Papel Literario

La forma elusiva

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Por TAHÍA RIVERO

Una educación sentimental

Uno de los factores relevantes en el fortalecimiento de una corriente contemporánea y el surgimiento de nuevas generaciones de artistas se basa en la formación. En ese sentido, el IUESAPAR jugó un rol definitorio. El Instituto Universitario de Estudios Superiores de Artes Plásticas Armando Reverón fue creado en 1991. Dependiente del CONAC y el Ministerio de Educación, proponía una visión académica novedosa que entendía la educación teórica y práctica en torno al arte, desde distintos ángulos. La creación de núcleos subsidiarios en distintas regiones del país tuvo un efecto significativo porque permitió a los jóvenes estudiar arte sin trasladarse a Caracas, lo que también incidió positivamente en el ambiente estudiantil y cultural de las ciudades.

Aun cuando vivimos en un espacio global, conectados digitalmente y con acceso a la inteligencia artificial, los métodos de enseñanza y aprendizaje siguen siendo básicamente iguales desde siglos atrás. En contraposición, la diferencia y el éxito alcanzados por el IUESAPAR fueron significativos, un salto sólido hacia una experiencia capaz de articular talleres prácticos a la par del conocimiento teórico. No existía hasta entonces una institución universitaria con este perfil. Se conjugaron decisiones acertadas, incluso la ubicación del instituto en la trama urbana de Caracas adquirió carácter de rescate, de reciclaje. Se congregó a un selecto grupo de profesores integrado por artistas, historiadores, curadores y críticos de arte, con un amplio rango de intereses en los que prevaleció el pensamiento de la década: la posmodernidad, la desmaterialización del arte y el impacto de nuevos dispositivos.

Al tratarse del hecho creativo, se estaba subvirtiendo la brecha disociativa entre teoría/práctica, cuerpo/mente, ciencia/arte, que demandaba una educación sentimental, una experiencia transformadora más acorde con el entorno, menos abstracta.

Entre los profesores se contaban, Theobald D´Arago, Sandra Pinardi, Juan Carlos López, Luis Lizardo, Luis Pérez Oramas, María Eugenia Arria y Víctor Hugo Irazabal, por mencionar solo algunos nombres.

La suma de estos elementos decisivos, a los que habría que agregar el viejo clamor colectivo por una educación artística calificada, fueron los ingredientes necesarios para obtener los resultados que pronto comenzaron a avizorarse en los salones de arte, bienales, exposiciones y talleres de jóvenes artistas.

De los noventa y principios del dos mil, destacan José Vivenes, Jaime Castro, Deborah Castillo, Emilio Narciso, Starsky Brines, Nayari Castillo, Rafael Arteaga, Hecdwin Carreño, Siul Rasse y Malu Valero, entre muchos otros.

En 2008, el IUESAPAR es integrado a la Universidad Experimental de las Artes, UNEARTE, y comienza a perder la luminosidad vanguardista de sus inicios. La mudanza al edificio del Ateneo de Caracas ocasionó el deterioro de la sede de Caño Amarillo. Sin embargo, es preciso mencionar que el envión de los noventa se ha prolongado hasta el presente pues la matrícula de alumnos de la UNEARTE es alta y sigue creciendo. Recientemente Julio Loaiza, artista, docente y promotor cultural, me invitó a impartir una charla en los Talleres de Escultura. Para mi sorpresa, asistieron más de 150 estudiantes, todos interesados y participando en el debate.

Más allá del complejo contexto en el que nos encontramos, esta generación de nuevos artistas resulta necesaria para reconstruir iconografías, para ofrecer imágenes donde reconocernos, para darle formas a los imaginarios y ampliar nuestras competencias visuales. ¡Buen síntoma!