Papel Literario

La oposición peso/levedad

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Por LORENZO DÁVALOS TAMAYO

Cuando escribí una primera versión del presente texto, mi idea de levedad tenía una fuerte impronta del ensayo de Italo Calvino sobre este tema. El 11 de julio de 2023, Kundera falleció a los 94 años en su casa de París. Leyendo ese día algunos de los textos que se publicaron como tributo, me topé con otro ángulo de la idea de levedad, y ésta es la levedad del exilio. Dado que Kundera se exilió en París en 1975, debió ser consciente en 1989, cuando se publicó La insoportable levedad del ser, de cómo el exilio crea levedad. Pero también, de los modos como el exilio puede funcionar como una oportunidad para la práctica del desapego, que es una metáfora de la levedad. Siendo yo mismo un exiliado ahora, la novela de Kundera me llevó a descubrir las múltiples formas en que el exilio nos despoja de todo aquello a lo que, antes de tomar la decisión (voluntaria o involuntaria, y a menudo ineludible, impostergable y apurada) nos habíamos aferrado con fuerza y firmeza: país, hogar, amigos, familia, lengua, oficio. Fue entonces cuando también hice la conexión entre el exilio y los argumentos de Bruce Chatwin sobre el nomadismo, que podemos pensarlo como una variante del exilio. Chatwin desarrolla sus ideas sobre el nomadismo (o restlessness, como le gustaba llamarlo) como condición original de los seres humanos en un asombroso libro titulado Anatomy of restlessness. Podemos concebir el viaje de cientos de millones de migrantes desde tantos países y hacia incontables destinos, como un exilio realizado por seres humanos que con dolor se dan cuenta de lo dolorosa e insoportable que puede ser la levedad. Buscando destacar este aspecto, he agregado algunas líneas sobre el exilio y su relación con la levedad en relación con algunos temas tratados en la novela que me parecieron dignos de destacar.

Calvino, Kundera, Parménides

En su libro póstumo de ensayos, Seis Propuestas para el Próximo Milenio (1989), el novelista y ensayista italiano Italo Calvino dedicó el primer ensayo a la Levedad. En el comienzo de ese ensayo, el autor hace una defensa de la levedad, argumentando que ésta es preferible al peso y su metáfora, la gravedad. Calvino dice: “[M]i labor ha consistido las más de las veces en sustraer peso; he tratado de quitar peso a las figuras humanas, a los cuerpos celestes, a las ciudades; he tratado, sobre todo, de quitar peso a la estructura del relato y al lenguaje. En esta conferencia trataré de explicar —a mí mismo y a ustedes— por qué he llegado a considerar la levedad más como un valor que como un defecto”. Leyendo el ensayo, nos queda la idea de que para Calvino la levedad es un valor positivo y deseable.

El escritor checo-francés Milan Kundera (1929-2023), en su novela más conocida, La insoportable levedad del ser, publicada por primera vez en 1985, realiza, entre otras cosas, una exploración del modo como cambian nuestras percepciones y juicios sobre la oposición peso-levedad. A diferencia de Calvino, Kundera trata de mantener una posición imparcial respecto a si prefiere el peso o la insoportable levedad del ser. Más bien pareciera que disfruta Kundera en la novela mirar desde muy cerca los constantes procesos, dirigidos o ejecutados por seres humanos, que buscan trocar el peso en levedad y viceversa. Un punto de partida de la exploración de esa oposición es la tesis del eterno retorno según la planteó Nietzsche. Este filósofo sostenía que toda vida se repite de un modo exacto un infinito número de veces. Eso significaría que, en el instante de morir, la persona regresaría al lugar y momento exactos en que nació y repetirá todos y cada uno de los actos de su vida con exactitud milimétrica. Kundera nos quiere convencer de que “una vida que desaparece de una vez para siempre, que no retorna, es como una sombra, carece de peso, está muerta de antemano y, si ha sido horrorosa, elevada, ese horror, esa elevación o esa belleza nada significan”. Esa nula significancia de la vida quien la considere en toda su profundidad y consecuencias se daría cuenta de que ésta (la insignificancia) le confiere a la vida una levedad tal que ningún argumento podría persuadirlo para que luche o muera por ella. Muy diferente sería el caso, en cambio, de una guerra entre dos estados en la que mueren miles de combatientes. Si ese evento se repite eternamente, se convierte en un muro sólido. La repetición eterna le confiere profundidad y solidez a la irremediable estupidez de ese hecho. Ése sería el significado de esa guerra: una sólida estupidez cuyos contrincantes estarían condenados (predestinados) a repetirla por toda una eternidad. ¿Es importante entonces el significado de algo? ¿En qué ocasiones se puede morir por defenderlo? Kundera nos recuerda que el filósofo presocrático Parménides en el siglo VI antes de Cristo fue uno de los primeros en plantearse sobre si sería preferible el peso o la levedad. Para Parménides, para quien el Universo estaba constituido sobre pares de principios contradictorios, la levedad era positiva y el peso negativo. A Kundera esta afirmación no lo convence y escribe en las primeras páginas de la novela: “La contradicción entre peso y levedad es la más misteriosa y equívoca de todas las contradicciones”. Lo es porque muta según la ocasión o la circunstancia.

Si se conoce a Kundera, se hubiera esperado que evite resolver la tensión entre los dos términos que definen la oposición. Porque además, si la resolviese, podríamos pensar que él eligió lo grave, porque la rigidez de un cierre a una tensión como la que define esta oposición, debilitaría la naturaleza polifónica (y polisémica, porque la polifonía tiene el potencial de multiplicar los significados) de la novela, entendida la polifonía en el sentido en que Mikhail Bahktin la definía: como pluralidad de voces y conciencias independientes y distinguibles una de otra. Pero nosotros sabemos que en su propia vida el autor eligió el exilio que, casi siempre, engendra levedad. Kundera, quizás viendo que sus esfuerzos por reformar un sistema crecientemente opresor no iban a rendir frutos, abandonó su país en 1975 y se residenció en París, ciudad en la que vivió hasta su muerte. Quizás la experiencia del exilio le haya confirmado a Kundera de qué modos éste hace leves a los que optan por él. Pues todo exilio desarraiga y hace al expatriado más ligero, le enseña la necesidad del desapego (de la patria, del hogar y los objetos que éste contenía, de las redes de familia y amigos, a menudo también del oficio o profesión). De modo que ese abandono súbito que hace el exiliado (que es también un migrante) por un periodo de tiempo indefinido (que puede ser para siempre) le confiere levedad. Todo lo cual sugiere que hay una simpatía en Kundera, como la había en Calvino y por diferentes razones, con la levedad.

La novela, los personajes

La insoportable levedad del ser es una novela que parece haber sido concebida (instrumentalmente) como un espacio en el que el autor narra situaciones, en las que sus personajes reflexionan, deciden y actúan. El espacio novelesco le permite a Kundera especular acerca de diversos problemas inherentes a la condición humana. Con frecuencia éstas especulaciones tocan tangencial o profundamente la oposición peso/levedad. Kundera actúa como un novelista pragmático, que muestra poco interés en los detalles que construyen la verosimilitud y la ilusión en la literatura. Crea a sus personajes ex nihilo. Tomás, quien es un prominente cirujano de un hospital de Praga, nació de una posición: Está de pie junto a la ventana y mira, a través del patio, la pared del edificio de enfrente. Esta es la imagen de la que nació. Como dije, los personajes no nacen como los seres humanos del cuerpo de su madre, sino de una situación, una frase, una metáfora (…) Los personajes de mi novela son mis propias posibilidades que no se realizaron. Estos personajes mantienen una prudente distancia del lector y es ésta la que previene que se identifique con cualquiera de ellos sentimentalmente, que sufra o estremezca con ellos. Y sin embargo, aun estos personajes instrumentales con los que el autor dialoga tienen la capacidad de despertar nuestra empatía y no con poca frecuencia nuestras emociones. Nos conectamos con ellos, no solamente cuando nos damos cuenta de las consecuencias de sus decisiones, sino también a causa de lo agobiantes que nos parecen las circunstancias históricas dentro de las que actúan. Una de estas circunstancias, la que opera como marco referencial, es el drama de vivir bajo el régimen comunista que se instauró en Checoslovaquia a partir de 1948, cuando terminó la Segunda Guerra Mundial y esa nación fue incorporada al Pacto de Varsovia. Aun cuando en 1968, durante el gobierno de Alexander Dubček, el país se dirigía a un proceso de liberalización económica y ampliación de libertades civiles, a los soviéticos y otras naciones del Pacto de Varsovia, este proceso les produjo una pesada molestia y enviaron tropas y tanques para ocupar el país, poner orden y recuperar el control. La ocupación por los soviéticos tuvo una amplia variedad de consecuencias, desde el exilio masivo, hasta los despidos a los disidentes (sumados a la prohibición de ejercer la profesión), la prisión, las torturas y algunas muertes. Esto explica que Tomás, quien era uno de los mejores cirujanos de Praga, terminara como limpiador de vidrios de casas (mientras vivía en Praga) y, luego como conductor de un camión que transportaba cerdos, cuando se mudó al campo. No es preciso migrar para ser un exiliado y sufrir de forma parcial el desarraigo propio del exilio.

Compasión

Como hemos dicho, lo central en la novela es la exploración de la oposición peso / levedad. El narrador piensa que si en efecto el eterno retorno es una teoría sin fundamento, si no hay repetición ni siquiera de episodios seleccionados de nuestra vida, no hay manera de ensayar primero cómo vivir algo que nunca hemos vivido (casarnos, tener un hijo, trabajar), eso le confiere a la vida una levedad insoportable. La irrepetibilidad es lo que persigue Tomás en su vida. Piensa que este principio es consistente con su intención de nunca hacer más de tres veces el amor con la misma mujer o, alternativamente, nunca verlas con una frecuencia mayor a una vez cada tres semanas. Y nunca, bajo ningún respecto, dormir con ninguna de ellas toda la noche. La única excepción a esta regla de vida es Teresa. Cuando Tomás lo piensa mejor, se da cuenta de que la primera vez que le permitió a Teresa dormir con él fue por culpa de la compasión, sentimiento que entiende como: Saber vivir con otro su desgracia, pero también sentir con él cualquier otro sentimiento: alegría, angustia, felicidad, dolor (…), significa también la máxima capacidad de imaginación sensible, el arte de la telepatía sensible; es en la jerarquía de los sentimientos el sentimiento más elevado. Ese acto compasivo de Tomás lo condujo, primero a comprar un perro al que llamó Karenin, y luego a enamorarse de Teresa. Como una pareja de enamorados, emigraron juntos a Ginebra. Pero como Tomás, que era un mujeriego incorregible, aun cuando estuviera enamorado no iba a renunciar a sus relaciones eróticas con otras mujeres, un día Teresa lo abandonó y regresó a Praga. Durante algunos días en Ginebra, Tomás disfruto de una dulce levedad; aquella que provenía de su recuperada libertad. Pero súbitamente, ese componente del amor al que Tomas llamaba compasión lo atacó con fuerza. Y se dio cuenta de que la compasión estaba preñada de gravedad. “Las toneladas de hierro de los tanques rusos no eran nada en comparación con aquel peso. No hay nada más pesado que la compasión”. Uno puede pensar que el espíritu de Tomás fue secuestrado por la compasión, lo que significa que eligió la gravedad al regresar a Praga junto a Teresa, contradiciendo así a Parménides. Esta elección lleva a Tomás a preguntarse si, aun cuando a menudo el amor nace de circunstancias azarosas (en el caso de Teresa, había nacido de seis casualidades), lo que podría hacerlo parecer leve y fresco, no es más bien éste un espacio eminentemente grave. Pero a Teresa, quien trabajaba como mesera del restaurante del hotel en que Tomás se alojaba la noche que lo conoció, solo le bastó una casualidad para llamar su atención: que Tomás era el único cliente que esa noche leía un libro. Y otras tres para confirmar su intuición: que sonaba un cuarteto de Beethoven en la radio, que se alojaba en la habitación número seis (y a las seis salía ella del trabajo), y que la esperaba en el mismo banco amarillo en el que ella había estado sentada leyendo el día antes. Teresa construyó de su serie de casualidades una historia de predestinación (quizás la clase de historia de la que Ionesco se burla en La Cantante Calva). Ignoramos qué leía Tomás en el restaurant cuando conoció a Teresa, pero sabemos que Teresa leía Ana Karenina en el banco amarillo.

Bellezas

A propósito de la observación de que al comienzo y final de Ana Karenina aparece un mismo tema, compuesto por la tríada: Estación de tren, andén y el acto de arrojarse bajo las ruedas del tren, Kundera comenta que el ser humano tiene una propensión a componer “su vida de acuerdo con las leyes de la belleza aun en los momentos de más profunda desesperación”. Esta simetría, que es una forma de belleza, crea una forma, que puede a la vez ser concebida como una estructura, que incluso si es intangible, constriñe la absoluta libertad de movimiento que caracteriza la levedad del ser. Así, la belleza simétrica, y el deseo de ordenar la propia vida de acuerdo con ella, conferiría gravedad y actuaría como un balance de la levedad del ser. Es distinta la belleza asociada a la simetría de esa otra belleza, aquella que encuentra la amante de Tomás, Sabina —que es también amante de Franz, quien está casado con Marie-Claude, que es una artista—, el día que visita la iglesia de un pueblecito perdido en medio de los montes. Sabina piensa que la misa que tenía lugar en esa iglesia era bella porque evocaba un mundo traicionado. Y concluye que la belleza es un mundo traicionado. Solo podemos encontrarla cuando sus perseguidores la han dejado abandonada por error en algún sitio. Solo esa belleza oculta detrás del decorado, es leve porque es transgresora, sorprendente e inesperada.

Traiciones

La traición en sí misma, en la mayoría de sus formas, es un acto que troca gravedad en levedad, por la capacidad que tiene de romper cadenas. Por esta razón, Franz se siente leve cuando despega en el avión con Sabina, su amante, luego de confesarle a su mujer que la traiciona con Sabina. Franz cree que ha sido decir la verdad, lo que lo ha hecho sentirse leve. Pero Sabina, que no es solamente una maestra de la traición, sino una perseguidora incansable de la levedad del ser, en el preciso momento en que se entera de que Franz le ha confesado a su mujer sobre la relación que ambos tenían decide abandonarlo. El amor, cuando se hace público, aumenta de peso, se convierte en una carga. Sabina ya se encorvaba por anticipado al imaginar ese peso. La sola imaginación de ese peso la había decidido a dejarlo, a marcharse de Zurich e irse a París. Pero una vez en París, esa decisión le producirá una profunda melancolía que proviene de que: su drama no era el drama del peso, sino el de la levedad. Lo que había caído sobre Sabina no era una carga, sino la insoportable levedad del ser. Que es una total falta de cuerdas, riendas, cadenas y amarras. Sabina, con su adicción a la traición, que siempre rompe una cadena, no puede evitar caer una y otra vez en el abismo de la levedad.

Vivir

Teresa, trabajando detrás de la barra, mientras sirve las bebidas que le piden los clientes, siente en el cuerpo las cosquillas que produce la coquetería, concepto que el narrador define como una promesa de coito sin garantía. Teresa, experimenta con temor la aproximación a esa frontera que delimita el peso de la levedad. Sus celos por las mujeres que Tomás no puede evitar seducir la hacen grave y si fuese capaz de otorgarse a sí misma la licencia de caer en el juego de la coquetería podría hacerse leve. [N]o es capaz de comprender la levedad y la divertida intrascendencia del amor físico. Quisiera aprender a ser leve!(…) su coquetería carece de levedad, es forzada, voluntaria, exagerada. Esta gravedad nace del hecho de que Teresa se toma demasiado en serio la coquetería. La coquetería en Teresa deja de ser un juego grácil y ágil para convertirse en una vía para conocerse a sí misma. Es que Teresa, que entiende las relaciones sexuales como una herramienta exclusiva del amor, no puede actuar como Tomás. Por eso, le resulta intolerable darse cuenta, cuando Tomás se acuesta a su lado cada noche, que el pelo de él huele al sexo de alguna mujer. Hasta que un día le confesará a Tomás el sufrimiento que le producen sus celos, y Tomás le indicará que vaya a lo más alto de la colina de Petrín, pues al llegar allí sabrá qué hacer. Teresa le hace caso y mientras subía por la ladera de Petrín, contempla la ciudad y se confirma a sí misma que Praga es la ciudad más hermosa del mundo. En la cima se da cuenta de que Tomás la ha enviado a encontrarse con sus verdugos. Podrá decidir si para ella vivir es intolerable y acabar en el acto con su vida. Por unos segundos eligió ser fusilada por esos hombres que aliviaban las penas de los que no toleraban los padecimientos de la vida. Pero la contemplación de la belleza, la del verde iluminado por el sol del castaño en flor contra cuyo tronco se había apoyado, seguida de la escucha del sonido de la ciudad, la hizo cambiar de opinión. Ese día, Teresa eligió vivir. Esa belleza que condujo a Teresa a la epifanía, la que la hizo darse cuenta de que quería seguir viviendo, no era una belleza simétrica y grave (como la de la ciudad de Praga que ella contempló desde lejos cuando subía) sino más bien una belleza oculta y leve, con la que su mirada se topó por fortuna cuando levantó la cabeza. Ese contacto instantáneo y súbito con esa belleza que era levedad le permitió a Teresa continuar su vida.

Integridad

Un día Tomás y el narrador deliberan sobre la inocencia o culpabilidad de los funcionarios del régimen comunista, quienes habían torturado y ejecutado a mucha gente. El punto no era si sabían o no los funcionarios que al defender al régimen se hacían cómplices de un genocidio sino si, cuando un hombre toma una decisión que tiene consecuencias terribles sobre otro ser humano, pero ignora esas consecuencias, ese acto es o no inocente. Este dilema le recuerda a Tomás la tragedia de Edipo, quien no sabía que Yocasta, con quien había yacido, era su madre, e ignoraba que había asesinado a su padre, el rey Layo. Cuando lo supo, se perforó los ojos y quedó ciego. Tomás escribirá un artículo sobre esta reflexión que enviará a la prensa esperando que lo publiquen. Unos meses más tarde, el director del hospital le pide a Tomás que se retracte por escrito. Es lo que espera el régimen. Si no lo hiciese, su cargo como cirujano quedaría en serio riesgo. Tomás no se retracta y es despedido. Solo le permiten ejercer como médico de cabecera en una clínica rural. Al cabo de un tiempo, otro funcionario se le acerca. Esta vez el régimen le demanda que escriba un artículo, no solo renegando de lo escrito, sino alabando al régimen y atacando a los disidentes, y muy especialmente a los intelectuales. Al negarse a esta humillación, Tomás pensó que quizá no amaba tanto a su profesión como siempre había creído. O quizás, Tomás fue capaz de abandonar en un instante su vocación, seria y responsable, por un oficio tan ligero como el de limpiador de ventanas y escaparates porque amaba más la idea de ser moralmente consistente (y preservar su honor) que la de mantener su oficio de cirujano complaciendo a su vocación. Por eso dice el narrador: Ahora andaba por Praga con la pértiga de lavar escaparates y constataba que se sentía diez años más joven. De nuevo advierto la levedad del migrante, que se ve forzado a cambiar de oficio o profesión por infinidad de razones (drama trágicamente vigente). Con ese nuevo empleo, Tomás tenía mucho tiempo libre que aprovechó para estar con un mayor número de mujeres. Lo que sería causa de nuevos padecimientos para Teresa. Tomás no quedó muy satisfecho con la decisión que había tomado Y en ocasiones reflexionaba sobre ello sin ser capaz de concluir qué era lo correcto: haber o no haber firmado el documento que le presentaron renegando de lo escrito en su artículo. Lo que le impide responder esta pregunta es que la vida, que se vive sólo una vez, no nos permite vivirla una segunda vez eligiendo la opción alternativa. En esa irrepetibilidad reside la virtud y la tragedia insoportable de nuestra levedad como seres humanos.

Amar

Un día Teresa le expresa a Tomás, con mayor énfasis que otras veces, la angustia que le produce vivir en Praga. Ese énfasis tuvo un efecto: se fueron al campo, lo que no le resultó fácil a Tomás porque significó un nuevo alejamiento de su vocación, a la que antes consideraba inamovible; quizás la última ancla que le impedía sentirse totalmente leve. O, quizás, la última barrera que le prevenía caer en las redes eternas del amor de Teresa. Incluso un día Tomás sueña con aquella mujer que, según el mito que se cuenta en El Banquete de Platón, sería su mitad perdida. Tomás sabe que, incluso si esa mujer se le apareciese, él sería capaz de dejarla por Teresa, la mujer nacida de seis ridículas casualidades. Quien no es su mitad perdida y por la cual siente un amor que no ha podido explicarse.

Morir

Sabina piensa en cómo preferiría morir. El narrador piensa que Tomás y Teresa, que murieron aplastados por un camión “murieron bajo el signo del peso. Ella quiere morir bajo el signo de la levedad. Ser más leve que el aire. Según Parménides ésta es una transformación de lo negativo en positivo”. Sabina desea ser un cuerpo vivo cuya piel, músculo, huesos, sean fuertemente atraídos por la fuerza de gravedad de la Tierra. Si no fuera éste el caso, aún los ancianos podrían caminar cómo jóvenes ágiles y danzarines. Si la Tierra fuera más pequeña, y la fuerza de gravedad fuese sustancialmente menor, no sería necesario recurrir a la hipótesis de un cuerpo más ligero porque los seres humanos pesaríamos menos. Para Sabina, en todo caso, la levedad es en gran parte física. Para Teresa, en cambio, la levedad es conceptual. Piensa que la secuencia de trabajos cada vez menos profesionales los ha llevado a ella y Tomás a un nivel desde el cual no pueden caer más. Han sido trabajos cada vez menos importantes, trascendentes o edificantes. En ese pueblo en el que vivían antes de ser aplastados por el camión, ni Teresa hizo nunca más una foto, ni Tomás ejerció más su oficio de médico cirujano. Por eso le dice Teresa a Tomás: Yo tengo la culpa de que hayas llegado hasta aquí. Tan bajo que ya no es posible ir a ninguna parte. Tomás la trata de convencer de que está equivocada, de que nunca antes habían tenido la libertad de la que disfrutan en ese pueblo, oculto en el campo. Le dice esto convencido de que toda creencia en que el ser humano tiene una misión en la vida es una ilusión que funciona como un ancla, correa o cadena que restringe la libertad y arrastra al hombre hacia abajo, hacia la superficie de la tierra. En ese pueblo Tomás se libró de la creencia en ese mito que es la vocación. Luego, la vida en el pueblo liberó a Tomás (benefició a Teresa) de ese otro mito que era la creencia en que derivaba un conocimiento trascendental de cada mujer con la que hacía el amor. De todas las formas de levedad que Teresa y Tomás habían experimentado a lo largo de sus vidas, la que les deparó la mayor felicidad, por la libertad que a ella estuvo asociada, fue la que gozaron durante los últimos meses de su vida en ese pueblo. Una felicidad que no por ello estuvo exenta de una tristeza, que significaba: Hemos llegado juntos a la última estación. Esa felicidad significaba: estamos juntos. La tristeza era la forma y la felicidad, el contenido.”

Balance

Al final, Kundera parece querernos decir (sobre la oposición peso/levedad) que si, como sostenía Parménides, el universo está constituido por pares de contrarios, a éstos no los hallamos aislados (y plenamente identificables) sino incorporados de un modo compacto, difuso y no siempre reconocible, junto con una diversidad de otros pares de contrarios (luz/oscuridad, belleza/fealdad, bondad/maldad etc) en ese tapiz cambiante que es lo real. Por momentos, uno tiene la impresión de que, si no se toman ciertas decisiones, si no se lucha con suficiente pasión o perseverancia por ciertas ideas o valores, si se permite que la inercia y la entropía prevalezcan, un día nos daremos cuenta de que estamos presos dentro de una jaula hecha de barrotes de hierro demasiado gruesos para poderlos romper. Lo contrario podría también ocurrir. Que cobremos un día conciencia de que nos quedamos fuera de esa jaula de hierro, muy por encima de ella. De que nos movemos banales, indolentes y adormecidos, como si viajáramos encima de una cordillera de nubes. Y que no importa cuánto nos esforcemos, jamás lograremos hacernos un poco más graves, y gracias a ello descender, para mirar de cerca dentro de esa madeja que es lo real. La vida que deberíamos vivir, aquella en la que podemos elegir ser leves o graves a voluntad, se hallaría en algún punto entre esas dos opciones, ambas trágicas, ambas insoportables. Es cuestión de balance.