Por CRISTINA MANZANEDO
Los flujos migratorios no van a detenerse. Son la consecuencia de un mundo globalizado donde las oportunidades están desigualmente repartidas. Me sorprende que muchas personas consideren las migraciones como un mal a evitar o, en el mejor de los casos, como una simple pecera donde poder seleccionar los perfiles laborales (cualificados) que interesan en cada momento a un país.
Parte de la sociedad teme una pérdida de “nuestros valores y de la identidad española” y añora una España sin “extranjeros”. Los datos reales sobre el papel positivo de la inmigración en la economía española no son capaces de derribar estos muros internos. Tampoco el cuestionamiento de iOS proyectos de una “identidad nacional” fija y estática. Mucho menos el debate, más profundo, sobre la mirada del otro; cómo miramos a otros seres humanos y si somos capaces de reconocer en cada uno la legítima aspiración a una vida digna.
Los flujos migratorios no pueden detenerse ni gestionarse sólo con medidas de control migratorio. Los grandes éxodos de las últimas décadas responden, sobre todo, a circunstancias en los países de origen que no permiten garantizar la vida en condiciones dignas de sus habitantes. Y las migraciones no son más que la consecuencia.
La respuesta europea ha estado dominada por el miedo y el egoísmo. El foco de los recursos de las políticas migratorias está en evitar que las personas lleguen y si lo consiguen, en devolverlas a sus países de origen. Esto es muy doloroso y miope. En mi contacto desde hace tiempo con personas migrantes, sólo veo familias, jóvenes que buscan reconstruir sus vidas en paz y seguridad, un trabajo y ser aceptados y relacionarse con la sociedad donde se instalan. Gente que sufre y calla el dolor de abandonar su tierra y al que con frecuencia se suma el rechazo en Europa.
La realidad cotidiana es que las personas migrantes en Europa aceptan trabajos y condiciones laborales muy duras y que a veces son objeto de explotación laboral. Siempre ha sido así con las primeras generaciones de migrantes. Su esperanza es que sus hijos puedan recibir una educación y formarse, alcanzar oportunidades que ellos no han tenido y progresar en la pirámide social. Para ello necesitaremos personas con voluntad de integrarse, desde luego, pero en paralelo, una sociedad que quiera integrar y políticas públicas que lo faciliten. Tenemos que pensar muy bien la integración. La idea del pueblecito aislado y tranquilo puede ser deseable para algunos, pero no es real. Conozcamos y trabajemos con la realidad que tenemos entre manos, la migración no puede frenarse pero sí gestionarse. Además, la necesitamos, aunque solo sea por la reducción de población española a la que nos enfrentamos en los próximos años. Si lo hacemos bien, será beneficioso para las personas migrantes y para todos nosotros como sociedad. La integración, la cohesión social y la igualdad de derechos nos interesan a todos.
*Cristina Manzanedo es abogada de extranjería, experta en migraciones.
**Texto publicado originalmente en la edición número 782 -julio-agosto 2020- de la revista El Ciervo (www.elciervo.es), fundada en 1951, y dirigida ahora por Jaume Boix Angelats, quien generosamente nos autorizó a reproducirlos en nuestro Papel Literario.