Por JOHANNA PÉREZ DAZA
El ser humano se ha movilizado históricamente en pro de recursos, suelos fértiles y condiciones climáticas favorables. Con el tiempo las causas y motivaciones se han diversificado y complejizado. Los términos también. Ahora, quienes salen de sus países lo hacen desde el reconocimiento de limitaciones impuestas dentro de su lugar de origen, de ese concepto difuso que es la patria y que, inevitablemente, se funde en ellos, los acompaña como carga y redención, rastro de lo que fue y recordatorio de lo que no ha sido. Fronteras, soberanía, identidad, refugio, amenazas, son algunas de las palabras que también se mueven y desplazan tratando de explicar estos procesos que no son exclusivos de un continente, sino que se esparcen y distribuyen por la geografía mundial afectando países y regiones. Migraciones desde África hacia Europa, de Centroamérica a Estados Unidos, refugiados a consecuencia de guerras y crisis socioeconómicas y políticas perfilan un tema impostergable.
Por otra parte, la fotografía ha sido entendida como el “ojo de la historia” y un recurso de la memoria. Dos consideraciones ambiciosas que, ciertamente, han tenido resonancia en la sociedad contemporánea que le confiere un gran valor a la imagen. La fotografía ha documentado los movimientos migratorios y flujos de personas, los motivos abarcan conflictos armados, violencia, desempleo, crisis políticas, económicas y alimentarias, entre otros, que atraviesan nuestra aldea (¿o teatro?) global. Así, se ha ido conformando una especie de inventario de acontecimientos entre los que podemos recordar el drama de las pateras llegando a puntos de jurisdicción española o las embarcaciones sobrecargadas hacia Italia y Grecia; los operativos de rescate y los testimonios de los sobrevivientes de una odisea tan incierta como peligrosa. Personas huyendo, niños ahogados, familias caminantes, persecuciones, rutas clandestinas, horizontes de alambre púa, tiendas improvisadas para pernoctar o grupos apretujados en las líneas fronterizas, son imágenes frecuentes en una agenda mediática que jerarquiza, recicla y olvida.
Venezuela, un país atravesado por la migración
Nos cayó la locha. La migración pasó a ser un problema propio. Ya no son solo las fotos en el Mediterráneo o en Centroamérica; o las desgarradoras gráficas galardonadas en conocidos concursos de fotoperiodismo. Las imágenes se nos hicieron cercanas, ya no eran ventanas para asomarnos y ver a lo lejos, sino espejos en lo que nos vimos cargando morrales tricolores y maletas heredadas, atravesando trochas y salidas clandestinas, ríos y puentes que se convirtieron en vías de escape. La intención de estas reflexiones es acercarnos a la migración venezolana desde la fotografía, abordando las representaciones y el tratamiento que ha tenido desde lo visual, conscientes de que es, apenas, una acotada selección.
¿Cómo definir o, al menos, caracterizar la relación de Venezuela con la migración? Fuimos, tradicionalmente, un país receptor de migrantes. De Europa y Latinoamérica llegaron miles de personas que buscaban mejores oportunidades, huían de las guerras y postguerras, de las dictaduras y las crisis. Vinieron de Italia, España, Portugal, también de Colombia, Chile, Perú, entre otros.
Ahora, la dinámica se invirtió. Desde hace al menos una década, somos un país arropado por términos que, como las identidades y las fronteras, se tornan inciertos, líquidos, en movimiento. Diáspora, exilio, éxodo se han convertido en palabras recurrentes en nuestros diálogos. Toca distinguir la delgada pero significativa diferencia entre xenofobia, aporofobia y discriminación. Familias desmembradas, migrantes rechazados, una situación que se extiende y salpica no solo a países vecinos sino a distantes territorios antes desconocidos, impensables dentro de un radar que se ha ensanchado en proporciones impactantes.
Nos volvimos sospechosos e indeseables. Se endurecieron los requisitos de ingreso y permanencia en otros países. El gentilicio se cargó de estereotipos. Los migrantes venezolanos son tema recurrente en campañas políticas de dirigentes foráneos que prometen resolver el “problema” y tener mano firme para impedir que éstos secuestren oportunidades laborales, servicios sanitarios y educativos. Resuenan distanciamientos y advertencias. “No seremos Venezuela” es el grito que arropa desfasadas consignas (“Alerta, alerta que camina, la espada de Bolívar por América Latina”).
El ojo de la historia
A Mathew Brady (1823-1896), gran retratista del siglo XIX y uno de los fotógrafos que documentó ampliamente la Guerra de Secesión, se le atribuye la frase “la cámara es el ojo de la historia”, un ojo que no solo registra sino que retiene capas de información y sentido que se amplían con el tiempo, permitiendo diversos acercamientos sobre instantáneas que mutan a recuerdos y archivos que decantan lo noticioso y ofrecen otras miradas, a veces más reposadas y profundas.
Desde lo documental y autoral, la fotografía explora la migración venezolana y, sin embargo, no deja de ser, apenas, una pequeña porción de la abundante cantidad de información y cruces entorno a este complejo problema, visto a veces desde la óptica del emigrante (pone el foco en la persona que sale de su lugar de origen), otras desde el inmigrante haciendo referencia a esa misma persona, pero desde la perspectiva de quien ya ha llegado a su nuevo destino para radicarse en él. En todo caso, presentando múltiples aspectos de una situación que afecta a muchos (personas, familias, países, organizaciones…) y diversos ámbitos (economía, seguridad, fronteras, empleo, salud…). Todo esto amparado en el anhelo de quienes por distintas razones, deciden —o intentan—llegar y asentarse en otros territorios que ofrezcan la calidad de vida y garantías que ha escaseado en un país del que ya no son parte pero del que tampoco pueden desvincularse, un país al que, pese a todo, permanecen indefectiblemente unidos, aunque las circunstancias sean adversas. Así de contradictorio, así de complicado.
Pues bien, ¿cómo son las representaciones visuales y el tratamiento que desde la fotografía se ha dado a la migración venezolana? A continuación, revisamos algunos trabajos, a fin de mostrar posibilidades de acercamiento a un fenómeno que es complejo y tiene múltiples aristas y ha sido tratado por fotógrafos y artistas como la mexicana Teresa Margollesy el estadounidense Gregg Segal.
Estorbo de Margolles es el resultado de dos años en la frontera colombo-venezolana, incluye varias series que se extienden más allá del soporte fotográfico y se estructura en varias fases. Conceptos como estorbo, basura, pero también esfuerzo y trabajo orbitan en una propuesta amplia en la que, por ejemplo, entrevista y retrata a los carretilleros y trocheros venezolanos, hombres y mujeres que trabajan en el Puente Simón Bolívar pasando mercancías de uno y otro lado de la frontera. Las imágenes encierran la metáfora del peso que llevan encima, la carga en sus espaldas. Acá la fotografía es un medio, no un fin, que destaca el proceso y sus etapas, y no solo el resultado.
En la serie titulada Undaily Bread (pan diario), Gregg Segal fotografía a madres inmigrantes venezolanas rodeadas de sus pertenencias, mostrando lo que estos objetos nos dicen de sus realidades. Creada en colaboración con ACNUR, el proyecto parte de la pregunta: ¿qué llevaría en su maleta si fuera obligado a dejar su país? A partir de esta interrogante documenta la comida, el vestido y otros elementos personales que acompañan a las madres venezolanas y sus hijos en el exilio. Cada imagen publicada en el perfil de Instagram de Segal incluye una leyenda que describe el difícil viaje de cada familia.
Con ojos propios
Los fotógrafos venezolanos también han documentado una tragedia que nos les resulta ajena. Desde distintos lugares de enunciación, desde quien se va, quien se queda, quien encuentra oportunidades o quien solo vive penurias. Unos y otros se han acercado a este problema, a este dolor que les es propio o, cuando menos, cercano. En la actualidad, es casi seguro que todos los venezolanos tengamos uno o varios familiares o amigos fuera del país, que algunos colegas se hayan marchado, o que en primera persona contemos esta historia de la que más que testigos, somos protagonistas.
A continuación nos detendremos en algunas propuestas de fotógrafos venezolanos, ya sea desde su permanencia en el país o desde su propio proceso migratorio. Algunos trabajos parten del retrato para dar rostro e identidad a los sujetos de la migración; otros se detienen en su rastro silente, en la mudez de sus objetos y pertenencias, en el vacío de lugares y espacios. A veces el texto es fundamental, otras basta la fuerza o simpleza de la imagen. Es lo que hace, por ejemplo, Juan Toro Diez desde la fotografía de las llaves y llaveros que dejan quienes parten. Es el último objeto del que se desprenden (o no) antes de salir y que con sus particularidades hace referencia a los individuos que no se ven, pero están presentes, a punto de partir, en una zona intermedia y, en cierta medida, extraña. Numerosas llaves remiten a las medidas de seguridad que hay que tomar en un país habituado a rejas y cerrojos. El fondo blanco agudiza el silencio visual necesario para la contemplación. Los llaveros, por su parte, perfilan edades, gustos, creencias y prácticas.
De la migración y el olvido del fotógrafo Rómulo Peña reúne la huella y la ausencia a través de imágenes de “casas muertas” y “no lugares”. Pausas prolongadas y silencios suspendidos, huidas irremediables y expulsiones forzadas. Espacios despojados de su esencia, donde la palabra habitar ha quedado vaciada y el tiempo parece detenerse. Ruinas en proceso, puertas tapiadas y ventanas clausuradas nos descubren a quien deja todo y sabe que nada le pertenece, solo la sutil esperanza que deambula entre lo provisional y lo transitorio, haciéndolo dueño de la nostalgia y sus recuerdos, del vestigio de la memoria acompañado de la secreta persistencia, presurosamente empacada.
Por su parte, Marylee Coll desarrolla Testigos del desarraigo, una serie fotográfica que se vale de objetos y espacios abandonados a consecuencia de la migración. “Paredes desconchadas, mansiones invadidas por la naturaleza circundante, libros y publicaciones abatidos en el piso, cuadros descolgados, fotografías abandonadas, cajas de cartón y papel de embalaje acompañan esta historia de transitoriedad, desplazamiento y resiliencia”, escribe la curadora Ruth Auerbach, en el texto que acompaña la exposición presentada en 2018 en Beatriz Gil Galería. Estas imágenes cuentan —en ausencia de sus habitantes— las posibles narrativas del lugar y de los objetos inanimados que alberga: “No sólo se retrata el cuerpo del objeto como entidad ornamental pronta a experimentar el desalojo de su entorno social y un proceso acelerado de desmantelamiento; aquí se puede contabilizar el testimonio emocional de un país; se transita la noción de desplazamiento, migraciones y diáspora, la conciencia del desarrollo y la fatalidad, las crónicas del abandono y la pérdida de nuestras posesiones, las huellas de la memoria y el olvido; y, así, un sinfín de manifestaciones y categorías identitarias que definen nuestra precipitada (des) construcción cultural”, señala Auerbach y apunta también que “cada fotografía se traduce entonces en una metáfora visual de esa ‘casa’ que todos llevamos a cuestas, aún en la distancia (I)”.
Desde otra óptica, la fotógrafa Fabiola Ferrero se ha dedicado a cubrir este tema, primero desde la visión periodística y luego desde proyectos documentales que incluyen la cercanía y la experiencia personal compartiendo, incluso, textos de su diario. Ella parte de su propia vivencia de la migración al intentar retratar a Venezuela como un lugar donde los recuerdos vuelan alrededor de un espacio físico abandonado. En su cuenta de Instagram la fotógrafa comenta que su proyecto No puedo oír a los pájaros es un viaje visual y emocional del dolor causado por la migración, pero desde el punto de vista de quienes se quedan: “Venezuela ya no es un país, sino un estado de ánimo… La desolación de los paisajes naturales, los espacios que dejan los migrantes y los recuerdos en los polvorientos álbumes familiares tienen huellas de una tierra antes próspera, pero también de dolor colectivo de perder nuestro hogar”. Previamente, en 2018, había retratado las historias de madres venezolanas que cruzaron a Colombia para que sus hijos recién nacidos y enfermos recibieran atención médica. Ferrero, además, coordina el Programa de narrativas visuales Semillero Migrante (@semilleromigrante).
Colombia es uno de los principales países que ha vivido la migración venezolana, de hecho, el diario El Tiempo la calificó como la más grande en la historia de esa nación, lo cual no ha escapado a las representaciones visuales en obras como las de Alicia Caldera, quien se vale no solo del medio fotográfico sino de otras técnicas y formatos como el collage, el video y la instalación para presentar distintas aproximaciones al tema, tal como hace en el proyecto Apuntes sobre la migración venezolana en Colombia, del cual forma parte 2219, cuyo título alude a la distancia en kilómetros de la frontera que “divide”, y también “une”, las dos naciones. “A través del uso de su propio archivo fotográfico (retratos, paisajes de frontera, paisajes urbanos) combinado con imágenes apropiadas de prensa, mapas históricos, símbolos y textos de canciones, Alicia crea collages para abordar ciertas problemáticas políticas y sociales relacionadas con sus propias experiencias de viaje e identidad. De esta manera reflexiona sobre la migración y cómo a partir de ella se producen procesos de disolución, temporalidad, desarraigo y memoria (II)”.
Otras miradas
Temas van y vienen, mutan, se solapan y reaparecen. En medio, el intento de algunos fotógrafos por presentar un enfoque propio y diferenciado, capaz de distinguirse en medio de la saturación visual y la insensibilidad que tiende a arropar la migración luego de ser abundantemente tratada. El abanico va desde el fotoperiodismo a las búsquedas autorales, incluye tratamientos superficiales y tópicos recurrentes, así como propuestas más densas y planteamientos que ofrecen otro acercamiento, una perspectiva que aporta información nueva, ya sea porque se aproxima a casos particulares o porque humaniza las cifras. En otros casos, se exploran estrategias de divulgación y socialización que reten la pasividad y combinen formatos que ofrezcan a las audiencias otros ángulos y susciten no solo reflexiones, sino que sacudan la zona de confort. En consecuencia, buscan generar no solo contenido, sino sentido. Asumen la responsabilidad de mostrar, cuestionar y denunciar. Un compromiso que rebasa lo informativo.
En la otra acera, el cliché de la belleza y exuberancia es explotado en medios sensacionalistas y acompaña titulares en los que se tildan a las mujeres venezolanas de “roba maridos”, o se agradece sus contribuciones a la industria pornográfica. Sirva de ejemplo la portada de la revista Soho, de julio de 2016. La foto de una mujer desnuda abrazando a Nicolás Maduro se acompaña del texto: “Venezolanas en Colombia. Tres bellas antichavistas que se han refugiado en el país muestran su gratitud posando para Soho. ¡Gracias, Maduro!”
En el tratamiento de los migrantes y refugiados escasamente se tocan los aportes que ellos pueden introducir en los países receptores. Lo negativo resulta más impactante. Vende más y se impone. Detrás de esto, subyace la discriminación y la desconfianza ante el otro, el extraño o el desconocido entendido como posible amenaza. El discurso del odio y las prácticas de marginación y exclusión se extienden y salpican los ámbitos más variados. El mundo del arte no es la excepción. En septiembre de 2021 se canceló una exposición fotográfica sobre venezolanos en República Dominicana debido a amenazas de grupos extremistas. Caminos de aprendizaje es el nombre de la exhibición que reúne imágenes realizadas por dos fotógrafos venezolanos en las que retratan la labor de trece profesores venezolanos que residen en República Dominicana. La suspensión se produjo luego de que grupos radicales se acercaran al lugar donde se inauguraría la muestra para sabotear el acto. El promotor del boicot, Manny Solano, del movimiento No Tenemos Miedo RD, dijo en redes sociales que no permitirán la “manipulación de tema migratorio disfrazado de arte (III)”. En respuesta solidaria y creativa, la exposición fue llevada al espacio virtual y puede apreciarse en AWA Cultura (IV).
Unos pocos días después la dinámica noticiosa reseñaría un amplio operativo del cuerpo policial de Carabineros de Chile con el desalojo de un campamento de alrededor de un centenar de migrantes, mayoritariamente venezolanos y haitianos, en la ciudad de Iquique. Las imágenes dan cuenta de las acciones de manifestantes quemando las pertenencias de estos migrantes. Coches de bebé, ropa y sábanas entre las llamas.
Siguiendo en las redes sociales, el abogado José Antequera Guzmán, director del Centro de Memoria Paz y Reconciliación (Colombia), publicó en su cuenta de Twitter el siguiente dibujo y su respectiva descripción:
Desde el arte, la cultura y la comunicación entendemos que la migración entabla un diálogo con la posibilidad y se aferra a la esperanza. Es un fenómeno complejo y contradictorio que alterna arraigo y despedida, abriendo un vacío tan grande como el país que se deja pero que en modo alguno se olvida. Quizás por eso, todos somos migrantes. Bisabuelos, abuelos, hijos, nietos. También quienes se quedan intentando reconocer un territorio que se volvió extraño. Quizás por eso no solo nos desplazamos geográficamente, sino que, además, recorremos trayectos que transforman nuestras acciones, sentimientos e imaginarios, trazando otras rutas que revelan fortalezas ocultas y significados aletargados. Lo incierto y lo inacabado se cuelan en los registros y representaciones visuales cargados de “tal vez” y “quizás”, de la negación del retorno o la probabilidad del regreso.
I Ver: Marylee Coll, Testigos del desarraigo https://beatrizgilgaleria.com/exposiciones/muestras-pasadas/expo-anterior-2018/marylee-coll-testigos-del-desarraigo#:~:text=Testigos%20del%20desarraigo%20%E2%80%93%20el%20m%C3%A1s,de%20la%20ciudad%20de%20Caracas.
II Ver: Alicia Caldera expone ‘2219’, un trabajo sobre migración, frontera y viaje, en el Instituto Iberoamericano de Finlandia https://clavoardiendo-magazine.com/actualidad/agenda/2219-de-alicia-caldera/
III Ver: Cancelaron exposición sobre venezolanos en República Dominicana por amenazas https://bitlysdowssl-aws.com/entretenimiento/cancelaron-exposicion-sobre-venezolanos-en-republica-dominicana-por-amenazas/
IV Ver: Caminos de aprendizaje https://awacultura.com/caminos-de-aprendizaje-vr/