Por FRANCIA ANDRADE
Durante casi todo el siglo XX, la literatura escrita por mujeres en Venezuela fue prácticamente un misterio, pues la industria editorial, así como los círculos intelectuales del país, se encargaron de invisibilizar a las autoras. Por eso conseguir una poeta como Luz Machado, nacida durante la dictadura gomecista, la época más oscura para la mujer venezolana, es realmente un hallazgo. Luz Machado fue de las pocas que logró proyectar su poesía, aunque tímidamente.
Esta poeta contaba con 20 años de edad a la muerte de Juan Vicente Gómez en 1936. Para ese entonces ya era creadora de manera clandestina. Por esto deberíamos abordar su trabajo desde una mirada que permita ver los recodos, que señalan su poesía como una salida catártica a ese estado de enclaustramiento, propiciado por la represión política, las convenciones sociales y por una educación estrictamente conservadora, heredada del siglo anterior, que obligaba a la mujer a subordinarse al hombre y la invalidaba para tomar decisiones personales.
Así pues, la representación de la mujer en el imaginario latinoamericano decimonónico, y durante la primera mitad del siglo XX, estaba construido sobre el espacio doméstico, y objetos que definían su rol de género, su mundo estaba confinado a la casa y a todo lo que ella significaba, así que su meta era el cuidado del marido y los hijos. Ella podía ser “dueña”, “ama”, “señora”, pero no más allá del jardín de su casa, y siempre bajo la vigilancia masculina.
En este marco de referencias, registramos dos libros de Luz Machado: La espiga amarga (1950), su primera obra, y La casa por dentro (1965), este último su libro más emblemático. En él se describen enseres, situaciones hogareñas y el hastío de la mujer ante la rutina. En ambas obras encontramos una voz asfixiada, sometida y abrumada por el encierro impuesto.
No obstante, se siente rebelión en algunos versos, aunque en otros se resigna, pero su focus conflictivo se localiza en la antinomia sumisión/emancipación y en la casa como cárcel, lo cual se constata en casi todo su corpus poético. Sin embargo, la libertad se asoma en esa voz que la anhela y que deja volar en su escritura.
En el trabajo titulado «Poema en el umbral», del poemario La espiga amarga, distinguimos algunas líneas que dan cuenta de ese sentimiento y más. Aquí se esconde una resignación propia de la mujer de su tiempo, quien aun cuando reconoce que su mundo es limitado, y desea profundamente liberarse, sigue creyendo en el fondo que su lugar está en las cuatro paredes de la casa y en las flores del jardín (el eterno femenino). La libertad, en cambio, es una ilusión entorpecida por muros altos y difíciles de saltar (los prejuicios).
Lo anterior puede verse en estos versos:
Comparezco ante la tempestad /con un espejo de rosas en las manos. / Para qué huir si el relámpago es cielo/ fugitivo/ Y en el trueno cabalga un arcángel herido?… /Alto es el muro, alto. El mar sube y me habla. / Y/ en mis manos esconde sus estrellas salobres. /Alto es el muro, alto. La soledad responde. / -Prestadme de la infancia su abanico de yerba./ El muro es alto, alto. Las nubes lo conquistan. / -Quién esconde los pueblos de la luz en el cinto? / El muro crece y crece y apenas miro el aire. /La soledad es una aldea con campanas y esta noche agonizan las estatuas.
Por otro lado, Machado en ambas obras presenta dos elementos constantes: la casa y la muerte. La casa es el refugio, el lugar donde se realizan los sueños, pero pronto de ese refugio saldrán barrotes que la convierten en prisión. Ella la describe blindada, hecha del material más fuerte para que no se desmorone, pero también para que nadie escape, a la vez, aparece el mar como una posibilidad de libertad, pero se ve lejos, como una imagen onírica.
Asimismo, la posibilidad de la muerte se funde en la casa, porque esa prisión es la misma muerte, y esto se evidencia en el último verso del poema Embriaguez de la muerte, que dice: “la muerte es una casa de piedra junto al mar”. Sin embargo, podemos destacar que aunque en las dos obras, la casa representa la cárcel y la esclavitud para la mujer, existe una diferencia discursiva muy bien marcada para esa representación, en ambas.
En La espiga amarga, la casa es una imagen que aparece desde lo externo, es un objeto físico: de piedra, dura, alta, y se contrapone a la libertad, que es el elemento intangible, y es además una posibilidad puesta en el mar; en cambio, en La casa por dentro, la representación, se ve relacionada con la intimidad del ser femenino, que se siente oprimido por ese universo oscuro de obligaciones y cargas, que como una cruz conducen al castigo del encierro. Aquí la posibilidad de liberación es nula, pues contrario a La espiga amarga la imagen del mar se muestra como una agitación angustiosa y siniestra, que hunde la intimidad de la mujer, cada vez más en la opacidad.
Lo anterior se puede constatar en los siguientes versos:
(…) Debo quererla entera, salida de mis manos con la gracia que vive de mi gracia muriendo.
Y no saber, no saber que hay un pueblo de trébol con el mar a la puerta” (…)
El encierro femenino es un elemento declarado en toda la poesía de Machado, y la casa es el soporte que sustenta la situación esclavizante. Estas aseveraciones pueden ser confirmadas observando dos aspectos: uno, el histórico social y el otro su corpus poético total.
En relación con el aspecto histórico-social, ya hemos dicho que esta poeta nace a principios del siglo XX, es decir, que el contexto que la rodeaba en sus primeros años estuvo marcado por las restricciones. La mujer machadiana es el “ángel del hogar”, un perfil impulsado en el siglo XIX, desde la iglesia y desde el poder político: mujer reproductora de hijos y sirvienta, edulcorada con el aura de lo místico y virtuoso.
Este modelo exigía de la mujer un comportamiento recatado y poco intelectual, por no decir que le estaba prohibido exhibir algún tipo de lucidez o emitir opiniones que no estuvieran relacionadas con los asuntos domésticos o la moda. Pero las funciones de la mujer no llegaban hasta ahí, además de ser una incansable trabajadora doméstica, debía cumplir obligaciones íntimas, sin que para ello mediaran los sentimientos o el hombre tomara en cuenta sus opiniones.
Al respecto, John Stuart Mill, en su libro La esclavitud femenina, publicado por primera vez en Londres en 1869, dice lo siguiente: “La posición de la mujer es muy diferente de la de otras clases de súbditos… Los hombres… quieren tener en la mujer con quien cohabitan, no solamente una esclava, sino también una odalisca complaciente y amorosa…” (p.85)
Los aspectos de esclavitud señalados por John Stuart Mill se ven dibujados en el poema «Servidumbre y descanso». Este trabajo es también emblemático porque ya desde el título, presupone el encierro y la sumisión.
Veamos un fragmento:
La dueña dispone la materia / doméstica,/ cuenta el orden creciente de las frutas,/ sobre la mesa riega los hongos azules de las tazas,/ sus senos dorados de desprendimiento, /sus finos hemisferios untados de color/como la primavera,/ los vidrios educados por los fuegos,/ los monogramas del café y las cartas pueriles/ de la leche, /la hojarasca metálica que agosta el ánimo adverso de las legumbres, /los acuerdos comunes de la harina, sol del aceite, lunas del vinagre, gargantillas del azúcar al cuello de las frutas y alfileres/de sal para el pecado capital del aliño./ Después ella en su lecho entre sabanas/ queda como un navío/descubierto en la noche por la luz. /Permanece su lirio. /Suma los paraísos y se ve dividida como una/estrella rota. / En las almohadas deja lentamente sus ojos, su frente, sus cabellos y su aliento, /que en cada amanecer/ alza la sangre como si levantara una gran casa roja.
Como vemos, en las primeras líneas del poema, el discurso refiere la cantidad de tareas domésticas que debe realizar la mujer: «poner la mesa, ver por las frutas, ordenar, etc, y hacia la mitad, caracteriza la cotidianidad y los objetos culinarios, como si la voz transfiriera sus rasgos de personalidad a esos elementos (vidrios educados, acuerdos entre harina y aceite), es decir, que la esencia de la casa está atada a la voz, como si fueran uno solo. Por último, el final de su día; en la cama, con el cansancio a cuestas, no sin antes, mostrar de manera velada la obligación íntima que debe cumplirle al esposo, a pesar del agotamiento físico. Esto, se puede ver en los siguientes versos: “entre sábanas queda como un navío descubierto en la noche por la luz. /Permanece su lirio. Suma los paraísos y se ve dividida como una estrella rota”.
Por otro lado, Luz Machado, en La casa por dentro, vincula la estructura de la casa real, con el cuerpo, a través de imágenes dispersas que explican cómo se habita ese espacio de acuerdo con los diferentes modos de asumir la vida. Al mismo tiempo, estas imágenes recrean la imaginación de quien vive y sufre en medio de las paredes reales. El poemario presenta dos casas: la interior (sus emociones) y la física, ambas se muestran con distintos matices. La mujer es la casa, dentro de la casa de piedra.
Esta obra es un himno a los detalles a las pequeñas cosas que el ama de casa no valora por la amargura del encierro. El correlato de la poesía machadiana se encuentra en las súplicas, quejas, desolación, prisión y el reclamo de la libertad. Las obligaciones familiares son muros que le impiden ocuparse de sí misma.
Luz Machado se atrevió a expresar lo que no tenía permitido, decir en ese momento que la rutina de la casa no era la felicidad para una mujer, significaba ponerse de espaldas a los convencionalismos sociales, arriesgarse a ser aislada y someterse a la crítica; pero aunque en estos trabajos haya rebeldía, la voz también cree que la soledad es femenina, lo cual deja ver la influencia del estereotipo angelical que suponía; la oración, el silencio y la paciencia como atributos de género.
La casa por dentro es el libro que dio paso a Luz Machado como mujer divorciada, por eso su texto fue publicado después de 20 años de escrito, sin su apellido de casada, pues este era el grillete que a su parecer la mantenía atada a la vigilancia impuesta por las pactos sociales. Asimismo, fue un trabajo que abrió camino para otras creadoras; su poesía es inquieta, se aleja de la norma de su época para abordar temáticas hasta ese momento poco exploradas en la poesía venezolana escrita por mujeres.
Para finalizar, descubramos ahora nuestra propia casa, haciendo una lectura completa de su trabajo más celebrado, y que dio título a su segundo poemario: La casa por dentro.
La casa necesita mis dos manos.
Yo debo sostener su cal como mis huesos, su sal como mis gozos,
su fábula en la noche
y el sol ardiendo en mitad de su cuerpo. Deben dolerme las cortinas y sus gaviotas muertas en el vuelo.
Conmoverme el jardín y su antifaz de flores dibujado, el ladrillo inocente acusado
de no haber alcanzado los espejos,
y las puertas abiertas para las recién casadas con su rumor de arroz creciendo bajo el velo. Debo atender su réplica del universo, la memoria del campo en los floreros, la unánime vigilia de la mesa,
la almohada y su igualdad de pájaros dispersos, la leche con el rostro del amanecer bajo la frente con esa yerta soledad de una azucena simplemente naciendo.
Debo quererla entera, salida de mis manos con la gracia que vive de mi gracia muriendo.
Y no saber, no saber que hay un pueblo de trébol
con el mar a la puerta y sin nombres ni lámparas.
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