Por RÉGULO PÉREZ
AICA Capítulo Venezuela ha realizado una gran actividad artística, de amplio alcance, en nuestra realidad cultural y social. Ha promovido una estrecha relación de trabajo, compacto y abierto con los maestros, los artistas consagrados y los jóvenes destacados en la labor creadora.
Presentes en el acontecer nacional actual, ha preparado conferencias, encuentros, reuniones de críticos y artistas, artículos y notas periodísticas en los medios de comunicación. Ha convocado presentaciones de muestras individuales y colectivas —opinando justa y sincera, abierta e imparcial, en cuanto a las tendencias se refiere y a las expresiones de diversas cualidades. Entendiendo que las posiciones en el arte actual son muy complejas y diversas en forma y contenido. De la misma manera, ha hecho contacto con instituciones y personalidades de la crítica del arte internacional para presentar al país el dinámico panorama cultural de nuestro tiempo en conferencias, encuentros y reuniones con amplia proyección e información importante.
Estas relaciones abiertas entre críticos y artistas se iniciaron entre la Escuela Cristóbal Rojas y el Ateneo de Caracas, cuyas sedes eran vecinas. Se realizaron exposiciones y muestras, conferencias y reuniones. Se crearon los grupos de jóvenes: El Pez Dorado, Cobalto y El zapato roto. El Ateneo de Caracas estaba dirigido por María Teresa Catillo, Josefina Juliác de Palacios y Bélgica Rodríguez.
Por iniciativa de Rafael Pineda, AICA Capítulo Venezuela y gente de la cultura de nuestra Guayana creamos el Museo de Ciudad Bolívar, en la Angostura del Orinoco, con todas las obras donadas, generosamente, por los artistas. Fueron tiempos de construir.
En el año 1998, hubo un cambio político en el cual participé. Fue mi más grande error y me afectó profundamente. Con sinceridad y honestidad, pido perdón a la familia venezolana y a la comunidad cultural y artística del país.
En la antigüedad hubo un nombre maldito. Un hombre que quería ser famoso a cualquier precio. Incapaz de hacer, ni servir para nada. Entonces, para lograr trascender, decidió destruir con fuego el templo de Artemisa. Se llamaba Eróstrato. La historia decidió que el deseo irracional de lograr popularidad, a cualquier costo, se llamase Síndrome de Eróstrato. En la actualidad, los Museos están en el abandono y me hace recordar una frase de Sofía Ímber: “Si me dan un garaje, haré un Museo”. En este lamentable lapso de la historia de Venezuela los «Eróstratos» han convertido lo que fueron los mejores museos de América Latina en garajes.