“Soy todos los autores que he leído, toda la gente que he conocido, todas las mujeres que he amado. Todas las ciudades que he visitado, todos mis antepasados…”. Estas palabras de Jorge Luis Borges coinciden con la experiencia de Juvenal Ravelo en el arte. Sus aventuras y búsquedas a través de los años son consecuentes con su obra. Si bien no podemos encontrar en alguna de sus piezas referencias específicas a una disposición emocional, la racionalidad con la cual afronta el proceso creativo está cargada de intensos modos de exploración vital.
El maestro de Caripito es un viajante atento a los fenómenos sensibles y conceptuales de la realidad. Es una antena dispuesta a recibir los acontecimientos visuales, lingüísticos, musicales y culturales en general de su momento y del futuro. En ese sentido es también el artista-antena de la carrera señalado por el poeta Ezra Pound y citado por McLuhan. Ese espíritu rastreador lo conectó con la gente del pueblo en Venezuela y Francia:
“En los viajes entre París y Venezuela, siempre volvía a mi pueblo y me fijaba en cómo la gente pintaba sus casas. Me di cuenta que utilizaban la armonía por analogía. Entonces armé los módulos cromáticos con las analogías de la gente y los dejé seleccionar los colores de sus casas. Incorporé arquitectos, sociólogos y psicólogos a fin de restaurar las viviendas y crear un clima de entusiasmo en la gente. En 1975 hice la primera experiencia en mi barrio en Caripito. Lo fundamental en el arte de participación es que una vez realizada la experiencia, los barrios y calles adquieren nuevos rostros. Seres privados de toda asistencia cultural adquieren vida consciente. Es la integración hombre-arte.
En el año 2012, el Centro de Arte Contemporáneo Frank Popper de Marcigny, gracias al embajador Jean-Marc Laforèt y su esposa Anne Louyot, me invitó a hacer una experiencia de participación en el pueblo. Al principio le dije al embajador, ¿cómo hago eso allá si no hay pobreza ni barrios? Él me contestó: pero tenemos muros. Seleccionaron la fachada de un estadio. La gente del pueblo y los turistas se pusieron a pintar. Una muchacha venezolana y su esposo se detuvieron porque el hijo gritó: mira mamá, como la avenida Libertador”.
Su condición de artista andariego –entre Caripito, Caracas y París– le ha hecho variar su propuesta de fragmentación de la luz y el color. Eso es natural en alguien que se desplaza atento a la sensibilidad. Diferentes tonos corresponden a diferentes ambientes: armonías de grises y blanco y negro dominaban su estadía en París. Ahí el color casi no aparecía. En Venezuela –sobre todo en las piezas desarrolladas en el Centro de Arte Daniel Suárez– emergió una potencia cromática propia del color y la luz del trópico. También, ha experimentado con relaciones cromáticas asociadas a los vínculos culturales y la amistad entre los pueblos:
“Daniel Suárez –con quien tengo una relación de hermandad– y yo tuvimos empatía inmediata con el embajador Romain Nadal. Él vino al Centro de Arte, le gustó el espacio, la maquinaria de trabajo y el café. Lo invité a Caripito para establecer vínculos con la casa de la cultura y la producción de cacao. Con motivo de la Semana de Francia en Venezuela, nació la idea de hacerle un homenaje a la amistad entre nuestros pueblos. Hice bocetos y estudios para involucrar las banderas de Venezuela y Francia en mi lenguaje plástico, que es la fragmentación de la luz y el color. Esta obra está en la residencia del embajador”.
Juvenal Ravelo es un investigador de lo visual y lo social, pero, sobre todo, del movimiento de la vida misma.