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La existencia primaria en Marieke Lucas Rijneveld

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Por XENIA GUERRA

Jas Mulder padece entre los diez y los doce años de edad la vida después de la muerte. Una niña se descubre desamparada en una familia de granjeros cuyos padres se aferran a la pérdida de uno de sus hijos ahogado en un lago en vísperas invernales de navidad. En la novela La inconformidad de la noche narra su protagonista: Jas responde a su edad y todo lo que sucede a su alrededor pasa primero por su imaginación. Una estructura narrativa de pocos diálogos y más comparaciones reflexivas que, lejos de opacar la calidad literaria del texto, se hace enorme en la coherencia discursiva de una niña que desde la escuela, la religión y su familia intenta comprender el mundo para protegerse de la culpa y la falta de amor que la tristeza y la indiferencia que sus padres desarrollaron con la muerte de su hijo Matthies.

En casa, como en el pueblo, la educación rural está fundamentada principalmente en la Biblia. El pensamiento de Jas se refleja en un lenguaje que busca asociaciones entre lo que ha aprendido de Dios, la escuela y sus ideas de la granja para producir sentidos que le permitan sobrevivir:

Lo mejor era dar sorbos grandes con los ojos cerrados, algo que madre consideraba irrespetuoso, a pesar de que la Biblia no dice nada sobre beber leche demasiado rápido o demasiado despacio, ni sobre probar o no el cuerpo de una vaca.

El campo es el lugar de los cuerpos de los tres hermanos vivos que, a pesar de vivir con sus padres, padecen la amargura de la orfandad. Los cuerpos de Jas, Hanna y Obbe se van tropezando con el sexo sin conocerlo. La forma silvestre que los niños experimentan como existencia primaria o biológica no tiene posibilidad de la culpa religiosa sobre la conciencia infantil porque se les ha obstruido con fervor el conocimiento de la sexualidad, para sus padres “…todo lo que hay en Internet les parece profano, padre suele decir que ‘estamos en el mundo, pero no somos del mundo”, y solo podemos conectarnos de vez en cuando por cosas de la escuela”. Los niños han ido creciendo prisioneros en un ambiente al que reaccionan por la costumbre animal del cuerpo en un espacio y no por el distanciamiento producto del proceso reflexivo de quien tiene la posibilidad humana de elegir.

En ese acostumbramiento, el niño animalizado no puede abrirse a un mundo, solo permanece en su ambiente cercado, entre otras cosas, por el dolor. Pero ¿qué hace a Jas diferente del resto de sus hermanos vivos?

Me dejo caer hacia atrás en el agua de la bañera, me tapo la nariz con el pulgar y el índice y noto que mi cabeza toca el fondo, veo los contornos difusos del cuerpo desnudo de Hanna debajo del agua. ¿Cuánto tiempo seguirá creyendo mi hermana que soy como ella, que formamos una unidad? Hay muchas noches que nos tumbamos separadas en la cama y, a veces, ya no me sigue en mis saltos mentales.

Jas, desde el encierro, puede distanciarse, ver en su animalización su pura biología, su existencia primaria y acudir continuamente a su imaginación para comprenderla y justificarla:

Oigo a padre recitarnos el Génesis a gritos: “Quien abandona a su pueblo se convierte en un vagabundo, se desamarra de su existencia primaria”. ¿Es esta nuestra existencia primaria o en algún lugar de la tierra nos espera otra vida que se adapte tan bien a nosotros como lo hace mi abrigo?

La imaginación, ese supuesto escape del mundo, no hace otra cosa que regresarnos a nosotros mismos para exponer la desnudez de nuestras cabezas, ese cúmulo de imágenes que somos capaces de producir con el material de nuestra historia, la que hemos vivido para poder narrar la que quisiéramos vivir, esa que los niños producen en el juego. Para Giorgio Agamben “El niño trabaja sobre sí solo en la medida en que trabaja fuera de sí mismo: y ésta es, precisamente, la definición del juego”. ¿Acaso juega Jas cuando pensando dónde refugiarse en el mapamundi se escoge a sí misma como lugar clavándose una chincheta cerca del ombligo para formalizar su elección? No, no juega. Marieke Lucas despliega sin estereotipos el lenguaje de miedo en la vulnerabilidad de una niña que se siente perdida, inocente en su individualidad pero con la culpa cultivada en el uso común de la lengua al servicio de lo religioso que le ha tocado aprender. En ese contexto la inteligencia autónoma se ve acorralada, sus expectativas frustradas y, en la niña, la desilusión se verbaliza como un refugio construido en una lengua que, en alguna medida, permanece ajena a ella, a Jas:

Me ilumina la cara con una linterna, pero mantengo los ojos abiertos. ¿No ve que no estamos bien? ¿Que nos alejamos lentamente de padre y madre sobre una hoja de nenúfar, en lugar de acercarnos? ¿Que la muerte no solo se ha metido en padre y madre sino también en nuestro interior, que siempre buscará un cuerpo o un animal y que no descansará hasta que nos tenga? ¿Que por el mismo precio podríamos elegir otro final, uno distinto al de los libros que conocemos?

—Ayer oí que puedes fantasear con tu muerte, que cada vez se van formando más agujeros en tu interior porque te roes por dentro hasta que te rompes. Que es mejor romperse aposta, porque duele menos.

La imaginación de una niña no es el lugar del juego sino de la salvación, una búsqueda que la debilita; en el pensamiento, en la palabra. Jas ha canjeado la confusión (al descubrirse repentinamente desamparada) por la decepción de una inteligencia con la que establece asociaciones que la hacen diferente en su lenguaje:

Acerqué mi silla un poco a la de Belle. Nos sentábamos juntas desde la primera semana del primer curso de secundaria. Como tenía orejas de soplillo que sobresalían entre los mechones rubio paja y la boca un poco torcida, como un muñeco de barro que se hubiese secado antes de estar terminado, me gustó enseguida. Las vacas enfermas también eran siempre las más cariñosas, podías acariciarlas tranquilamente sin que soltaran coces por sorpresa. Belle se inclinó un momento hacia mí.

Hay una necesidad de respuestas que ella misma está obligada a darse con la poca historia que alguien entre los diez y los doce años puede forjarse de sí mismo en su memoria. Jas solo tiene su cuerpo y su imaginación, con esta última intenta salvar el primero construyendo una narrativa de la sobrevivencia que pasa por tomar distancia de la geografía que la animaliza y la supera. Se impone el silenciamiento del animal sin lengua:

Asiento y pienso en la maestra, que ha dicho que con una empatía y una imaginación tan desbocada como la mía yo podría llegar lejos, pero que a la larga también tengo que aprender a verbalizar las cosas, porque si no se me quedará todo dentro; que un día me arrugaré hacia dentro, igual que las medias negras con que a veces se burlan de mí mis compañeros (aunque yo nunca llevo medias negras), de ese modo solo veré oscuridad, la oscuridad infinita.

Una de las grandezas narrativas de Marieke Lucas consiste en lograr que Jas,  urgida por sobrevivir a su contexto, no pueda sino acudir a él para arrancarle las herramientas que la auxilien. Si la imaginación es sobrevivencia, es porque reconoce la materialidad que la construye. La niña ha aprendido en la granja que los gusanos son producto de la degradación que comparten los cuerpos vivos con los cuerpos muertos. Y, aunque sus hábitos están lejos de ser profilácticos, como parte de su salvación, intenta continuamente distanciarse de los gusanos con los que ha crecido:

Una vez, padre me había leído lo siguiente del libro de Isaías: “Al abismo fue arrojado tu esplendor, el son de tus arpas; debajo de ti, un lecho de gusanos; tu cobertor, lombrices”, y ahora me daba miedo que eso mismo le ocurriese a mi hermano. Padre abrió la puerta del tractor de un tirón sin contestar. Imaginé, febril, que el cuerpo de mi hermano acababa lleno de agujeros, como aquellas láminas en cuyos huecos se cultivan las fresas.

Jas solo conoce la condición orgánica del cuerpo que lo hace irreparable, en el sentido de Giorgio Agamben: “Lo irreparable es que las cosas sean como son, en este o aquel modo, asignadas sin remedio a su manera de ser. Irreparables son los estados de cosas, tal como ellos son: tristes o ligeros, atroces o felices. Como el mundo es, como tú eres, esto es lo irreparable”. Parece que quedarse de este lado de la orilla también es para Jas lo irreparable. La geografía de la existencia primaria que se apropia de su cuerpo y, posiblemente, de su cabeza.

Marieke Lucas publica a los veintiocho años La inquietud de la noche, un texto de esos que Kafka a los veinte años anunció al decir que: “Si el libro que leemos no nos despierta como un puño que nos golpeara en el cráneo, ¿para qué lo leemos? ¿Para que nos haga felices?”.


*La inquietud de la noche. Marieke Lucas Rijneveld. Editorial Planeta, España, 2019.

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