Por FRANCIA ANDRADE
Los discursos mediáticos en torno a la amante, tradicionalmente han girado sobre el imaginario de una villana hermosa y malvada, en ellos, los relatos abarcan desde cuentos infantiles hasta telenovelas rosa. Es así como en la narrativa telenovelesca, la amante siempre ha sido dibujada como una mujer seductora, atractiva y terriblemente infame, que busca de manera obsesiva a su objeto del deseo. De igual manera, el discurso cinematográfico en Latinoamérica, especialmente, el Cine de Oro Mexicano, construyó con la imagen de María Félix, el modelo de la amante villana “destructora de hogares”, en películas como La Doña o La Devoradora.
Sin embargo, este personaje no siempre ha sido siniestro. En el Siglo XIX, la literatura romántica dibujó a las amantes como mujeres sufridas y atormentadas por la culpa, el deseo y el estigma, fue un modelo que marcó casi toda esa centuria, convirtiéndola en un mito recurrente de las grandes obras de la literatura universal: El amante de Lady Chaterley, Madame Bovary, Ana Karenina, entre otras obras, son ejemplos de ese estereotipo, donde son ellas quienes cometen adulterio.
Es importante destacar que en todos los relatos, tanto literarios como audiovisuales, este tipo de mujer se establece como una amenaza a la institución matrimonial, aún en los escenarios en los que se muestra como víctima de las situaciones. La figura de la amante, de la manera que sea, genera subjetividades extremistas; desde la aterradora villana, sin escrúpulos, a la mujer sufrida y señalada por el entorno social, pero en ambos casos, es tomada siempre como la manzana de la discordia.
También es bueno recordar que a pesar de los imaginarios del XIX la poesía amorosa venezolana, escrita por mujeres durante el periodo de entresiglos, y después de la época gomecista, no asomó este modelo femenino, más bien estuvo construida sobre tópicos que señalaban el lugar de la mujer en el hogar, y la conyugalidad. También encontramos en la poesía fundacional el amor reflejado en la naturaleza como un residual del romanticismo decimonónico.
Pero a partir de los años 60 la poesía venezolana gira hacia otros tópicos, es así como en los 80 encontramos textos poéticos escritos por mujeres totalmente innovadores tanto en forma como fondo. En ese tenor, aparece el poemario de Elena Vera (1939-1997) titulado: De amantes (1984), que derriba los patrones y mitos sobre la figura de “la otra”, pero además la reivindica.
Esta obra, más que una reivindicación a la mujer atrapada en el amor no autorizado socialmente, es por decir lo menos, un reto y un atrevimiento, tomando en cuenta que su autoría viene de una mano femenina, pero además, dentro del contexto y valores de la sociedad venezolana de los años 80, que exigía a las mujeres recato y repudio a los triángulos amorosos.
Señalamos que al momento de ser publicado este poemario (1984), la mujer ya había alcanzado muchos logros en aspectos jurídicos, sociales, etc., sin embargo, en el contexto venezolano, y quizás en toda Latinoamérica, el perfil de la mujer canónica continuaba siendo el de la “perfecta casada”, obviamente, con algunas variantes y salvando las diferencias de época.
En este sentido, las imágenes de esposa y amante juegan como contrafiguras tanto en la vida real como en la literatura y otros productos culturales. La imagen de la esposa por lo general era la de una mujer ajustada, jurídica y religiosamente, lo cual le valía respeto social, mientras que la amante era la mujer censurada porque transgredía la norma, por lo tanto, se esperaba de ella un comportamiento de bajo perfil, así como su exclusión de eventos públicos, en donde estuviera el hombre. En otras palabras, se esperaba que “la otra” viviera en la clandestinidad, sumergida en la culpa.
Pero Elena Vera se sale de ese patrón al inaugurar De amantes, con la imagen de una mujer que no se esconde, ni se margina, al contrario, es una voz imponente, que exhibe independencia emocional.
Veamos el poema I:
Soy la amante
No/ me mires con desprecio
No tengo el número dos
/en la frente
Ni
sus besos ansiosos
me han abierto llagas/
Soy
la amante
/la que tiene todos los sueños/
del mundo
y los secretos.
En este trabajo, la amante no se victimiza, más bien se erige como un sujeto con poder que recrea un universo amatorio donde el hombre, es atrapado en su mundo. Se siente desparpajo y se justifica. La voz de la amante, en este poema, se desprende del estigma social cuando reta: “No me mires con desprecio/ no soy la número dos”.
También hay que recordar que cuando se lanzó este libro el tema de “la otra” fue muy sensible porque resonaba con la relación extramarital que protagonizaba para ese entonces el presidente Jaime Lusinchi con su secretaria, lo cual fue repudiado (hipócritamente) por todos los sectores de la sociedad. La imagen de la amante entonces se dibujó como un ser prostituido. En este marco hablar de “la otra” significaba una aberración imperdonable, pues era hablar de una mujer de “la mala vida”.
Pero Elena Vera en De amantes da un latigazo a esa construcción social. Así vemos juegos retóricos y el uso de la ironía como recursos para colocar a las representaciones: esposa/amante en un solo plano. En este discurso ambas mujeres se muestran como dos fuerzas que pugnan por igualarse. Esta afirmación se evidencia en uno de los trabajos, del poemario, que ha sido, sin duda, el más celebrado.
Veamos:
Ella es
la otra
aquí
yo soy
la otra
allá
Simple problema de distancias
La que entre tus brazos
será
única
Estos versos se muestran como un acto de rebeldía de la autora, que se deslastra de posturas conservadoras, pues igualar a la amante con la esposa desafiaba a los sectores más cerrados que condenaban a “la otra”, pero celebraban la infidelidad masculina (la doble moral). De esta manera, insistimos en sostener que Elena Vera equipara moralmente a ambos sujetos (esposa y amante) toda vez, que los coloca en posición de alteridad. Ambas son un espejo, que se refleja en el mismo objeto del deseo. En resumidas cuentas, la amante se ve en la esposa, como si fuera su propia imagen.
El poema IX es otro de los trabajos emblemáticos de esta obra, aquí, la voz es la de una mujer que no solo está desprejuiciada, sino que se permite hacer reproches mediante la burla cuando califica a la esposa como: “viejo mueble usado”. La lírica en este trabajo se mezcla con la ironía, y se evidencia expresamente en ese magnífico cierre del poema que dice: “yo, que soy la vida/ yo/ que soy la flor de la maravilla”.
Veamos un fragmento:
Duermes plácidamente
en tu cama king-size
abrazado a ella
a tu vieja costumbre
de viejo mueble usado
Te estás muriendo en vida
Te estás cayendo a pedazos
y ni te enteras
Y mientras tanto
tiemblo por ti
todos los días
Yo que soy la vida
Yo
que soy la flor de la maravilla
Por otro lado, debemos señalar, que a pesar de que el título de este poemario induce a pensar en erotismo, ese aspecto no se hace directo en el lenguaje, más bien es una suerte de atmósfera, o intimidad que se siente en las situaciones que envuelven a los amantes; la clandestinidad, los silencios, las ausencias, los encuentros y la insinuación de los actos amatorios mediante la descripción de las emociones. Los siguientes versos lo confirman:
Vienes/
en el silencio de las tardes/
pones/
la máscara sobre la silla
/ y tiemblas/
viento salvaje sobre tu piel
/Tormentas.
Otro aspecto que hace de este poemario un altar al amor prohibido es la intimidad discursiva con la que se pronuncia: contextos cotidianos, rutinas personales, secretos. Todos marcan la semántica amatoria del corpus poético. La voz habla recurrentemente en primera persona y enfatiza la presencia de “la otra” en esa repetición del “yo soy”, todo esto con el soporte de una adjetivación mínima, versos breves y concisos, metáforas descomplicadas y un añadido de significados con el juego de los espacios. Podemos verlo en estas líneas:
Marco en el teléfono
/la señal convenida/
y tres veces ella responde
/ solicita
/dulce la voz/
vigilante/
Cuida su comarca/
Pertenencias/
Eso que tú eres /
como sus vestidos/ y sus ollas usadas.
Vera, en este poemario, no solo perfila otro tipo de amante sino que hábilmente relata la relación como un viaje de los sentimientos de acuerdo con el discurso del personaje. En la partida, aparece “la otra” despegada de la vergüenza; avanza con momentos de placer y erotismo, y hacia la mitad de la obra, al verse atrapada por ese mundo clandestino comienza a cuestionar la relación: se escuchan reproches, hay preguntas, tensión, busca soluciones desesperadas en la hechicería, pero no cae, más bien se levanta al final de la obra, con el poema Huésped, para emerger como una mujer libre de apegos y profundamente enamorada de la vida. Pero mientras eso pasa la voz purga el demonio de los celos y la desesperanza con el reclamo irónico. El amor entonces, en este poemario, se totaliza en una comunión consigo misma; cuando reconoce que del otro lado no hay compromiso, pero aun así continúa deseando intensamente. Es como lo señala Vanesa Hidalgo (2014) “…En él (poemario De amantes) el discurso celebra momentos de plenitud amorosa y pronuncia la soledad de malentendidos y abandonos”.
De amantes es un trabajo donde el melodrama propio de los amores furtivos se suaviza, pues la mujer dibujada allí no sufre desgarradoramente, aunque bien pudiera interpretarse la ironía y la burla como una forma de esconder el dolor. Sin embargo, la amante de Vera se aleja de los estereotipos cinematográficos, telenovelescos y literarios; aquí no es la villana, pero tampoco la amante lacrimosa.
Elena Vera fue una escritora inagotable; investigadora, profesora del Instituto Pedagógico de Caracas, honrada con el premio de la Bienal José Antonio Ramos Sucre en el año 1980, también fue galardonada con el Premio de la Academia de la Lengua mención ensayo y Premio Municipal de Literatura 1986. Es una de las poetas inscritas en la tradición de la literatura hecha por mujeres en la Venezuela del siglo XX; audaz en sus temas, firme en sus posturas, con una escritura limpia y llana, pero no por eso menos profunda. En los últimos tiempos ha sido olvidada, sin embargo, podemos recordarla disfrutando De amantes, especialmente con el trabajo que cierra este libro y con el que fue ganadora del Premio Alfonsina Storni, poema que delinea a la nueva amante, y que se pronuncia a lo largo de esta gran obra.
Disfrutemos de Huésped:
No me siente usted en su alta mesa
no me tiente con sus manjares delicados
no me de a beber de ese licor exquisito
no me deslumbre con sus ademanes
no resquebraje la aparente frialdad de mi cuerpo
no entre así, viento terrible, en mis días
no me enseñe el otro lado del poema
no me decrete nuevas emociones
no le conceda otro ritmo a mis noches
no borre la verdad de mis amaneceres
no diga que me ama
tendría miedo a la melancolía de la ausencia
deme posada en el último cuarto
allí
donde nadie sepa
un sorbo de agua, apenas, para la sed
y sopa caliente para confortar el cuerpo
me iré cuando haya descansado
entraré
suavemente
en la noche
y caminaré bajo las estrellas.