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La exofonía de Krina Ber

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Kristina Ber de Da Costa Gomes (ampliamente conocida como Krina Ber, 1948-2024) fue narradora, arquitecta, políglota y ganadora de numerosos premios por sus cuentos. Nació en Polonia, vivió en varios países. Además de la venezolana, también detentó las nacionalidades israelí y portuguesa

Por PEDRO PLAZA SALVATI

Un periplo de vida

Tres años más tarde de que los soviéticos clausuraran el gueto de Lodz —el segundo en importancia luego del gueto de Varsovia como centro de confinamiento de la población judía y tránsito posterior hacia Auschwitz— nacía en Polonia Krystyna Ber el 29 de enero de 1948.

Hija de Rachel Rut Fiszman y Artur Ber. Su padre fue médico en veterinaria, doctor especializado en bacteriología, hematología, farmacología experimental y posteriormente en endocrinología humana con múltiples trabajos de investigación publicados, algunos de ellos de tal calibre que se estipularon como libros de enseñanza universitaria (Endocrinología, entre ellos).  Durante los dos primeros años de la guerra el doctor Ber fue obligado a desempeñarse como médico en dos campos de concentración hasta que decidieron enviarlo a él y a su esposa a Auschwitz.

En el recorrido, casi de manera milagrosa, los padres de Krystyna fueron los únicos del convoy que lograron escaparse al (aparentemente) lanzarse del tren que los llevaba a una muerte segura. Ese tren del horror que se detendría al final de la vía en el propio campo de concentración donde hubieran sido despojados de todas su pertenencias, incluyendo sus vidas. Todo dependía del capricho del oficial nazi que, con un movimiento de su mano decidía el destino de los ya humillados. Hacia la izquierda significaba la cámara de gas (Auschwitz o Auschwitz II-Birkenau) donde irían a parar mujeres, niños, viejos y hombres no fornidos. Hacia la derecha la oportunidad de vivir como esclavos ejecutando trabajos forzados. Por fortuna, nada de aquello ocurrió: la valentía de ambos los salvó y pudieron sobrevivir hasta el fin de la guerra escondidos y con documentación falsificada: Rachel Rut Fiszman pasó a llamarse Irena Makowska y Artur Ber fue Alter Paltyel: dos ciudadanos polacos católicos.

Al concluir la guerra al doctor Ber lo nombraron director del departamento de endocrinología de la Facultad de Medicina de la Universidad de Lodz. Por ello, la hija del matrimonio sobreviviente del Holocausto nace en Lodz. Los aportes a la ciencia médica del doctor Ber son notorios y llega a publicar unos setenta trabajos científicos. En el sitio web Endokrynologia Polska Artur Ber es distinguido como uno de los fundadores y editor en jefe de la primera edición de la revista en 1951.

El fin de la guerra representó el inicio del dominio comunista en el país (1945-1989). Los rusos salvadores se convertirían en los nuevos opresores de Polonia y de varios países del este y centro de Europa. Como reacción al sometimiento férreo de la sociedad la pareja se propone salir de Polonia y lo consiguen al darse una ventana de oportunidad de marcharse a Israel en 1957. Ante la pregunta de por qué emigraron, Krina Ber responde: Porque fue la primera vez que abrieron la frontera y permitieron a los ciudadanos de origen judío salir de Polonia. Pero sin pasaporte. Fue mucho más tarde que yo me enteré de los horrores del régimen en el que vivíamos”.  (Esta historia inspiró el relato “Carta a Klara Ostfeld” de su libro de cuentos Para no perder el hilo). Israel era el único país dispuesto a recibirlos sin identificación. El cambio fue abismal: de vivir en una casa grande con tres cuidadoras en Lodz, pasar a una barraca para inmigrantes en un suburbio de Tel Aviv.

Krina de niña había esbozado algunos poemas escritos en su lengua polaca materna que serían la semilla de una vocación que se manifestaría décadas más tarde: “El idioma me impide enseñarles los dos poemas escritos por iniciativa propia a mis siete y ocho añitos a la gloria de nuestra ciudad capital, donde el Palacio de la Cultura (una donación soviética mastodóntica) crecía como un árbol milagroso y todas las palomas de la paz cantaban al unísono alabando el mejor régimen del mundo”, diría en la presentación de Viaje al postcomunismo de Ana Teresa Torres y Yolanda Pantin vía Zoom en tiempos de pandemia.

En una entrevista publicada por Papel Literario del 8 de agosto de 2021, Krina Ber afirmó: “Cuando yo era niña, educada en la Polonia estalinista, creía a pies juntitos que vivía en el régimen más avanzado y justo del mundo, el que descubrió todos los teoremas geométricos, la cultura y la pasta dental”. Ilusiones de vida rotas en la infancia al cruzar la frontera con la antigua Checoslovaquia junto a sus padres y su hermano menor. De allí a Austria e Italia para luego tomar un barco con destino a Israel.

Krystyna pasa a ser Krina en Israel. El hebreo, extraño para ella, se convierte en su lengua cotidiana. El polaco natal fue cediendo lugar al nuevo idioma, aunque mantuvo el hábito de escribir un diario en polaco en el que expresaba, según ha dicho, su inconformidad con la vida que llevaba y el sentimiento de no sentirse del todo integrada. Además estudia el francés en la escuela. Tras cumplir año y medio de servicio militar obligatorio y debido a la creciente tensión de preguerra que predominaba en Israel en 1967, se aventura junto con dos amigas a estudiar arquitectura en Suiza en la Escuela Politécnica Federal de Lausana. En esta ciudad francófona conoce a quien sería su esposo de origen portugués, Fernando Da Costa Gomes.

Fernando se encontraba indocumentado luego de escapar de la dictadura de Salazar en Portugal. Posteriormente la Revolución de los Claveles, que estalló en ese país en 1974, le devolvería sus documentos de identidad. Tres años antes Krina y Fernando deciden casarse en Dinamarca, conocido como un paraíso para la fácil celebración de bodas. (Según la AFP cada año acuden unas seis mil parejas que se benefician de una legislación permisiva en este respecto. Por ello se le confiere el título de “Las Vegas de Europa”). Es así como a la nacionalidad israelí de Krina se sumaría la portuguesa de su esposo. Aquella otrora niña nacida en la aguerrida tierra polaca adoptaría el apellido de Fernando. Su nombre legal pasa a ser el de Kristina Ber de Da Costa Gomes (las diversas acepciones de su propio nombre —Krystyna, Kristina, Krina— son símbolo de su condición políglota e identidad que navega entre varias nacionalidades).

Domingo,  8 de diciembre de 2024

(Mensajes de WhatsApp 9 días antes de que Krina Ber falleciera).

—Querido, seguro me llamaste cuando me robaron el WhatsApp (una angustia de 24 horas que se resolvió gracias a mi hijo). Te anexo un corto descriptivo que mandé a las redes de mi vecindario, porque la fundación desde la que supuestamente llamó existe y es de aquí, de Chacao.

—Ya entiendo. Recibí un mensaje tuyo pidiéndome que te llamara y te respondí con un mensaje de voz explicando que te llamaría al día siguiente.

—¿De qué día y hora es “mi mensaje”?

—De ayer sábado hacia el mediodía hora de aquí

—El robo ocurrió el viernes por la tarde.

—Cuando recibí tu mensaje me pareció un poco raro pero pensé que querías hablar del manuscrito que tan generosamente aceptaste leer y comentar. De paso, el mensaje de voz que te dejé desapareció. Tampoco está tu mensaje escrito pidiéndome que te llamara.

—Hoy en la mañana cuando mi WhatsApp se desbloqueó ya no había ningún otro teléfono vinculado. O sea, el timador ya no puede contactarte desde mi cuenta. Pero pudo copiar mis contactos y ¿tal vez crear otra? En teoría sí, pero mi hijo dice que son operaciones a gran escala y que no les interesa elaborar tanto si hay problemas (en mi caso los hubo: Alex les sacó información de sus datos, cuenta, cédula, etc.).

—Madre mía: de tu experiencia puedes escribir un relato. Para que sepas no te respondí ayer porque estaba fuera de Barcelona en una excursión de montaña. Menos mal que no lo hice.

—También contactó a Miguel Gomes. Uno de los primeros fue Héctor Torres, que se dio cuenta porque el tipo escribió con errores que yo no suelo hacer.

—De paso cambiaron la configuración de nuestro chat para que todos los mensajes se borraran en 24 horas. Lo vi y me extrañó que amaneciera así y pensé: qué raro que Krina no quiera conservar sus mensajes.

—¿Qué interés tendría WhatsApp si no pudiera conservar los mensajes? Por ahora yo soy yo… afirmación angustiante en esta era paranoica. Ayer estuve eliminando esta opción que apareció en muchas cuentas. Por supuesto que no la uso.

—Exacto. No tiene sentido.

—Te dejo por ahora. Estamos instalando una lámpara de pared. Estamos haciendo trabajos en el apartamento y mi nieta insiste en su libro (el octavo) de crónicas de la Escuela de Peluches  (ya te lo contaré)… Por si acaso, yo no cambio dólares y no estoy hospitalizada ni pido ayuda financiera a mis amigos (por ahora, como dijo otro).

—Je, je, je.

—Yo sigo leyendo tu novela de Praga, todavía no llegué al final. Me encanta leerla. Voy a necesitar por lo menos anotar ideas, para no decirte solamente cosas así. No soy buena crítica literaria pero me cae muy bien ese narrador que todo el tiempo se dispersa. Je, je… yo soy así. Ya te puedo decir con seguridad, desde el punto de vista de una lectora, que tiene muy buen ritmo. Me gusta cómo fluye la narrativa. Pero dame un tiempito, no tengo tanta energía como tú. Por lo menos esta semana.

—Faltaba más. No hay presión de ningún tipo y tampoco tengo apuro. Lee cuando tengas tiempo y si quieres… Qué alegría lo que me dices, querida Krina.

—Besos! El libro se lee como un río (¿Vlatva?).

Aterrizar en Caracas

¿Qué tiene que pasar en la vida para que una persona llegue a dar tantas vueltas por el mundo? Su familia salvada de milagro durante el nazismo; huir del comunismo soviético; aventurarse a Suiza, el “país perfecto”, para luego dejarlo al culminar sus estudios por la dificultad de conseguir empleo y recalar, justo en la época del boom petrolero, en la Venezuela saudita. Cuatro años después de la boda en Dinamarca, el segundo año del primer mandato de Carlos Andrés Pérez, Krina y Fernando llegan al país con un hijo de diez meses. Mantienen el francés como idioma hablado en la intimidad; aquel de la ciudad donde se conocieron. En Caracas se le abren muchas oportunidades y la pareja, colegas de profesión, fundan una compañía especializada en diseño industrial de grandes estructuras en arquitectura. Así se iniciaba una empresa que se expandía gracias a las posibilidades de un país pletórico de abundancia. Se trataba de un singular caso de una nación que acogía lo extranjero como propio.

Adaptada al clima idílico y a la cálida manera de ser de la gente en Caracas, Krina trae al mundo a su segundo hijo: el primer venezolano por nacimiento de la familia. Los padres arquitectos pasaron más de dos décadas dedicados a criar a sus hijos y a consolidar su firma de arquitectura que fundaron juntos. (En ella desarrollaron las estructuras externas superiores de los centros comerciales Sambil de Margarita, Barquisimeto, Maracaibo y Curazao, además de otros edificios conocidos). Establecen su residencia en el conjunto de apartamentos Sans Souci, ubicado en El Bosque, limítrofe con Chacaíto, donde viven rodeados de una vegetación exuberante. A sus ventanas se acercaban las variopintas aves del valle e inclusive monos. Los hijos, el clima de la ciudad, las amistades, y el lugar especial donde vivían serían refugio cuando Fernando fallece en 2010. La entrañable vida que habían forjado contrasta con la tristeza por la repentina muerte de su compañero y con la realidad agobiante del país que convierte cada pequeño gesto cotidiano en una hazaña. Es entonces cuando, aparte del amor de sus hijos y el afecto de sus amistades, la escritura resurge para darle un piso existencial. Hacia finales de los años noventa, poco más de una década antes de la muerte de Fernando, sus inquietudes literarias habían surgido luego de retomar algunas lecturas del pasado.

Krina solía comentar que todo empezó en el año 2000, el día que llevó a su hijo menor a inscribirse en la UCAB. Allí supo de una clases de literatura que dictaba el narrador Eduardo Liendo. Enterarse de ese curso fue el chispazo, el hilo conector con los poemas escritos en su niñez y los diarios de su adolescencia. ¿O puede también haber sido la influencia inconsciente del padre endocrinólogo que había escrito y publicado tantos trabajos científicos lo que la llevó a retomar lo que había comenzado de niña? A fin de cuentas, casi todo termina siendo literatura, incluso los ensayos de medicina. Krina habla con Eduardo Liendo y le pide permiso para asistir como oyente. Ella, entre el grupo de muchachos universitarios, quizás sin saberlo o acaso intuirlo, estaba marcando un nuevo destino que la habría de acompañar el resto de su vida con devoción y entrega. Su padre había fallecido en 1977 —a los dos años de haber llegado a Caracas— de un evento cardiovascular luego de sufrir dos infartos. Quizás la genética pudo haber influido en la repentina despedida de la escritora el 17 de diciembre de 2024. (Un mes aciago para la literatura venezolana con la muerte de Elisa Lerner —24 de noviembre—, Violeta Rojo —12 de diciembre—, la periodista Mara Comerlati —12 de diciembre— y Krina Ber. Krina y Violeta, junto a Gustavo Valle, habían presentado la novela Nebraska de Miguel Gomes el 26 de septiembre en el marco de la FILUC21, para mayor perplejidad en el salón Franz Kafka).

Krina Ber no solo se entregó con fervor a la literatura sino al idioma español, que acogería como si fuese el materno y que situaría en un pináculo por encima del polaco, hebreo, portugués, francés e inglés. La narradora pensaba que dominar muchas lenguas no conduce a la virtud en la escritura; lo que sí importa es conocer a fondo la lengua en la que se escribe, sostenía. Así que Liendo la estimularía al punto de decirle que ella era una escritora, que no sabía si en castellano, pero que lo era. Y con una decisión inquebrantable se sentó a escribir en español con diccionario en mano (hasta el fin del final). Además de la nacionalidad israelita y portuguesa adoptó la venezolana: Krina no era de medias tintas. Después de los cursos dictados por Liendo participa en varios talleres y lee a un autor que definitivamente marcaría su empeño: Antonio Muñoz Molina.

Correspondencia con Antonio

(Fragmento de un correo. 18 de septiembre de 2012).

Te comento, Antonio, que tienes una escritora admiradora acérrima de tu obra. Se llama Krina Ber, nació en Polonia, creció en Israel, estudió en Suiza y tras casarse con un portugués perseguido por la dictadura se vino a vivir a Caracas a mediados de los setenta. A ella le gustaría hacerte llegar su tesis de posgrado de literatura comparada en torno a El jinete polaco.

Antes de ir a Nueva York estuve en una charla donde ella participó y un joven escritor le preguntó: ¿Qué le recomienda usted a una persona que desea escribir? Su respuesta fue: “Leer, leer y leer a Antonio Muñoz Molina”. Bueno, el asunto es que ella me dijo que le encantaría hacerte llegar su tesis. Si te parece bien me dices cómo prefieres que te la mande y te la hago llegar.

Un abrazo, Pedro

(Fragmento de un correo. 24 de mayo de 2013)

Querida Krina:

Antonio, como te dije, leyó tu tesis y le pareció muy buena. Ha empezado a leer tus cuentos pero no los ha terminado. Anda muy copado de trabajo. Este semestre fue particularmente ocupado para él con lo del premio Jerusalén y tantas otras cosas. Te copio textualmente:

Las obligaciones agobiantes no me han dejado tiempo aún para cumplir una de tus peticiones, ponerme en contacto con Krina Ber. Te aseguro que pesa sobre mi alma. He leído ya su ensayo sobre mi libro, y estoy a medias en los cuentos, algunos de los cuales me gustan mucho. Espero poder escribirle antes de volver a Madrid

Así que vayan estas palabras por delante. Todo tiene su tiempo.

Recibe un saludo afectuoso, Pedro

(Fragmento de un correo. 5 de junio de 2013)

Querido Pedro

Es absolutamente cierto que descubrir su narrativa y su lenguaje me hizo enamorarme del idioma español, que yo no lo conocía realmente aunque lo usaba en la vida diaria desde hacía 25 años. Él sabe poner las palabras en el lugar que les corresponde. Primero cayó en mis manos Sefarad, y estaba segura de que su autor era un judío: “Uno de los nuestros”.  Luego leí El jinete Polaco y entendí que no era así. Un gran escritor es siempre “uno de los nuestros”.

La mera idea de que haya leído mis cuentos me pone muy feliz.

Un gran abrazo, Krina

Fragmento de un correo. 20 de octubre de 2013

Querido Pedro:

¿No es fantástico cómo los libros leídos llevan a los libros escritos? Qué bonita genealogía. Lo que me cuentas de Krina es increíble. Su español es extraordinario. He terminado de leer su libro de cuentos, que me gusta mucho, y por eso me asombra más descubrir que llegara tan tarde a la lengua.

Espero poder escribirle antes de volver a Madrid. Pero de verdad, querido Pedro, hay veces que se acumula todo, y por mucho que uno quiere mantener al día el correo y cumplir compromisos, y además vivir un poco de su vida, es imposible.

Un abrazo de tu amigo, Antonio.

Proeza literaria

Krina Ber empieza a escribir a los 50 años en su sexto idioma aprendido, es decir, practicó la exofonía, que es la escritura creativa relacionada en una lengua que no es la materna; dominar un lenguaje adquirido hasta lograr profundidad literaria y una propuesta estética. No suelen ser comunes los casos de éxito de autores cuyas obras se convierten en proezas literarias.

Entre algunos casos de prodigios podemos situar, nada menos y nada más que a Joseph Conrad (autor de la obra maestra El corazón en las tinieblas, un polaco que adoptó el inglés como lengua de escritura); Vladimir Nabokov (autor de la legendaria y controvertida Lolita, un ruso que escribió en inglés); Samuel Beckett (autor del clásico Esperando a Godot, que escribía en francés y traducía sus obras al inglés). Esto a contracorriente de lo que sostenía de forma radical el húngaro Sandor Marai —que vivió muchos años en San Diego hasta que decidió pegarse un tiro y acabar con su vida— de que un escritor solo puede escribir buena literatura en su idioma natal.

Un caso de autora excepcional que ha cambiado su idioma de escritura sería el de la británica Jhumpa Lahiri, ganadora del premio Pulitzer por El intérprete del dolor. La escritora se muda a Roma en 2012. A partir de 2015, a los 48 años, empieza a escribir en italiano. Tal decisión se explica por un enamoramiento con la ciudad y con la lengua italiana. Antes había escrito solo en inglés. Además, habla bengalí por la crianza de sus padres, le interesa el latín y el griego moderno. Jhumpa Lahiri, con diccionario en mano, escribió su primer libro en italiano, Racconti romani, que son retratos breves, perfiles de personajes en torno a Roma (Alberto Moravia sería su principal eslabón conector con la lengua adquirida). Vale señalar que Cuentos romanos no es comparable con la complejidad de la escritura de Krina Ber. Habría que esperar las próximas obras de Lahiri escritas en italiano para realizar una verdadera valoración de la calidad literaria de su narrativa en esa lengua.

Krina Ber pertenece a la estirpe de Conrad, Nabokov o Beckett. Como afirmó Carlos Sandoval en la presentación de su novela Nube de polvo: “Cuando se escriba la historia de la narrativa venezolana de este período, el caso de Krina Ber destacará como uno de los más curiosos por su rápida apropiación de una lengua extranjera para convertirla en lenguaje artístico”. Este, por cierto, es el único libro de la autora en el que no se encuentran atisbos de lo autobiográfico; un sello de identidad de sus cuentos y novelas.

La prosa de Krina es intimista, envolvente, melancólica, con una mirada particular que le permite ver cosas que otros no lograrían captar. Su escritura tiene una base en la realidad y otra en la invención; como dijo en varias ocasiones: “Yo invento una esquina entre una calle real y una inventada”. Su imaginario narrativo está marcado por temas tales como la identidad, la extranjería, la memoria, el desarraigo, la oscuridad de la vida en regímenes opresivos. Recordemos “Mala leche”, publicada en Prodavinci en abril de 2020, una crónica imperdible que retrata con certeza la Venezuela de las últimas dos décadas, cargada de humor y desgracia, que pinta al país a través de su relación con la célebre avenida Libertador en Caracas.

Krina Ber descolló como cuentista, en principio, y luego desarrolló una reconocida faceta como novelista. En su carrera literaria fue galardonada con varios premios: Cuentos con agujeros obtuvo el Premio Monte Ávila para Autores Inéditos en 2004; su relato “Amor” resultó ganador en el legendario y competido Concurso Anual de Cuentos de El Nacional en 2007; “Los dibujos de Lisboa” recibió el galardón en el Concurso de Cuentos de Sacven en 2007; Nube de polvo, su primera novela, se alza con el Premio de la Crítica a la Novela de 2015; y Ficciones asesinas, su segunda novela, logra el prestigioso Premio Anual  Transgenérico de la Fundación para la Cultura Urbana en 2020.

Una de las características de la personalidad de Krina fue su honestidad —además de la humildad y capacidad de ver fallas o debilidades en uno mismo (práctica que pocos logran)—. Siempre estaba abierta a la autocrítica; algo inusual entre escritores. Era directa al expresarse, un rasgo que tal vez provenga de la cultura polaca en la cual se valora esta cualidad. Hablaba con un original destello de inteligencia y gracia, con el inconfundible acento que resuena entre quienes la conocieron. Sobre su mirada singular ella llegó a decir: “No haber nacido aquí hace que vea las cosas de una manera distinta a como la ven y describen otros escritores.  No estoy muy segura de definirlo con claridad, pero sé que esa diferencia hizo que ganara algunos premios. Estoy muy agradecida por eso. Creo que el motivo por el cual me leen es precisamente por esa mirada diferente, pero desde adentro”.

Krina se despidió pero dejó otro libro inédito, de unas seiscientas páginas, titulado La visita, para ella su mejor obra.

Una visita a Polonia

En “Fragmentos de un viaje al pasado”, publicado por Prodavinci en noviembre de 2020, Krina Ber relata su regreso a Polonia en 1993 por solo diez días. En este viaje se reencontraría con el mejor amigo de su padre, casi como un tío para ella, el tío Kazio; un señor de ochenta y cuatro años que vivía en Plock. Krina no pisaba suelo polaco desde 1957 cuando su familia huyó del totalitarismo soviético. No pudo siquiera visitar Lodz, su ciudad natal —lo que hubiera sido un natural viaje de remembranza de los lugares de la infancia—. El impacto no fue menor: al aterrizar siente que ha entrado en una dimensión paralela; un extraño viaje al pasado. En el autobús que toma en el aeropuerto y que la lleva de Varsovia a Plock entabla una conversación con una mujer que alaba lo bien que habla el polaco pero le dice que no logra precisar de dónde es su acento. En ese momento toma conciencia de un hecho revelador: “En ese autobús descubrí que no tengo el acento correcto en ninguno de los idiomas que hablo”.

En la aludida presentación de Viaje al poscomunismo afirmó: “Mi relación personal con Polonia se resume en tres experiencias: pasé mis primeros nueve años de vida bajo el régimen estalinista; he vuelto una sola vez en 1993 invitada por un anciano amigo de mi padre, abogado e historiador comprometido con su país y, en estos últimos años, he escrito una novela inspirada en aquella visita para la cual tuve que investigar la historia polaca reciente, lo que también es una suerte de viaje”. La escritora evoca, además, lo que fue el dramático cruce de fronteras entre Polonia y Checoslovaquia, aquel instante en que perdieron la nacionalidad polaca: “Tampoco he vuelto a rememorar aquella parada en la frontera donde los uniformados revolvieron sin miramientos nuestras maletas, mi mochila, mis libros y juguetes. El pequeño (su hermanito) lloraba: lo revisaron hasta a él. Mis padres, insólitamente quietos, solo pedían que me quedase quieta yo también mientras palpaban mi cuerpito de nueve años. Retuvieron nuestros documentos de identidad y el tren arrancó, avanzando lentamente hacia la nueva vida”.

Recuerdo que en una oportunidad pasé a recoger a Krina en su casa para ir juntos a un evento literario en Caracas —padecía los dramas venezolanos de la falta de repuestos y tenía su carro en el taller—. Esto es lo que recuerdo que me dijo de su novela inédita: es una historia que tiene que ver con Israel, Suiza, una suplantación de identidades, Venezuela muy tangencialmente, un amor fallido, y un viaje a Polonia para averiguar sobre esta identidad en medio del desvelamiento del pasado sobre el holocausto a través de un amigo de su padre, algo que no puede hacer con su madre porque ha ido perdiendo la memoria por Alzheimer. Surgen una serie de coincidencias y descubrimientos que van revelando la razón por la que alguien sacó un documento de identidad con los mismos nombres y apellidos de la protagonista.

En el verano de 2024, casualmente, conocí Varsovia y Cracovia. Llegar a Polonia es sentir en vivo el peso de la historia. Varsovia, una ciudad destruida casi en su totalidad por los nazis, sigue en proceso de reconstrucción. Allí se respiran en el ambiente los trazos concretos e intangibles del nazismo y de la era comunista soviética. Estuve frente al Palacio de la Cultura, el que inspiraba los poemas de Krina, y en una de las zonas donde se conservan edificaciones supervivientes de la destrucción del ochenta por ciento de Varsovia; venganza cruel de los nazis ante su derrota. En el barrio Praga de Varsovia está la Polonia de la guerra. Me encontré con varios grafitis imponentes sobre el costado de edificios decrépitos cargados de simbolismos, con alusiones que van desde el movimiento obrero Solidaridad hasta el impresionante Club de Pelea de Varsovia. En uno de ellos estaba pintada una joven polaca que bien me recordó a la propia Krina, algo de niña y mujer al mismo tiempo. Un grafiti de un radiador gigante (calefacción en invierno) ocupa cinco pisos de un edificio y representa la resistencia del pueblo polaco ante el dominio nazi y la era soviética.

En Cracovia entendí que el horror del Holocausto no se puede comprender sin visitar Auschwitz o Auschwitz II-Birkenau, los lugares de exterminio donde por suerte no llegaron los padres de Krina.  Le envié a mi amiga una canción polaca, algo romántica y trágica, que escuchábamos en los trenes de Polonia y me respondió con el emoji de un corazón con la nota “abrazo apretado”. Sobre la fotografía de la vitrina de una librería con libros en polaco comentó: “Bellas fotos. Ya me imagino las crónicas que vendrán. Ustedes se ven súper bien. Y en esta librería hay libros que leía de niña (no Houellebecq)”.

Un fragmento de Ficciones asesinas parece calzar como despedida y homenaje a una mujer profundamente inteligente y talentosa, de excepcionales cualidades, una rara avis que vino a dar a tierras venezolanas con la promesa de dejar atrás los tumultos de vidas pasadas:

«El silencio se ha tragado los pájaros de las ramas del apamate. Escuchar ese silencio es como escribir sin las ansias de ser leída por nadie, esa paz solo posible cuando la vida se detiene”.

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