Por MAITE ESPINASA
A Erick Montenegro. In Memoriam
Hace días que ando escapando al tiempo, espantando las horas, escabullendo la realidad.
Pero esta mañana, al levantarme desprevenida, mis pies se calzan las zapatillas de la madre de Erick Miguel.
Entonces me miro detenida sobre el asfalto, chapoteando en un charco de sangre, sumergida en la noche del 27 de junio de 2005, en un callejón del Barrio Kennedy.
Aquí no tengo escapatoria, no hay después, no hay mañana, solo la sangre que corrió por el cuerpo de Erick, mientras era perforado a balazos, con saña, con premeditación, con alevosía, sin contemplaciones.
Escucho sus gritos que se pierden entre las veredas, rebotando contra los muros de las casas.
Está allí, contra el suelo, pateado, amordazado, suplicante, implorando compasión, clamando por su vida.
Me revuelco entonces en su sangre y la bebo para mantenerlo vivo. Quiero hacer de su sangre otra vez un cuerpo que me mira y no este precipicio al que me asomo, donde todo va cayendo.
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Regreso al borde de la cama, crispada, desorientada y entre arcadas de dolor me descalzo aterrorizada.
No vomito, no lloro, no puedo. Me recojo sobre mí misma, me contengo con fuerza.
Solo quiero desvanecerme.
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