Papel Literario

La Orquesta de Kiko Mendive

por Avatar Papel Literario

Por ALFONSO L. TUSA

La caja de madera con tonalidades mostaza, el plato rudimentario giraba a una velocidad extraña para mis acostumbradas 45 y 33 revoluciones por minuto, las cornetas parecían cajones abandonados sobrevivientes de algún incendio o subasta, el brazo  tenía visos de mandíbula de tiburón, de su extremo pendía la aguja más grotesca que hubiese visto, parecía que fuese a traspasar el vinilo cada vez que sonaba alguna canción. Acercarme a aquella mesa de comedor devenida en escritorio musical comprendía los primeros minutos de mis visitas a casa de mis abuelos. Casi de inmediato el abuelo recogía todos los discos y los colocaba en la parte trasera de la mesa. Tal vez resulta una jugarreta de la memoria, siempre se le escapa un forro de fondo blanco donde refulgían letras esmeralda, rubí y azabache minúsculas y mayúsculas que daban un efecto de fondo visual: “125 Pecas tiene mi amor. Kiko Mendive y su orquesta”.  Algo encarnó en mi memoria de ocho años.

Entre los episodios que más recuerdo de esa época en la Radio Rochela, hay uno donde aparecían tres ingeniosos actores, “Kiko, Yeyo y Beto”. El de voz más cómica y gestos originales era este señor de estatura baja y contextura endeble, con rostro alargado y una mirada risueña con visos de gavilán en cetrería. Me resultaba muy curioso que ese Kiko Mendive, actor cómico casi esporádico de Radio Rochela, hubiese tenido su propia orquesta y además lograra producir un disco de larga duración con fotografía de alta calidad.  Hace poco leí una novela de Ibsen Martínez (Simpatía por King Kong) donde entre las dudas de la ficción y lo que pudo ser verdad disfruté un supuesto episodio de Mendive armando una orquesta de mambo con Dámaso Pérez Prado a finales de la década de 1940. Eso quizás tendría algo que ver con los supuestos números que Mendive interpretó con la orquesta de Pérez Prado en los 50. Todo ese andamiaje novelesco me lanzó sobre la memoria de la mesa de la vitrola de abuelo y su colección de discos.

Escuchar el sonido, el ritmo, la cadencia de aquella “Cientoveinticinco pecas tiene mi amor” me hacía pestañear imaginando cómo Kiko, aquel personaje  ingenioso pero a la vez casi anónimo de Radio Rochela, fuese cantante, en mi sorpresa volvía a colocar la aguja sobre el surco, no podía ser que Kiko Mendive hubiera tenido una orquesta, con sección completa de metales, saxos, trombones y trompetas con todo tipo de sordinas y que además él cantara con una voz irreconocible de crooner, guardando las distancias, parecía Tito Rodríguez o hasta el propio Frank Sinatra. “Ya son las doce y no llega… me hará lo mismo que ayer”. Hasta las inflexiones de este tipo de bolero alcanzaban matices más cercanos a la ansiedad de un desdichado que espera a su novia y esta no aparece. Había un tono con las proporciones exactas de ironía y tristeza que ni la interpretación de Tito Rodríguez había logrado. Esa canción me parecía de fábula, una vez le pregunté a mi abuelo por qué nunca la había escuchado en la radio.

Primero tomó el forro de cartón y lo observó con aquella mirada escrutadora que ponía abuelo cuando lo apremiaban con una pregunta inesperada. Casi a regañadientes reconoció que nunca se había dado cuenta que tenía ese disco y que quien lo cantaba era “ese cómico de Radio Rochela. Si no me lo hubieras dicho habría jurado que el cantante era Tito Rodríguez.  Este Kiko se esmera tanto en esta interpretación que me atrevo a decir que supera por poco pero lo supera a Tito Rodríguez, al menos me gusta más la rudeza con que frasea la canción, retrata mejor lo que se siente cuando una novia te deja plantado…”. Seguro esa opinión de abuelo encajaba mucho con el parecer de Pérez Prado cuando decidió darle oportunidad de cantar en su orquesta. Desde ese momento cada vez que me acercaba a la mesa de la vitrola buscaba el disco de 125 pecas. Nunca escuché esa canción, ni en Radio Sucre, ni Radio Cumaná, ni en ninguna emisora, por eso aquellas sesiones con la vitrola y los acetatos de abuelo son indelebles.

Por lo general me zambullía en aquella mesa y limpiaba el diamante de la aguja de la vitrola, cada mediodía sabatino cuando abuelo había salido de urgencia a ejecutar un viaje de mudanzas y abuela había ido a casa de su familia en la esquina de la cuadra a consultar la receta del cuajado de pepitonas con sus hermanas, escarbaba entre los montones de documentos sonoros hasta templar el disco de Kiko Mendive. Por aquella época Kiko había conseguido tal vez la gran oportunidad de su carrera como cómico en Radio Caracas Televisión: le habían dado el papel del padre de Genovevo, aquel manganzón con rasgos idiotescos interpretado genialmente por Pepeto López. Junto a Malula encarnaban a los progenitores de Genovevo. Cachirulo Venado tenía un tono de voz que contaba con muchas de las tonalidades, cadencia y melodía del cantante de 125 pecas. De seguro por eso no me perdía un capítulo de ese programa, era la única referencia que me quedaba luego que aquel disco desapareció.

Pasé como un año preguntándole a abuelo qué había ocurrido con la vitrola y todos sus discos de acetato de 33 y 78 rpm. Él me veía con ojos vidriosos mientras soplaba las cáscaras de alpiste en las jaulas de sus canarios. Hizo una seña con la boca hacia abuela cuando salía de la cocina. Ahora entendía porque hace unos meses pasamos varias semanas sin ir a comprar chicharrón a las cuatro de la tarde, ni escuchar la voz casi infantil de abuelo cuando llegaba en medio del atardecer más cuajado de penumbras y gradientes de bermejo en el horizonte, justo donde el naranja de la península de Araya se diluye en el ocre carmesí del ocaso estirado hasta la mitad del golfo de Cariaco, “¡Vamos, Flor!, hay que apurarse, después la señora vende todo el dulce de hicacos y no lo vuelve a hacer hasta la semana que viene!”. Abuelo no decía nada, solo que la opacidad de su mirada, la violencia de sus pupilas crecían cada vez que abuela trataba de disculparse por haber lanzado a la basura la vitrola y casi todos los discos de acetato. Fui varias veces a Radio Sucre y Radio Cumaná, los locutores se escondían, “ahí viene otra vez ese muchacho y las 125 pecas”.

Solo queda la niebla y el laberinto de la memoria, recuerdo un forro blanco con una fotografía de penumbras donde resaltaban las trompetas y saxofones con piano al fondo. “Cientoveinticinco pecas tiene mi amor. Kiko Mendive y su Orquesta”. Nunca leí ni escuché nada relacionado con la faceta de cantante de Kiko Mendive, mucho menos de que había tenido una orquesta. Si guardaba en algún compartimiento de la memoria las imágenes de 125 pecas entre la vitrola y los discos de mi abuelo, por eso cuando leí la novela Simpatía por King Kong de Ibsen Martínez, tenía que asentar el libro sobre la mesa para evitar la tembladera en las manos. La voz del crooner impacta con “Ya son la doce y no llega…”, regresaba la aguja tantas veces que abuelo me reclamaba que le iba a rayar el vinilo. No podía creer que Kiko pudiese modular una voz tan profunda, melódica  y desgarradora a la vez. Tenía que esperar a que abuelo saliera en viaje de mudanza para escuchar el surco hasta encontrar la diferencia con Tito Rodríguez.

Infinidad de veces revisé el montón de discos de acetato que se había salvado de la operación limpieza de abuela, aceleraba el movimiento de mis dedos cada vez que sobresalía un cartón blanco, después las manos se paralizaban y mi rostro colgaba sobre el pecho, el título o el nombre del artista era Leo Marini, Sonora Matancera, nada que ver con Kiko Mendive y las 125 pecas. El primero que no recordaba aquella larga duración era abuelo. “¿Cientoveinticinco pecas? ¿Kiko Mendive, el cómico de Radio Rochela, con una orquesta? ¿De qué estás hablando? Ese tipo ni siquiera tiene melodía en los parlamentos altisonantes que tiene como padre del manganzón ese Genovevo”. Por eso me cohibía mucho cuando en medio de un programa de música vieja hablaban de Pérez Prado, el mambo y la década de 1950. Aceptaban llamadas telefónicas. El  locutor casi se atragantaba,  “¿Kiko Mendive cantante? ¿Dueño de orquesta? Tengo años escuchando música cubana y del Caribe y nunca he sabido de eso”.

Las veces que regresaba a la casa número 30 de la calle Ayacucho, abuelo guiñaba el ojo izquierdo. “¡Ahí vas otra vez con el cuento de la vitrola  y los discos de 78 rpm! Déjate de eso, hijo, ya me olvidé de esos discos de Orlando Contreras, de Victor Piñero, de Celia Cruz, de Leo Marini, de Marco Tulio León, de los Hermanos Rigual. De pronto sí fue cierto que Kiko Mendive fue cantante y hasta actuó con la orquesta de Pérez Prado. De pronto es solo una leyenda más”. Mientras servía dos copas anchas con leche de burra (ponche crema casero), abuelo caminaba alrededor del porrón con rosas que ahora ocupaba el lugar de la mesa de su vitrola, sus cornetas sin cajones, sus discos de vinilo desplegados en montones.