Por LORENA GONZÁLEZ INNECO
“(…) deshacer la representación para hacer surgir la presencia. La representación es el antes, el antes de pintar; la presencia es lo que sale del diagrama. (…) lo que surge, lo que sale aquí del diagrama es la imagen sin semejanza.”
Gilles Deleuze
Tal vez no exista un momento más crucial como este alterado presente que vivimos para visualizar en la obra de un artista las vibraciones de ese nudo esencial que subyace en las relaciones entre el cuerpo, el contexto y la materia, en especial cuando el gesto esencial de la creación se enfrenta a un mundo hiper-informado, sacudido por circunstancias veloces que se fermentan y colman la percepción con toxicidades mediáticas, desórdenes colectivos, serializaciones iconográficas y evanescentes legitimidades. Allí, en esa escaramuza compleja del espacio y el tiempo que atravesamos en la actualidad, surge la impronta de una obra capaz de levantar el juego indescriptible de tensiones ancestrales, furores innombrables de un cuerpo que se descompone a sí mismo y batalla hasta las últimas consecuencias para hacer surgir y entregar a los otros la verdad de una imagen.
Enfrentarse a la obra del artista Jorge Pizzani es un evento pleno de estos contenidos. Pizzani es un creador de una trayectoria prolífica y persistente, se ha desarrollado a través de los años en un convenio profundo con la pintura, desplegando un pacto inquebrantable entre los nexos que conectan a la vida con la creación artística. De este modo, se ha convertido en un oficiante de los elementos que en disciplinada confrontación consigo mismo y con las realidades del entorno emprende cada período de producción como las lides de un ejercicio formal donde la pintura se vuelve una afrenta pura, capaz incluso de arremeter contra sí misma. En esta contienda el ejercicio pictórico es una acción constante, zona del desarraigo −sin bocetos ni falsas proyecciones− en la que el arte se ha transformado en suceso, marcando los tiempos impredecibles de una inmersión donde el pintor es también la materia que se desdobla, el movimiento arrebatado que descansa y se levanta, la honestidad descarnada que indaga en las preocupaciones del afuera, entra y sale de las propias intenciones y traspasa la labor del taller, para finalmente convertirse en continente pictórico. La vehemencia se hace visible, posible, es el surgimiento de un cosmos manifiesto que en cada vuelta de la contienda anuncia el nacimiento de nuevas interrogantes.
En la exhibición Materia radical, el artista reúne una serie de cuerpos de trabajo que dan cuenta de su producción más reciente, determinada por los vaivenes de una traslación territorial en su propia vida junto a la acelerada descomposición del entorno político, económico y social de la aguda crisis venezolana. La clave esencial que acopla todas las direcciones es el desarraigo, el exilio. En su caso personal fue la violencia producto del grave deterioro social, la causa que le obligó a emigrar de su casa en Turgua, paraje montañoso en la periferia de la ciudad, para habitar un nuevo entorno citadino. En el caso de la sociedad venezolana y de esa cartografía quebrantada que se extiende en una buena parte del orbe durante los últimos años, son los fundamentalismos, la injusticia generalizada, las confrontaciones humanas y los desequilibrios generales, las hendiduras que penetran y sustraen las zozobras del artista, observador acucioso que contempla y vive con desasosiego la actividad de los oscuros ejes que gobiernan a mansalva, opacando el desarrollo contemporáneo de nuestras sociedades.
Conversar con Pizzani sobre su obra es sumergirse en todas estas consideraciones, es repasar los abandonos que nos abruman, naufragar en meditaciones desterradas, en futuros yermos, en las infinitas arbitrariedades que desde hace tantos años han sido engullidas por la historia oficial. Pero es también, con una fuerza subterránea desconocida, refrendar en las fases del proceso creador como el camino donde anidan las claves necesarias para restituir los vínculos perdidos. Sus enlaces entre la percepción y la imagen son las revelaciones de una pintura que se convierte en “hecho”, que no cede en su compromiso con la verdad, que se empeña en deconstruir las trampas del ego. En cada proceso el artista se sacrifica, desaparece sobre el pantano de las alegorías conocidas, y desde esa hecatombe surge para reconstruir el origen de un grito, de ese producto interno bruto que en su obra se rebela. En cada inmersión la estrategia perturba el orden de los elementos, destempla a la apatía, inquieta a la comodidad, expele sus recorridos sobre el espectador: declara, profiere, irrumpe en la zona trillada de aquel que mira; la obra expulsa habitantes intangibles y se desahoga, insiste, aclara, no quiere, se niega a acostumbrarse a las torpezas habituales de los totalitarismos, de las barbaries, de los abusos del poder.
No obstante, y más allá de la reflexión conceptual, ese mismo clamor también desintegra las posibilidades técnicas de la pintura como el lugar rutinario a donde llegar. Desde esta perspectiva, la representación se alza, es principio y final en movimiento eterno, circular, desempeño donde los procesos de ejecución parecieran alternarse y desaparecer en cada nueva arremetida. El acontecimiento pictórico en la obra de Pizzani es una secuencia viva de matrices en ebullición; frente a ellas experimentamos la sensación discordante de no saber cómo interpretar la rebelión de esa materia, aunque nos percibimos como parte fundamental de su propia historia implosiva. En la zona indescifrable de cada cuadro trepidan emanaciones que surgen desde el sí mismo de lo individual y lo colectivo, de lo particular y lo universal, de lo recordado y lo nunca visto.
Jorge Pizzani es un maestro dispuesto a asomarse en ese mar crispado donde anida el ser de la representación, para encontrarse y confrontarnos con la descomposición del mundo, pero también −no sabremos nunca de qué manera y allí radica su gran maestría− para contener las formas vertiginosas de ese caos esencial donde el pintor abraza la catástrofe de la materia radical y le da forma: es un Prometeo contemporáneo que en esta nueva entrega nos otorga el documento visual de una batalla atávica, zonas adversas de una intimidad compartida, surgimiento de un proceso inédito, tragedia de la creatividad que anuda y desata en un mismo cauce a esa imagen añorada, a esa donde por fin y gracias al sacrificio del artista habitan en inexplicable comunión los sintagmas de lo legible y lo impronunciable.
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