Por RICARDO MARCANO VERA
La sociedad burocratizada que advirtió Weber
El término burocracia goza de mala fama entre el común de las personas, que asocian el vocablo con ineficiencia administrativa, trámites tediosos, largas y desesperantes esperas, papeleo inacabable, desórdenes procesales, maltrato al ciudadano e impericia por parte de los funcionarios o empleados que laboran en entidades públicas o privadas.
A pesar de esta mala cartelera, aún vigente entre buena parte de la ciudadanía, el gran sociólogo clásico Max Weber consideró a la burocracia como una organización de solvencia técnica, indispensable para el desarrollo pleno del capitalismo y del Estado moderno, al proveer ella una herramienta gerencial confiable, continua, precisa y, en consecuencia, previsible.
El sociólogo alemán concibe a la burocracia como el soporte administrativo de la dominación racional-legal, cuya entidad estelar, desde el punto de vista jurídico-político, es el Estado. De hecho, Weber valora la burocracia moderna como el más puro mecanismo técnico de ese ámbito de dominación, al que le adjudica atributos provechosos. Contrario a lo que percibe la gente, la burocracia, según Weber, constituye una forma de organización humana fundamentada en la racionalidad, y orientada a la facilitación de logros mediante estructuras adecuadas para el alcance de objetivos, a través de procesos forjados en la idea de hallar la máxima eficiencia.
En síntesis, Weber consideró a la burocracia moderna como una forma racional de coordinar las tareas de los grupos humanos, así como también la gestión de los bienes y servicios que ellos proveen en beneficio de la calidad de vida, tanto en el campo público como en el privado, a los efectos de agenciar resultados ventajosos.
Muchos estudiosos de las organizaciones sostienen que fue Max Weber quien primero sugirió una interpretación sistemática sobre la aparición de la burocracia moderna. Su aporte le concedió a la sociología y a las ciencias administrativas una novedosa mirada con la cual la burocracia pasó a ser considerada como un necesario esqueleto funcional, dispuesto con procedimientos regularizados, división de actividades y responsabilidades, además de una jerarquía bien definida, destinada a regular las relaciones impersonales entre los integrantes de todo este indispensable engranaje. En este sentido, y si se observa con atención, muchas de las organizaciones en nuestras sociedades del presente conservan aún algunas de estas características: sus particularidades no vienen sino a reforzar lo que el propio Weber relacionó con la conformación del Estado moderno, un derivado de la complejización de la sociedad de masas, cuya emergencia aguijoneó el surgimiento de la burocracia, para manejar y procesar los incesantes requerimientos administrativos demandados por las dinámicas apremiantes de la industrialización.
Con buen tino, Weber percibe que el Estado moderno está exigido de un aparato capaz de contribuir al cumplimiento de sus cometidos medulares: hablamos del establecimiento de un sistema fiscal, de la creación de un aparato de orden y protección ciudadana (policía), del impulso de programas públicos que apuntalan el bienestar social, así como también del fomento de la economía a través de la construcción de infraestructura, entre tantas otras. La aparición de la economía monetaria es otro supuesto relevante con el que Weber explica la creación de la burocracia, en tanto que su existencia impulsó la obligante remuneración del funcionariado, en un contexto marcado por el creciente y acelerado mercado de bienes y servicios que prosperó a la sazón del advenimiento de la sociedad industrial. El sociólogo alemán alegó en favor del trabajo burocrático a sueldo, planteando su conveniencia frente al servicio ad honorem, más lento, más informal, menos comprometido y, por tanto, más costoso, ineficiente y desleal. Es Weber quien advierte que el desarrollo y la naturaleza de la industrialización, con el alumbramiento de sus empresas operando en sociedades cada vez más numerosas, sofisticadas y demandantes, ameritaba la presencia de una burocracia proyectada, racionalmente, para atender el fenómeno.
Cualidades y ventajas de la burocracia prevista por Weber
Al concebir a la burocracia como un dispositivo de dominación racional-legal, Weber le concede a ella una autoridad cimentada en el saber y el conocimiento técnico, apoyada, adicionalmente, en normas y funciones específicas que, en conjunto, configuran su incontestable racionalidad. Desde la óptica de sus ventajas técnicas, Weber manifiesta que “la superioridad puramente técnica de la organización burocrática ha sido siempre la razón decisiva de su progreso respecto a toda otra forma de organización”. No en vano compara la mecánica burocrática con las máquinas involucradas en los modos de producción, cuyo funcionamiento coopera con la optimización de los procesos. De este modo, la burocracia es un dispositivo que aporta “precisión, velocidad, certidumbre, conocimiento de los archivos, continuidad, discreción, subordinación estricta, reducción de desacuerdos y de costos materiales y personales”, como lo advierte Weber al identificar las cualidades de la administración burocrática.
Entre las características más resaltantes que Weber le reconoce a la burocracia tenemos las siguientes:
El aparato burocrático se rige por normas determinadas que comprenden derechos y deberes instituidos.
La burocracia privilegia el principio de jerarquía, que supone un esquema donde las autoridades superiores orientan y supervisan a las esferas subordinadas
En su seno, las comunicaciones guardan un carácter formal, por lo que sus normas, decisiones y actividades se encuentran establecidas y registradas de manera escrita para evitar errores y descarríos.
El funcionariado burocrático debe contar con competencias profesionales y técnicas para ejercer sus atribuciones con eficiencia. Además, son asalariados, trabajadores a tiempo completo, cuyas promociones se obtienen por los méritos alcanzados en su carrera.
Las actividades oficiales burocráticas y la vida privada del funcionario están perfectamente demarcadas.
La burocracia comprende rutinas y procedimientos uniformes, por lo que el funcionario no puede hacer lo que le plazca, toda vez que su actuación hace parte de estándares predefinidos.
Las relaciones en las burocracias tienen carácter impersonal: sus miembros ejercen sus atribuciones conforme a las normas establecidas, con lo cual sus relaciones interpersonales obedecen, esencialmente, a los esquemas impuestos por las jerarquías de los cargos.
Algunas apreciaciones sobre la burocracia venezolana del siglo XXI
Ya habiendo repasado la síntesis de la concepción de Weber sobre la burocracia, hoy sabemos que, en gran medida, este modelo ha sido superado, no obstante ser la referencia preferencial en los estudios de sociología organizacional y en las ciencias administrativas, donde Weber continúa siendo un autor clásico cuyas reflexiones, en cualquier época, resultarán siempre útiles a la hora de revisar y actualizar categorías conceptuales.
Al contemplar algunos aspectos del esquema weberiano para observar la realidad venezolana actual, comenzamos por destacar los contrastes que resaltan entre el funcionario y trabajador medio de hoy y las características que Weber les concede a aquellos que forman parte de cualquier burocracia. Siendo ellas un mecanismo que debería estar integrado por asalariados con competencias técnicas para ejercer sus cargos, las burocracias de la Venezuela de estas dos primeras décadas del siglo XXI están impactadas por situaciones que las afectaron severamente. Es ostensible que la administración pública se ha quedado sin profesionales y técnicos competentes, al no estar el Estado en condiciones de sufragar salarios competitivos, debido a una larga ristra de eventos entre los que destacan la destrucción del aparato productivo y de la renta petrolera, además de la hiperinflación experimentada en los últimos cuatro años. Un grueso contingente de calificados empleados del sector público y privado ha salido del país, o ha emprendido negocios propios, cuando no ha decidido migrar hacia fronteras lejanas, mientras el precarizado empresariado nacional ha desplegado un descomunal esfuerzo para sobrevivir a la devastación económica, intentando retener cuando menos a una pequeña porción del talento interno, mediante la oferta de salarios más atractivos y dignos.
Esta descapitalización laboral del sector público venezolano, producto de los inconvenientes económicos y de decisiones políticas deliberadas —orientadas a consolidar un sistema de dominación basado en la lealtad ideológica de la burocracia— explica el deterioro de su desempeño y el comportamiento de muchos de sus funcionarios, desalentados ante la ausencia de incentivos atractivos en un mercado laboral donde escasean las oportunidades. No es un secreto que algunos empleados estatales permanecen en sus cargos sólo para aprovechar las ventajas residuales que ellos les proporcionan, junto a las prebendas colaterales provenientes de fuentes distintas, incluidas las amparadas bajo los mantos oscuros de la corrupción que distingue la degradación administrativa en estos tiempos revolucionarios.
Weber hacía notar las desviaciones producto del recibimiento de canonjías por parte del funcionariado, y sus consecuencias sobre el buen desenvolvimiento de la burocracia, expresando que “todo tipo de concesiones de servicios y usufructos en especies… propende a debilitar el mecanismo burocrático, y sobre todo la subordinación jerárquica”, clave de la disciplina en el cumplimiento de las funciones. En el caso venezolano, debe añadirse que también el modelo jerárquico al que Weber se refería se ha contaminado con el modelaje insalubre de mandos proclives a todo tipo de perversiones, en un ambiente de impunidad general que no beneficia el correcto desempeño de los bajos y altos niveles de la burocracia.
El quebrantamiento de la meritocracia, con designaciones hechas para privilegiar la sumisión frente al partido en el poder, es otro factor que taladró las entrañas de la administración burocrática nacional. En la Venezuela de hoy, la profesionalización de la población —y de la propia burocracia— se encuentra en absoluto depreciada, sin contar el hecho de que quienes viven de un sueldo fijo experimentan la merma de sus ingresos y el hundimiento catastrófico de su calidad de vida, por la devastación económica causada, primero, por el colapsado modelo de controles, y luego, por el prolongado desmadre hiperinflacionario.
Contar con un título universitario ya no encarna un símbolo de prestigio ni una oportunidad de ascenso social. Por lo contrario, sin menospreciar su importancia social, oficios como el de los fontaneros, albañiles, electricistas, mecánicos de vehículos, entre otros, permiten acceder a mejores ingresos, en lo que representa un contraste elocuente, acentuado por la desordenada dolarización de la economía.
¿Cómo pueden las burocracias públicas y privadas proyectar el restablecimiento de su funcionalidad sin tener ellas acceso a la posibilidad de ofrecer estipendios atractivos? La interrogante es todo un desafío…
El funcionario burocrático weberiano, categorizado como un individuo incoloro, respetuoso de las normas y de los procedimientos, de recto comportamiento, y apegado a una rutina, carece de su vieja vigencia. Hoy esta perspectiva ha quedado rezagada ante renovadas tendencias que encomian a los profesionales creativos, innovadores, intuitivos, con bríos para estimular cambios en un mundo de transformaciones vertiginosas. Estas consideraciones hay que tenerlas presentes en el caso venezolano, a los efectos de detectar el perfil del talento humano al que le tocará encabezar los ajustes que las circunstancias le están recomendando a nuestras organizaciones. Con seguridad, ese recurso humano habrá de tener las características que el propio Weber describió al reflexionar sobre el liderazgo carismático: una tipología con atractivos magnéticos, capaz de infundir entusiasmo, de motivar, inspirar y de dinamizar innovaciones, aprovechando las potencialidades de su organización para alcanzar los más brillantes propósitos.