Por MARTHA PARTIDAS DABOÍN
En San Juan de los Morros, Endris Seijas repasaba los primeros compases de la Marcha eslava: la madera pulida de su fagot relucía, las cañas y partituras de repuesto ordenadas en la mesa de noche. Sobre la cama, su abuela había dejado dos camisas blancas y el pantalón negro recién planchado; una visita esa tarde a la barbería completó los preparativos.
El jueves 11 de noviembre de 2021 a las cuatro de la tarde salían desde la Villa Olímpica de la capital guariqueña los catorce autobuses llevando a los más de seiscientos músicos, profesores y representantes del estado llanero.
Alrededor de las 6:00 pm se unieron, en la autopista regional del centro, a las otras delegaciones provenientes del occidente del país: una larguísima caravana de autobuses cuyos rótulos anunciaban su procedencia: Apure, Guárico, Táchira, Zulia, Trujillo, Cojedes. Eran parte de los 689 autobuses de todo el país que esa noche llegarían a Caracas llevando músicos e instrumentos, niños y jóvenes que participarían en el intento de establecer un nuevo récord Guinness como la orquesta más grande del mundo.
***
Bajo el Gran virtual amarillo, de Jesús Soto, que adorna las instalaciones del Centro Nacional de Acción Social por la Música, el doctor Eduardo Méndez, director ejecutivo de El Sistema Nacional de Coros y Orquestas Juveniles e Infantiles de Venezuela, y el director de orquesta, Andrés David Ascanio, conversan sobre lo que fue la génesis y experiencia del récord Guinness: «Comenzamos a manejar la idea durante el homenaje hecho al maestro Abreu en el Poliedro de Caracas en ocasión de su fallecimiento en 2018», explica el doctor Méndez. «En aquella oportunidad logramos reunir casi diez mil músicos provenientes de Miranda, Distrito Capital y Vargas. En 2021, saliendo de la pandemia, una situación nos preocupaba: gran parte de los núcleos alrededor del país no habían normalizado sus actividades, existía todavía mucho temor a reunirse. Trabajar en un récord para certificar la orquesta más grande del mundo era no solo la posibilidad de obtener un gran reconocimiento sino también una manera de motivar a nuestros muchachos a regresar a sus atriles».
«La esencia de El Sistema, lo que nos enseñó el maestro Abreu, es la práctica colectiva de la música: tocar y cantar juntos», añade Ascanio. «El distanciamiento social era justo lo contrario a esta filosofía. Más allá de romper un récord, queríamos volver a vernos, reencontrarnos, hacer música con nuestros compañeros».
***
A principios de octubre de 2021 se contacta a la organización Guinness. La marca por superar la había establecido Rusia en 2019 con 8.097 músicos. Para optar al intento de récord se debían cumplir con los siguientes lineamientos: 1) el evento debía hacerse en un espacio cerrado; 2) debía ser una obra orquestal tocada a nivel avanzado de ejecución y con una duración mínima de cinco minutos; 3) disponer de dos jurados especializados que pudieran certificar que la obra cumpliera con los criterios exigidos y 4) que hubiere un instrumento por un músico: no se permitía compartir instrumentos.
A las dos semanas, aproximadamente, se logran reunir los requisitos y el financiamiento necesario, este último gracias a una colaboración entre el sector público y privado; también se decide la fecha: sábado trece de noviembre.
«Ya nosotros habíamos contemplado los retos logísticos cuando se hizo el homenaje al maestro Abreu», explica Yván Hernández, jefe de inspección de agenda ejecutiva de El Sistema. «Lo primero fue buscar una locación que pudiera abarcar a las dieciséis mil personas que esperábamos (doce mil músicos más cuatro mil entre personal técnico, obrero, padres y representantes), y cumplir con las exigencias de la organización Guinness. El único lugar en Caracas que reunía estas condiciones era el patio de la Academia Militar: un espacio cerrado lo suficientemente grande para colocar la cantidad necesaria de sillas y atriles y que tuviera piso de cemento para apoyar la pica de los chelos y contrabajos».
Por otra parte, estaban los retos técnicos y artísticos. Se necesitaba un montaje que permitiera a todos los músicos tocar de forma sincronizada indistintamente de su ubicación; era imperativo que todos recibieran la misma señal visual y auditiva en tiempo real. Se logró de la siguiente manera: una orquesta base con quinientos instrumentistas (pertenecientes a las orquestas profesionales de El Sistema) que se ubicarían frente a la tarima del director y serviría como referente de audio al resto de la orquesta. Los restantes músicos se organizarían por bloques correspondientes a cada estado del país. La distribución dentro de cada bloque seguiría la estructura de una orquesta tradicional: los instrumentos agrupados por filas. Las indicaciones del director se verían en las pantallas utilizando un circuito cerrado de video revisado y supervisado previamente por técnicos especialistas y músicos de El Sistema, se debía evitar cualquier tipo de retraso en la señal (se instalaron cuatrocientos metros cuadrados de pantallas); el sonido se transmitiría a través de parlantes ubicados en clusters colgando en torres de relevo. Todo perfectamente sincronizado utilizando consolas distribuidas por todo el patio.
Para el viernes doce noviembre se programó la prueba de sonido y ensayo; el concierto, para el sábado. El repertorio incluiría la obra seleccionada para optar al récord: la Marcha eslava, de Tchaikovsky: «Escogimos esa pieza porque reunía el criterio exigido de duración además de ser una obra formativa para nuestras orquestas infantiles y juveniles; todos los profesores a nivel nacional sabían cómo trabajarla», explica Andrés David Ascanio. El resto del repertorio presentaría Te Deum, Chamambo, Merengue del primer dedo, Aleluya, Alma llanera y el himno nacional. Los directores que participarían serían los veteranos Enluis Montes y Andrés David Ascanio, más cuatro jóvenes en formación provenientes de Amazonas, Zulia, Aragua y Caracas.
El jueves once de noviembre, al final de la tarde, se había completado gran parte del montaje incluyendo las canchas techadas para lutería, puntos para primeros auxilios e hidratación y baños. El viernes temprano, en una clara mañana caraqueña, comenzaron a llegar los alrededor de doce mil niños y jóvenes con sus profesores: conformaban un enorme grupo que traía instrumentos, alegría y la misión de hacer historia. Con admirable disciplina se organizaron según lo planificado. Los servicios de lutería estuvieron disponibles desde esa misma mañana: «Éramos dieciocho lutieres más nuestros asistentes que tuvimos que trabajar corrido, nos motivó ver cómo los niños comenzaron a hacer sus colas de manera ordenada esperando su turno desde temprano», relata el guariqueño Marcos Utrera: «La meta era que a las cinco de la tarde del sábado todos los músicos estuvieran sentados con sus instrumentos en perfecto estado».
Alrededor de la una de la tarde se dio inicio al ensayo: un mar de franelas blancas, arcos, maderas y metales comenzaron a hacer música bajo el sol; los asistían padres, representantes y voluntarios; también había personal médico, técnico y logístico.
***
Al día siguiente, sábado trece de noviembre, todo estaba dispuesto. La emoción y el nerviosismo se sentían en el ambiente. Frente a sus atriles, los músicos repasaban sus partes sin descanso. A las 5:25 de la tarde los jurados artísticos, maestros Marcos Carrillo y Pedro González, estaban en sus puestos: serían ellos quienes certificarían que la obra se ejecutó según la partitura original. Empleados de la firma de auditoria KPMG, distribuidos por todo el recinto, serían los responsables de supervisar, documentar, auditar y reportar a la organización Guinness que se cumplieran los lineamientos acordados.
A las 5:30, en medio del más absoluto silencio, el maestro Andrés David Ascanio, al mando de la orquesta más grande del mundo, aguardaba la orden para bajar la batuta: «No puedo describir lo que sentí en ese momento, no solo era tener esa enorme cantidad de músicos frente a mí, eran los colores del atardecer sobre el Ávila que se veía en el fondo, las guacamayas, la brisa, la emoción que flotaba en el aire».
A las 5:31 p.m. alrededor de 500 contrabajos, 625 chelos y 50 tímpani a ritmo de marcha, tocaron los primeros compases de la Marcha eslava. Los auditores, circulando entre las filas, supervisaban que se cumplieran la normativa establecida. Luego de ocho minutos en los cuales diez mil músicos tocaron con pasión y concentración, el maestro, con un expresivo gesto de su brazo izquierdo, indicó el fin de la ejecución. Emocionado y sonriente, agradeció a la orquesta. El anuncio por los parlantes de que el reto había concluido desató una emotiva oleada de celebración y aplausos. Ana Isabel Vallenilla, miembro de Amigos Sinfónicos y una de las cientos de voluntarios presentes aquella tarde, cuenta: «Fuimos testigo no solo de un hecho que marcó un hito en la historia musical del país, vimos también el lado humano de esa juventud que con la emoción reflejada en el rostro agitó sus arcos y levantó sus trombones al cielo para celebrar la labor cumplida con esfuerzo, sacrificio y dedicación. Los vimos llorar, bailar y abrazarse porque fue un logro de todos y de cada uno. Los que estuvimos allí esa tarde sentimos profunda admiración por la institución que lo hizo posible, nos llenamos de orgullo ante nuestros jóvenes talentosos y luchadores y sentimos esperanza por el país con la orquesta más grande del mundo».
El sábado 20 de noviembre de 2021 se celebró, con un gran concierto en la sala Simón Bolívar, la certificación a Venezuela por parte de la organización Récord Guinness de poseer la orquesta más grande de mundo con 8.573 músicos. Este hecho inédito para el país resonó hasta en el último rincón de la geografía nacional.