Por ÁNGEL LOMBARDI LOMBARDI
Posterior a la caída del dictador Marcos Pérez Jiménez (1958), nuestra generación liceísta se involucró de manera entusiasta y militante en la vida política y partidista. Allí conocí a Julio, en nuestra militancia social-cristiana, liceísta y, poco después, universitaria. Julio, de temperamento entusiasta y organizado, fue trazando su camino vital, desde la vocación y el compromiso político, particularmente identificado con el Zulia.
Desde siempre quiso un futuro autónomo para su patria chica zuliana. De esa identificación salieron libros memorables como Gárgolas de Maracaibo. Escribió otros sobre sus iglesias, plazas, calles y de Maracaibo y el Zulia: El glorioso ayer: Maracaibo 1936-1970, y sobre Urdaneta y Baralt.
En su nostalgia, hubo espacio también para el futuro de su tierra. Esta vocación culminó en la Presidencia de la Academia Regional de la Historia y como Cronista de la Ciudad.
Su otra vocación fue la Diplomacia y las Relaciones Internacionales, que lo llevaron a ser Cónsul General en Río de Janeiro y embajador en República Dominicana y a publicar varios libros sobre relaciones diplomáticas de Venezuela y los países en donde él sirvió con distinción y eficacia.
Habiendo estudiado algunos años en el exterior y en Caracas, nunca se alejó espiritualmente del Zulia y, como un destino deseado y cumplido, regresaría al Zulia. Porque como él mismo afirmó en un apasionado discurso sobre la reapertura de LUZ: Uno vuelve al sitio donde amó la vida. Aquí estaba el núcleo de su identidad vital.
Julio era de temperamento polémico, pero siempre respetuoso de la amistad. Hombre honrado y consecuente. Persona culta, enalteció el gentilicio zuliano y maracaibero.
Tuve el honor de ser su amigo.
El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!
Apoya a El Nacional