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Knut Hamsun en el país de las maravillas

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Por EDGAR CHERUBINI LECUNA

Al leer el libro En el país de las maravillas (1) de Knut Hamsun (1859-1952), traducido por Zarina Martínez Børresen, sentí que había acompañado al autor desde Helsinki hasta Bakú, atravesando la cordillera del Cáucaso, límite natural entre Europa Oriental y el oeste de Asia. En 1899, Hamsun recorrió en tren y en coche a caballos extensos territorios de Rusia, Georgia y Azerbaiyán, donde cohabitaban decenas de pueblos y lenguas distintas, así como diversas religiones y creencias: musulmanes chiitas y sunitas, persas sufíes, judíos askenazis, budistas, cristianos ortodoxos, católicos levantinos, monofisitas, bahái, así como conservadores del culto a Zoroastro. Quizás esta increíble diversidad fue lo que atrajo a Hamsun a emprender esa aventura.

Escrito en primera persona, es un cuaderno de bitácora en orden cronológico, donde el autor combina librementela geografía y la etnología para componer un relato donde lo real y lo fantástico cautivan al lector. Pero lo que más impacta del texto es la exhaustiva descripción de los pueblos y personajes con los que fortuitamente se topa en su travesía y la maestría con la que va despejando capas de ethos profundos que de alguna manera encubren complejas personalidades y costumbres exóticas. Del relato realista y crudo pasa a la más excelsa poesía al describir los paisajes que observa a su paso, que lo hacen evocar su idílica infancia pastoril “cuando escribía con el dedo índice por todo el cielo”.

En 1920 recibió el Premio Nobel por La bendición de la tierra. Esta obra revolucionó el estilo literario de su tiempo. Hamsun fue un pionero de la literatura psicológica, escritores de la talla de Thomas Mann, André Gide y H. G. Wells lo consideraron como un maestro. Para Isaac Bashevis Singer, premio Nobel de Literatura en 1978, Hamsun es el padre de la literatura moderna, a quien califica de “escritor impresionista”. Su estilo retrospectivo influenció, entre otros, a escritores como Hemingway, Miller y Auster.

La traducción al español realizada por Zarina Martínez Børresen de En el país de las maravillas, libro escrito en 1899, es producto de su afanosa investigación de costumbres, modismos y expresiones idiomáticas noruegas de finales del siglo XIX, utilizadas por Hamsun para esta narración. El haber traducido al español directamente del texto original en noruego, que hoy nos brinda Aquelarre Ediciones (2020), es un valioso aporte al conocimiento de esta obra en particular, ya que las versiones anteriores en español de este libro son traducciones de otros idiomas.

Conocí a Zarina Martínez Børresen en París hace diez años y desde entonces hemos mantenido una relación de amistad alimentada por interesantes pláticas sobre arte y literatura. Lo que sigue es el resumen de la conversación que sostuvimos recientemente sobre la aventura que significó para ella traducir este libro.

—¿Cómo traducir la lengua y las costumbres del siglo XIX, realidades que ya no existen, mundos ajenos a una persona del siglo XXI?

—El caso de En el país de las maravillas es especial. Yo viví en la Unión Soviética durante muchos años y pude visitar la mayoría de los lugares donde Hamsun estuvo. Ciertamente mis viajes no fueron por tierra, pero la naturaleza y los lugares, tal como los describió Hamsun, no habían cambiado cuando yo viajé allá en los años 80 del siglo pasado. Por otra parte, las descripciones de Hamsun son tan detalladas y vívidas que parece imposible para el lector no adentrarse en ellas. Considero que la obra de Hamsun es universal y absolutamente actual, independientemente de cuando haya sido escrita, debido a que aborda temas y situaciones sin fecha de caducidad. No olvidemos que, después de todo, Hamsun es considerado como uno de los pioneros de la literatura moderna.

—Al abordar una obra literaria, el traductor se convierte en el primer lector en otro idioma de una obra y al llegar al final del contenido emprende un camino inverso en la búsqueda de comprensión del texto original hasta los significantes capaces de expresarlo en su lengua, así lo expresa Valentín García Yebra (1917-2010), destacado traductor y filólogo español, quien afirma que “este lector-traductor no puede contentarse con la comprensión como lo haría lector común, sino que ha de procurar acercarse en lo posible a la comprensión total. Digo ‘en lo posible’ porque la comprensión total de un texto es inalcanzable” (2). ¿Qué opina usted de esta afirmación y cuál es su experiencia en ese viaje inverso al traducir a Hamsun?

—Es probable que García Yebra tenga razón al afirmar que la “comprensión total” es inalcanzable. Sin embargo, quiero pensar que, al hablar noruego, al haber leído la obra en el idioma original, visitado los lugares descritos por Hamsun, estudiado a fondo buena parte de su obra y por último el vivir en Noruega me han dado, como traductora, una perspectiva más amplia de ésta en su totalidad y por lo tanto he podido acercarme a ella y hacer el viaje inverso con más herramientas que, por ejemplo, los primeros traductores de Hamsun al español.

—Las dificultades que enfrenta un traductor con la complejidad de otra lengua las resume García Yebra citando a Rilke: “Casi todo lo que nos sucede es inexpresable”, lo que ese escritor quería decir es que “si la verdadera comunicación es imposible dentro de una misma lengua, ¿cómo va a ser posible, mediante la traducción, entre lenguas distintas?”. Esa misma pregunta se la hago a usted.

—Hace poco me invitaron a participar en un documental sobre el etnógrafo soviético Yuri Knórozov, quien descifró la escritura maya y a quien tuve el privilegio de conocer cuando trabajaba en la Embajada de México en Rusia. A propósito del desciframiento, Knórozov expresó que “cualquier cosa creada por el hombre puede ser comprendida y descifrada por el hombre”. También hace unos meses, en una presentación de En el país de las maravillas, la moderadora dijo que había que apreciar la labor de los traductores ya que, gracias a ellos, era posible para millones de lectores acceder a grandes obras de literatura, a pesar de no conocer el idioma original. Creo que ambas posturas son válidas en lo que hace a la traducción.

Mi conocimiento de la obra de Hamsun se deriva del trabajo realizado para mi tesis doctoral, en la cual analicé la presencia de la obra de Hamsun y su posible influencia en la del mexicano Juan Rulfo. Rulfo evidentemente leyó a Hamsun en traducciones de traducciones de dudosa calidad, pero a pesar de eso pudo captar y asimilar elementos emblemáticos de los temas, la forma de narrar, aspectos culturales y la visión del mundo de Hamsun.

Considero que la cuestión de la “comunicación” entre el lector y una obra traducida tiene muchos matices, pero aquí el elemento más importante es la calidad de la traducción. Siempre ha habido traducciones al español de un gran número de obras de Hamsun, pero no es sino hasta principios de los años 90 del siglo pasado que empiezan a aparecer traducciones directas y de calidad del noruego al español, brindando así al lector la posibilidad de tener un contacto más directo con la obra. He de señalar que las traducciones al español antes de los 90 habían sido hechas en gran parte por escritores y críticos literarios, quienes se basaron en versiones del alemán y del francés principalmente, y en algunos casos decidieron “mejorar” el estilo de Knut Hamsun o simplemente omitir pasajes complicados o demasiado detallados. Este es un problema que he observado incluso en traducciones recientes de Hamsun al inglés y al francés.

—En relación con la responsabilidad de traducir, un filósofo amigo estudioso de Kant me comentaba con estupor cómo los errores de interpretación debido a la falta de dominio sobre la lengua del autor han provocado distorsiones conceptuales en innumerables traducciones al español de este filósofo ¿Es que ser traductor no significa que puedes traducir cualquier género? ¿Para traducir filosofía hay que ser filósofo? ¿Para traducir poesía hay que ser poeta? ¿Se necesita amar la complejidad como Knut Hamsun para poder traducirlo?

—Un buen traductor debe conocer bien la lengua de la cual va a traducir, e idealmente, manejar cualquier texto. De lo contrario la traducción quedaría encasillada y reservada exclusivamente a traductores-especialistas en cada materia, lo cual parece complicado. En literatura entra la responsabilidad del traductor, como dice Umberto Eco, de “decir casi lo mismo” y no lo que suena bien, de “mejorar” o interpretar lo que cree que el autor quiso decir. Este es un gran reto y uno de los problemas que encontré al leer traducciones antiguas de Hamsun al español. Cuando escribí mi tesis de maestría, y más tarde de doctorado, hice mis propias traducciones de citas de las obras estudiadas, si me parecía que las existentes no eran muy precisas. Sin ser historiadora del arte o curadora traduje de español a inglés todos los textos para el libro conmemorativo dedicado al pintor mexicano Ricardo Martínez. Actualmente estoy trabajando Vagabundos, otro título de Hamsun, y la editorial Aquelarre me ha propuesto retomar la traducción de Hambre. Una vez concluidos estos proyectos me gustaría traducir obra noruega contemporánea.  Mi trayecto hacia la traducción de Hamsun es complejo, y ciertamente no me hubiera embarcado en esa labor si no hubiera amado su complejidad: hace unos años recibí una comunicación de Miguel Pineda, un joven que estaba por fundar una editorial en Xalapa, México, bajo el nombre de Aquelarre Ediciones. Miguel quería lanzar la editorial con títulos de lo que él denominaba “autores malditos” —en el caso de Knut Hamsun por su apoyo al nacionalsocialismo— y quería publicar Hambre como primer título. La idea original era que yo escribiera el prólogo, pero más adelante acordamos que yo hiciera además una traducción para lectores hispanoamericanos. Por cuestiones de derechos de traducción, el proyecto no se realizó y entonces propuse traducir y prologar I æventyrland, cuya traducción exacta al español sería En el país de los cuentos. Mi decisión de cambiar el título a En el país de las maravillas fue totalmente subjetiva: vivir en la Unión Soviética, donde todo podía suceder y ver lo que Hamsun había visto casi un siglo antes fue una experiencia única. Por otra parte, amigos soviéticos latinoamericanistas frecuentemente definían a su propio país como una “casa de locos real maravillosa”, un espacio surrealista y mágico a lo García Márquez, que sobrepasaba los límites de lo normal.

—Este es un libro con varias lecturas, una de ellas es la visión y postura crítica de Hamsun sobre la modernidad, la civilización y el eurocentrismo. Fue testigo de cómo la búsqueda de petróleo y otros minerales en esos territorios destruían los valores culturales, las tradiciones y hasta las creencias ancestrales de esos pueblos. Es cáustica la crítica que hace de la empresa petrolera de Nobel (creador del premio que lleva su nombre) en Bakú, Azerbaiyán. ¿Cómo interpretó y tradujo esa postura de Hamsun? ¿Se trataba de un naturalismo místico o una visión pionera de la visión “verde” y decrecentista en boga hoy en día en Europa?

—En el país de las maravillas es la primera obra en que Hamsun expresa su posición acerca del daño que la “civilización” puede hacer. En este caso naturalmente se refiere a sociedades como las que observa en el Cáucaso, más atrasadas que las europeas desde un punto de vista eurocentrista, si bien matizado con elogios a la vida sencilla de las comunidades que visita. Sin embargo, en su obra posterior, Hamsun plantea abiertamente el daño que la supuesta “civilización” causa a pequeñas comunidades en lugares apartados en la misma Noruega, perjudicando la naturaleza y fomentando la necesidad de bienes superfluos como comida enlatada, café, viviendas con ventanas de colores, bancos y oficinas postales, entre otros, que nadie necesita y resultan a la larga en pobreza, hambruna, desarraigo e incluso crimen.

En La bendición de la tierra, novela por la cual recibió el premio Nobel de literatura en 1920, Hamsun expone claramente el contraste entre el campo y la ciudad y las consecuencias negativas de abandonar la tierra por el espejismo de la civilización y en busca de una supuesta vida mejor. Él mismo dedicó tiempo, energía y recursos considerables a la agricultura en sus propiedades, primero en el norte y por último en Nørholm, en el sur de Noruega. Algunas de sus posturas coinciden con y anteceden a planteamientos del nacionalsocialismo, el cual Hamsun apoyaría de manera muy desafortunada unos años más tarde.

—Sobre esto último, pienso que Hamsun vivió bajo el signo de una contradicción permanente. Admirador de la cultura alemana, era favorable a la creación de una gran confederación de pueblos germánicos, de allí que, a sus 80 años, observara con complacencia la invasión alemana, publicando artículos de prensa favorables al Tercer Reich y al mismo Hitler. Tras finalizar la guerra, en las principales ciudades de Noruega fueron quemados sus libros. Sufrió el desprecio de sus compatriotas y fue internado en un hospital psiquiátrico, donde los especialistas concluyeron que sus facultades mentales se habían deteriorado y sobre esa base se retiró la acusación de traición. Su infeliz conjunción con el pensamiento nazi eclipsó su excelsa obra literaria por muchos años. Cuando le fue encomendada la traducción de esta obra, ¿cómo abordó usted el fantasma del nazismo en la vida de Hamsun? Le comento esto solo para preguntarle sobre la complejidad a la que se enfrenta un traductor y, en especial, la enorme responsabilidad en relación con el receptor final de su labor, que es el lector.

—En Noruega hay a la fecha una discusión sobre el nazismo en la vida de Hamsun y sobre la necesidad de separar al escritor del simpatizante, con la cual estoy de acuerdo. Yo veo que mi responsabilidad como traductora es transmitir al receptor el valor literario de la obra, más que guiarlo a leer entre líneas. En mayor o menor grado, la mirada de un europeo de viaje por el Cáucaso estará determinada por sus parámetros y sus expectativas. Como lectora, sí me llamaron la atención la actitud de Hamsun hacia los ingleses y judíos, así como cierto paternalismo y condescendencia para con los caucasianos, con los que por otro lado generalmente simpatiza. Pero también como lectora compartí con el autor su fascinación por ese mundo tan distinto al suyo, la cual transmite con gran maestría.

Por último, hay que recordar que la obra fue escrita a principios del siglo XX, años antes incluso de la Primera Guerra Mundial, y que las opiniones que Hamsun expresa en ella parecen más personales que políticas.

—Una obra literaria es una obra de arte cuyo medio expresivo es la palabra. En su caso, ¿cuáles son las dificultades mayores de trasladar palabras, términos, la sintaxis y los giros idiomáticos del noruego al español?

—En el caso de En el país de las maravillas, una de las dificultades fue que el lenguaje de Hamsun es anticuado y muchas palabras son más cercanas al danés que al noruego, por lo que tuve que recurrir a versiones en noruego moderno y consultar diccionarios académicos, así como a amigos locales para aclarar frases, palabras y referencias culturales que no aparecían en ningún diccionario.Al igual que en su obra inicial, aquí Hamsun “juega” con el lenguaje a través del cambio de tiempos verbales, de puntuación a veces ilógica y de no utilizar guiones o comillas al reproducir diálogos, por ejemplo. Yo decidí respetar estas decisiones, ya que las considero emblemáticas de su estilo. Después de todo, si tomamos en cuenta que el título original incluía la frase “vivido y soñado en el Cáucaso”, los “juegos” contribuyen a crear una atmósfera en la que, como es común en la obra temprana de Knut Hamsun, a veces resulta difícil separar la realidad de la fantasía, lo soñado de lo vivido y el viaje literal del figurado.

[email protected]

www.edgarcherubini.com


Referencias

1 Knut Hamsun, En el país de las maravillas, Aquelarre Ediciones, México, 2020. Traducción y prólogo de Zarina Martínez Børresen.

2 Valentín Garcia Yebra, Ideas sobre la traducción y problemas de la traducción literaria, Équivalences, 12e année-n°1, 1981.

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