Por ADALBER SALAS HERNÁNDEZ
Claude Lévi-Strauss escribió, en Le Cru et le cuit, que la música y el mito eran capaces de trascender el lenguaje articulado: creaciones humanas cuyo radio de acción superaba con creces nuestra capacidad para enunciar, para producir conceptos, para refugiarnos en las trincheras de lo discursivo. No quería decir con esto que no hubiera pensamiento en ellos; antes bien, que se trataba de modos de pensar cuya potencia excedía los límites de lo verbal.
Daemon, de Fedosy Santaella, es un libro escrito precisamente en esa frontera. Sus poemas se encuentran en el cruce de caminos entre la música y el mito. Los personajes que alzan la voz en estas páginas pertenecen invariablemente al mundo musical. Abrir este libro es escuchar a Nina Simone o Miles Davis, pero también implica sentarse a oír cómo un habla no identificada, que podría pertenecer a un hombre sentado en un bar o a un pequeño dios melómano, nos cuenta de Bessie Smith, de Robert Johnson, de Sun Ra (el verdadero nombre de Herman Sonny Blount) o de Debbie Harry. No se trata, sin embargo, de escuetos dramatis personoe: Santaella no fabrica monólogos ni se enfunda simplemente la piel de sus músicos predilectos. Tampoco se parapeta tras el muro de la anécdota. Mucho más que eso: lleva a estos personas al terreno de una intimidad y una intensidad que nos los acercan. Johnny Cash, Lhasa de Sela o Coltrane se vuelven súbitamente palpables. Adquieren la realidad irrevocable de lo que suena en los oídos y vibra en la mirada.
El libro se estructura en secciones que nos recuerdan los cada vez más escasos discos, ya artefactos de otra época: posee un Lado B, Bonus Tracks, pistas ocultas. Incluso guarda liner notes bajo la manga. Es, en este sentido, un homenaje al mundo de la música. Las prosas que conforman buena parte de la segunda mitad del libro nos brindan otros ángulos desde los cuales acercarnos: las herramientas de la narrativa y la crónica son puestas al servicio de estas historias que transcienden lo meramente humano. Relatan fragmentos, astillas de vidas que, por obra y gracia de la música, cruzan la barrera entre lo cotidiano y lo mítico.
Así, henos de vuelta en el mito. Los textos de Santaella no pretenden competir con la música de quienes recorren este libro; son más bien su acompañamiento, su correlato. Están inscritos en un lugar arduo, poseen la modulación fina y difícil de lo que ha sido tocado por el milagro diario de la melodía. Se acerca a la música y al mito trayendo la palabra escrita como una suerte de ofrenda, haciendo honor a su nombre, al daimón griego, esa criatura a medio camino entre lo mortal y / o divino, esa voz que nos susurra al oído y que contiene la suma de nuestra fortuna, que lleva a cuestas nuestro destino. La poesía puede ser ese intermediario, nos dice, entre lo mítico y nosotros, entre la música y nosotros. Daemon nos recuerda, de este modo, algo fundamental: lo que nos resta del mito pervive en la música.