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La infancia (y adolescencia) de Arturo Uslar Pietri

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Por EDUARDO CASANOVA

Arturo Uslar Pietri nació el 16 de mayo de 1906, en una casa ubicada entre las esquinas de Romualda y Manduca, que tenía el número 102, en La Candelaria. Era una zona alejada del centro de Caracas, que era el hábitat de los ricos, lo que demuestra que los Uslar Pietri eran más bien gente venida a menos, y por esa razón (y porque su padre era partidario de Cipriano Castro) Arturo, a quien entonces llamaban “Arturito” para diferenciarlo de su padre, no conocería a sus primos Boulton Pietri, hijos de su tía Catalina y miembros prominentes de la alta sociedad y de la plutocracia de Caracas, sino ya en el último tramo de la adolescencia. La suya fue una infancia más bien solitaria y con algunos rasgos de tristeza. Cuando tenía tres años (1909), nació su hermanita, Helena, que no llegó a cumplir los dos años. De ella no guardó el más mínimo recuerdo. Helena fue seguida por Teresa, que apenas vivió unas horas sin que quedara nada en los recuerdos del niño. Fue muy solitario. No tenía contacto con sus primos hermanos ni con sus tíos ni con ningún pariente cercano. La muy pequeña sociedad, casi toda de origen más o menos mantuano, de Caracas, llena de prejuicios y de orgullos más bien vanos, rechazaba de manera radical a Cipriano Castro, que había humillado a los pocos ricos de Caracas y llevaba una vida que nadie aceptaba, además de comandar hordas de campesinos que habían invadido la capital.

El hijo de un funcionario gubernamental de alguna importancia era considerado por muchos como hijo de un traidor de casta, y, por lo tanto, indigno de ser recibido en las casas principales de la capital. La caída de Castro, a fines de 1908, fue un grave revés político para Uslar Santamaría, que a duras penas logró sobrevivir dedicado a una pequeña propiedad rural no lejana a Caracas, y hasta eso terminó perdiéndolo, además de la libertad, cuando lo relacionaron con la conspiración de Román Delgado Chalbaud de 1913, aunque en realidad no había prueba alguna en su contra, salvo algún chisme mal intencionado, pero el general Gómez, que ya había dejado atrás toda posibilidad de algo parecido a la democracia por la que muchos clamaban, prefirió no dejar el más mínimo cabo suelto y actuar como si Uslar Santamaría fuese culpable. Pero, gracias a la intervención de algunos amigos, y por no ser un pez grande, logró pasar aquel terrible escollo y tres años después (1916), el alicaído general obtuvo un cargo de poca monta, fue designado jefe civil de Cagua, un pueblo aragüeño que en esa época no tenía la más mínima importancia, por lo que la familia se instaló en esa encrucijada de caminos cercana a Turmero y a Maracay, en donde imperaba el nuevo amo del país, a quien Uslar Santamaría, con mucho esfuerzo y con la ayuda de gente importante de Turmero, consiguió acercarse lo suficiente como para abandonar el pozo de desgracias en el que había caído. El niño Uslar Pietri, que había aprendido sus primeras letras en una Escuela Unitaria cercana a su casa caraqueña y luego estudió en el Colegio Francés, en donde fue condiscípulo de Eugenio Mendoza, Antonio Arráiz y Armando Zuloaga Blanco y otros niños con los que después se codearía, fue inscrito en una escuelita Unitaria en Cagua, y luego, cuando su padre con mucho trabajo consiguió que lo pasaran a Maracay, estudió en la Escuela Federal Graduada Felipe Guevara Rojas, en donde conoció a Carlos Eduardo Frías, aragüeño nacido en Calicanto, una zona relativamente nueva de Maracay, y que será su amigo a lo largo de toda su vida y le dará pleno apoyo en muchas etapas en las que lo necesitó. También allí conoció a los hijos del general Gómez y de Dolores Amelia Núñez de Cáceres, en especial a Florencio (El “Negro” Gómez Núñez), lo que tendría una importancia vital, tanto en lo negativo como en lo positivo, para su porvenir mediato e inmediato. Esa amistad juvenil le permitió frecuentar la casa del dictador y conocerlo de cerca, lo que terminó de apartar del camino las dificultades políticas que había tenido su padre, y le impidió, años después, unirse a los estudiantes de la Generación del 28. En muchas oportunidades era invitado a pasarse unos días a El Trompillo, la hacienda del general cercana a Maracay, con lo que se convirtió en parte de la familia, y en muchas oportunidades se sentó a la mesa con el propio dictador, que le tomó especial cariño. Fue en Maracay, a los catorce años, donde vio su nombre por vez primera en letras de molde, el 28 de agosto de 1920 en el periódico El Comercio, que le publicó un artículo sobre el banano. Luego de un período interno en el colegio salesiano de Valencia, y debido a que se enfermó de paludismo pernicioso, entró a estudiar, por recomendación de los médicos y de la familia Gómez Núñez de Cáceres, en el Liceo San José de Los Teques, fundado y dirigido por  “El Tigre” Arocha, en donde también estudiaron los hijos de Gómez, Miguel Otero Silva, Francisco Tamayo, Juan Pablo Pérez Alfonzo, Espíritu Santos Mendoza, Pedro Sotillo, Tobías Lasser, Raúl Valera, Fernando Paz Castillo, Julio Bustamante, Juan Beroes, Néstor Luis Negrón, José Enrique Machado, Atilio Romero, Milton López Henríquez, Oscar Cróquer, Rafael Chirinos, Rosalio Castillo Lara (que después sería Cardenal) y muchos otros hombres de provecho de la misma generación de Uslar Pietri. A pesar de las claras diferencias ideológicas, Uslar Pietri y varios de ellos siguieron siendo amigos en el tiempo. En octubre de 1923 presentó su examen integral para graduarse de bachiller, dos de sus examinadores serían después nombres muy importantes en las letras venezolanas: José Antonio Ramos Sucre, del que nunca tuvo una buena opinión (más de una vez le oí decir que no entendía la “moda” de considerarlo un gran poeta, cuando —según él— en realidad era un profesorcito medio loco), y Pedro Emilio Coll. En enero de 1924 recibió su título de Bachiller en Filosofía con una tesis cuyo prometedor título era Todo es subjetividad, y se mudó a Caracas para estudiar Derecho en la Universidad Central. Previamente, y como para desmentir del todo la leyenda de que toda su vida fue rico, se empleó en el único hotel más o menos decente de Maracay, como transcriptor de menús. Cobraba diez bolívares mensuales por escribir a máquina varios menús del día, que los dos o tres mesoneros entregaban a los clientes.

Habría que aceptar que su primer empleo serio fue de hombre de letras. Una vez en la capital, como cualquier estudiante provinciano y pobre, alquila una modesta pieza en una pensión ubicada de Jesuitas a Tienda Honda, y se aventura con más audacia que sensatez a conocer a sus primos Boulton Pietri, que lo reciben con cierta curiosidad. Margot incluso llega a “prendarse” de él, sin mayores consecuencias. Un año antes había publicado en Billiken, una de las revistas más importantes de su tiempo, su cuento “El silencio del desierto”, que llamó la atención de unos pocos entendidos, en especial porque era escrito por un adolescente de diecisiete años que, sin duda, prometía mucho más. En Caracas, la Caracas que según sus propias palabras solo tenía dos librerías y no había verdaderas peñas literarias, rápidamente se hizo conocer en los rudimentarios círculos literarios locales, que saludaron sus pininos, si no con mucho entusiasmo, sí con algún interés. Como parte de sus estudios de derecho debió trabajar como escribiente en un tribunal, lo que lo desilusionó del todo del ejercicio de la profesión de abogado, en la que lo que más le llamó la atención fueron las trampas y deshonestidades, tanto de los abogados en ejercicio como de los jueces y de los empleados de los tribunales. Por eso decidió que, aun cuando completaría la carrera, jamás entraría a un bufete ni ejercería la profesión como litigante. Tiempo después logró irse a Francia, que fue algo que cambió definitivamente la orientación de su vida.

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