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La órbita exquisita de Carlos Germán Belli

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Poeta mayor en lengua española, el peruano Carlos Germán Belli fue además traductor, periodista y profesor universitario. Su obra excepcional le fue reconocida con el Premio Nacional de Poesía de Perú (1962), Premio  Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda (2006) y Medalla al Mérito Ciudadano de la Presidencia del Consejo de Ministros de Perú

Por MARCELO PELLEGRINI

El 10 de agosto recién pasado, a media tarde, Pedro Lastra me llamó desde Long Island para comunicarme que Carlos Germán Belli había muerto unas horas antes en Lima. Tenía casi 97 años y se encontraba desde hacía tiempo muy enfermo, pero eso no disminuyó el impacto de la noticia: siempre es muy temprano para morir; podemos esperar e incluso anticipar la muerte, pero ella siempre nos tomará por sorpresa.

Esa misma tarde me puse a releer la poesía de Belli; consulté la generosa antología Expansión sonora. Poesía escogida (Biblioteca Ayacucho, 2019), hecha por Martha Canfield, académica uruguaya de larga residencia en Italia. Aparte de los rasgos más notorios de su obra, como la recuperación de formas poéticas muy antiguas (destacan aquí la sextina y la villanela) y el uso del lenguaje coloquial limeño para describir situaciones de la vida marginal en una sociedad que a mediados del siglo pasado se encontraba atrapada en las fauces de una incipiente modernidad desigual, pensé en un rasgo de sus versos que siempre me ha parecido notable: su afán profético. No hablo de sus muy conocidos poemas sobre el “hada cibernética”, que parecen adivinar (con una ironía no siempre bien entendida) nuestra situación post humana, como apresuradamente se afanan algunos en calificar esta época, sino de algo mucho más concreto e, incluso, fortuito. Recuerdo que durante la pasada pandemia de COVID-19, fuimos testigos de la importancia que adquirió el plexiglás, ese polímero sintético que se usa como alternativa para el vidrio, un material más caro, pesado y delicado. En todo el mundo se comenzaron a utilizar superficies de plexiglás para contener la expansión del virus, especialmente en lugares públicos como oficinas y cafés. Mientras veíamos cómo se adoptaban esas medidas de contención, pensé en dos poemas de Belli que mencionan ese material; se publicaron en El pie sobre el cuello, un libro temprano de Belli, publicado en 1964. El primer poema se titula, precisamente, “Plexiglás”:

Plexiglás

 

Este cuero, estos huesos, esta carne,
días hay que no sufren por milagro
el tenedor, las hachas, el cuchillo,
que el gerifalte tal un matarife
limpia, agita y afila con primor,
para hincar luego y dividir en trozos
al más avasallado de la tierra;
pues veces hay que por ensalmo mil
el cuerpo que hipa pasto no es del filo,
sino del plexiglás cual res el alma
de la que cortan y pesan y ponen
en el seno de un turbio celofán
el alón de la mente y el filete
no de carne, no, pero sí de aire.

El otro poema “belliano-plexiglasiano” se titula “El horno”:

 

El horno

 

Bien en tapiz de liso plexiglás,
o cual arena por el austro fresca,
al más áspero suelo trocaremos
del lícito planeta suburbano,
a donde alguna vez huir podremos,
pues hoy hasta el gollete nos hallamos,
a fe en el ajo desde vivo horno,
do nunca escalfan huevos, sino montes
de dura piedra no, más sí de carne.

 

Un adelantado, sin duda, un profeta de una imaginación delirante aunque no por eso menos rigurosa. El transparente y lúcido plexiglás es una alternativa para la rugosa realidad sublunar; se trata también de una protección contra los tenedores, hachas y cuchillos esgrimidos por un gerifalte como armas destructivas, porque casi como por milagro el cuerpo se cubre de ese resistente material. Tal como Rubén Darío fue uno de los primeros poetas en castellano, si es que no el primero, en utilizar la palabra “cinc” en un poema (me refiero a “Sinfonía en gris mayor”, que comienza: “El mar, como un vasto cristal azogado, / refleja la lámina de un cielo de cinc”) quiero pensar que Belli, en la ya lejana década de los sesenta, usó por primera vez “plexiglás”, esa extraña palabra que tantos años después iba a adquirir inusitada importancia. Belli tenía el don de las premoniciones, aunque nunca haya sido tentado por la grandilocuencia de declarar, como Neruda, que las fuerzas de la poesía “me piden lo profético que hay en mí”.

 

Belli hizo de la marginalidad un tema central en su poesía, como lo ha señalado la mejor crítica sobre su obra. Aparte del amanuense “descuajaringándose” y “hasta las cachas de cansado ya” de uno de sus poemas más conocidos, y además de esa familia de “peruanitos” que abre un “hueco hondo” para protegerse de los que están más arriba y son dueños de todo, la extensión de esa metáfora fundamental de la obra belliana alcanzó niveles de maestría con uno de sus poemas más memorables: “Al pintor Giovanni Donato da Montorfano (1440-1510)”. La historia de Montorfano es muy singular. Milanés de nacimiento, fue uno de los maestros secretos de la pintura italiana del quattrocento; dedicó buena parte de su vida a pintar un fresco en una pared del refectorio de la basílica Santa Maria delle Grazie en Milán. Esa obra, hecha con maestría, se llama “La Crucifixión”, y está llena de figuras sacras hermosamente representadas ante la figura central de Cristo en la cruz. Al fondo, se percibe la ciudad de Jerusalén. Pero la excelencia técnica no fue lo que llamó la atención de Belli, sino un hecho fundamental del destino que ha marcado la vida de ese fresco: se encuentra en el muro opuesto a “La última cena”, probablemente la obra a gran escala más conocida de Leonardo da Vinci. En consecuencia, todos los visitantes del refectorio a través de los siglos han puesto sus miradas admirativas en el emblemático fresco de da Vinci, dándole la espalda al de Montorfano. Un caso de marginalidad como ese hizo que Belli reformulara y desplazara semánticamente esa idea matriz de su poesía y concibiera un poema de 65 versos que comienza así:

 

Yaces sin gozar el favor de nadie,
y es tu soledad tanta un claro espejo
de aquello que sucede exactamente
ayer, hoy y mañana cuando todos
te tornan de improviso las espaldas,
como el mayor efecto del olvido;
que este sombrío estado
demuestra en qué terminan finalmente
el físico vigor y el sabio seso
empeñados a fondo
en hacer bien las cosas del vivir,
que al final tal esfuerzo sobrehumano
resulta empresa de pequeña hormiga.

 

No importa el esfuerzo empeñado en la gran obra: a veces el destino nos juega una mala pasada. Continúa el poema:

 

Mas pese a tu paleta y tu pincel,
has terminado siendo un émulo
del varón y la dama desdeñados
por quienes ellos aman día a día,
que exactamente así te encuentras tú
al sufrir los desaires de las gentes.

 

No puedo dejar de pensar que algo similar le sucedió a Belli en algunas ocasiones. A pesar de que siempre hubo comentaristas admirados de su poesía, esta no estuvo exenta de incomprensión. El caso más ilustre al respecto es el de Octavio Paz. Sorprende leer una carta de Paz a Tomás Segovia desde Nueva Delhi, la capital de la India, fechada el 17 de julio de 1966. Paz, en ese tiempo embajador de México en la India, le comenta a Segovia los dos primeros números de la revista Mundo Nuevo, dirigida desde París por Emir Rodríguez Monegal y cuyo asistente de dirección era precisamente Segovia. En el segundo número de esa revista se publicaron seis poemas de Belli (1), y la reacción de Paz, que en la carta está entre paréntesis, como para enfatizar su desacuerdo y perplejidad, no se hizo esperar:

 

(Y ya que rozo el tema de la poesía: dime, en serio, ¿qué piensas de los poemas de Belli en el segundo número? Lo veo y no lo creo. ¿Una parodia o burla del lenguaje y los “ideales” de la poesía neoclásica o prerromántica? ¿Quintana revisited? ¿Los versos mal medidos forman parte del juego? Si eso es humor este polvo amarillo de Delhi que me abrasa las narices no es polvo sino nieve” (2).

 

Este comentario se encuentra, a mi juicio, al mismo nivel de desacierto crítico que el conocido ensayo contra Rubén Darío de Luis Cernuda. Más que diatriba, que es una cuestión superficial aquí, lo que destaca es la profunda incomprensión de Octavio Paz respecto de la poética de Belli. No deja de ser curioso que un poeta que tanto escribió sobre la ironía del primer romanticismo no haya captado precisamente la ironía que propone el poeta peruano. “Humor” y “juego” están presentes en Belli, desde luego, pero lo que destaca más e incluso le otorga un giro conceptual a su escritura es la distancia irónica que establece por medio de su extemporáneo y hábil uso del lenguaje coloquial y de su imaginación delirante y lúcida. Por otro lado, la observación de Paz sobre “los versos mal medidos” de los poemas de Belli es completamente falsa. Luego de leer esos poemas de Mundo Nuevo no observé ninguna imperfección versal. Octavio Paz, él mismo casi siempre lúcido, se equivoca aquí de manera incomprensible. Hay que agregar, eso sí, que en esa misma carta a Segovia, inmediatamente después de sus descorazonadas observaciones, agrega, ahora fuera de paréntesis, como despertando de un sueño furioso, lo siguiente: “Tal vez mis críticas son exageradas. Debe ser efecto del calor. Pero la revista me interesa y me preocupa. Por eso te confío estas impresiones”.

 

Tal como sucedió con Rubén Darío, la de Belli es una poesía de radical modernidad que juega a ser extemporánea para demostrarnos precisamente lo contrario. Es por eso que creo que su obra perdurará en el tiempo, y es por eso que hasta hace pocos días Carlos Germán Belli era a mi juicio el mayor poeta vivo de la lengua castellana. El ámbito hispánico quedó debiéndole el Premio Cervantes y el Premio Reina Sofía, aunque me consuela pensar que el año 2006 se le otorgó en Chile el Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda. Algo es algo, como se dice, aunque sea, como en este caso, insuficiente. Todo esto quizás no importe tanto: estoy convencido que la obra de Belli perdurará en el tiempo “sin parangón en todo el pardo mundo”, allá en las “empíreas salas árbitro”.

 

Termino estás rápidas reflexiones citando el poema que abre casi todas las compilaciones de la poesía de Belli, perteneciente a los comienzos de su obra, y de título muy simple, “Poema”:

 

Nuestro amor no está en nuestros respectivos
y castos genitales, nuestro amor
tampoco en nuestra boca, ni en las manos:
todo nuestro amor guárdase con pálpito
bajo la sangre pura de los ojos.
Mi amor, tu amor esperan que la muerte
se robe los huesos, el diente y la uña,
esperan que en el valle solamente
tus ojos y mis ojos queden juntos,
mirándose ya fuera de sus órbitas,
más bien como dos astros, como uno.

 

Con este poema Carlos Germán Belli inició una órbita exquisita por los planetas de la imaginación. Ese trayecto dibujó un magnífico trazado. La muerte, finalmente, le robó los huesos al poeta, pero un creyente como él no lamentará ese viaje final: allá vemos a Carlos Germán Belli, guiado por los ojos del amor, iniciando su órbita eterna junto a los dos amores que lo esperaban del otro lado: su hermano Alfonso y su hija Mariella, habitantes del “país que se halla en mi alma”, como dijo él alguna vez.


1 Los poemas de Belli publicados en Mundo Nuevoson: “Robot sublunar”; “Sextina del mea culpa”; “Poema”; “Bolo del pulpo”; “Robot Rocín” y “Censo de la mala estrella”.

2 Octavio Paz: Cartas a Tomás Segovia (1957–1985). México: Fondo de Cultura Económica, 2008, p. 99. Subrayados en el original.


*El ensayo de Marcelo Pellegrini que aquí se reproduce, así como los de la página siguiente, escritos por Bastián Desidel y por Ismael Gavilán, fueron publicados originalmente en el blog 49 escalones, el 12 de agosto de 2024.

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