Por HUMBERTO VALDIVIESO
Juvenal Ravelo pertenece a una generación de artistas venezolanos que piensan en la investigación como fuente revolucionaria del arte
Carlos Cruz-Diez
Al demostrar que «la luz refractada no cambia de color» —Nec variat lux fracta colerem—, Isaac Newton revolucionó la física del siglo XVII. Su hallazgo generó un impacto cuyos efectos llegaron más allá de la ciencia. Los artistas modernos y luego los contemporáneos lo recibieron e incorporaron a sus procesos creativos. Esto fortaleció la alianza de la ciencia y la tecnología con las humanidades. Semejante vínculo fue producto del acontecer de la vida a través de los siglos: del trabajo, el pensamiento y la necesidad de belleza. De la curiosidad y el deseo de representar lo visible y lo invisible. Y adoptar la transformación del mundo como una razón de ser. Para el artista Naum Gabo, quien realizó uno de los primeros experimentos cinéticos en 1920, la vida sin el esfuerzo de la creatividad es impensable. Por su parte, el historiador y crítico Pierre Francastel aclaró que “La ciencia y el arte son testigos de una renovación completas de las formas de la vida humana”. Y es, del espíritu innovador de esas ideas, de donde emergen los conceptos y procesos creativos del artista cinético Juvenal Ravelo.
El trabajo del maestro de Caripito responde a una disciplinada reflexión sobre las investigaciones de Newton y su incidencia en la plasticidad de la obra. También a sus estudios de sociología del arte en la Universidad Sorbona de París, donde tuvo tutores como Pierre Francastel y Jean Cassou. A diferencia de otros cinéticos, él no ha transitado exclusivamente la vía del movimiento mecánico o virtual. Tampoco ha estudiado el color y sus propiedades como un fin en sí mismo. Su interés ha sido el comportamiento de la luz en la atmósfera cuando ciertos elementos refractantes, en diálogo con la geometría —módulos cromáticos— y la experiencia del espectador, la afectan. A ese proceso le ha llamado “fragmentación de la luz y el color”. Esto es la dispersión de la luz cuando se refracta en distintos colores.
La base compositiva de su obra es geométrica, bien sea en planos bidimensionales o estructuras tridimensionales. Con todo, la matemática unida a la intuición le han llevado a generar un código, un sistema expresivo, a medio camino entre la exactitud racional y la relatividad del color, la luz y los materiales. A ello le denomina “geometría plástica”. De esa síntesis vital-racional proviene la armonía humana de su obra. El efecto cinético no es un mero mecanismo óptico, este resulta del encuentro del pensamiento, el espíritu de solidaridad humana y las leyes universales de la existencia.
Esa correspondencia entre las matemáticas, la vida social y las propiedades de la materia va más allá de la abstracción y la atmósfera, pues no hay arte sin cuerpo. Esta idea podemos rastrearla hasta en filósofos tan antiguos como Leucipo y Demócrito. Para ellos, pensamientos y sensaciones tienen su origen en las modificaciones del cuerpo. El mismo Francastel insistía en que es imposible valorar el lugar del arte hoy si se le opone a lo social o a lo técnico. El cinetismo de Ravelo está lejos de ser una propuesta de abstracción pura, un juego de ilusiones visuales. Tampoco puede ser reducido a una mecánica de la experiencia física en el espacio. Él integra lo social y lo técnico como aspectos de una naturaleza indiscernible pero en constante transformación. Como pedía Naum Gabo, en su trabajo se cumple el precepto de que “nada es irreal en el arte”, “cualquier cosa tocada por el arte se vuelve real”. Pensamiento y sensaciones constituyen el problema último que lo ha ocupado a lo largo de su carrera artística: la vida misma, el ser humano y sus conflictos. Y en ella está todo incluido: la sociedad y sus diferencias, la materia mutable de la naturaleza, los postulados de la ciencia, la solidaridad y la reflexión teórica. Su arte apunta a una doble libertad: la que descentraliza el antiguo concepto de hombre en la figura del ser humano actual —híbrido, nómada, ciudadano del mundo— y la que no se detiene el arte en el límite de la representación.
La participación y el espacio público
La obra cinética de Ravelo, en sus distintas escalas, está hecha para el espacio público. No importa si la hallamos expuesta en una galería, en ambientaciones urbanas ¾a las que coloquialmente suelen llamarles “murales”¾ o en espacios digitales. En cada una de estas vertientes ella va a pedir diversidad de experiencias y encuentros multitudinarios, independientemente del número de personas que lleguen hasta ahí. Para el crítico e investigador Frank Popper la noción de “ambiente” es fundamental en la propuesta cinética de este artista, pues resulta “sumamente útil para precisar el fondo teórico de sus obras”.
El principio de la participación para él está sostenido por ese nexo donde alma, técnica y cuerpo confluyen en una misma naturaleza de espacios cambiantes. Las ambientaciones cromáticas-geométricas reconocen por defecto la incorporación de la gente al arte, sin que medien las diferencias. De hecho, la diversidad es una condición de la obra misma. Ese es el espíritu de uno de sus proyectos más ambiciosos y destacados: el “arte de participación en la calle”. Son acciones llevadas a cabo en comunidades tan variadas como pueblos y barrios de toda Venezuela y la ciudad de Marcigny en Francia.
A través de la participación la gente común ingresa al universo del arte. Desde muy temprano él observó que los habitantes de los pueblos del interior del país, los obreros, las amas de casa o los pescadores no iban a los museos. Por eso se dio a la tarea de llevar el arte a las comunidades, cerrar la brecha y transformar sus vidas: “¿Dónde realmente puede sentir una persona humilde que forma parte del arte? En mis exposiciones tampoco estaban y eso me generaba inquietud. Me dije: yo tengo que compartir eso con esos seres humanos que yo vi en mi pueblo”.
Estas acciones, que no ha dejado de realizar desde la primera experiencia en Caripito en 1975, son profundamente políticas y a la vez esquivan la diatriba política de los partidos. Con ellas, la gente deja de ser un conglomerado de votantes. El arte convierte a los marginados en ciudadanos capaces de reconocer el valor de su espacio público. Es así “como los seres privados de toda asistencia cultural adquieren vida consciente. Es la integración hombre-arte que hemos creado”. El arte de participación en la calle está sustentado por una metodología de trabajo que incorpora psicólogos y sociólogos, identifica liderazgos en la comunidad, instruye a la gente en el valor del arte y en la tradición de la plástica venezolana, y los hace conscientes de la riqueza cromática del lugar. Sobre estas experiencias Arturo Uslar Pietri escribió: “En un día de inusitado hallazgo cambiaron el pueblo y el marco de sus vidas. La vieja calle se convirtió en un arlequín de alegría. Y cuando Ravelo se marchó se dieron cuenta de que les había regalado una fiesta sin término, un pueblo nuevo y acaso una nueva vida”.
Experiencia cinética en 8 bits
Cuando Yaacov Agam, uno de los pioneros del cinetismo, propuso que su intención era mostrar el estado de perpetuo devenir de lo visible, estaba apuntando a la ilimitada capacidad de transformación de la naturaleza y el espíritu humano. De hecho, la habilidad técnica de esos artistas modernos, derivada del quehacer científico del momento, era apenas un componente en una dimensión más vasta. Comprender esto es fundamental, pues a veces al arte cinético se le reduce a la virtualidad ¾espacial y temporal¾ producida por artificios mecánicos o por la interacción, física u óptica, del espectador con la obra. Sin embargo, trabajos como el de Ravelo van más allá del efecto y proponen un cambio integral de la vida, como ya hemos sopesado. Para él, revelarle al ser humano las cualidades físicas del tiempo y el espacio es tan importante como activar una transformación social con la aparición de su obra. El arte, en este sentido, busca una liberación doble: aquella provocada por la inteligencia sobre las propiedades de la materia física y otra comprometida con la vida cotidiana de los seres humanos.
Su más reciente propuesta: la experiencia digital llamada Geometría cinética en 8 bits, hecha para el 80 aniversario del Centro Venezolano Americano, más que una innovación, es la consecuencia del espíritu liberador de su trabajo. Abrirse al universo de los bytes y los circuitos electrónicos, lejos de haber sido un conflicto, supuso expandirse a un espacio que no le fue antinatural a su geometría plástica. Todo lo contrario. Expandir, entonces, tiene ahí el doble sentido de llegar hasta donde le permite la tecnología actual e incorporar otros mundos, otros lenguajes y otras culturas a su diálogo cinético. La obra digital ¾y es importante aclarar que así fue concebida¾ y su presencia en Internet son una ampliación de la investigación sobre la geometría y el color emprendida desde hace décadas en París. La mirada del dispositivo 360, la navegación a través de hipervínculos y el uso de inteligencia artificial en el retoque digital son una reafirmación de la contemporaneidad de sus módulos cromáticos.
Con esta ambientación digital el maestro Juvenal vincula, en el hiperespacio, al este y el oeste de la geografía de Caracas. También propone una experiencia global de la presencia del movimiento constante y la fragmentación de la luz y el color que ya había hecho en los muros de los pueblos del interior del país, la avenida Libertador y la ciudad de Marcigny. Y, a través de su visión integradora del arte, suprime cualquier confrontación al ofrecer un encuentro estético donde nadie es excluido. Se trata de una obra híbrida no solo por integrar lo digital y lo físico, y acentuar la relación entre el arte, la ciencia y la tecnología; sino por apelar al derecho humano de aceptar al “otro” y su perpetua transformación. Geometría cinética en 8 bits, más allá de la técnica para el procesamiento de la imagen, es una metáfora de la vida y del presente.