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La distorsión del poder

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Con un prólogo de Francisco Suniaga, Abediciones ha publicado La distorsión del poder. Restituir la conciencia desde la psique (Caracas, 2023), de la psiquiatra Rebeca Jiménez, que puede leerse como un mapa síquico que los venezolanos de nuestro tiempo

Por ÁNGEL OROPEZA

1 En un artículo publicado en el diario Clarín de Buenos Aires el 25 de julio de 2001, titulado  “¿Cómo se mide el Dolor país?”, la psicóloga argentina Silvia Bleichmar escribía:

“Si la sensación térmica es una ecuación entre temperatura, vientos, humedad y presión atmosférica, ¿por qué no emplear combinadamente las nuevas estadísticas de suicidio, accidente, infarto, muerte súbita, formas de violencia desgarrantes y desgarradas, venta de antidepresivos, incremento del alcoholismo, abandono de niños recién nacidos en basurales —metáfora magistral de la convicción que tienen los miserables irredentos de que su prole no tiene ni tendrá otro destino—, deserción escolar, éxodo hacia lugares insospechados… para medir el sufrimiento a que somos condenados cotidianamente por la insolvencia no ya económica del país sino moral de sus clases dirigentes?

El Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo evaluó en algún momento «índices de sufrimiento humano», construidos a partir de diferentes variables: inseguridad, expectativa de vida, tasa de suicidios, mortalidad infantil… Estos datos objetivos no dan cuenta sin embargo, tal vez porque es imposible hacerlo, de los múltiples dolores cotidianos, del desgarramiento interior de quienes los padecen: habría que sumergirse hasta el fondo de los seres humanos, tolerar el horror que números y planillas no reflejan, para encontrar allí las imágenes de la devastación sorda a la cual han sido sometidos.

Esto último, sumergirse hasta el fondo de los seres humanos, es lo que encontramos en el excelente trabajo de la Dra. Rebeca Jiménez La distorsión del poder.

El libro de Rebeca Jiménez se inscribe en la necesidad de contar, al lado de los diagnósticos políticos, sociales y económicos, con la necesaria lectura desde el análisis psicológico de lo que ha ocurrido en Venezuela en los últimos cinco lustros, porque esa lectura es crucial para la tarea de reconstrucción.  Es —como la misma autora escribe— un interesante intento de diagnóstico sobre el efecto de la revolución bolivariana en la salud mental. Es ingenuo pensar que si el país ha sufrido tantos cambios en todos los órdenes, la psicología y conducta de sus habitantes no haya cambiado también. Ese es el gran valor del trabajo de Rebeca Jiménez, aportar a este diagnóstico desde una perspectiva clínica. O como dice Francisco Suniaga en su introducción: “La distorsión del poder nace de la necesidad de aumentar nuestro nivel de conciencia” que en el fondo es un antídoto contra el riesgo que generaciones futuras reincidan en caer en tentaciones y seductores cantos de sirena similares a las  que caímos como población hace casi un cuarto de siglo.

2 El trabajo de Jiménez se inscribe en una tradición paraguas que tiene puntos de inflexión como el surgimiento del concepto de “Trauma Psicosocial” de Martin-Baró, aquel impacto dañino que tienen entornos hostiles crónicos sobre las personas y sus relaciones sociales; o la noción de “Daño antropológico” de Raul Fornet Betancourt y otros, concepto que intenta identificar la magnitud perniciosa de la intervención de los gobiernos autoritarios en las relaciones sociales y la psiquis de los habitantes de un país. De hecho, se dice que hay un daño antropológico cuando además del deterioro en los órdenes social, político y cultural existe, fundamentalmente, un daño a la condición humana como tal; o el concepto de Sufrimiento ético-político de la brasileña  Bader  Sawaia, que se refiere al dolor físico y emocional, evitable desde el punto de vista social, pues es infringido por leyes y formas de gobierno a los sujetos sociales, sufrimiento que al final vuelve a las personas impotentes para la libertad y la felicidad; o el concepto que ya mencionamos de “dolor país” que se mide por una ecuación: “La relación entre la cuota diaria de sufrimiento que se le demanda a sus habitantes y la insensibilidad profunda de quienes son responsables de buscar una salida menos cruenta”.

Lo que describe Jiménez son precisamente síntomas del trauma, síntomas del sufrimiento psicológico. El análisis de los casos clínicos presentados va haciendo referencia a la discriminación, a los acosos laborales, al sufrimiento personal, todo como consecuencia de un sistema muy fascista en el sentido estrictamente politológico del término. De hecho, la literatura especializada describe algunas de las características más salientes del fascismo como modelo político-social de dominio. Por ejemplo, el fascismo reconoce los derechos de las personas sólo cuando no entran en conflicto con las necesidades del Estado (y por tanto, son siempre inferiores y subordinados a estas últimas); mantiene una idolatría cuasi fálica a la figura de las armas, como fuente y sinónimo del poder; busca la constante exacerbación de las desigualdades sociales con fines políticos (y, por tanto, su interés se reduce a  mantenerlas pero no a resolverlas); vende una fantasiosa igualación del líder —presentado como supremo, único y casi sobrehumano— con los héroes ancestrales de la patria; asume que la vida del país queda subsumida en el Estado; abunda en referencias discursivas a la sangre, el sacrificio y la muerte; persigue una constante exaltación y movilización de las masas mediante la manipulación de la frustración individual o colectiva; reduce la complejidad social de los problemas y conflictos a la identificación de un enemigo (otro país, los adversarios políticos, el imperialismo); sufre una crónica obsesión por el complot y la amenaza de los enemigos; propugna la idealización de la violencia como forma de control político, y no entiende la política más que en términos dualistas de traición-lealtad, amigo-enemigo, o colaboracionista-patriota, todo esto disfrazado de un lenguaje hermoso, de reivindicación romántica, orientado a una muy inteligente seducción psicológica. De esto hacía gala el líder máximo del modelo. Busquen por ejemplo el Aló presidente No. 327 y le oirán decir: “La batalla por la mente del ser humano; esa batalla hay que ganarla, si no la ganamos no ganaremos ninguna”.

Y aquí radica otra de las riquezas del libro de Jiménez. La autora no se queda sólo en el análisis de las consecuencias sino además reflexiona sobre un tema apasionante y que le da el título al libro, La distorsión del poder. “Los aspectos bárbaros y oscuros de la humanidad  desde sus orígenes, por el deseo de conseguir poder y someter a otros por la fuerza, no pueden continuar en negación”, escribe textualmente la autora, y su trabajo es precisamente un esfuerzo porque esta negación no ocurra. 

Leyendo a Jiménez, recordé un viejo artículo del P. Luis Ugalde, en el cual nuestro exrector reflexionaba sobre la metamorfosis de los ideales y de las personas cuando son seducidas por el poder, y cómo los otrora sublimes sentimientos terminan quemados —como las mariposas que se acercan a la luz— cuando se embriagan del poder que les arrastra y enamora. «En esa etapa final del poder —nos dice Ugalde— exigen que sus colaboradores se callen en vergonzosa complicidad, que pisoteen sus conciencias, que extremen el cinismo para  decir que lo blanco es negro y proclamar que los evidentes desastres están a punto de parir una nueva humanidad«.

3 Hay datos recientes que, utilizando otras metodologías de la ciencia psicológica, coinciden con lo planteado por Jiménez en su inquietante libro. Permítanme mencionar solamente dos, a manera de ejemplo. En el estudio PsicoData Venezuela realizado a comienzos de este año por la Universidad Católica Andrés Bello sobre vulnerabilidad psicosocial de los venezolanos y características psicológicas de la población, se encontraron datos alarmantes en la dimensión de lo que llamaríamos “malestar psicológico”: 20 % de la población dice que siempre o casi siempre se han visto afectados por no sentirse bien psicológicamente, porcentaje que sube a 25% en el caso de las personas entre 18 y 24 años, y hasta 44% en personas de bajo nivel educativo.  Así mismo, en la dimensión de Dificultad en la Identificación y Expresión de Emociones o Alexitimia, se encontró que un 48% de la población estudiada de los encuestados manifiesta estar a menudo confusa con las emociones que siente, y 45% reconoce que tener sentimientos que les cuesta identificar.

A pesar de su sincera crudeza, por lo demás propia de la realidad que decidió estudiar, el  trabajo de Jiménez no es pesimista. Y la prueba es que después de 25 años de propaganda y reforzamiento social sistemático y constante, la mayoría de la población no compra el modelo de dominación. Sobrevive, se adapta a él, pero no lo hace suyo. Y eso es una variable clave para el trabajo de reconstrucción.  La autora plantea la importancia crucial de la “conciencia”, y la relación entre ésta y el mantenimiento de una esperanza adulta: “En vez de olvido se podría hablar de transformación y resignificación de los hechos traumáticos que ha tenido que andar una persona… por eso, es necesario entender que construir y mantener una memoria renueva la esperanza”. Y en otra parte insiste: “Podría esperarnos un futuro más brillante si, responsablemente, asumimos la toma de conciencia”. Y al lado de los muchos méritos del trabajo de la Dra. Rebeca Jiménez, este último es primordial: la invitación a trabajar en la necesaria e insoslayable toma de conciencia individual y colectiva, elemento indispensable para la reconstrucción del país que todos queremos y que en justicia merecemos.  

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