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La profesora Pinardi

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Por LUIS POLITO

Vida y muerte en estos tiempos

Hace algún tiempo me enteré a través de Facebook de que Sandra estaba delicada de salud. Curioso fenómeno: se anuncia la enfermedad en las redes de la frivolidad. La condición privada pasa al dominio de los medios sociales por un único imperativo: la urgencia de los profesores universitarios venezolanos para buscar cómo cubrir los gastos médicos propios o de sus familiares. La noticia es así doble. Por un lado se revela una intimidad. Por otro lado se manifiesta una condición social y económica. Estos ya muy frecuentes llamados de auxilio revelan una vergonzosa condición de la Venezuela contemporánea. Somos pobres. Muy pobres.

Comunión de saberes I

Conocí a Sandra en los ochenta del siglo pasado, cuando apenas comenzaba mi carrera docente. Seguramente ella andaba en lo mismo. Coincidimos en el ámbito de la Facultad de Arquitectura, Artes Plásticas y Museología, en la Universidad José María Vargas. Si bien la arquitectura en ese contexto era la protagonista principal, el converger de distintas disciplinas se prestaba a la posibilidad de diálogos creadores. En ese mismo tiempo también la cultura arquitectónica abría nuevas fronteras, extendiendo lazos a la filosofía y a otras disciplinas. Eran tiempos en que algunos jóvenes arquitectos comenzábamos a dar clases. También, junto a nosotros, se sumaba gente de filosofía y de arte.

Eran buenos tiempos.

Más allá de los roles en los que nos acomodamos, mejor o peor, en nuestros oficios, nuestros contactos son siempre personales. Los podemos aprovechar o no. Quizás en esos tiempos no me daba cuenta de lo afortunado que era teniendo como colegas docentes a personas como Sandra. Hoy aprecio mucho la posibilidad de aprender de los saberes de otros. Y pienso en la fructífera amistad de dos hombres de academia: Ernst Gombrich y Karl Popper. Uno dedicado al arte y otro a la ciencia. Amigos y lo suficientemente lúcidos como para aprovechar las enseñanzas del otro, de aquel que tiene otra mirada

Para esto hay que ser abiertos y generosos. En cambio, entre profesores, son frecuentes los enfrentamientos y rivalidades.

Comunión de saberes II

Sandra Pinardi era abierta y generosa.

No era docente de la Universidad Central de Venezuela y la arquitectura no estaba entre sus intereses primordiales. Sin embargo, Sandra siempre estuvo dispuesta a colaborar con la Facultad de Arquitectura y Urbanismo, como jurado de tesis de postgrado, así como de trabajos de ascenso.

Entre los protocolos docentes aparece la figura del jurado externo. Era el papel que ella ejercía con constante amabilidad. Era respetuosa, y nunca daba muestras de provenir de mundos o epistemologías externas o extrañas. Atendía y escuchaba y sabía muy bien cómo hacer las preguntas incomodas. Nunca en espíritu polémico. Siempre con sentido didáctico.

Para esta labor de jurado, en las universidades públicas venezolanas no se cobra ni un centavo. Valga el dato.

Guardo un profundo agradecimiento hacia Sandra por haber sido dos veces jurado de investigaciones mías: la tesis doctoral (2013) y el último trabajo de ascenso (2019). En un plano ya más amplio estas experiencias personales tocan al diálogo entre disciplinas. De dos muy bellas: filosofía y arquitectura.

La inclusión de lo que se llama jurado externo se propone como meta la búsqueda de ideas e intercambios entre disciplinas. En este caso entre filosofía y arquitectura. A través de dos vertientes. Una, la del ámbito de la filosofía de la ciencia y, por tanto, de la consideración de aspectos teóricos y metodológicos. La segunda, vinculada a los dominios y aportes del arte y la estética al mundo de la arquitectura.

Sandra atendía perfectamente bien a estas dos caras de la investigación. Y hacia esto, como ya dije, desde su capacidad de entrega, de su voluntad de diálogo entre oficios distintos. Y, sobre todo, desde una manera de ser y hacer que nunca pretendía imponer visiones desde su parcela de conocimiento.

Hablar de cotos especializados es hablar de límites y de exclusiones. Desde lugares en los que muchos se dedican a pontificar. No era el caso de Sandra. No calificaba y no excluía. En cambio, era capaz de ir al grano. Siempre precisa.

Este sano atributo para el fomento de la comunión requiere de una capacidad y actitud previa: la de dialogar con el otro. Esto se hace con respeto. Y se hace escuchando. En esto, Sandra fue ejemplar.

El arte para Sandra

En la introducción de un texto dedicado al arte moderno, Sandra propone una idea central. El arte es “un espacio de saber efectivo y necesario donde se entrecruzan y unen lo intelectual y lo afectivo, lo racional y el sentimiento”. (Pinardi, 2010: 17).

De nuevo se manifiesta aquí esa capacidad de unir y de dialogar, incluyendo. El arte no es mera arbitrariedad y juego. El arte implica saberes. Pero en este ámbito convive lo que muchas veces fragmentamos.

El texto de donde extraigo la cita es lo suficientemente extenso y preciso en la indagación acerca de la estética en la Ilustración y el Romanticismo, tendiendo puentes a lo contemporáneo. Desgrana saberes y conocimientos complejos. Lo hace desde una racionalidad siempre atenta. Y justamente por esa atención es que no cae en la tentación de refugiarse en el polo de la razón o bien en el de la arbitrariedad subjetiva.

Lo hasta aquí descrito revela a una docente atenta, embebida en razones pero nunca rígida. Gracias, Sandra, por tu legado.

Referencia bibliográfica:

-Pinardi, Sandra. 2010. La idea moderna de obra de arte. Su consolidación y su clausura. Caracas, Editorial Equinoccio Universidad Simón Bolívar.

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