios penales como los que he tenido?”.
En estos tiempos, en este país y en este mundo de nuevas viruelas y nuevas guerras, la estabilidad es un lujo. La eterna irreverente es la travesía de una Ulises femenina que ha llegado a un puerto más tranquilo, pero inseguro. Marianella Salazar no ha llegado a Ítaca: este es un monólogo para acompañarla con humor en este viaje de calma antes de la tormenta.