Por BEATRIZ ALICIA GARCÍA
«El nuevo código: la dura la fugaz
transparencia»
«No tener como posesión sino el ciego instante
Que habrá de deslumbrarnos»
A pesar de ser uno de nuestros más lúcidos poetas contemporáneos y tener una obra pacientemente elaborada e intensa, Guillermo Sucre ha sido poco reconocido entre nosotros como poeta, es raro encontrarlo en alguna antología. Quizás su nombre resulte más familiar como ensayista.
Fue mi profesor en las aulas de la Escuela de Letras de la UCV hace más de treinta años, lo recuerdo silencioso, como alguien que imponía respeto, como alguien contundente a la hora de hablar o escribir, dice en uno de sus poemas: «Nunca hemos tenido razón/pero para qué/para qué tener razón», en otro expresa «yo sí voy a decir lo que pienso/voy a pensar lo que digo/voy a decir lo que pienso en lo que digo/voy a pensar lo que digo cuando pienso». Hay reflexión y ética en sus versos, algunos de ellos escritos en el exilio.
El suyo —expresa María Fernanda Palacios en un ensayo de Saber y sabor de la palabra— es «un temple cuya nota dominante sería, sin duda, la decepción». Nos dice en El verano cada palabra respira en el verano (1976):
Ya uno tiene derecho a muy pocas cosas
Sé o algo me lo hace saber que no puedo hablar de la felicidad
Abandoné mi casa y no he vuelto a ella
la cubrirán ahora las hiedras y en aquel traspatio ni fuego ni mano que lo encienda
algún día la borrarán las lluvias y no estaré allí para levantarla de nuevo
(qué nos hace partir y cómo podemos partir)
Cómo entonces siquiera mencionar esa palabra que necesita el amparo de una fidelidad para ser real
(…)
Sólo el origen el lenguaje de la muerte
Así vio quemarse todos sus sueños
padre, estas cenizas…
Expresa en su poema «Telémaco».
La decepción puede ser una forma de crecer, en medio de la orfandad, de fraguarse, en medio de las cenizas, en medio del error o el errar. Junto a ese escepticismo, esa «decepción» que encuentra uno en la poesía de Sucre, que se acentúa en La vastedad, ese lenguaje reflexivo, lúcido, hay también en su poesía, sobre todo en sus libros La mirada (1970) o en El verano cada palabra respira en el verano (1976), imágenes llenas de una intensa luminosidad y carnalidad:
La mano del verano se planta en tu cuerpo
con enamorada lenta avidez (…)
La dicha es ahora salvaje
Con el color de la piel nos hemos vuelto crueles
Hostiles y dominantes como el sol (…)
Sucre elabora un espacio poético, lo habita, lo explora, lo colma. Como señala la ensayista María Fernanda Palacios, con lo ausente sus versos configuran imágenes de lo que en la vida es esplendor: «Pero él ha convertido la ausencia en cristal: la transparencia que suscita en nosotros el encuentro con el esplendor». Ambos hilos se entrelazan en su poesía, la soledad y la ausencia y el fulgor de la luz y la abundancia, de la pasión y la pasión por la palabra:
Consumimos varios soles raspando una sola
palabra
para sacarle fuego
El poeta reflexiona abundantemente en sus poemas sobre el acto mismo de escribir, sobre su relación con lo poético:
Donde los demás no ven
se detiene la mirada que soy
veo lo que veo lo que escribo
en ésta en la otra
página
donde todo se borra
pero cuando aparecen las palabras
espacio de otro espacio
suena solo el silencio
Adiós, maestro, que hizo del silencio esa inmensa catedral que aún estamos por descubrir, cuyo esplendor no ha sido realmente develado. Gracias.