Por ISAAC GONZÁLEZ MENDOZA
—Una de las conclusiones que deja La democracia en Venezuela: un proyecto inconcluso es que los venezolanos tenemos un fuerte apego por la democracia que ha sido obstaculizado, muchas veces, por el caudillismo.
—No olvidemos que el estamento social que inicia la independencia es el de los blancos criollos inspirados por la creación de los Estados Unidos y la Revolución Francesa, que quieren pasar la página de la monarquía, aprovechando el vacío de poder que se ha creado en España a partir de los Sucesos de Bayona de 1808. Ese estamento apenas conocía las prácticas democráticas que tenían lugar en el cabildo, pero muchos habían hecho las lecturas necesarias: Locke, Montesquieu, Rousseau y querían crear una república y elegir a sus autoridades, después del interregno de la Junta Conservadora de los Derechos de Fernando VII.
No obstante, en Venezuela la consolidación de la república no fue obra de los civiles que la fundaron el 5 de julio de 1811 sino de los militares que libraron las batallas, quienes se sintieron acreedores del poder ad aeternitatem. Un grupo de ellos, Mariño y Monagas a la cabeza, le dan un golpe de Estado al doctor Vargas, electo democráticamente, y el argumento cuál era: “El poder es nuestro, no de los civiles”. A partir de aquí la creación de un Estado moderno en Venezuela fue remar contra la voluntad de los caudillos militares, que querían gobernar sin contrapeso. Hubo ilustres excepciones: Páez y Soublette, que demostraron ser militares republicanos.
—Esos primeros rasgos democráticos los explica en la introducción, cuando señala que en los cabildos ocurrían prácticas mínimas democráticas. ¿Existen otras evidencias que demuestren una posible disposición del venezolano hacia la democracia?
—La búsqueda de la libertad es un impulso que forma parte de la naturaleza humana. Las libertades individuales, políticas y económicas forman parte de los anhelos del hombre. Ser propietario. Contratar libremente. Decidir. ¿Quién no quiere esto? La democracia es el sistema de gobierno que más se acerca a este desiderátum.
Además, en el período colonial, durante 300 años, el estamento de los pardos creció mucho y, junto con los esclavos y los indígenas formaban una mayoría holgada. A los blancos criollos les costaba demostrar la limpieza de sangre porque el mestizaje venezolano fue muy intenso, ya que la mayoría de los españoles vinieron solos, sin esposas, y se avinieron de inmediato con las indígenas y luego con las africanas. De tal modo que nuestra combinatoria social era híbrida; lo que alguna vez se llamó “igualaos” o, también, “en Venezuela el que no toca tambor, lanza flechas”. En otras palabras, los estamentos sociales no estuvieron demarcados drásticamente, como en otras provincias españolas en América y, sin embargo, en esas provincias también se asumió la república como proyecto. Eran los signos de los tiempos. A la gente se le olvida que la democracia es un proyecto muy reciente en su versión moderna: poco más de 200 años.
—Es difícil no pensar que la preferencia de Bolívar por el centralismo en lugar del federalismo haya influido fuertemente en gobiernos posteriores, a tal punto que hoy día tenemos un régimen extremadamente controlador.
—Es evidente que el hecho de que Bolívar fuese un centralista convencido contribuyó a que este sesgo echara raíces. Sin embargo, la fuerza de las regiones era tal que en 1864 se consagró una Constitución Federal profunda que, lamentablemente, comenzó a ser letra muerta a partir de 1870 y la llegada de un autócrata al poder: Guzmán Blanco, quien volvió a centralizar todo el poder en sus manos paulatinamente. Pero esta batalla no se ha perdido, en 1989 volvió el federalismo con otro nombre: la descentralización, y hoy en día la democracia venezolana toma su oxígeno de los liderazgos locales, de las alcaldías y gobernaciones. El destino democrático del país está ligado a este proyecto: el poder local, las bases, el municipio.
—Incluso más adelante, en 1947, no se logra aprobar que la elección de los presidentes de los Estados sea por votación directa y secreta. Uno de los argumentos que menciona, el del diputado adeco Luis Lander, es el supuesto “riesgo de anarquizar la política del país entregando la elección en la forma que se pretende, haciéndola por votación directa”. Sus palabras no dejan de recordarme que Bolívar llegó a afirmar que el sistema federal había debilitado al gobierno. ¿Hay un miedo en la política venezolana hacia el federalismo?
—Desde las esferas del poder centralizado, lo ha habido. Pero, insisto, las bases, los liderazgos locales terminarán imponiéndose como consecuencia de una dinámica natural: la gente quiere ser libre y tomar decisiones. La dinámica política venezolana se ha dado en medio de esta tensión entre el centro y las regiones, y se irán imponiendo estas. Hay hasta razones demográficas: Caracas es una de las capitales de América Latina más pequeñas en relación con la totalidad de la población. Poco más de 10% de la población. Buenos Aires es casi 50% de Argentina; Lima es cerca de 35% de Perú; Bogotá es casi 25% de Colombia.
—Hay datos que recuerda en el libro que me parece importante resaltar: la abstención de las elecciones presidenciales del 6 de diciembre de 1998 fue de 36,54%, la del Referéndum Consultivo Nacional de abril de 1999 fue de 62,35% y la del referéndum para la aprobación de la nueva Constitución, en diciembre de 1999, fue de 55,63%. Se desmorona el mito de que el proyecto de Chávez contó con un apoyo masivo desde el principio.
—No fue así en sus comienzos, después sí, en las elecciones de 2006 llegó a su pico más alto. Con una abstención de 25% sumó 62,84% de los votos. Después comenzó a bajar hasta el punto más bajo que ha tenido el chavismo que fue en las regionales de noviembre de 2021. Apoyo popular tuvo el chavismo, pero no tanto como sus propagandas señalan y muchísimo menos que el respaldo que tuvo la democracia en sus reinicios a partir del 23 de enero de 1958, cuando alcanzó un fervor popular prácticamente unánime.
—Otro dato que señala: las elecciones de aquella Asamblea Nacional Constituyente se realizaron con el sistema nominal, lo que benefició ampliamente al gobierno.
—Las de la Constituyente de 1999 sí; incluso se produjo un exabrupto. La oposición obtuvo 40% de los votos y sacó 7 diputados, el gobierno con 60% de los votos alcanzó a tener 174 diputados. Absurdo. Y ello debido a un sistema electoral que favorecía a las mayorías y disminuía la representación. Totalmente antidemocrático.
—De los muchos políticos que menciona en el libro, ¿hay alguno, o algunos, que usted considere un buen ejemplo de líder demócrata?
—Hay momentos importantes. Cuando Páez enfrenta a Monagas y Mariño y logra restituir en la Presidencia a Vargas, su conducta es ejemplar. Cuando la Asamblea de Valencia consagra el voto directo en 1858 y se elige a Manuel Felipe Tovar, se da un paso importante. Cuando Betancourt encabeza una rebelión democrática en 1945 y se aprueba la Constitución de 1947 y se elige a Gallegos, se alcanza por primera vez el voto universal, directo y secreto, y una epifanía de las fuerzas democráticas. Cuando Pérez impulsa las leyes de descentralización en 1989 y se eligen alcaldes y gobernadores en forma directa, se está dando un paso importantísimo. Sumaría a estos hechos la conducta democrática de Larrazábal, Sanabria, Betancourt, Leoni, Caldera, Pérez, Herrera Campíns, Lusinchi, Velásquez, a ninguno de ellos le pasó por la cabeza modificar la Constitución para reelegirse ni ampliar el período presidencial. Eran demócratas, sin la menor duda. Y estaban jugando sin gallos tapados.
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