Por MORAIMA GUANIPA
Escritor de palabras sin artificio, su acento en los juegos de humor y de ironía, así como su diálogo desprejuiciado con los elementos provenientes de la cultura mediática y de la experiencia urbana, han convertido a Eduardo Liendo en uno de nuestros más importantes narradores, con una decena de novelas publicadas.
Sin embargo, en su obra destacan dos libros de cuentos: El cocodrilo rojo (1987) y Contraespejismo (2007) que bien merecen nuevas relecturas y revisiones. Quiero detenerme aquí en el primero de estos títulos.
Los 25 cuentos agrupados en El cocodrilo rojo son una constelación de historias donde lo irreal convive con lo verosímil. Y su logro estriba precisamente en abrir la compuerta para que el lector se sumerja en los espacios donde la realidad es metamorfoseada. Sus páginas revelan ciertas recurrencias temáticas «reales» y comunes al hombre contemporáneo como el vacío existencial, la muerte, la anonimia, la alienación, la despersonalización, llevadas a su máxima tensión expresiva al borrar las fronteras entre lo ficticio y lo real. En Liendo esa noción puede expresarse en textos brevísimos y de aliento poético como “Persistencia”: «se acostumbró tanto a su cuello torcido que reencarnó en una flor de barranco».
En un ejercicio de brevedad expresiva, sin olvidar lo fantástico como hilo que vertebra todo el conjunto, los personajes de Liendo se transforman en animales, en objetos; levitan; saltan en el tiempo; embarazan con solo un deseo. Algunos son una suerte de huérfanos de su Yo. El cuento inicial de este libro, narrado en primera persona, conduce a un desesperanzado exilio interior. Hombre y animal, Ramón y cocodrilo dan cuenta de la desesperación de quien no encuentra un lugar, su lugar en el mundo. Esta alteridad se patentiza también en relatos como «Carisma», donde un actor, José Niebla, personifica en el escenario a un sanguinario dictador y termina por imponer esa personalidad a su propia vida.
La galería de personajes que se despliegan en estas páginas no está exenta de seres fracasados, dibujados con una sinceridad rayana en ironía y, a veces hasta en una recóndita ternura. Ironía en figuras como el pintor sin méritos que vivió toda su vida de la fama de un cuadro y quien obtiene finalmente el premio «El pincel de humo». Recóndita ternura en un Pepe el Toro incapaz de seguir en pie en su boxeo de sombra.
El espacio urbano, asfixiante y anulador surge con frecuencia como escenario narrativo interiorizado por los personajes. El vacío existencial y el tema erótico también aparecen dibujados en algunos de estos cuentos. El primero desde una mirada corrosiva contra la inanidad y el segundo desde lo que pareciera un largo y ardiente deseo incapaz de consumarse, solo materializado en metamorfosis y frustración. El final inesperado, la resolución sorpresiva, el despeje milagroso de la conclusión del cuento cobran una dimensión de virtud narrativa en Liendo, como bien lo sintetiza en «La valla», otro de los textos memorables de este libro.
La intertextualidad está presente en los reiterados guiños que Liendo ofrece desde sus propias lecturas, sus asimilaciones literarias, cinematográficas, musicales. Esta es una característica presente en toda su obra, como lo son también −ya lo dijimos− el humor, ese dardo a la inteligencia, así como la diafanidad y capacidad de síntesis que le otorgan a sus textos una valiosa eficiencia comunicativa.
Otro aspecto que rescato en los cuentos de Eduardo Liendo es la función de bisagra que estos cumplen en una obra tan amplia y su proyección en algunas de sus novelas. Un nombre, José Niebla, encontrará su expansión protagónica en la novela Diario del enano (1995), al igual que ocurrió con Pepe el Toro, a quien encontramos en su novela Si yo fuera Pedro Infante (1989). No se trata, pues, de ejercicios narrativos menores. Son serios y tenaces esfuerzos por dominar a un género escurridizo como el cuento, que no por breve es menos exigente en lo expresivo y formal.
El vacío de la vida, la angustia de una existencia que se nos agota irremediablemente, la amenaza de un porvenir mediocre, los retos y sueños aplazados, el deseo insatisfecho, el ansia de trascendencia esperan por nosotros en la lectura de estas páginas. En El cocodrilo rojo el cuento toma posesión de su bien más preciado: la sorpresa y el asombro de saber que somos tránsito y permanencia. Humanidad.