Papel Literario

La otra pandemia en blanco y negro

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Por MARUJA DAGNINO

La fe como antídoto contra la indolencia y la desprotección; la ansiedad por el oxígeno que falta en la mala hora; la abuela abrazada a su plato con el estómago vacío; la frustración de lo imposible; las camas confinadas en el hospital; el tiempo detenido camino a una estación de gasolina; el agua que no fluye; el agobio en un país signado por una emergencia humanitaria y una pandemia.

Las fotografías premiadas en Captúralos 2021: la corrupción es el virus, convocado por Transparencia Venezuela, dejan en seis clics un paisaje desolado, con una emotividad evidenciada en un lenguaje dramático.

Alejandro Pernía salió a las calles de Mérida con una estatuilla de José Gregorio Hernández y un cartel que decía “Vacunas sin exclusión”. Los puso en las manos de indigentes y los invitó a dejarse fotografiar. Estas personas sin hogar, sin familia, seres que deambulan en el día y se esconden en las noches oscuras y frías dócilmente accedieron a posar.

El hombre que está sentado en el piso con un tapaboca que lo hace ver como un payaso le confesó al fotógrafo merideño, devoto del santo de Isnotú, que lo único que le pediría a José Gregorio Hernández es comida.

Titulada Me consuela la fe, la foto de Pernía tiene una propuesta poética atravesada por la compasión. La obra, que sin duda es una denuncia, supera el problema de la pandemia y las vacunas como quimera, y eleva el asunto a un nivel místico. Si los vivos no lo resuelven, nos queda nuestra fe. La fe habrá de ser para muchos el único refugio a la hora de la muerte en esta larga ausencia de la Patria.

El autor es egresado de la Escuela de Artes Visuales de la Universidad de Los Andes y la obra forma parte de una búsqueda personal.

La hora menguada del Covid muestra a un hombre pegado a un respirador, y el respirador se conecta a un frasco donde hay dólares americanos.

Segundo premio, La hora menguada del Covid, Tairy Gamboa y Luis Morillo

Esta alegoría contemporánea nos pone en contacto con el lado más oscuro de la muerte. La iluminación bien podría recordarnos —no obstante, su contemporaneidad— a El niño enfermo de Arturo Michelena en términos dramáticos. Un dramatismo que se apoya con una atmósfera donde la sombra tiene voz propia. En medio de la penumbra una luz aterciopelada apenas asoma el torso desnudo del hombre que espera la muerte, porque del otro lado de la máscara lo que hay es un puñado de dinero que no alcanza para comprar la vida.

Esta fotografía, cuya opacidad casi la hace pasar por blanco y negro, pertenece a Tairy Gamboa y Luis Morillo, del portal Crónica Uno, y Nicola Rocco, muy conocido por su trabajo sobre teatro, al que ha dedicado más de la mitad de su vida.

Fotografiada en Blanco y negro, La abuela agoniza por edad, por pandemia, obra de Ricardo Santiago, relata la historia de una mujer que llega desamparada a la recta final de la vida aferrada a un plato vacío. Su cara está cubierta por el manto de la incertidumbre: no puede ver, comer ni respirar. Los tapabocas son el escudo que la separa de la vida, no de la muerte. La modelo es abuela del autor.

Tercer premio, La abuela agoniza por edad, por pandemia, Ricardo Santiago

Santiago lleva detrás un imaginario plástico importante. Trujillo no solo es rico por sus artistas populares sino que en Boconó, su pueblo natal, nació Rafaela Baroni, una de las artistas “populares” más importantes de Venezuela, cuya obra performativa debía aparecer en los registros del arte contemporáneo universal. Una tarea que sin duda le corresponde a una próxima Venezuela.

Distinguida con una mención, la obra de Katherine Nieto muestra la imagen de una mujer reflejada en el fondo de un recipiente profundo, en el que apenas queda agua. Narciso, que ha tomado en esta obra la figura femenina, apenas se ve “en el fondo” de un útero que se seca. La foto fue tomada en La Estacia, Cabudare, una ciudad del estado que Lara que paradójicamente se asienta en el verde valle del Turbio y llevaba más de un mes sin agua. En su paso por esa comunidad, la periodista vio el reflejo de la mujer sobre el agua, desenfundó su móvil e inmovilizó el instante.

Un cementerio de camas clínicas amontonadas, una suerte de fosa común de la esperanza es la fotografía del caraqueño Israel Urasma, Camas sin alma, donde un pasillo de hospital se convierte en un túnel sin salida de proporciones simétricas.

Sin gasolina: así de simple es el título de la obra de Óscar Calles. Sentado en la acera, en un costado de la fila para la gasolina, un hombre de mediana edad se frota la cabeza. Solo. Profundamente solo y frustrado. Las camas muertas representan la penosa realidad del sistema de salud venezolano. Cada cama desechada es un lugar menos para los enfermos.

En su conjunto las obras retratan con imaginación la carga emocional de un país que funciona apenas al garete, sin bitácora, carente de eros, sin la figura paterna del Estado que proteja, dan cuenta de un país atrapado en el laberinto de la corrupción y a la sombra de una pandemia universal sin solución aparente, al menos por ahora. Eso es lo que estos fotógrafos captaron y lo que el jurado valoró en esta selección de tres premios y tres menciones.