Por TANIUS KARAM CÁRDENAS
Octavio Paz fue durante casi todo el siglo XX una de las figuras centrales de la vida cultural mexicana. Su presencia se erigió como una institución en sí misma, y su ejercicio público estuvo en el centro del poder que, tras su regreso definitivo a México en los años setenta del siglo pasado, no tuvo paralelo en intelectual actual, quien también —para tristeza de muchos— se convirtió en una especie de “intelectual orgánico” de los regímenes asociados al Partido Revolucionario Institucional (PRI), en turno hasta su muerte en 1998.
Fue este viraje el que quizá a muchos jóvenes en los ochenta nos alejó temporalmente de la obra de Paz, aun cuando era imposible negarla porque su visibilidad no tenía parangón. Durante años tuvo también una presencia muy constante en distintos programas televisivos y, sobre todo, como comentarista en el principal telediario nocturno de la televisión privada, lo que permitió difundir muy extensamente sus ideas y al mismo tiempo justificar decisiones y acciones de ese régimen que entonces lo cobijaba, premiaba y promovía. De la misma manera la presencia en una televisora asociada al contubernio con el poder, y ella misma convertida en instancia oficiosa a través locutores y comentaristas, generó dificultad a muchos para asociar esa figura que había estado tan vinculada a las luchas libertarias y a los valores más altos de la búsqueda por la libertad y la razón en el siglo del totalitarismo, el fascismo y la tentación del poder.
En nuestro testimonio, el agradecimiento por la obra de Paz es múltiple y diverso, y pronto aprendimos a asimilar esa figura entronizada en los últimos 25 años de la vida física del autor. Casi por casualidad leímos uno de sus ensayos más bellos, en el que facilitó no estar dedicado a México, la formación social mexicana, ni mucho menos disquisición política alguna. La Llama doble. Amor y erotismo (1995) era un ejercicio exquisito para reflexionar sobre un tema, que como el propio Paz lo señala, resulta paradójico abordarlo al final de su vida, pero por eso, este ensayo es un testimonio de virtud, elegancia y apertura en un debate no circunscrito a lo cultural, sino también a lo biológico, lo histórico, lo filosófico.
Superados prejuicios y estereotipos pude arrojarme más libremente a la obra de Paz, que por su extensión y diversidad ofrecía muchas rutas, más allá incluso de la política mexicana. De su ensayística no puedo dejar de mencionar El arco y la lira (1956), un libro que examina la naturaleza de la poesía y en donde explora preguntas como qué dicen los poemas, cómo se comunica el decir poético, qué son el ritmo, el verbo, la prosa, la imagen. Este libro deja abierto un cauce para su ensayística que tendrá una repercusión en sus estudios literarios como Los hijos del limo (1974), La otra voz. Poesía y fin de siglo (1990). Si ya el encuentro oriental, el redescubrimiento del erotismo en la perspectiva poética de Paz me habían reconciliado con el autor, sus ensayos literarios fueron la entrada a otro mundo (y cabe decir el valor de la otredad también en la estética comunicativa de Paz), que de hecho me dio un regalo mayor —para quienes veníamos de los estudios de comunicación y sociedad—, la revelación de los artilugios de la creación desde un sentido de la indagación, el estilo, la enorme claridad y libertad de expresión que caracterizó el ensayo de Paz.
Finalmente, concluimos nuestro testimonio con una arista menor abordada por la crítica, y que en nuestro caso fue fundamental, porque encontramos en la reflexión literatura-comunicación un medio para encontrarnos con la palabra creadora, y los misterios del arte más íntimo y revelador como es la poesía. Ya su ensayo literario nos había mostrado las posibilidades de una reflexión comunicativa por la creación, el estilo y el ritmo. A ello ahora sumamos las aisladas reflexiones que Paz nos regaló sobre los medios masivos y la comunicación social. No es su tema principal, ni lo mejor de su reflexión, pero refleja al pensador omnímodo y a la inteligencia siempre abierta de explorar lo que el lenguaje nos dice de nosotros mismos, de la civilización y de nuestra manera de relacionarnos con el mundo. Una de las piezas más hermosas sobre lenguaje, medios masivos (periodismo) y poesía se presenta en un texto pronunciado a propósito del premio Mariano de la Cavia, en Madrid, en 1995. El discurso es relevante para esta estética de la palabra en los medios masivos en lo general y de la prensa, en lo particular. Revela la manera como el periodismo refleja un pulso temporal, el lenguaje moderno y el puente donde se da uno de los inventos de la poesía moderna: el valor de la vida diaria, lo maravilloso cotidiano; el poeta se ha vuelto a explorar del subsuelo, el reporter de los movimientos de la conciencia.
Como estas muchas otras intuiciones sugerentes son parte de una obra que siempre estuvo en movimiento, en la tarea imposible de las “obras completas”, de quien era amante de revisiones y reescrituras. Paz el polemista y el hombre del siglo XX, la razón ardiente, el cosmopolita que vio a México desde el mundo, el orfebre de las ideas y la razón poética que se expresan en una poesía conceptual y en el ensayo poético. Paz nunca acepta medianías: se le ama o se le odia. Sobra decir, sin dejar reconocer su soberbia, su amor creciente al poder cultural y muchas de sus paradojas, que optamos por lo primero y gustosos cedemos al milagro de su poesía simultánea, a la clarividencia de su ensayo total, y a la poética de la creación literaria que supo conciliar tradición e innovación.
*Tanius Karam Cárdenas es doctor en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense de Madrid y maestro en Desarrollo Humano por la Universidad Iberoamericana (México). Profesor e investigador en la Academia de Comunicación y Cultura de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México y miembro del Sistema Nacional de Investigadores (México).