Por CARLOS COLINA
No me referiré a las supuestas limitaciones del título y de la ilustración (Soto van der Plas,2020) del libro digital editado bajo el sello ASPO, por Pablo Amadeo, y que compila intervenciones de algunos pensadores contemporáneos, en relación con las eventuales consecuencias de la pandemia COVID-19. Eso es lo más baladí de la Sopa de Wuhan.
Al consumir esta sopa textual no apetece continuar después de cierto punto. La cacofonía ideológica satura al poco tiempo. No utilizo la definición de repugnancia del DRAE sino más bien la acepción coloquial más corriente, cuando de comida se trata. No llega a provocar náuseas. Es simplemente insípida. Le faltó cocción.
La izquierda clásica convive y reproduce siempre una letanía hegemónica y el reciclaje de las mismas recetas. A la sopa de Wuhan le faltaron los mejores ingredientes; el tempo necesario de la distancia temporal metafórica para la reflexión y la intervención del pensamiento vivo y diverso. La izquierda tradicional es desde hace mucho tiempo pensamiento muerto, en donde las rupturas epistemológicas son sustituidas por las continuidades dogmáticas.
El primer artículo canónico sobre la epidemia del COVID 19 del filósofo romano Giorgio Agamben (26-02-2020) muestra de manera evidente la primera falencia aludida anteriormente; la necesidad del tempo para la reflexión y la investigación y, de esa manera, evitar los errores más básicos, que en un nivel superficial de análisis, parecerían tener más origen psicológico (negación) que interdisciplinar. “No hay ninguna epidemia de SARS-CoV2 en Italia” (Consiglio Nazionale delle Ricerche), se trata de una gripe cualquiera y la limitación de la libertad impuesta por los gobiernos ha sido por una necesidad de seguridad inducida por esas mismas instancias que ahora supuestamente acuden a nuestro auxilio. En su segundo artículo titulado “Contagio” (11-03-2020), Agamben denuncia que vayamos a ser tratados como el untador durante las plagas que azotaron a Milán en el siglo XVI; o como el potencial terrorista, tal como se concibe hoy al ciudadano corriente por parte de las políticas que pretenden combatir ese flagelo.
Que el intelectual esloveno Slavoj Žižek haya dicho que el coronavirus es un golpe mortal al capitalismo y podría conducir a una reinvención del comunismo no es nada extraordinario, tampoco lo es que sus afirmaciones sean por lo menos toleradas en los ámbitos académicos e intelectuales. En el artículo publicado en Russia Today, con un extenso título, se evidencia una falacia básica: relacionar cooperación y solidaridad global con el comunismo, cuando pueden ser posturas típica y auténticamente socialdemócratas. Nunca hemos entendido por qué si el totalitarismo de derechas no tiene eco en la prensa, como debe ser, por qué el totalitarismo de izquierdas sí y de mucho calado. ¿Cómo puede ser elegante decir que se debe reinventar el horror? ¿Podríamos reinventar el nazismo? Nunca. Leeremos su libro de dogmatismo exprés; no.
En contraposición al primer artículo de Giorgio Agamben, el filósofo burdigalense Jean Luc Nancy (2020) justifica los continuos estados de excepción por la felizmente denominada excepción viral. Hasta un nivel biológico de análisis, es una afirmación palmaria. No obstante, sus corolarios analíticos son de cierta ingenuidad o servilismo: “Hay una especie de excepción viral −biológica, informática, cultural− que nos pandemiza. Los gobiernos no son más que tristes ejecutores de la misma, y desquitarse con ellos es más una maniobra de distracción que una reflexión política”. Aquí cabría señalar el uso ideológico y propagandístico de las políticas y de las medidas concretas.
Desde la filosofía posestructuralista, la estadounidense Judith Butler (2020) alerta sobre la posibilidad de que la producción y distribución de la vacuna siga la racionalidad del mercado y genere que un virus, que en principio no discrimina, lo haga por la intermediación de las desigualdades sociales. Prevé para el año próximo un vergonzoso escenario donde algunos proclamen su “…derecho a vivir a expensas de otros, volviendo a inscribir la distinción espuria entre vidas dolorosas e ingratas, es decir, aquellos quienes a toda costa serán protegidos de la muerte y esas vidas que se considera que no vale la pena que sean protegidas de la enfermedad y la muerte…” (Butler: 62). A diferencia de su brillante y profunda producción en la teoría queer, en el artículo combina afirmaciones sensatas propias de una socialdemócrata con otras del activismo panfletario de la más rancia militancia izquierdista marxista.
Según el filósofo francés Alain Badiou (2020), la situación pandémica actual no es ni excepcional ni estrictamente novedosa e indica que “… la única crítica seria en materia predictiva dirigida a las autoridades es la de no haber apoyado seriamente, después del SARS 1, la investigación que habría puesto a disposición del mundo médico los verdaderos medios de acción contra el SARS 2”. Para Badiou, la pandemia es compleja porque es un punto de articulación entre determinaciones naturales y sociales. La existencia en el mundo de zonas con un sistema médico precario y la indisciplina en la vacunación causan innumerables epidemias.
Por ejemplo, el punto inicial de la epidemia actual se sitúa muy probablemente en los mercados de la provincia de Wuhan. Los mercados chinos todavía son conocidos por su peligrosa suciedad y por su incontenible gusto por la venta al aire libre de todo tipo de animales vivos amontonados. Por tanto, el virus se encontró en algún momento presente, en una forma animal legada por los murciélagos, en un ambiente popular muy denso y con una higiene precaria (Badiou, 2020:71).
Cabe señalar, aunque sólo sea de paso, que por lo menos dos tercios de los virus tienen origen en los animales salvajes y que su tráfico internacional nos coloca ante el riesgo de nuevas pandemias. Estamos ante un problema ecológico que amerita una respuesta biotecnoética global.
El ensayista y filósofo coreano Byung-Chul Han (2020) es enfático al afirmar que “Europa está fracasando” en el control de la pandemia y que “Asia ha manifestado mayor eficacia” a través de la vigilancia digital del Big Data, concomitante con su autoritarismo, obediencia y disciplina de raigambre cultural (confusionismo). Ahora bien, luego de que entre nosotros la sociedad aparentemente había abandonado el paradigma inmunológico, actualmente se ha reactivado con este enemigo externo e invisible. El pánico sería un síntoma de este fenómeno.
Byung-Chul Han plantea que Zizek se equivoca doblemente cuando afirma el fin del capitalismo y conjetura que el virus podría tambalear al régimen chino. Por el contrario, el capitalismo continuará con más pujanza y el gigante asiático aprovechará la oportunidad para promocionar y vender su estado policial digital como un modelo de éxito contra la pandemia. El intelectual avizora el peligro de este modelo “nos llegué” a Occidente en general y a Europa en particular. El virus, en sí mismo, no suscitará ninguna revolución; somos nosotros, en tanto “seres racionales”, quienes debemos repensar y colocar cortapisas al “capitalismo destructivo” (111).
Como siempre, además de su conocida elegancia discursiva, Han recicla y actualiza de manera heterodoxa la línea más clásica y reductora de la teoría crítica marxista. En sus reflexiones entremezcla elementos novedosos con un reciclaje de elementos de otros autores. No son raros los ecos frankfurtianos, baudrillardianos y virilianos. El llamamiento de alerta sobre el modelo chino es por lo menos incoherente, cuando en otro texto daba como un hecho la vigencia de sociedad de la transparencia (2013) y de la vigilancia en occidente.
La filósofa transgénero Beatriz Preciado (2020) intenta actualizar, una vez más, la biopolítica foucaltiana, es decir, las distintas técnicas con las cuales el poder ha gestionado la vida y la muerte de las poblaciones. Para la filósofa española, en la “sociedad disciplinaria moderna” se maximizaría la vida en función del interés nacional. Las agresivas políticas de frontera, estatales y supraestatales se han desplazado al cuerpo y al domicilio privado, bajo la forma de confinamiento. En la nueva coyuntura, los cuerpos son los nuevos enclaves del biopoder y nuestros apartamentos constituyen las nuevas células de biovigilancia cibernética. Para la autora, la telerrepública hogareña establece una suerte de prisión blanda. Existen dos grandes estrategias frente al COVID 19, una que recurre a técnicas disciplinarias de espacialización del poder (y de control arquitectónico) semejantes a las aplicadas en la peste y otra que recurre a la biovigilancia digital de los individuos a través de sus dispositivos móviles. Con la pandemia ha surgido una nueva (dist)topía de la comunidad inmune y una nueva forma de controlar el cuerpo. En anteriores trabajos he resaltado los importantes aportes de Preciado a la teoría queer y a la categoría de tecno-género, pero también sus dislates sociológicos y antropológicos. De hecho, intenta rescatar aquí su dislocada categoría de era farmacopornográfica. En realidad, la autora extrapola las medidas de coyuntura epidemiológica para caracterizar a la sociedad. Por otra parte, no hay menciones a las posibilidades emancipadoras y libertarias de las nuevas tecnologías.
Aunque partícipe de análogos marcos conceptuales e ideológicos, Roberto Esposito matiza un poco el análisis. El autor defiende también al “paradigma” de la biopolitica (inmunológica) pero llama la atención sobre su carácter históricamente diferenciado. No se pueden homologar eventos disímiles. En el análisis hay que separar el largo plazo y la coyuntura actual. Lo que sucede en Italia tiene más que ver con la descomposición de los poderes públicos y con el potencial reforzamiento del poder ejecutivo que con un dramático control totalitario. Hablar de riesgo democrático es desproporcionado. Esposito indica: “…evitaría poner en cualquier relación las cárceles especiales con unas cuantas semanas de cuarentena en Bassa”.
En Preciado, Byun Chul Han y Roberto Esposito hay una escasa diferenciación entre coyuntura de excepción viral y statu quo corriente, y entre mecanismos de vigilancia en un régimen totalitario e instrumentos de control en un sistema democrático. La vigencia actual o potencial de los derechos humanos en general, de los derechos digitales en particular, y la agencia de la ciberciudadanía, tampoco son considerados. En Occidente, también la red de redes es la Internet de las libertades, lo que evidencia una multivalencia digital ausente en los países del socialismo real. Paradójicamente, la biopolitica carcelaria es una noción válida, pero únicamente para estas últimas naciones y no para la ambivalencia sociotécnica de Occidente. Por otra parte, es ya una perogrullada decir que la generalización y simplificación de la cláusula lingüística “el capitalismo” no puede subsumir la diversidad sociopolítica y económica occidental.
De seguidas, cambiemos de menú y recomencemos con un segundo plato que tampoco tiene buen gusto, a pesar de que incorpora, por lo menos, un ingrediente muy valioso. Para el filósofo británico John Gray, una lección del virus es que evidenció la reversibilidad del progreso, una idea con la que hemos convivido por tanto tiempo. Efectivamente, a veces experimentamos la sensación de que vivimos una Edad Media global. Por otra parte, la mayoría de sus acotaciones parecen meras proyecciones ideológicas; políticas y nacionales. A la “hiperglobalización” de las últimas décadas le seguirá la desglobalización (sic) y la reinstauración de un estado hobbesiano, en la línea tradicional inglesa. En consecuencia, la apelación a la solidaridad global sería entonces “pensamiento mágico”.
La carta sigue y, de hecho, se reimprimirá por mucho tiempo con distintos colores. Para Gilles Lipovetsky (2020) nos dirigimos a una sociedad de mayor control como respuesta a la crisis. En una era de hiperindividualismo la persona demanda una gran libertad para gobernar su vida, pero esa individualidad se verá frenada en nombre de la seguridad. En esta respuesta a la epidemia, el autor resta importancia a las preocupaciones sobre la vulneración de la privacidad a través del big data. Por otra parte, señala la inoperancia del sistema sanitario y la falta de previsión de los políticos occidentales por haber subestimado este enorme problema. El filósofo posmoderno parisiense cuestiona el capitalismo no regulado, pero plantea que la alternativa es un nuevo capitalismo integrador de verdadera responsabilidad social, en donde no se tome en cuenta, exclusivamente, el enriquecimiento cortoplacista de sus accionistas. “…Lo que hay que cuestionarse entonces es el sistema de producción y consumo, que causa el calentamiento climático, la regresión de los bosques, la agricultura intensiva, la desaparición de especies…”. De hecho, se ha roto el equilibrio natural de las especies, empobreciéndose la biodiversidad, con lo cual se ha potenciado la aparición de nuevos virus, como en el pasado reciente las vacas locas y la gripe aviar.
Desde la península Ibérica, Manuel Castells (23-03-2020), nos indica que la globalización ha dinamizado la economía mundial y ha mejorado el nivel de vida de una cuarta parte de la población, pero se ha dado de manera incontrolada, interconectando cualquier proceso, verbigracia, el terrorismo, el cambio climático y las epidemias, en otrora localizadas. Nosotros podríamos agregar con propiedad: el narcotráfico. Castells señala atinadamente que todo se ha adecuado a una lógica de red porque vivimos en una red global de redes globales“, cada nodo se comunica a múltiples nodos que a su vez amplifican las conexiones a otros tantos nodos, lo que se llama small world phenomenon, en que un solo nodo puede generar una gigantesca estructura dependiendo de su velocidad de conexión…”.
De manera autocrítica, el ministro de universidades español señala la falta de preparación y previsión para la pandemia. Ahora bien, un sistema global interdependiente no necesita obligatoriamente un gobierno global sino una gobernanza global. Nuestra infraestructura de vida es la sanidad y requiere cooperación global. No obstante, la desunión ante este problema es evidente y se debe a la ausencia de una identidad europea, tal como señalan sus estudios.
El autor catalán señala los peligros que atraviesa la democracia liberal, que venía arrastrado una crisis importante, pero que había asegurado cierta civilidad a la vida institucional de las naciones. “Históricamente, en todas las situaciones de emergencia, los estados restringen los derechos de la gente, por necesidad o, en algunos casos, aprovechando la situación. Y los ciudadanos lo aceptan por convicción o por miedo. Pero hasta un cierto límite que es peligroso sobrepasar” (06-04-2020). Por otra parte, los estados podrían ceder a la tentación de resucitar las fronteras y los controles de todo tipo, derribando la utopía liberal de ciudadanos del mundo. El orden liberal podría ser la primera víctima de la pandemia (21-03-2020).
Para el historiador y escritor israelí Yuval Noah Harari (05-04-2020), estos períodos de crisis son momentos de “experimentación social” y de aceleración histórica de ciertos procesos. Lo que hagamos o dejemos de hacer configurará nuestro futuro. Se plantean dos disyuntivas; “…La primera es entre vigilancia totalitaria y empoderamiento ciudadano. La segunda es entre aislamiento nacionalista y solidaridad mundial”. Con la inacción, corremos el riesgo que se normalicen y generalicen los instrumentos de vigilancia masiva y se pase de una vigilancia epidérmica, interesada en que clickeamos con nuestros dedos, a una vigilancia hipodérmica, interesada en que ocurre dentro de nuestra fisiología y nuestras emociones. Esta vigilancia biométrica tendrá una alta capacidad predictiva y manipulatoria, en el marketing propiamente comercial y en el campo político. El problema aparente está en que, ante el dilema entre salud e intimidad, la gente suele elegir la primera. No obstante, es un falso dilema que se le ofrece a la gente, porque se puede disfrutar de las dos cosas. A pesar de que Corea del Sur, Taiwán y Singapur emplearon aplicaciones de seguimiento, el éxito de sus políticas parece relacionarse más con las pruebas exhaustivas y la cooperación voluntaria de una población bien informada. Una población automotivada y consciente puede reemplazar a una vigilancia severa que aplica castigos sistemáticos. Según Harari, debe recobrarse la confianza de las personas en la ciencia y usar la tecnología para empoderar a los ciudadanos. Como muchos futurólogos y autores de best sellers, combina niveles de conocimiento, información y análisis desiguales y asimétricos. El autor se suma a la exhortación a la cooperación mundial en el área sanitaria y económica.
Finalmente, Morin (2020) afirma acertadamente que es necesario favorecer una consciencia planetaria auténtica con una base humanística que incentive la cooperación. La interdependencia resultante de la globalización de los años noventa desató un resultado paradójico: egoísmo y ultranacionalismo, en lugar de catalizar esa conciencia planetaria. En realidad, el gran mercado mundial ha sido incapaz de generar la fraternidad entre los pueblos. No obstante, la red planetaria de investigadores muestra un esfuerzo relevante hacia un bien común universal.
En consonancia con el pensamiento complejo, Morin apunta que las crisis pueden propiciar tanto regresiones como suscitar la imaginación creativa tal como ocurrió con el New Deal. De lo que se trata es de redescubrir los auténticos valores; amor, fraternidad y solidaridad. La pandemia ha obligado a una saludable desaceleración de nuestras actividades. El autor parafrasea a Bergson e indica que un desafío político, ético y existencial es recuperar el tiempo interior (vivido) por sobre el tiempo exterior o cronometrado.
Como colofón de este artículo, podemos decir que el reto libertario nos convoca a tareas gigantescas, difíciles de enumerar: rediseñar radicalmente más la democracia liberal; educar para una ciudadanía glocal; reinventar una globalización sostenible, equilibrada y plural; impulsar la evaluación democrática (biotecnoética) de la ciencia y la tecnología en general y de las actuales políticas y medidas sanitarias en particular. La democracia digital es otra mega tarea a fomentar, de manera que la telemática se quede en nuestras casas, no sólo para la educación, la salud, el teletrabajo y el tiempo libre, sino también para la agencia ciudadana. Nos toca además reformular los derechos humanos en clave no antropocéntrica, tomando en cuenta, por una parte, el enfoque ecológico que le asigna centralidad a la vida, y por otra parte, los procesos de ciborgización propiciados por la robótica y la IA.
Referencias
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